I
¿Una película sobre La Habana? ¿Otra más? ¿Y otra coproducción con España? Te preguntas dudando de si ver o no esa cinta que acabas de descubrir en YouTube. A estas alturas, ¿necesitas acaso que alguien te diga cuál será el menú? La emigración, los viajecitos, los aeropuertos, probablemente la referencia a “los lazos históricos” que unen a nuestros pueblos. La Habana, claro, será la de los carros americanos de los 50; la del malecón, el Capitolio, la Catedral, el Prado. La Habana de la viejita con la jaba, de los jugadores de dominó en la acera, del bicitaxi. Todo un parque temático en el que no faltarán los gritos, ni el sexo. Sexo desaforado, porque La Habana es tropical y el trópico es caliente, lujurioso, gritón.
La tentación es fuerte. Además, ¿quién va a saber, a enterarse, de esa irreprensible inclinación tuya al kitsch del castrismo; a la congoja y la nostalgia por ese malecón abierto y cerrado, con su mar infinito, antidemocrático? Pero tú si vas a enterarte y debería darte vergüenza. Entonces haces una búsqueda rapidita por los cotos de Internet: tiene que haber algo que justifique esa otra mancha que estás a punto de dejar en tu expediente de más sabe el gusano por gusano. Naturalmente, encuentras: los autores del guion son Héctor Quintero y Ángel Peláez, un español del que no sabes ni un pasodoble.
El cubano, como afirma Ecured, está considerado “uno de los autores más importantes de la escena de la Isla” y seguro habrá sido incapaz de una chapucería, o de haber siquiera tomado parte en ella. Como si no fuera suficiente, oyes por ahí que el tema musical es de Pablo Milanés, quien hace una aparición en la cinta. Te enteras, además, que el rol protagónico lo interpreta la reconocida y premiada actriz cubana Broselianda Hernández. El también conocido humorista cubano Ulises Toirac tiene unas líneas. En conclusión, piensas que en el peor de los casos te reirás un poco, escucharás buena música y te pasearán por los consabidos lugares comunes —literalmente hablando— de Habanalandia.
Vences la última resistencia, tomas control del remoto y te tiras. La película Siempre Habana [SH] empieza. La copia es malísima, y es peor ampliada en el televisor, pero ya no hay marcha atrás.
II
Pasados algo más de los primeros cuatro minutos, ni te has reído ni das crédito a lo que acabas de ver y escuchar, ya sabes que lo que siga solo será más chocante y repulsivo. Pero es esto mismo lo que ahora te pega a la película: presientes que es un bodrio, pero también una ventana, quizá como ninguna, desde donde mirar la profundidad, el espesor y la desfachatez del racismo cubano y de su concubinato con el régimen colonial. SH no es comedia; ni farsa siquiera. Los chistes, o no funcionan por absurdos, o por no tener que ver con el contexto; o porque lo único que pueden producir —si el espectador está realmente atento— es rabia e indignación. Sin embargo, la cinta —hay que insistir—, producida en parte por el ICAIC, se exhibió en La Habana y no hubo una sola voz que protestara contra su contenido racista y colonial.
La trama tiene dos partes que se interconectan. La primera es la del viaje a Galicia de Luz Divina DaAcosta Fonsagrada (Broselianda Hernández) por una herencia que le había dejado Laureano, su abuelo español. Este tuvo relaciones con una blanca, que resultó ser la abuela de Luz Divina, a la que abandonó. Probablemente, tuvo una hija con ella, antes de irse de Cuba la reconoció y luego le dejó una herencia. Pero, ¿por qué Luz Divina no tiene otros nombres que los del abuelo español? La única explicación posible es que tal vez la madre la tuvo fuera de matrimonio y que en esa época fuese considerada como “hija natural”. En este caso, la madre la habría inscrito con “sus” apellidos que eran, claro, los del abuelo gallego: DaAcosta Fonsagrada. Pero esto no puede ser, pues Luz Divina no puede tener en la película más de unos 30 años, a lo sumo 35. Es decir, nació después de 1959.
Cuando llega a Galicia, se presenta a sus primos como Luz Divina Fonsagrada; simbólicamente, es la hija de su abuelo. De esta manera, la madre es borrada y con ella, el origen cubano de Luz Divina, o sea, Cuba. Si esto es inquietante, más lo es el silencio del personaje —su indiferencia y desinterés— por su familia materna. Al llegar al “castillo”,[1] Luz Divina les expresa a sus primos su alegría de estar en Galicia, de la que “tanto había oído hablar”, y de rencontrarse con su familia. ¿Rencontrarse? Era la primera vez que los veía y que estaba en Galicia. Además, es obvio que ni conoció al abuelo. No obstante, mirando el óleo suyo en la casa de los primos, le comenta a Ignacio que, mientras más mira el retrato, más parecido lo encuentra al abuelo. Tampoco dice absolutamente nada que sugiera que pudo haberlo conocido. Lo que no imaginaba era que “su familia” le había preparado una farsa para engañarla y quedarse con la herencia. El “cuento de hadas” que le habían montado, con el primo cuarentón Ignacio, haciéndose pasar por conde, era puro trucaje.
Pero Luz Divina no se queda atrás. Deslumbrada por esa alcurnia, decidió inventar sus propios blasones. “Vivo de lo más bien […] Imparto clases en la muy centenaria Universidad de San Cristóbal de La Habana.[2] Sí, soy catedrática”. A ese título nobiliario, añadió un palacete en geografía de lujo: “sin ir más lejos, la casa donde yo vivo, que la construyó el abuelo, es un gran palacete, casi tan grande como la mansión de ustedes. Fíjense que ahora se llama Gran Residencial Caribe y está situada en la parte más elegante de La Habana, que es el Vedado”.
Mas no le bastaba todo ese “prestigio” para impresionar a los primos. “Yo tengo vecinos muy distinguidos”, uno “conduce un enorme Chevrolet descapotable y no les falta nada, primo. Si vieran mi televisor a colores, es un sueño, parece que los artistas están ahí mismo”. El hecho de que los primos no se echaran a reír o no hicieran algún gesto de sorpresa ante semejantes “logros” da una idea de lo rocambolesco del guion. Aquí no hay humor. Por el contrario —y hay que ver la expresión de Broselianda mientras dispara estas líneas—, me parece estar viendo el típico estereotipo del guajiro al que era fácil venderle el Capitolio.
Esto apenas es el comienzo. Los primos la llevan al Corte Inglés, donde comenta extasiada la cantidad de ropa que ve. Tomasín le dice que el capitalismo tiene sus ventajas. ¿Y qué le responde Luz Divina?: “Sí, no lo dudo, pero para que algunos tengan de todo, otros tendrán que pasar sin duda”. ¡Bajarse a estas alturas con ese teque, así, al duro y sin careta! ¡Con los años que han pasado desde películas como Guantanamera!
En la tienda, Luz Divina se entusiasma con una tanguita que quiere regalarle a una vecina que es bailarina. Tomasín le espeta la pregunta claramente coloreada de racismo: “¿De Tropicana?”. Ni corta ni perezosa, ella completa y sube la parada racista: “¡No!, ¡qué va!, mucho más fino…, del Ballet Nacional de Cuba” [BNC].
El viaje de Luz Divina a Galicia es el relato que les hace a sus vecinos y amigos del edificio donde vive. Acababa de recibir un cable de sus primos en el que le avisaban de su inminente llegada a La Habana, respondiendo a la invitación que ella misma les había hecho. Antes del cable, le habían enviado una carta que nunca recibió porque Edelmira —la vecina malvada— la había interceptado y quemado. Con el arribo repentino, los primos descubrirían todas sus mentiras y eso la asustó tanto, que el grito que dio hizo que todos corrieran a su apartamento a ver qué le ocurría. A ella no le quedó otra que contarles todo lo que había inventado en Galicia. Al ir enterándose, los comentarios de los vecinos iban revelando la realidad de Luz Divina. No era catedrática de la Universidad, sino maestra de primaria. Vivía en lo que sin dudas había sido una mansión, pero era ahora un amasijo de apartamentos. Nada de televisor a colores, sino uno en blanco y negro, soviético. Ana Marista, la presidenta del CDR, comenta: “La Unión Soviética ya no existe, por desgracia, ni el televisor tampoco”. “Lo mismo que le pasó a la Unión Soviética”,[3] salta Teresa, otra vecina.
