Es curioso que, recientemente, en la pasada edición del Festival de Cine Global Dominicano, coincidieran tres largometrajes cubanos marcados por un espíritu “post-revolucionario” o “post-fidelista”: Santa y Andrés de Carlos Lechuga, En un rincón del alma de Jorge Dalton, y Nadie de Miguel Coyula.
No han tenido estreno en Cuba.
Son filmes interesados en mostrar las zonas oscuras, los episodios “olvidados” por la oficialidad; a modo de ajuste de cuentas, constituyen una reinterpretación y un cuestionamiento del pasado cubano en un presente que continúa legitimándose, paradójicamente, desde ese pasado.
Arriesgarse a hacer un cine político en Cuba, hoy, puede ser una trampa para los cineastas mismos, rehenes del sistema de sofismas propagandísticos que constituye la Revolución. Una Revolución que se ha muerto de vejez.
Estas obras solo tendrán razón de ser en los márgenes; sobreviven en la utopía de un país que solo existe, gravita, en los mundos documentados por esas mismas películas, como testimonio imperecedero del tiempo detenido en ellas.
La esquizoide realidad cubana encuentra su lógica a través del lente de una cámara, expresa su verdadero rostro en una sala de cine. A los realizadores, Lechuga, Dalton y Coyula, los persiguen esas mismas sanciones —el silencio, la censura— que los personajes de sus películas en otro tiempo padecieron (o, como en el caso del poeta Rafael Alcides, protagonista de Nadie, aún padecen).
Frente al cadáver de la justicia social, se les condena por un crimen no cometido: culpabilidad kafkiana, extranjeros en su propia tierra sulfurosa. La divinidad pasó de moda; el credo también.
En Nadie, como antes en Memorias del Desarrollo (2010), Coyula se apropia del agitprop de los sesenta y revierte el discurso propagandístico para cuestionar a Fidel Castro y a su universo político, que ha signado la vida de los cubanos en el último medio siglo.
El Alcides personaje separa a Fidel de la Revolución: una visión esclarecedora de lo que ha sido, para su generación, el alegato revolucionario. Fidel les secuestró la Revolución y Alcides se refiere a ella con pesar, como una vieja novia a quien de algún modo se sigue amando.
En Santa y Andrés, los oficiales de la Seguridad del Estado repudian y golpean al protagonista, cantan el himno nacional y gritan: “¡Viva Fidel!”. Andrés responde: “¡Viva Martí!”
El punto más álgido de En un rincón del alma lo alcanza Dalton en las imágenes inéditas de los años sesenta que muestran el acoso a los homosexuales en las calles y el corte violento a los pelos largos de los jóvenes.
Como siguiendo el canto de las sirenas, el joven cineasta Eliécer Jiménez, autor de Persona (2014) y del documental de ensayo Entropía (2013), abordó también el barco del “post-fidelismo” y ha hecho una reinterpretación de un clásico de la filmografía isleña: Now (1965), de Santiago Álvarez.
Eliécer Jiménez, quien desde la “otra orilla” sigue anclado a Cuba y continúa su viaje social y el compromiso ético de su obra, también parte de la agitación propagandística sesentera para subvertir el Now de 1965. Aquel filme se enmarcaba en el panorama de la lucha de los afrodescendientes norteamericanos por una integración orgánica en el seno de una sociedad que los excluía.
El filme de Eliécer, de (2016), aborda irónicamente un entorno político en el que un afrodescendiente, Barack Obama, ha llegado a la presidencia de los Estados Unidos y protagoniza el descongelamiento diplomático de las relaciones de su país con Cuba. Jiménez, por su condición de exiliado, entiende mejor el juego macabro que ambos gobiernos ejercieron sobre la llevada y traída Revolución cubana.
Eliécer detiene su lente en ese momento de la Historia. Encuentra el paralelismo temático en una nueva lucha, también por los derechos civiles, pero dentro de la absolutista sociedad cubana.
En una provocadora visión, donde ya Fidel pasó de largo, el cineasta se coloca más allá del presente y abre una ventana a la pluralidad de criterios del porvenir.
Eliécer Jiménez no solo cierra el capítulo fidelista desde una posteridad que solo puede imaginarse a través del arte. También le pone rostros a la oposición cubana, que deja de ser una masa amorfa. Rostros protagonistas de la nueva lucha, que ya es vieja, pero que está ocurriendo en el futuro de la Cuba post.