¿Chocolate MC o Pablo Milanés?

Nunca me gustó la Nueva Trova. Y es que, adolescente ochentero, soy de la generación de la guitarra eléctrica y el sintetizador. 

Frente a Pink Floyd, Vangelis, o Queen, Pablo Milanés me sonaba a Ñico Saquito. Esta declaración de una sensibilidad para nada prejuiciada podrán usarla sus seguidores como una prueba de la continuidad entre la nueva y la vieja trova. 

A aquel señor, el tal Saquito, yo, hijo de viejos, debí soportarlo casi a diario durante mi niñez, en el radio o el televisor de casa, junto a otros especímenes del Pleistoceno, como Carlitos Gardel, Barbarito Diez, o Esther Borja. 

Por entonces, solo descubría en Pablo Milanés cosas del pasado y sentimentalismo, en esa etapa de mi vida en que, siendo un adolescente inquieto, esas dos palabras resumen mucho de lo más execrable. Mis héroes por los años en que Pablito acaparaba posiciones en el billboard nacional eran tipos muy diferentes a la gente de mi país. Tipos que se guardaban para sí sus sentimientos, y no andaban llorándolos sobre el primer hombro que saliera al paso. 

Solo descubría en Pablo Milanés cosas del pasado y sentimentalismo.

Antes bien, mis héroes construían una central nuclear en la Siberia, o se bajaban de una nave Vostok con una sonrisa campechana, como si aquello fuera lo más natural del mundo ―aceptémoslo, en una situación semejante ni Mussolini hubiera superado en muecas a un cubano. 

Pablo Milanés no me dejó el fondo musical para invocar el recuerdo de primeros amores. Siendo un adolescente medio esquizoide, quizás no amé mientras le escuchaba cantar en la radio, la televisión, o alguna bocina soviética, siempre medio escachada. Creo que, para cuando anduve en mis primeros amores, ya había quedado insensibilizado a sus letras y su voz. 

Como al ruido ambiente, ya no alcanzaba a escucharlo. Porque Pablo Milanés, junto a Silvio Rodríguez y la tropa novo-trovadoresca, fueron el background de todo lo que, a medida que crecía, yo sentía falso y hasta siniestro a mí alrededor. Sobre todo, a posteriori de los pogromos de abril y mayo de 1980. 

Pablo Milanés no me dejó el fondo musical para invocar el recuerdo de primeros amores.

Recordemos que en los años ochenta no había un acto político, o un drama juvenil, de esos al estilo de la serie televisiva Algo más que soñar, que no fuera “amenizado” con las canciones de Pablito o Silvio. O las de aquella otra señora de la que no recuerdo su nombre, pero sí que cantaba la canción de los Comités de Defensa de la Revolución. De Pablo, era infaltable aquel tema sobre Santiago de Chile y las calles que él pisaría nuevamente, y aquella de la gloria que se había vivido y que, antes de traicionarla, preferiríamos morir.

Pero Pablo Milanés no murió antes de traicionar la “gloria” que trajo a Cuba el Comandante en Jefe, el de las botazas de siete leguas. Por ello, una sevillanita tan intolerante como La Pasionaria tuvo a bien calificar a Pablo recientemente en las redes sociales como “gusano”. 

En este hecho pudiera estar la explicación a esas manifestaciones exageradas de dolor por la muerte de un señor a quien, en definitiva, la mayoría de los dolientes no conocieron personalmente. Expresiones incongruentes en quienes no tuvieron una reacción tan emotiva, ni llegaron a cambiar su foto en Facebook, tras la muerte del abuelito que los llevaba de niños al parque de diversiones. 

En los años ochenta no había un acto político o un drama juvenil que no fuera “amenizado” con las canciones de Pablito o Silvio.

Hay dolor, no lo niego, en muchos para quienes Pablo significó algo positivo e importante en sus vidas. Pero ese dolor ha sido acrecido por la indignación ante un ataque público a su persona, el cual no pudo ser hecho en un peor momento. 

Hay mucho de política mezclada a esta reacción, exagerada y teatral. Así suele suceder cuando muere alguien cuya militancia se la disputan posiciones políticas encontradas. Así, desde una órbita no oposicionista, muchos han aprovechado para expresar, de una forma segura, su propia distancia crítica del gobierno. Esto, en un país en que expresar cierto distanciamiento es siempre peligroso, incluso cuando se aparenta hacerlo desde la defensa del orgullo nacional. 

A fin de cuentas, fue a la vera de ese gobierno, por alguien a quien dicho gobierno convirtió en uno de sus principales agentes de opinión hacia el extranjero, que alguien se atrevió a cuestionar a “nuestro Pablito”. Pero está también la pugna entre el régimen y un sector de la oposición, enconada tras las manifestaciones del 11 de julio de 2021, por ser los nuevos representantes de la izquierda y el progresismo “verdaderos”. 