Ana Marista es uno de los personajes clave. Es la personificación misma del ojo vigilante y represivo de la ideología del Estado. LD explica que les mintió a los primos “para que no pensaran que Cuba estaba tan mal cuando todos acuden a su grito y le preguntan por qué el cable la había alterado tanto”. Ana le abre los ojos en señal de advertencia y LD, temerosa, agrega: “claro, a causa del bloqueo”. El mensaje de la expresión facial de Ana es un inequívoco ¡más te vale!
Tras mencionar la mentira de que era catedrática, Ana vuelve a preguntarle a LD el porqué del engaño. Ella lo justifica: “Yo no quería decir mentiras; yo lo que quería era hacer más bonita mi realidad, ¿comprenden?”. Teresa le responde afirmativamente: “Claro que te comprendemos”. A continuación, LD les advierte que hay más mentiras; no sin antes empezar por la justificación: “Me di cuenta que tenían una imagen estereotipada de lo que es Cuba…”.
Ana, indignada, abriendo el abanico: “¡No me extraña! ¡La propaganda imperialista habrá hecho estragos!”. “¡Claramente!”, le responde LD, “yo traté de contrarrestarlos! ¿Hice mal?” La respuesta de Ana es rotunda: “¡No! ¡Hiciste muy bien! —y dice esto inspeccionando los demás rostros, para asegurarse de que estaban de acuerdo—. ¡Eso es lo que hace un verdadero revolucionario!”.
Es importante tener en cuenta el contexto del engaño.
Los primos le habían mostrado el árbol genealógico de la familia: la rama cubana aparece marginada, separada de la española que es, naturalmente, la que tiene historia, la que pesa. El racismo de esa alienación se patentiza en que casi nunca se establecen separaciones por razones de raza o nación en los árboles genealógicos. El de los DaAcosta Fonsagrada, a través de la alienación del lado cubano, eleva su estatus. Visualmente, los cuatro recuadros del lado cubano marcan su falta de peso histórico, su carácter advenedizo.
Después de mostrarle a LD el árbol genealógico —que ya ha “rebajado”[4] su estatus—, van a la ciudad y, frente a la catedral de Santiago de Compostela, significante de prestigio histórico, la afirmación de Tomasín de que “seguro que en Cuba no tenéis una cosa así de bonita” continúa desvalorizando el estatus y la historia, no de LD, sino de ustedes/vosotros los cubanos. La respuesta de LD revela, en el mejor de los casos, la absoluta falta de ojo crítico de Héctor Quintero si no se percató del racismo del guion; en el peor de ellos, su tácita complicidad. LD responde que los cubanos también tienen “edificios impresionantes” como el Morro… y ¡la embajada de la Unión Soviética! El problema con esto es que, aun si los espectadores toman esto como chiste y se ríen, no hay dudas de LD habla en serio, lo cual hace parecer estúpido al personaje —de hecho, a través de toda la película. En esta escena es que LD añade a esos ejemplos de la arquitectura nacional su mansión: ¡la que, según ella, había construido el abuelo español![5]
III
La primera parte de SH —el viaje de LD a Galicia— la ven los espectadores según la van viendo en sus mentes los amigos a los que ella narra la historia. El relato es interrumpido por las reacciones y preguntas que le hacen para que les explique por qué inventó esto y aquello. Por tanto, la acción pasa todo el tiempo del viaje a Galicia y la interacción con los primos al cuarto de LD, donde conversa con sus amigos, con excepción de uno que es rápidamente eliminado del lugar: Edelmira.
Esta accidentalmente se corta —estaba pelando papas— cuando LD grita al leer el cable. Cuando en la confusión empiezan a gritar “¡Sangre!”, Totó los calma haciéndoles notar que era la sangre de Edelmira. Él es su esposo, el único personaje negro. Edelmira es también negra, pero más clara que Totó. Cuando al fin se revela la causa de la alteración de LD, la cámara enfoca a Edelmira, que sonríe para sí con malévola satisfacción, mientras se ve quemando la carta que había interceptado impidiendo que llegara a manos de LD.
No se tiene ninguna pista de por qué hizo algo así y, por supuesto, nadie lo sabe. Por eso resulta tan iluminador que todos los que corrieron solícitos a auxiliar a LD no prestaran mucha atención a la mano herida, en alto y sangrando. La presidenta del CDR le mira la mano y se deshace de ella: “¡Vete a curar, hazme el favor!”. Edelmira, pues, desaparece del grupo, que sigue interactuando con LD durante la historia que se narra. De esta manera, queda marcada como la villana de la historia; como tal, su vida no importa. Más aún, a ella puede sucederle cualquier cosa. No es casual, ni un detalle sin importancia, que el guion empezara cortándola, dejándola sangrar y borrándola.
Luz Divina, en primer lugar, y todos los demás personajes —el abuelo y los primos incluidos— aparecen en marcada oposición a Edelmira. No porque sean realmente mejores, o diferentes; sino a cuenta de una “superioridad” ante todo racial.
Luz Divina justifica sus mentiras más de una vez con argumentos que no tienen que ver unos con otros: “para que [los primos] no pensaran que Cuba estaba tan mal”; “para hacer más bonita mi realidad”; para contrarrestar “la imagen estereotipada [que tenían los primos] de lo que es Cuba”.
Estos argumentos —junto con las mentiras que quieren justificar— revelan que LD solo pensó en sí misma, en términos tan racistas y elitistas como sus primos españoles. Para que no pensaran que Cuba estaba tan mal, les dice que vivía muy bien. Añade que es profesora de literatura, catedrática; nada menos que en “la muy centenaria Universidad de San Cristóbal de La Habana”. A los ojos de LD, ser maestra de primaria —lo que ella era— es estar muy “mal”. Por tanto, implícitamente, los maestros de primaria en Cuba tienen un trabajo, una posición inferior.
La impronta elitista se realza por el énfasis: es catedrática y, además, de literatura. De lo que se trata es de pulir el estatus, de abrillantarlo con significantes que ella asocia con la “alta cultura”. Por eso, la universidad no es solo centenaria, sino muy. El estatus, además, está asociado con el prestigio acordado al pasado colonial. Así oculta a la amiga que baila en un cabaret y la remplaza por una más fina —blanca—, que baila en el BNC. Igual con la vivienda: nada de apartamento, sino mansión. O sea, LD se blanquea, y a Cuba con ella. No quería que los primos pensaran mal de Cuba. Y no debe sorprender, pues, antes de que llegara a Galicia, ellos la habían imaginado mulata; una posible presa de Tomasín, el más joven, para quien Cuba era solo una mulata que debía satisfacer su apetito sexual, convencido de que La Habana estaba llena de mulatas.
Ignacio y Tomasín habían ido a esperar a LD al aeropuerto. “A lo mejor es una mulata que te cagas”, comenta el sobrino. “Pues mejor para ti, con lo que te gustan…”, le responde el tío. Ven ir hacia ellos a una mulata muy voluptuosa y Tomasín se entusiasma: “¡Es esta, es esta! ¡Qué buena está!”. Pero, por supuesto, se equivoca. LD, que está detrás de ellos, saluda a Ignacio creyendo que era Tomasín. Cuando llama a su sobrino, este le dice a LD: “Hola, prima, ¡qué sorpresa!… Te imaginaba un poco más mulatita, más negra…”. LD no nota en lo absoluto el estereotipo racista con que la reciben. Por el contrario, sonríe y admite —como si se tratara de algo absolutamente natural, y hasta esperado—: “Eso suele pasar…”. Y añade, sumándose ella misma al flujo racista: “Aunque al abuelo le gustaban las mulatas, yo soy el fruto de su amor con una blanca; por cierto, una blanca muy bonita, que era mi abuela”.
