Este texto está construido con recuerdos del pasado, pero también del futuro. Y es que, ahora que dicen que la Muestra Joven del ICAIC ha muerto, se atropellan en mi mente algunas de las ideas que expuse en todos estos años y otras que quise decir, pero que, a falta de interlocutor, quedaron levitando en la oscuridad, allí donde reina el silencio que todo lo pudre.
A pesar de todo, quisiera evitar el tono fúnebre de lo que a continuación expongo. Primero, porque oficialmente la Muestra no ha sido declarada muerta por los padres que la concibieron (el ICAIC) y quién sabe si en algún momento regresa de “entre los muertos”, luciendo nuevo ropaje, nuevo rostro, nueva voz. Segundo, porque no hay nada más representativo de la parálisis que puede devorarnos por dentro, que quedarnos en la queja luctuosa permanente, mientras la vida, indiferente, sigue su curso.
Así que retomaré algo de lo ya expuesto y trataré de proyectarlo al futuro, a partir de lo que el presente indica: la Muestra Joven podría mirarse como uno de los tantos conatos de revolución que ha vivido la cultura audiovisual del siglo XXI en este país, pero yo prefiero pensarla como el puente invisible que ya nos ha colocado en un escenario que rebasa a la isla física. En ese sentido, la Muestra todavía seguiría viva…
Primer recuerdo…
En el año 2011 (del 22 al 27 de febrero), se celebró en La Habana la 10 Muestra Joven del ICAIC, por lo que parecía lógico que, al llegarse a un aniversario cerrado, el Comité Organizador preparara una sesión teórica dedicada a examinar con espíritu crítico lo acontecido en aquel decenio de Muestras.
La mesa fue convocada bajo el título de “¿Sirve la Muestra al cine de los jóvenes?” y, como tuve el privilegio de dirigir la primera de esas citas —que había quedado inaugurada con el nombre de Muestra Nacional del Audiovisual Joven justo 10 años, 3 meses y 22 días atrás, desarrollándose del 31 de octubre al 3 de noviembre de 2000—, fui invitado a participar en los debates.
En aquella edición fungía como presidente del evento el cineasta Fernando Pérez, quien entonces escribió para el catálogo unas hermosas palabras de bienvenida, donde decía:
Nunca me he sentido capaz de dirigir colectivos, excepto cuando filmo una película. Por eso, cuando acepté dirigir la Muestra de Cine Joven hace dos años, me dije: lo haré como si filmara una película.
Cuando filmo (y cuando trabajo para la Muestra) me dejo llevar, muchas veces, por la intuición. Y desde el año pasado tengo una intuición que el colectivo del quinto piso ha hecho suya: la Muestra debe estar en manos de los jóvenes. Digo intuición, porque la realidad generalmente no está diseñada para que el reemplazo de generaciones fluya tan dinámicamente como los cambios en la pista del relevo 4 x 400.
En el año diez de la Muestra comenzamos a pasar el “batón”: el Jurado está integrado enteramente por jóvenes. El Bisiesto también (con la perspectiva de convertirlo en una publicación periódica que permita desarrollar el pensamiento de jóvenes críticos). Las mesas y eventos teóricos contarán también con la participación de los más nuevos. Y en el Comité de Selección de las obras en concurso se estrenaron (y entrenaron) jóvenes rostros que decidieron la programación que aparece en este catálogo. No es que se cierren las puertas a la experiencia: se trata de reafirmar ese ansiado espacio en el que los jóvenes cineastas se sientan responsables y no guiados o “tutoreados”.
Diez es un número cerrado y por eso adquiere el carácter de punto de llegada, recuento o mirada retrospectiva. Pero prefiero ver este décimo aniversario de la Muestra como inicio, brote, aurora de lo por venir. Porque junto a la intuición, tengo una certeza: las formas independientes de producción que caracterizan hoy al audiovisual joven serán, más temprano que tarde, una modalidad generalizada que llegará también a la industria. Estoy convencido de que no tendremos que esperar diez años para que este caudal impetuoso, arriesgado y renovador abra insospechados horizontes al cine cubano.
Preparémonos, desde hoy, para ello.
Todavía puedo recordar con nitidez el debate conducido por el crítico Joel del Río como moderador de aquella mesa y la provocadora pregunta que, a modo de pie forzado, movilizaba a los participantes y público: ¿sirve la Muestra al cine de los jóvenes?
También recuerdo que tuve que irme antes de que terminara el debate y no me enteré si alguien propuso algo concreto, no ya para que la Muestra le sirviera aún más al cine de los jóvenes, sino para que el audiovisual que hacían le resultara útil a la sociedad donde vivimos.