El mismo Pablo que en su último concierto en La Habana se presentó bajo la imagen de Ernesto “Che” Guevara.

Por eso el régimen se desmarcó de las palabras de la referida sevillana, Ana Hurtado, dada la incuestionable reputación que entre la izquierda y el progresismo internacional aún conservaba Pablo Milanés a su muerte. El mismo Pablo que en su último concierto en La Habana se presentó bajo la imagen de Ernesto “Che” Guevara.

Aparte de esa reacción entre ochenteros y generaciones anteriores, entre los cubanos menores de treinta años la muerte de Pablo ha causado escasas reacciones. Si las ha habido, han sido entre las minorías intelectuales. 

Lo anterior era de esperar. En primer lugar, porque hacía mucho que Pablo no escribía nada nuevo. Y, en segundo lugar, porque esta nueva generación, la del reggaetón, tiene una sensibilidad muy diferente de la necesaria para apreciar la obra del viejo trovador. A fin de cuentas, Cuba hace mucho que es Chocolate MC y no Pablo Milanés ―si es que este último lo fue realmente alguna vez.

Cuba hace mucho que es Chocolate MC y no Pablo Milanés.

De Pablo en sí, reconozco que puedo decir poco porque, como ya dejé claro al principio, nunca estuve interesado en él, ni en su obra. Pero resulta evidente que, para divulgar sus canciones y promocionar su persona, le fue imprescindible mantenerse firme junto al régimen castrista y él no tuvo ningún reparo en hacerlo. Cuando, por el contrario, lo aconsejable para lograr lo mismo fue mantener cierta distancia crítica, tampoco se le notó mucho escrúpulo en asumir esa actitud. 

Pablo Milanés, incongruentemente, fue un autor capaz de escribir algunos de los himnos más queridos por el castrismo. Sin embargo, ni por el tratamiento que recibió por parte del régimen antes de convertirse en su sub-ditirambista oficial ―Silvio Rodríguez siempre fue la Primera Guitarra de la Revolución―, ni por el evidente resentimiento que demostró el régimen hacia él en cuanto ya no les era útil, se entiende que Pablo haya podido ser, en ese periodo de gloria personal en que escribió dichos himnos, el convencido seguidor que siempre imaginamos cuando pensamos en el autor de un himno. 

Aquí descubro otra razón de esa cercanía por Pablo que tantos demuestran ante su muerte. Reconocen en él lo que los cubanos, en mayor o menor medida, han sido en los últimos 63 años: son sobrevivientes que no han tenido escrúpulos para aprovecharse de las facilidades que la Revolución de Fidel Castro puso en su camino, sin preguntarse si lo que hacían estaba bien. 

Pablo Milanés, incongruentemente, fue un autor capaz de escribir algunos de los himnos más queridos por el castrismo.

Pablo Milanés ha sido un practicante más de esa filosofía generalizada en la Cuba de hoy: “lo que te den: cógelo”. Supo sacar partido para promover su lírica, de incuestionable calidad, al dejarse fotografiar junto a Fidel Castro. Tal como otros aceptaron la casa que les dio la Revolución. O incluso el viaje asignado al extranjero, gracias al cual pudieron “quedarse” en cualquier parte del planeta. 

A quienes ahora se exceden en los cuestionamientos al difunto Pablo Milanés, sobre todo desde los Estados Unidos, les recuerdo que, si los cubanos han podido emigrar allí con tanta facilidad y facilidades, tras las restricciones migratorias a los cubanos en 1956, se debe al disparate que al alucinado de Fidel Castro se le ocurrió implantar en el archipiélago cubano. Pero este es el asunto de un próximo trabajo.




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Diez canciones de Pablo

El escritor Ernesto Hernández Busto enlista diez canciones de Pablo Milanés que lo han acompañado a lo largo de los años. “No son las más famosas, pero siempre reconforta volver a ellas”.

Ernesto Hernández Busto






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1 Comentario
  1. Con Pablo se ha manifestado una contradicción de los llamados intelectuales «diferentes».

    La música cubana dentro de las artes , es quizás la más popular de todas. Buscamos seres capaces de enseñar y movilizar al pueblo, a que tome las riendas de su destino.
    Luego de ver a Pablo como lo que simple fue un cantautor que quizás no hubiese sido tan conocido si no es por toda la maquinaria propagandística en su enterno, junto a otros escogidos. Ahora quieren difrazarlo de proteston, de tenue disidente, o incluso de opositor.

    Seamos nosotros consecuentes. Disfrutemos sus canciones si es que nos parece. Pero seamos franco. Él no fue más que alguien que mostró su inconformidad edulcorada, cuando le pizaron el callo.
    No creemos falsos patriotas, los demás músicos entre los que pueden arrastrar pueblos, se harán una mala idea.

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