Así, pues, en la puerta misma de llegada al aeropuerto, el racismo y el “pasado” colonial comienzan a articular complicidades racistas y esclavistas. El gusto del abuelo por las mulatas continúa en los afanes depredadores de Tomasín, y también de Ignacio —a pesar de las apariencias—, que no dejan de apuntar a la violencia esclavista. ¡Cuántas veces no escuché a muchos amigos y conocidos en Cuba decir que la mulata era lo mejor que habían inventado los españoles! En alguna que otra ocasión me sumé al festejo, añadiendo que también el mulato. Fue solo mucho después de haber dejado la Isla que mis lecturas y reflexiones iluminaron para mí la violencia esclavista —la violación del cuerpo negro— de la que nació la mulata. Cuerpo mulato que, paradójica, trágica, pero no inexplicablemente, se convirtió en objeto de la persecución y la cacería de la imaginación patriarcal, machista. Ese cuerpo aparece en SH como objeto de tráfico, inscrito en la mentalidad del colonialismo español que se resiste a la pérdida del 98 y en la propaganda turística “revolucionaria” afincada hoy en los fueros del mismo dominio colonial al que trataron de poner fin los independentistas cubanos.
IV
Desde el momento mismo en que pisa Galicia, el estereotipo racista y sexista que sus primos gallegos tienen de Cuba salta y rebota ante la compañera LD. En este sentido, las escenas en el aeropuerto, el viaje en auto hasta el “castillo” y la entrega de los regalos que LD les lleva de Cuba constituyen la bisagra entre el viaje de ella y el de ellos, así como del tráfico racista y colonial de las dos partes. Tomasín lleva al aeropuerto un número de la revista de turismo cubana Sol y Son. Mientras LD les explica su origen blanco, sin prestarles atención al tío ni a la prima, exclama: “¡Hostia, hostia! ¡Mira qué mulata!”. LD lo mira sonriendo. Es imposible exagerar la importancia de la revista, que funciona como vitrina de exhibición y venta del cuerpo de la mulata como objeto de consumo, de comercio negrero entre sujetos masculinos blancos que, por españoles, arrastran la rémora del pasado esclavista de la Isla. En este contexto, LD, hay que advertir, no es solo un sujeto cómplice, sino facilitador además del poder blanco.
Una vez en casa de los primos gallegos, LD les entrega los regalos que, como era de esperarse, son los que se le vende al turismo en Cuba: los sombreros típicos, las guayaberas, el café Cubita, ron… No Habana Club, ni Santiago; sino Mulata. ¿Y en qué manos “casualmente” lo deja LD?: en las de Tomasín. “¡Es el que a mí me gusta!”, exclama. También lleva habanos, que los recibe Ignacio.
El obsequio del ron Mulata anticipa el rol facilitador de LD de mujeres cubanas para sus primos españoles cuando estos llegan a Cuba. Los hilos de ese jineterismo empiezan a tejerse, con tanta desfachatez como hipocresía, en la recepción que ella, sus vecinos, y sobre todo la presidenta del CDR, organizan a todo trapo para los gallegos visitantes. Por otra parte, ¿en qué, sino en objeto de consumo, de carne exótica en venta, convierte ese ron a la mulata? Y si no, ¿por qué no un ron Mulato? Cuando todo está listo e Ignacio le dice a Tomasín que se van a Cuba, este salta: “¿A Cuba? ¡Pero si está llena de mulatas en todas las esquinas!”.
V
Después de escuchar la sarta de mentiras que LD les contó a los primos, además de mostrarse “comprensivos”, pasan a catalogarlas de fantasía. Para colmo, como si se tratara de Don Quijote o de Emma Bovary, se lo atribuyen a sus lecturas, ¡a la literatura! La transformación deja entrever el doble estándar sobre el que se cimenta el poder blanco; un poder discursivo que legitima acciones concretas, leyes y juicios que establecen privilegios y marginan.
Teresa, asombrada, le dice a LD: “¡Qué fantasía la tuya! Yo no sé cómo se puede decir tantas mentiras. ¿Tú sabes quién tiene la culpa de eso? Tanto libro como tú lees”. Y lo que añade no tiene precio: “¡Y el Valle-Inclán ese con sus Divinas palabras!”.[6] Esto se lo dice apuntando a un retrato del escritor que LD tiene en la pared de su cuarto.[7] LD se defiende con el argumento de que la “fantasía y la belleza” eran necesarias, “sobre todo en estos tiempos”. ¿Cómo fue que pasamos de la mentira a la fantasía y de esta a la belleza?[8]
VI
El objeto del tráfico desigual, racista y elitista entre una Cuba nostálgica de su pasado colonial y una España que nunca se resignó a perder a la isla, que comienza en el aeropuerto de Galicia, es el cuerpo de la mujer negra, mulata; reificado en el vuelo de los primos a La Habana. Simbólicamente, tanto el espacio aéreo como la puerta por la que sale LD en el aeropuerto al llegar a Galicia constituyen fronteras, puntos de cruce, de idas y venidas, de paso. Durante el vuelo que los lleva a La Habana, Tomasín se excita al ver a una azafata mulata que le ofrece algo de beber. Cuando ella sigue su camino, él vuelve la cabeza y le clava la mirada en el culo, al tiempo que imita un rugido con la boca. Para su sorpresa, ella le hace una seña, invitándolo. Sale disparado, cierra la cortina y se le echa encima. La blusa se abre y se ven las tetas. Los dos están excitados, él le dice “descarada”; pero enseguida se percata uno de que está soñando porque empieza a toquetear a un dormido Ignacio, quien se despierta.[9]
Esta escena —justo antes del aterrizaje— es inquietante porque de manera deliberada funde la realidad con el sueño y la fantasía erótica. Incluso en el momento en que dirigía a ella escuchamos brevemente una música con guitarra que cualquier oído reconocería como campesina. La azafata mulata es Cuba, que se abre rápida y voluntariamente a la voracidad del turista, sobre todo del español. Se abre a un deseo que no acepta un no a sus avances; es, por tanto, una violación encubierta.
De hecho, se puede afirmar que toda la trama de SH se bifurca en dos direcciones, aunque interdependientes. Por un lado, está la recepción que LD y el CDR ofrecen a los gallegos y que constituye el clímax del sometimiento colonial de Cuba a España. Por otro, la caza de la mulata que emprende Tomasín. La cacería, como se verá, lo lleva de la mulata fingida, y que por lo mismo no desea (Valkiria) a la de verdad, y a la que intenta poseer por la fuerza (Edelmira). Por esto, el intento de violación de Edelmira es el espejo invertido de la entrega voluntaria de la azafata. La fantasía, el sueño, no era que esa mulata se abriese para él espontáneamente, sino que lo resistiera, imponerse a ella por la fuerza.
Los sujetos masculinos cubanos —blancos por demás— con los que intercambia Tomasín resultan ser cómplices machistas y racistas que, o se ofrecen a participar en la trata de mulatas —como Cuco—, o están más ansiosos por afirmar su masculinidad que en ripostar los avances racistas y la imagen colonial y estereotipada de la mujer cubana que comparten.
En el recibimiento que preparan a los primos en la “mansión” de LD, Valkiria baila un espasmódico cisne blanco. Inmediatamente después, se acerca a Tomasín, sentado debajo de una baranda, tomando una cerveza. Encaramándose en la baranda, se le insinúa: “Jei, galleguíviri, ¿te gusté?”. Él no entiende. Ella cruza a su lado e insiste con el mismo tono: “Te pregunto si te gusté”. Como sigue sin entender, Valkiria se indigna: “¿Tú quieres decir que no te gusté?”. “¡¿Tú te has fijado bien?!”, le dice gesticulando para que mire su cuerpo. Esto tampoco funciona. Él sigue creyendo que Valkiria se refiere a su actuación. Todavía molesta, insiste: “¡No! Tú no me entiendes bien. Lo que yo quiero decir es si te gusté, pero no como bailarina, sino como amiga, ¿entiendes? Vaya, que si tienes algún problemita que yo te pueda resolver, yo te lo resuelvo”.
Como era de esperarse, él le dice que sí, que tiene algo que resolver: “Yo vine a La Habana pensando que sería muy fácil encontrar una cosita”. Entusiasmada, ella acerca el oído y se observa la irritación que empieza a dibujarse en su rostro. Sin decirle nada, le da la espalda y lo deja solo.