Porque al final se trata de eso: conseguir un cine o audiovisual que contribuya a —como le gusta decir a Jorge Luis Sánchez, otro de los presidentes que ha tenido el evento— “correr los límites de las cercas que embridan la libertad creadora”, quitar vendas sociales, un cine que ayude a hacernos más críticos —menos ingenuos— con la absurda cotidianeidad y, sobre todo, que nos oxigene la convivencia, tan maltrecha como anda, no solo en el plano económico.
Segundo recuerdo…
Lo manifesté en aquel instante: mi reserva mayor estaba en que la Muestra no había sabido convertirse aún en ese espacio irradiante a través del cual se pensara el audiovisual cubano como un proceso continuo y no como una sumatoria de episodios que tiene sus cinco días de esplendor, y una vez que termina, había que esperar un año para volver a vivir la fiesta, la ilusión de que entre todos éramos más jóvenes.
Sí, la Muestra trabajaba todo el año, pero yo hablo de saber proyectarse desde aquel sitio ubicado en el Vedado a lo largo y ancho de la isla, no como un fenómeno masivo —que no lo es—, sino como un proceso contagioso que aprovecha las nuevas tecnologías y las nuevas maneras de sociabilizar.
¿Por qué había que esperar a la fecha del evento para discutir todos esos asuntos vinculados a los jóvenes y su creatividad audiovisual, si justo se intentaba dejar atrás la gastada tradición intelectual que solo mira el espacio iluminado y ningunea lo que queda en la sombra? En este sentido, no me podía sentir más cómplice de lo que en aquel instante pretendía Fernando Pérez, que era, según sus palabras, abonar esos terrenos fértiles que los jóvenes podían inundar con su talento: pero no solo poner la Muestra en manos de los más nuevos, sino impulsarlos a revolucionar también las maneras de hacer esas muestras, de pensarlas, de organizarlas.
Tercer recuerdo…
En este sentido, lo que más me inquietaba estaba asociado a la ausencia de una voluntad intelectual que nos permitiera vislumbrar las estrategias a mediano y largo plazo: que los ayudara a impulsar esa revolución por la cual en el fondo suspiramos todos. Y francamente, no me hacía sentir cómodo que siguieran siendo las mismas voces de los primeros diez años (Gustavo Arcos, Joel del Río, yo mismo, por ejemplo) las que insistiesen en conceptualizar ese movimiento creador que, aunque no fuera un grupo explícito, ha funcionado como un colectivo con intereses grupales.
Lo curioso es que, dentro de los jóvenes, existían voces capaces de competir con sus ideas en la esfera pública. Lo demostraban con el Bisiesto, que aquel año tuvo el buen tino de estar “prohibido para mayores” —recuerdo haber propuesto que todos esos textos fueran colgados en el blog Cine cubano, la pupila insomne, pero nunca llegó ninguno—. ¿Qué estaba fallando, que todo ese arsenal de ideas apenas era aprovechado y discutido con la publicidad y sistematicidad que demandaba la época?, ¿por qué no se sentían los jóvenes inclinados a teorizar y encontrar argumentos sólidos que les permitieran seguir incrementando la calidad de sus creaciones?
Yo tenía mi propia tesis: pensaba que sobre todo en las escuelas donde formamos a los jóvenes se está enseñando a filmar “mejor”, pero no a cuestionar de dónde sale ese concepto de “lo mejor”. A cuestionar la autoridad misma del que canoniza. Como si en verdad ya hubiéramos llegado al Fin de la Historia y lo que no se filme de acuerdo a lo establecido por las Academias no sea legítimo.
Mas, ¿existirá algo más viejo que lo académico asumido sin distancia crítica?, ¿algo más viejo que sentirse un eterno epígono?, ¿lo joven no está precisamente en la conciencia de que es preciso desmantelar las visiones envejecidas?
Cuarto recuerdo…
Entonces, el 7 de mayo de 2018, se pronunciaron “los cineastas del Cardumen”, para recordarnos que los hijos siempre seguirán pareciéndose más a su tiempo que a sus padres.
Aquel Manifiesto generacional, que circulara en el espacio público —sobre todo de las redes sociales— con el nombre de “Palabras del Cardumen. Declaración de jóvenes cineastas cubanos”, es todavía el más provocador y lúcido de los textos que hayan podido articular los realizadores de la Isla en el siglo XXI. Y, paradójicamente, el más ignorado.