Lo que se ve es un lance jinetero. Valkiria se lanza sobre Tomasín y se le ofrece sin ton ni son. Su disposición a ayudarlo a resolver “algún problemita” podía ser interpretado no solo en el sentido de resolverlo ella, sino también de procurarle otra persona que lo hiciera. Pero de lo que no cabe dudas es que Valquiria le ofrece sexo. Y el apóstrofe, galleguíviri, —no lo llama Tomasín— sugiere que había tenido en cuenta el pasaporte al intentar seducirlo. Nótese incluso que, aunque irritada, no riposta a lo que debió resultarle insultante, como mujer y como cubana.
Más tarde, por la noche, LD entra en su apartamento; Valkiria, detrás de ella, todavía en traje de cisne, angustiada. Furiosa, le cuenta lo ocurrido: “¿Tú sabes lo que es verme despreciada, humillada, aplastada, por el gallego ese? ¡Y todo porque no soy mulata!”. LD no le pegunta nada, ni se irrita. Se limita a responder: “¡No me digas!”. Uno esperaría que aprovechara esta otra ocasión para poner a sus primos en su lugar y contrarrestar el estereotipo insultante y racista de los gallegos. También se queda callada cuando Valkiria estalla: “¡Pero yo encuentro una solución, o me dejo de llamar Valkiria!”.
Esa misma noche, en el Hotel Nacional, Ignacio recibe una llamada en su habitación. El recepcionista le informa que lo espera abajo “una señorita”. Ignacio, sin preguntar quién es, responde: “Ahora mismo bajo”. Desde la ventana de la habitación, la cámara muestra la Embajada de España. Llama a Tomasín, en la habitación junto a la suya, y le dice sonriente: “¡Acaba de llamarme Candelaria! ¡Esa que está tan exuberante!”. Y con las manos dibuja las formas de su cuerpo. ¿Cómo sabía él que era Candelaria si la recepción no se lo informó y no había preguntado? La única respuesta posible es que lo habían acordado a espaldas de los espectadores.[10]
Casi al mismo tiempo, Tomasín recibe una llamada en su habitación de Valquiria, quien se pinta de mulata mientras habla con él. “Tengo algo para ti”, le dice, “una mulata que es puro fuego”.[11] “¡Una mulata!”, exclama Tomasín. “Como a ti te gustan”, responde sonriente. Para demostrarle que era “buena amiga”, le ofrece su apartamento, y hasta la cama. Él le dice que va y se despiden.
Tomasín toma un condón. Corre hacia el edificio y sube raudo la escalera. Llega al apartamento y toca en la puerta. Valkiria está perfumándose, acicalándose. Se ha puesto una peluca afro. Rápidamente, se acerca a la cama, se abre doblando una pierna a la altura de la rodilla que descansa sobre el colchón; se pone una mano en la cintura y, sonriente, lo invita a entrar. Cuando Tomasín se acerca, le dice que su cara le parece conocida y ella admite que es Valkiria. Pero el plan es engañarlo haciéndose pasar por mulata fracasa. Tomasín enfurece al descubrir que tiene una teta blanca. “¡¿Tú te crees que yo soy parvo o qué?! ¡Tú no eres ni mulata, ni tapiñada, ni garrapiñada, ni nada!”, le grita. Y, antes de irse, le dice que se vaya “a tomar por el culo”. Aún después de otro insulto, de otra humillación, Valkiria le implora mientras él sale por la puerta. Desde el colchón, doblada de rodillas, lo llama desesperada: “¡Tomasín!”.
Esta escena representa, con el mismo significado racista y colonial —pero invirtiendo la identidad sexual—, el personaje del negrito en el teatro bufo, a cargo de un actor blanco. Si bien en el teatro bufo la mulata era la compañera del negrito y de su destino,[12] aquí se ve a una mujer blanca que se pinta de mulata y construye su personaje desde la perspectiva blanca, colonial y patriarcal. Es, puede decirse, una recuperación del negrito como negrita. De ahí la elección del afro. Al mismo tiempo, Valkiria —espejo de Tomasín como depredador sexual— actúa el estereotipo de la mulata de apetito sexual insaciable. Acudiendo al repertorio racista clásico, le había prometido a Tomasín una mulata de fuego.[13]
Valkiria, despreciada y humillada por el español, es, a su vez, el vivo espejo de la Cuba actual, que sueña el vasallaje perdido al mismo tiempo que reivindica el racismo de su amo primigenio y de sus criollos fundadores.
La escena que sigue, a la mañana siguiente, resulta crucial. Tomasín va al encuentro de Ignacio en la piscina del Nacional. El tío le dice que, “después de lo de la mulata de ayer”, debía estar muerto. ¿De qué “mulata” habla Ignacio? Se sabe que la noche anterior se había llevado un chasco con Valkiria, justo por no serlo. La pregunta, sin embargo, se refiere al encuentro con una mulata. En efecto, Tomasín responde que “eso no fue lo peor”, sino “lo de la otra” (Valquiria). “Con el calentón que llevaba estos días”, le dice al tío, “pues, no tuve suficiente con un chequeo rápido. Valkiria se me puso a huevo, y mira, entré a matar”. Como él mismo dice, fue Valkiria quien se le regaló y el lenguaje sexista (calentón, chequeo rápido, se me puso a huevo, entré a matar) deja muy en claro que, a falta de lo que él hubiera querido, esta le sirvió para satisfacer un deseo inmediato.
Mientras le dice esto al tío, se ve lo sucedido. Después de salir corriendo del apartamento de Valkiria, regresó con la misma prisa. La puerta estaba prácticamente abierta. No había nadie. Entró, miró alrededor y vio un retrato de ella.[14] Se tiró en la cama y, mirando el retrato, comenzó a masturbarse. Valkiria es, pues, para él, un mero objeto, una cosa con que desahogarse sexualmente, al punto de que ella misma, como ser humano, es absolutamente prescindible. Pero es ella misma quien ya se había ofrecido de esa manera y lleva su propia abyección un paso más lejos. Entrando de pronto, cubierta por una toalla, y, lejos de irritarse con la intrusión, se queda en el umbral, sonriendo, mientras lo mira masturbarse. “¡Tomasín!”, le dice sin dejar de sonreír. Él se sorprende. “Deja eso, que yo estoy aquí”, a pesar de ser obvio que su presencia no era necesaria. No obstante esto, y todos los insultos —por segunda vez—, actúa como si nada hubiera pasado y se mete en la cama con él.
Pero, ¿quién fue “la otra”? Esa misma noche, entre la primera y la segunda visita a Valkiria, Tomasín casi logra poseer una mulata. Se trata de la villana Edelmira. Su historia, que se cuenta entre las de Valkiria y Candelaria, ilumina aún más la hipocresía del discurso racista que saltó desenfrenado de la boca del presidente cubano Miguel Díaz-Canel, de los medios de difusión, e incluso de algunos de los intelectuales y escritores de la isla —blancos y no blancos—, quienes respaldaron el racismo del Estado y/o hicieron sus propias declaraciones racistas.
Los participantes de las demostraciones fueron inmediatamente percibidos como negros y, en cuanto tales, se les etiquetó con los consabidos marcadores racistas: marginal, violento, inmoral, indecente, mercenario, vulgar, chancletero, etc. ¿Quién dice que estas etiquetas no le vendrían como anillo al dedo sobre todo —pero no exclusivamente— a Valkiria, que se comporta como una depredadora sexual, al igual que Tomasín? ¿De qué decencia puede hablarse en su caso? Si se invoca la moral, la decencia y la cultura, ¿qué conducta puede ser más vulgar e inmoral que la de Valkiria? ¿Qué duda puede tenerse de su mercenarismo? Pero ella, Candelaria, Cuco —que le promete a Tomasín ayudarlo e encontrar una mulata—, Luz Divina, Ignacio, Ana y hasta Teresa, son los personajes positivos, los premiados, los que aseguran, de una u otra manera, el viajecito a Galicia, a España. Son también blancos, con la única excepción de Candelaria, quien de todas formas es más clarita que Edelmira y su esposo Totó.
VII
Edelmira es la villana. Además de interceptar y quemar la primera carta que los primos le envían a LD, va al Hotel Nacional para contarle a Ignacio la farsa que LD había montado. Cabe advertir que a Edelmira la castigan casi en cada instancia en que comete un “acto contrarrevolucionario”. El grito de LD, al principio, hace que se corte “accidentalmente” la mano. Al cortar el cable, la coge la corriente y cuando se mira en el espejo, de regreso en su habitación, ve horrorizada el precio de su mala acción: el corrientazo le paró las pasas.
Cuando termina de explicarle a Ignacio, el supuesto conde, lo de la farsa, Edelmira le dice: “Señor conde, debo irme. (Y con afectación) Es que yo presumo de ser una mujer decente y no está bien que ande sola por la noche…”. Ignacio le da las gracias e insiste en que lo espere cinco minutos porque va a darle una sorpresa. Lo que hace entonces es llamar a Tomasín a su habitación y lo urge a ir a la piscina. “Te he conseguido una mulata”, le dice. De este modo, literalmente hablando, le entrega Edelmira a su sobrino, tal como el dueño de una plantación dispondría de cualquiera de sus esclavas.
Tomasín aparece en la piscina, caminando entusiasmado. Cuando llega junto a Ignacio, este le muestra a Edelmira. De inmediato le va arriba y ella retrocede, mientras Ignacio los “presenta: “Edelmira, mi sobrino”. Inquieta, le pregunta a Ignacio qué le pasaba (a Tomasín). Sin hacerle caso, se pone de pie, pide la cuenta y desaparece. Edelmira le grita que no la deje sola con su sobrino, que la asusta. Tomasín sigue acosándola; ella trata de desasirse, lo abofetea y le advierte que es una mujer casada. Él arrecia la acometida y le dice que casadas son como le gustan a él. Ella lo empuja, agarra la cartera, se pone de pie y corre gritando auxilio. Las demás personas que están ahí no hacen nada, miran. No debe olvidarse que esta escena, filmada con intención cómica, muestra la rapidez con que escala la violencia del acoso de un turista extranjero —español— contra una mujer cubana.
La persecución continúa fuera del Hotel Nacional. Edelmira sigue pidiendo auxilio. Cae al césped y se echa sobre ella. Se defiende con la cartera y lo llama, con razón, gallego violador. Él se ríe y le dice que no es violación, sino “amor de verdad”. Ella sigue golpeándolo con la cartera mientras insiste en que es “una mujer decente”. Él saca un condón; ella continúa defendiéndose con la cartera. Se escucha la sirena del patrullero que se acerca. Edelmira vuelve a llamarlo violador, logra levantarse y echa a correr, al mismo tiempo que el policía del patrullero llama al punto de control y dice que “al parecer una jinetera está asaltando a un extranjero”. Corriendo, Edelmira sube los escalones del monumento al Maine, perseguida por Tomasín.
El policía grita: “¡Deténgase!”. Ella tiene la espalda pegada al monumento cuando la detienen. “Cualquier cosa que diga será usada en su contra”, le dice el policía. Edelmira replica: “¡Pero, agente, si yo soy la víctima aquí!”. “¡Mira que estar desvalijando a un turista, carajo!”, responde él y la esposa. Así, del parecer, el policía pasa a juzgar y presenta cargos sin tener absolutamente ninguna evidencia. La advertencia legal es una mera formalidad, pues lo que dijo fue, en efecto, usado en contra de Edelmira. Aunque le dice al policía que Tomasín es un “maniaco sexual,” sin hacerle caso él le ordena caminar “pa’ la unidad”. El gallego, escondido también en el monumento, ve cómo se la llevan. Todo esto sucede con una música de fondo que invita a reír de lo que se ve.
Edelmira les cuenta a Ana y a su hija Candelaria lo que le había ocurrido, añadiendo angustiada: “Pero me llevaron presa bajo el cargo de… jinetera”. E insiste: “Yo, que siempre he sido una mujer tan decente. ¡Porque yo soy una mujer decente!”. Aquí no hay sutilezas. Al escucharla, la presidenta del CDR asiente con la cabeza; pero su rostro dice otra cosa. Edelmira pregunta: “¡A ver! ¿Me merecía yo algo como esto?”. Candelaria, con aires de indignación, le responde que sí. Sorprendida, Edelmira se vuelve a Ana; pero esta, concordando con su hija, le dice que “el que la hace la paga”.
Ni Candelaria ni Ana cuestionan en ningún momento la veracidad de la historia de Edelmira. La escena del intento de violación aparece como real, y como burla, en SH. Las continuas pretensiones de decencia que el guion pone en su boca están ahí para que no solo Ana y Candelaria, sino también los espectadores cubanos concluyan lo contrario: Edelmira es indecente. Aunque había ido al Nacional con un vestido que pudiera considerarse provocador, no se ve nada que sugiera que estaba buscando sexo con Ignacio. Pero el vestido es, implícitamente, la señal que el patriarcado blanco, racista y misógino le hace a la audiencia para que condone el intento de violación de la mujer. El vestido, los gestos, el cabo de tabaco y la afirmación de decencia que debe leer al revés han sido plantados para que el público crea que ella se lo buscó. Todos se confabulan para afirmar que ella se lo merecía. Candelaria y Ana tampoco dicen nada sobre los gallegos, aunque Ignacio sabía lo que iba a ocurrir y, de hecho, alentó y facilitó el asalto.
SH muestra a cara descubierta el racismo institucionalizado y sistémico, y el vasallaje colonial. El CDR y la policía, perfectamente acoplados, desvalorizan a la mujer negra, “indecente”, mientras legitiman esta violencia y se suman a ella, a la que se integran el juez, el carcelero y las propias leyes de la República.
Ninguna mujer —ni ningún ser humano—, bajo ninguna circunstancia, merece ser objeto de violencia ni humillación. Sin embargo, en la película Valkiria es vejada y humillada dos veces por un gallego, a quien, persigue obstinadamente. Además, comienza con un amante, al parecer ruso, que desaparece sin dejar rastro. Si de alguien puede sospecharse con más evidencias de jineterismo es de ella. Mas, dado el desenlace que SH tiene reservado a su historia, nada invita a juzgarla de modo negativo. Tal vez porque, por más que lo intentó, no pudo pasar por mulata.
Toda la película conduce al intento de violación de la mulata cubana. No es casual que el acoso y persecución de Edelmira concluya al pie del monumento al Maine. En la nota sobre su estreno en 2006, publicada en Cubaencuentro, se menciona la serie El 98, que Ángel Peláez —director y coguionista de SH— había realizado antes; donde incluso se afirma que fue El 98 lo que “llevó a Peláez a ponerse a trabajar, junto a Héctor Quintero, en el guion de este filme”: Según Peláez, Siempre Habanaplantea una pequeña reflexión sobre cómo son en la actualidad las relaciones entre Cuba y España, ‘una estrecha relación que no se perdió a pesar de los desastres de 1898’”.[15]
La “estrecha relación” de la que se habla aquí no es otra que la colonial, contra la que se rebelaron los independentistas cubanos. Esto explica el guiño a la Generación del 98 del retrato de Valle-Inclán que LD tiene en su cuarto, pero también a la relación que ella y el resto de los personajes cubanos de la película sostienen con sus primos gallegos. Por eso, Eusebio Leal afirmó, a su vez, que España nunca se fue de Cuba y —hay que enfatizar— le advirtió al rey que cuidara de no perder a Cuba por segunda vez, afirmando la continuidad de la condición colonial y la sumisión de Cuba a España. La violencia de la cual es objeto Edelmira en los predios del monumento al Maine es un homenaje al coloniaje racista. La escena sella, con la intervención de la Policía Nacional Revolucionaria, el lazo homosocial, patriarcal, colonial y racista de Cuba y España.[16] El cuerpo y la humanidad de Edelmira no importan, incluso merecen ser pisoteados y escarnecidos. Esto, no se olvide, lo afirma Candelaria —la hija de la presidenta del CDR— y lo ratifica su madre.