“Palabras del Cardumen…” contiene un montón de afirmaciones que merecerían ser discutidas. Eso es lo que lo convierte en un texto ejemplar, como todavía lo son “Por un cine imperfecto”, de Julio García-Espinosa, o “Dialéctica del espectador”, de Tomás Gutiérrez Alea, por mencionar apenas otras dos reflexiones elaboradas por cineastas que siguen iluminando nuestro pensamiento. Si algo encuentro de común en los tres textos es que consiguen ir más allá de la coyuntura en que fueron concebidos para retomar preguntas esenciales que aún esperan por el debate riguroso.
Cito alguno de los fragmentos que, en lo personal, más me siguen provocando:
Nuestro cine se opone al de la falsa esperanza, a ese cine complaciente que no busca generar diálogos productivos con el espectador y pretende adormecerlo para que reproduzca miméticamente conductas, valores e idearios desgastados, desconectados del complejo contexto en que nos ha tocado vivir.
[…]
Apostamos por un cine que nos permita reimaginarnos como nación de manera constante, en toda nuestra riqueza y diversidad. Un cine que se busque a sí mismo sin complejos: inclusivo, múltiple, arriesgado. Un cine que desactive los lenguajes viciados, que elabore su propia sintaxis. Que dude, porque fe que no duda es fe muerta. Que no tenga miedo de hablar del fracaso, de la decepción. Que tome consciencia de su poder transformador.
[…]
Se impone construir un diálogo con las instituciones y sus representantes, así como al más alto nivel del Ministerio de Cultura y de organizaciones que deben representar a los artistas, como la UNEAC. Pero ha de ser un diálogo en condiciones de equidad a partir de una lógica no autoritaria, patriarcal, paranoide; sino horizontal, respetuosa y desprejuiciada; y sobre todo efectivo, que conduzca a resultados concretos más allá de la retórica. En un país como el nuestro, la política cultural no debe ser un sobrentendido ni puede imponerse como dogma.
[…]
Nuestras películas, gestadas en la Isla y más allá, seguirán hablando y resonando aunque intenten ponernos mordazas. Hablarán por ellas mismas y serán nuestras voces, las voces de muchos. Encontraremos palabras nuevas, frases nuevas, lenguajes nuevos para contarnos. Pero nunca guardaremos silencio.
Como ya dije antes, con el Cardumen se perdió la oportunidad de entrar en debates profundos de asuntos que no solamente atañen al gremio de realizadores audiovisuales. Después de todo, el ICAIC fue esa institución que nos había enseñado que, ante la vanidad del arte que solo se autoreferencia, es preciso defender la responsabilidad del intelectual crítico. Basta con revisar esa historia sistemática de desencuentros entre ella y el poder político para adivinar de dónde nace esa visceralidad del Cardumen que molestaría a algunos de los que se posicionaron contra él en la esfera pública.
Quinto recuerdo…
Pero volvamos a la pregunta que nos convocó a discutir en aquella mesa: ¿han servido las Muestras a ese audiovisual que hacen los jóvenes, o ellos de cualquier forma lo iban a hacer, con Muestras o sin Muestras?
Pienso que, en todos estos años, ha crecido el oficio de aquellos realizadores que presentaron sus obras a concursos y no es gratuito que cuatro de los que estuvieron debutando en la primera edición (Miguel Coyula, Léster Hamlet, Pavel Giroud y Esteban Insausti) ya a estas alturas tengan un quehacer sólido, con obras que, como Memorias del desarrollo, por mencionar una, devienen un verdadero punto de giro en el plano formal, conceptual y hasta de producción, en tanto se trata de una cinta cubana realizada más allá de la Isla y con absoluta independencia.
Pero, además, ahora mismo son los jóvenes realizadores formados alrededor de la Muestra (Alejandro Alonso, José Luis Aparicio, Daniela Muñoz, por mencionar apenas tres) los que están consiguiendo reubicar el audiovisual cubano en los más variados y exigentes circuitos de exhibición que tendría este tipo de producción alternativa.
Entonces, lo dije en aquella décima edición del evento y lo repito ahora que pareciera ya no van a existir más: las Muestras sí han sido útiles. Y su legado permanecerá como una escuela invisible, a la que se regresa porque las lecciones permanecen en el ambiente.
Historiar la Muestra Joven ICAIC
La Muestra Joven ICAIC no fue un fenómeno precisamente corto, duró veinte años. Sin embargo, la información acerca de ella es sorprendentemente escasa y dispersa. En cambio, sus memorias se almacenan hoy en las colecciones personales de todo aquel que estuvo vinculado a ella.