VIII
Candelaria aparece en SH por apenas unos segundos, al principio y en segundo plano, cuando los vecinos corren al apartamento de LD tras escuchar el grito. Estrictamente hablando, solo aparece como personaje en la fiesta de bienvenida a los gallegos en la “mansión” de LD. Canta, moviéndose con sensualidad. Ignacio, justo frente a ella, la mira con atención, mientras implícitamente ella canta para él:
“Una muchacha empezó
a buscar una vida nueva;
buscando ella se encontró
una silueta gallega,
y cuando ella lo miró
él le hizo una seña a ella.
Muchacha, mira, cuidao,
que él tiene sangre gallega”.
Apenas hace falta comentar el tratamiento preferencial, racista, que recibe Candelaria en contraste con la humillación y la violencia reservadas a Edelmira. Al igual que Valkiria se le tira encima a Tomasín apenas lo ve, Candelaria salta sobre Ignacio con la canción. La muchacha que “busca” una vida nueva trae a la mente la Valkiria que se jacta por teléfono de que sabe “buscarse” la vida. Ambas son “jineteras” y también víctimas y cómplices de la jerarquización racista y elitista de la sociedad cubana que, mientras presume de “soberana” se exhibe como lo que verdaderamente es: un mercado colonial. De ahí que la búsqueda de una “vida nueva” la lleve a la “silueta gallega”.
Esta Cuba ha hecho del jineterismo un producto auténticamente nacional, que no tiene límites raciales ni de identidad sexual. No obstante, las leyes cubanas han hecho de la mujer la personificación de la jineterancia. SH muestra el doble rasero del juicio moral y legal que se aplica a la mujer y cuyo valor, por lo mismo, está siempre en duda. Así, el privilegio acordado a Candelaria en el contexto de SH podría serle retirado en otras circunstancias y se encontraría entonces en compañía de Edelmira.
Lo que encuentra la muchacha es meramente una silueta; o sea, nadie en particular, un dibujo vacío. Su único valor, y si puede prometer una “vida nueva”, es solo por ser gallega. En esa canción, además, Candelaria se hace a sí misma la advertencia que le hiciera a Edelmira cuando le dijo que el gallego solo quería ligarla. Candelaria juega, se divierte, flirtea con la advertencia, pues es ella quien quiere ligar al gallego.
Además, la explícita alusión al peligro de la “sangre gallega” no es algo que —dado el contexto de SH— pueda ser restringido al ámbito figurativo de la pasión. Ignacio y Tomasín tienen sangre gallega, ¿o no? Y el tío, conociendo de antemano los ímpetus sexuales, violentos del sobrino, le entrega a Edelmira y los deja solos tan pronto empieza el asalto. Sangre gallega tenía el abuelo y, cuando Ignacio y LD comentan su historia erótica en Cuba —con blancas y mulatas— se refieren a ella, con alegre complicidad, como “estragos”. Candelaria Cienfuegos —su nombre y apellido la anuncian como una valla lumínica— flirtea, pues, con su propia violación, la corteja. Ella no es más que una mujer —entre tantas— objeto del tráfico del patriarcado racista, pero que abraza y defiende porque le permite, a su vez, humillar y menospreciar a otra mujer.
LD es también partícipe activa de ese tráfico. Cuando Candelaria está cantando, Ignacio la mira con fijeza; LD se le acerca y le pregunta con intención: “¿Te diviertes, primo?”. Él comenta que “la chica canta bien” y le pregunta de dónde la sacó. “Es la hija de Ana Marista”, responde ella.[17]
A pesar de que en la película no se ve ninguna otra escena de Candelaria con Ignacio, este, casi al final, le confiesa a LD que se había enamorado “como un colegial”. LD le promete que la verá esa noche. Irán a un “cabaret típico” y ella misma se aseguraría de que esta estuviera allí aunque tuviera “que llevarla arrastrándola por los pelos”. No hay ni qué decir que ella fue solita, por sus propios pies, al “cabaret típico”: el Parisién, del Hotel Nacional.
Allí se reúnen todos los personajes —menos Edelmira— y se consolida la ligazón erótica, monetarizada y colonial de Cuba y España, de los gallegos y las mujeres cubanas: blancas y mulatas. Cuco se empata con LD, que es cubana, blanca y revolucionaria, pero tiene asegurada una herencia en Galicia. Tomasín le jura a Valkiria que se le había pasado su “enfermedad” con las mulatas y que había encontrado el amor en ella, una blanca que le había “quemado” el corazón. Allí están sentadas también Ana y Teresa —esta última, durante la recepción en la “mansión Residencial Caribe”, sonriente, le había dejado caer a Ignacio que su abuelo también era gallego y que le gustaría ir a Galicia, a lo que él responde que cuando gustara.
Candelaria acepta la invitación a bailar que le hace Ignacio. Mientras bailan, él le dice que le debe una explicación porque la noche anterior lo había dejado plantado y se la había pasado en blanco. Candelaria, fingiendo tono de reproche, le responde que era un mentiroso, porque ella sabía, por Edelmira, que se había pasado la noche en la Comisaría.[18]
Mientras Ignacio y Candelaria bailan, él le dice que en España ella sería una estrella. Esta, que tenía que haber presentido cuando menos una oferta, no se hace a un lado ni le advierte que no intente “avasallarla” con “sus puñeteros dólares”. Tampoco defiende las oportunidades que le brinda la Revolución. No, “aquí es muy difícil, Ignacio”, le responde haciéndose la desvalida: “Das una patada a una piedra y te salen más músicos que escarabajos”; “[t]engo confianza en mí”, “pero aquí me han faltado oportunidades”. Ignacio le asegura que le sobrarán oportunidades y ella le pregunta con fingida timidez: “¿Tú crees?”. El contrato lo firman con un beso.
Oportunidades, ¿dónde? El intercambio deja claro que no en Cuba, sino en España; y la pregunta que al final hace Candelaria, que ella quiere esas oportunidades. Vengan, pues, los “puñeteros dólares” del extranjero a “avasallarla”, a hacerla “estrella” en cualquier lugar del planeta donde estén las oportunidades que no hay en Cuba.
Ignacio, dispuesto a demostrarle a Candelaria y a todos los cubanos que con su dinero España podía, además de violar a las mujeres cubanas, crear oportunidades —o privarlas de ellas— a las que le diera su real gana, habla detrás de las cortinas con el empresario del Parisién:
—Quería pedirle un favor. Yo tengo una especie de amiga, ¿sabe?, una novia, y me gustaría que cantara en este espectáculo, porque lo hace muy bien, ¿sabe?
—Es imposible, este un espectáculo de primer nivel…
—Perdone, perdone. Por eso, como es de primer nivel quiero que participe…
El empresario niega con la cabeza. “¿Y si le ofrezco 100 dólares?”. “¡Me ofende!”, replica el empresario. Ignacio no se da por vencido: “¿Y si le ofrezco 500, y lo ofendo más?”. Nótese el doble sentido con que carga el verbo ofender, subrayando de paso la hipocresía de los “principios” y de la supuesta “soberanía” de la Revolución y el socialismo. De inmediato, la presentadora del espectáculo sale a escena a anunciar la presentación de “una nueva cantante y revelación”. ¿Cuánto habrá tenido Ignacio que “ofender” al empresario, no ya para que le permitiera cantar a su amante en un “espectáculo de primer nivel”, sino también para convertirla, en un instante, en una “revelación”? Y allá va Candelaria —ella, el empresario y la PNR, comprados todos por los “puñeteros dólares”— a cantar en el escenario del Parisién, a cabaretear; porque tiene el derecho a hacerlo sin que la estigmaticen, sin ser brutalizada como Edelmira. ¿Cuánto no habrá ofendido Ignacio al empresario para que hasta le permitiera cantar a él también, que se une a Candelaria y musicalmente le dice que tenga listo el pasaporte?: “Y quiero que en tu mente se guarde un lindo viaje…”.
La Habana o compóntelas como puedas con Santiago
¡La Habana! ¡Cómo canta La Habana Candelaria Cienfuegos! O, para ser más preciso, ¡cómo la menciona! El paisaje de la ciudad en SH se aparta bastante de la que habitualmente se les sirve a los turistas. En una película en la que vemos el Hotel Nacional y los carros americanos de los 50, por ejemplo, esto podría parecer exageración o mentira. No es ninguna de las dos cosas.
A diferencia de otras películas que tienen a la ciudad como protagonista, La Habana de SH es española —no cubana, ni habanera— y, más estrictamente hablando, gallega.
Casi en los primeros minutos, cuando el cartero sube con el cable para LD, se escucha como música de fondo “Para Vigo me voy”. Con esa misma rumba termina la fiesta de SH en el Parisién.
En el camino a la “mansión” de LD, el carro de Cuco pasa por la Plaza de la Revolución; pero ni la Plaza ni Martí aparecen en la película. De ese lugar, lo único que recoge la cámara y amplía es la imagen del Che en el Ministerio del Interior. Luego, otro close-up de Fidel Castro que dice “Socialismo o Muerte”. La parada fugaz que hace el carro de Cuco en el Parque Central es, exclusivamente, para mostrarles a los primos un edificio que “seguro” les iba a gustar: el Centro Gallego. Al fondo, por unos segundos, la cúpula del Capitolio. Pero ni la estatua de Martí ni ninguno de los edificios del lugar son mencionados siquiera. Cuco les señala el Centro Gallego y ellos reconocen el escudo de Pontevedra. Incluso se desvían hacia la calle Compostela, que también reconocen con alegría.
Finalmente, llegan a su destino y se escucha la música de una banda dándoles la bienvenida. LD, sus amigos y vecinos habían disfrazado el edificio de apartamentos para darle un aire de mansión y hasta le habían puesto a la entrada “RESIDENCIAL CARIBE”. LD había fotografiado el óleo del abuelo en casa de los primos en Galicia, lo había reproducido y colocado en lo alto y centro de la pared, al final de la gran escalera de mármol. No solo españolizan el lugar, sino que también lo blanquean. Retiran el cartel de Tropicana y lo sustituyen por otro —en palabras de LD— “más fino” de Alicia Alonso. Ponen una bandera con los colores rojo y amarillo de la española y un toro negro en el centro. Incluyen en la decoración el cartel de una corrida de toros, en el que aparece el nombre LD. Todo el trabajo en la casa ocurre casi bajo la supervisión de la presidenta del CDR, asignando tareas a diestra y siniestra. Esos arreglos son un verdadero espectáculo público. Desde la acera opuesta a la del edificio, Ana grita incesantemente sus instrucciones y lo observa todo. Desde ahí, ella y LD asisten al toque final. En el balcón del segundo piso, Cuco y Totó despliegan el cartel de “bienvenida”, pintado en una tela extendida que dejan caer: “¡VIVA ESPAÑA, COÑO!”. LD les grita que quiten el COÑO.
Una pionera dice una décima que resume dolorosamente el grado de sumisión colonial y de homenaje a la Cuba atada de pies y manos a España, que es lo que es SH:
“De España han venido
estos dos nuevos amigos.
Cuba les abre los brazos,
y también el corazón
como saben los cubanos
gritando con todo amor
LA MADRE PATRIA ES ESPAÑA,
LA TIERRA QUE TANTO AMAMOS,
Y AUNQUE NO LA CONOZCAMOS
DECIMOS ¡QUÉ VIVA ESPAÑA! ¡Y OLÉ!”
No es, pues, LD, la prima, quien le abre los brazos a esa España que —como reconoce la pionera— los cubanos no conocen. Le abren los brazos el CDR, el jineterismo revolucionario, el entreguismo del Estado cubano. Cuba se hace a un lado, renuncia a su derecho a ser la Patria de los cubanos y hace pública su abyección última: la Madre Patria es España. En esta bienvenida nadie grita “Viva Cuba”. Hasta disfrazan de maja, con peineta y todo, a una pionera mulatica que les canta a los recién llegados la canción gallega Ondiñas Veñen. Emocionado, Tomasín grita “¡Viva España, coño!”. Ese “¡coño!” afirma simbólicamente la autoridad española sobre Cuba y revela la hipocresía, mal disimulada, de LD, que no se atreve a protestar.
Fuese o no consciente de esto el director, sucede que el lema de los derechistas que intentaron dar el golpe de 1981 en España fue precisamente “¡Viva España, coño!”. Según un artículo de El País, ese “grito […] pronunciado en tono exaltado, significaba la muerte de las autonomías y de la pluralidad de nuestro país”.[19] Este grito —agrego— sincroniza con el de la ultra derecha en Cuba y que SH vocifera a su vez: “¡Socialismo o Muerte!”. Por eso LD, con razón, le dice a Ignacio en el Morro: “Desde luego es evidente que tenemos los mismos genes”. Antes, le había dicho que “[esa] fortaleza militar, construida por los españoles simboliza nuestro pasado”. Solo que SH muestra que ese pasado es el presente.
El “pasado” construido a latigazos sobre los cuerpos de los esclavos se niega a irse, a quedarse atrás: permanece vivo y lacerante en el ninguneo de la memoria de la esclavitud y en los cuerpos negros como los de Edelmira, Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Osorbo y los de tantos miles de cubanos que se lanzaron a la calle el 11 de julio y no han dejado de ser vejados, humillados, linchados de una u otra forma.
Después del llamado “desastre” de 1898, se popularizó en España la expresión “más se perdió en Cuba”, como metáfora de la peor pérdida que pudiera imaginarse. Sin embargo, la llamada mal “revolución” cubana pasó por encima de los sacrificios de Antonio Maceo y de todos los que lucharon por la independencia, y recordó que Cuba, después de todo, había sido “la Siempre Fiel”. Como los voluntarios de ayer, nuestros pioneros gritan hoy “¡Viva España!”.
Notas:
[1] Dice que la primera noche que durmió en el castillo se sintió como “la protagonista de un cuento de hadas”.
[2] Ese nombre no existió nunca. La universidad se llamó primero Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana; luego, Real Universidad de La Habana, o también Real y Literaria (www.uh.cu).
[3] En Galicia, LD había incurrido en la misma amnesia cuando se refirió a la Unión Soviética y el primo tuvo que recordarle: “[…] ahora Rusia”. Cabe advertir que una de las vecinas es una rusa que se ve al principio de la película y luego en la recepción que hacen a los primos. O sea, SH descontinúa, literalmente, al personaje ruso.
[4] Entrecomillo para distanciarme de la razón alienante y racista. Pero este no es el caso tanto de los primos como de LD y de casi todos los personajes cuyas cartas sí son racistas y elitistas.
[5] La presidenta no comprende cómo LD se atrevió a llamar mansión al edificio, como si ella viviera allí sola, “como los antiguos explotadores capitalistas”. Y con energía y convicción agrega: “¡Por suerte, la Revolución triunfó e hizo justicia! Y grandes mansiones como estas, la de tu abuelo —otra vez inspeccionando los rostros de los presentes para cerciorarse de que nadie desacuerda— fueron repartidas entre la gente del pueblo”.
[6] Valkiria, por su parte, afirma que estaba segura de que toda esa literatura iba a volver creisi a LD.
[7]¿Qué chances hay de que algún cubano tenga un retrato de Valle-Inclán en la casa? Prácticamente ninguno. Esto es muestra de un guion que se propuso convertir a Cuba, más concretamente a La Habana, en Galicia. Un guiño, además, al 98. La fecha del desastre que en teoría alimentó el antiamericanismo de Franco, con quien Fidel Castro mantuvo una relación cordial. ¡Vaya genealogía colonial y falangista!
[8] Como se verá, la cuestión de quién miente, es malvado, y por tanto merece o no salirse con la suya, o ser objeto de la violencia, la violación incluso, está en el centro de la afirmación del privilegio blanco. Por ejemplo, SH muestra, como algo natural y perfectamente aceptable a los personajes usando sus cargos políticos y empleos estatales para beneficio propio y de sus amigos. Ana, la presidenta del CDR, va a la oficina de Máximo —jefe de una empresa estatal— a pedirle que se haga pasar por esposo de LD. Cuando él se niega, invocando su posición, ella le responde desafiante: “¡¿Y qué?! ¡Y yo soy la presidenta de miComité de Defensa de la Revolución! ¿Qué pasa?”. Máximo, que se había puesto de pie y estaba de espaldas a ella, le pide que se ponga en su lugar. Y eso fue lo que hizo: se sentó en su silla. La escena deja claro que Ana sabe que tiene un poder que cree con el derecho a usar como le venga en gana.
Máximo consulta con su esposa, quien, para su sorpresa, no tiene inconveniente con la representación. La conversación transcurre en su apartamento; en la pared hay un cuadro grande de Fidel Castro y otro del Che Guevara. Él le advierte que tendría que dormir en la misma cama con LD y ella repite que no importa. Máximo acepta, pero con la condición de que fuesen solo tres noches, después de lo cual inventaría un viaje, lo cual era normal porque es “un dirigente que se desplaza”. Lo que no sabe Máximo es que su mujer tiene un amante francés (Phillippe) al que telefoneó enseguida para decirle que podrían pasar unos días solos. Al final, no fue necesario porque los primos reservaron en el Hotel Nacional. Al regresar a su apartamento, lo encuentra vacío y descubre las cartas del francés. Agarra un revólver —sí, este jefe civil tiene un revólver—, pero decide no hacer nada porque un hombre como él no merece echar a perder su vida por “una mujerzuela” como su esposa. Su historia pudo haber tenido un desenlace violento para él, para su mujer, o para los dos. Tal vez fue una coincidencia que los dos fueran blancos y tuvieran —al menos en comparación con otros cubanos— un estatus y nivel de vida elevados.
[9] Tomasín (Jordi Vilches) no es el típico galán; por el contrario, su físico —que no es atractivo—, combinado con el papel que le fue asignado, hace que parezca ridículo y desagradable. En su personaje recae la supuesta comicidad de la cinta y esto es lo que, a mi juicio, la hace más repulsiva. Pues su comportamiento como un idiota misógino y racista todo el tiempo, y no tanto su aspecto físico per se, hace menos creíble que sea capaz de seducir a una mujer cubana.
[10] El lector no debe olvidar esto, pues Candelaria, Valkiria y Edelmira constituyen uno de los ejes principales de la colonialidad y el racismo en SH.
[11] Énfasis mío.
[12] Rine Leal: La selva oscura, Arte y Literatura, La Habana, 1982, p. 235.
[13] La asociación de la mulata con el fuego y con las pasiones que consumen tiene una larga trayectoria. He aquí algunos ejemplos: “¡Ay chinito, es de candela // la mulata en su furor” (Pedro N. Pequeño y F. Fernández, El negro Cheché, 1868), “Yo soy la Reina de las mujeres // En esta tierra de promisión; // Yo soy de azúcar, yo soy de fuego…” (A. O. Hallorans: “La mulata”, en Guarachas cubanas, 1882). Leal observó que “[l]as equivalencias eróticas de la mulata se confunden con el azúcar” (ibíd, p. 239). Este anillamiento mulata-azúcar es clave para poder calibrar la mirada racista de Fernando Ortiz en la exaltación del tabaco, a expensas de la descalificación del azúcar, que realiza en su obra más conocida y apreciada: Contrapunteo del tabaco y el azúcar.
[14] Mirando el retrato se dice: “¡No está tan mal la hija de puta!”.
[15] https://www.cubaencuentro.com/cultura/noticias/estreno-en-espana-de-la-comedia-siempre-habana-26436.
[16] Megan Daigles afirma que existe el consenso de que las jineteras que atraen la atención del Estado “son mujeres atractivas, negras y mulatas, y una persona así vista en una zona fuertemente turística corre el riesgo de atraer el escrutinio policial, si es que no el arresto, basado en asunciones sexistas y racistas sobre su promiscuidad sexual y su depravación moral” (From Cuba with Love, University of California Press, California, 2015, p. 5). Por esta razón, la violencia sobre Edelmira subraya esos prejuicios. Para empezar, lo mismo ella que Candelaria habrían atraído la atención y no les habría sido fácil ponerse en contacto con los españoles sin nigún soborno. Sin embargo, las dos entraron al hotel, fueron a la piscina, solas y de noche, sin ser interceptadas en lo absoluto. Mientras Candelaria entra y sale sin problemas, Edelmira es acusada de asaltar y desvalijar a un turista. La disparidad sugiere que los prejuicios hospedan duplicidades también determinados por el sexismo, el racismo y el elitismo. La cuestión del estatus, vinculado al imaginario nacionalista, no escapa a la atención de Daigle (ibíd., pp. 14-15). Es igualmente importante enfatizar la también disparidad entre el privilegio acordado al turista —casi siempre percibido como víctima— en fuerte contraste con la persecución que sufren los locales.
[17] Candelaria e Ignacio conversan después aparte. Él le ofrece una cerveza, pero ¡qué va!, ella no es como las otras. Y es curioso que se exprese exactamente igual que Edelmira: “Chico”, le dice a Ignacio, “yo pienso que tú estás un poquito confundido” y “debes pensar que yo soy una de esas cabareteras que alternan con los clientes, ¿no?”.
¿Cabaretera como Valkiria? El prejuicio elitista confirma la mentira que LD le había dicho a Ignacio. Para ambas, el cabaret no es cosa “fina”, sino vulgar, de abajo, cosa de negros. En ese juicio la cabaretera se acerca a la prostituta, a la jinetera. Su prejuicio, por tanto, aun si inconsciente, rebaja a quien supuestamente es su amiga: Valkiria. Por eso la metió en el armario racista y la hizo pasar por fina, bailarina del BNC. Y no es un detalle menor que Valkiria escogiera justo el Lago de los Cisnes para intentar engañar a los primos de LD. Con esa tirada elitista y racista comienza, paradójicamente, la verborrea ideológica. Cuando Ignacio le pregunta por qué lo pensaba, ella le responde que “eso es lo que piensan todos los turistas que vienen aquí, a avasallarnos con sus puñeteros dólares”. Más LD que LD —que en ningún momento confrontó al primo de esa manera y todo el tiempo se la pasa derritiéndose con el abuelo—, Candelaria le espeta a Ignacio que sabía muy bien quién era el abuelo: “un sinvergüenza que abandonó a la abuela de LD y que luego se marchó a España”. No satisfecha, le recuerda “las mil barbaridades que cometieron los abuelos en la guerra de independencia”. Y, mostrándole la botella de cerveza Hatuey que le había aceptado, le echa en cara que sus compatriotas “lo quemaron porque no se quiso someter y él no quiso ir al cielo por no encontrarse con ellos”. Pero a Candelaria, que moviendo las caderas acaba de cantarle su propio sometimiento, no habrá que quemarla, porque ella sí estaba deseosa por encontrarse con Ignacio o con el que fuera que cupiera en la silueta gallega. Es importante notar, además, que Candelaria censura los abusos de los españoles con los indígenas, pero en ese recordatorio de la culpa no entra la esclavitud del negro.
[18] Esto demuestra que Edelmira denunció el intento de violación y la policía le pidió a Ignacio que prestara declaración. Pero, ¿por qué no interrogaron a Tomasín, que era el perpetrador del hecho? ¿Por qué a Ignacio que, lógicamente, iba a encubrir al sobrino y su propia participación en lo ocurrido? Por último, ¿por qué Candelaria sigue bailando y flirteando con Ignacio sin siquiera preguntarle si era cierto lo que Edelmira les había contado a ella y a su madre? La respuesta a estas preguntas es simple y directa: la vida de Edelmira no tiene ningún valor, ni para los gallegos ni para las fuerzas de la ley y el orden de Cuba. Todos ellos, en efecto, son violadores, asaltantes, misóginos, racistas y traficantes de personas (mujeres no blancas).
[19] Concha Caballero: “¡Viva España, coño!”, en https://elpais.com/diario/2011/02/26/andalucia/1298676129_850215.html.
Por un nuevo cine de ciencia ficción
Yo, como escritor de literatura de ciencia ficción, que me paso la vida luchando porque los zombis ataquen en La Habana y no en New York, lo veo como una señal. Una señal de que está apareciendo un nuevo cine fantástico.