Pepe Gavilondo: “La música es el verdadero lenguaje universal”

La primera vez que vi a Ensemble Interactivo en vivo fue en el Parque G. Salía de una descarga de trova y había tomado un poco de cerveza. Si no me equivoco, el concierto —que resultó ser un performance interdisciplinario—, era parte de la programación del Festival de Música Contemporánea. Cuando me integré al público, penetró en mí el aura performática e inefable que envolvía el sitio. 

En general, la experiencia fue sumamente enteogénica. Se podría decir que el espectador accedía a una especie de momento ritual, que uno se iniciaba en un rito sinestésico de extrañamiento y contemplación, en el que la música recuperaba su función primitiva: la función preteológica, la misión mágica. 

Era una música-recuerdo, rememoraba algo dañado en la historia del arte, ese valor de culto (Kultwert). Y si mi memoria de mammifère amnésique no me falla, la obra simbolizaba una serie de mitos del folclore maya. Mitos que exponían artísticamente la parafilosofía maya; en esencia, explicaban la visión maya sobre la metempsicosis. 

Puedo declarar casi que, irónicamente, parecía una recreación estética de un supuesto Libro maya de los muertos. A pesar de esa ritualidad de chamán, el opus tenía algo de secular, algo de valor de exhibición (Ausstellungswert), que en cierta medida “occidentalizaba” y transgredía de una manera extraña la lejanía del ritual, y lo acercaba un poco más al público. 

Ese día el actor/performer que personificaba el pneuma sonoro-poético era Alexander Diego Gil, el joven egresado del ISA que fue encarcelado después de los sucesos del 11J.

Hace poco tiempo me reencontré con Pepe, y ya Gil estaba tras los barrotes. Muchxs otrxs jóvenes intelectuales también estaban presxs. Aquel momento fue realmente confuso y doloroso. Sin embargo, Gavilondo y yo tuvimos un diálogo fugaz, pero uno más que fértil. Una conversación que solo puede encarnar los deseos de una jovial voluntad artística y musical que nos inspira a dar el leap of faith, para romper cualquier límite y crear un mundo de arte, de colaboración, de una sensibilidad ecléctica y surreal, al mismo tiempo que orgánica y humana.

¿Dónde estudiaste? ¿Cuándo empezó el interés por la composición?

Yo empecé estudiando piano en Manuel Saumell. Después entré en Amadeo Roldán para estudiar asignaturas teóricas. Y ahí, en Amadeo, me di cuenta de que me gustaba toda la parte teórica, pensativa e intelectual de la música. Pero me faltaba algo. 

Entonces, a través de mi mamá, conocí a Juan Piñera. Yo ya había compuesto algo solo en el verano de mi primer año de carrera en Amadeo y a partir de septiembre comencé a asistir los sábados a los talleres de composición de Piñera en el teatro Amadeo Roldán. Cuando llegué a cuarto año, ya sabía que quería entrar por composición al ISA. Me gradué de composición en 2014 y a partir de ese año fue que comenzó mi desarrollo creativo como músico, como artista. Llegué a descubrir cosas que no había explorado en la Universidad. En ese momento me inicié en otros terrenos sonoros, distintos de la música de concierto contemporánea, como la música para danza, la música para audiovisuales, empecé a hacer arreglos, a producir…

¿Cómo fue la experiencia posacadémica? ¿Cómo fue ese quiebre? ¿Cuál es tu relación con la música popular y cuándo comenzó?

Ya desde el ISA estaba relacionado con la música popular. Y sí, realmente cuando salí de ahí me quedé con muchas ganas de explorar, con muchas preguntas, con muchas dudas, con un poco de insatisfacción de algunas experiencias que no pude llevar a cabo como quería. Entonces pasaron varias cosas después que me gradué. Justo en el año de graduación, me vinculé laboralmente con Síntesis, lo cual fue un axis en mi vida artística porque me adentré rápidamente en toda la parte creativa e interpretativa de la banda. Además, fue y sigue siendo una escuela para mí, no solo desde el punto de vista musical, sino desde lo humano y lo artístico.  

Específicamente al mismo tiempo que todo esto, Fábrica abrió, toqué ahí con Síntesis y empecé a relacionarme con la gente de Fábrica. Ya en 2015, Dayana García, que era la que se encargaba de la programación de la zona de música de concierto en Fábrica, me pidió que la sustituyera. Desde ese momento soy el encargado, el especialista en música clásica. Básicamente, mi trabajo es programar y producir los conciertos, hacer como jefe de escena para que todo salga bien.

¿Cómo influyó la programación de conciertos y la producción en tu interés por la música de concierto cubana?

Trabajar en FAC me dio la posibilidad espectacular de conocer a mucha gente, a muchos músicos. Aunque también está la parte de saber que la labor que estoy llevando, participando dentro del gran proyecto que es FAC, es especial por el hecho de acercar la música de concierto (antigua, clásica, moderna, contemporánea o experimental) a un público que no acude a los espacios adjudicados a estas respectivas músicas. Esto último siempre ha sido muy satisfactorio. 

Además, con los años se fue ampliando ese espacio que era estrictamente para la música de concierto y se han programado conciertos de música alternativa, de world music, entre otras músicas que no tienen cabida en las naves de abajo. Por supuesto, escuchar todos los jueves música distinta, conocer varios intérpretes y compositores, participar y poner esa Nave 3 en función de los festivales de Leo Brouwer, de los festivales de música contemporánea y demás, me ha servido como una importante acumulación de experiencias variopintas. 

Aparte de que obviamente ha sido una manera de ayudar a la música de concierto en Cuba. Asimismo, creo que todo este proyecto es importante por la crisis de consumo, de mercado, de cultura, de creación, de interpretación, que no solo afecta a la música de concierto. 

¿Cuándo y por qué surge Ensemble Interactivo de La Habana?

Ya la creación de Ensemble fue después de egresar del ISA. Todo empezó porque tuvimos una experiencia con un músico y performer catalán llamado Josep-María Balanyà. El encuentro fue espectacular porque impartió un taller sobre los sistemas de dirección de improvisación y eso fue deslumbrante. 

Yo había experimentado en el ISA con él y en 2008, antes de ingresar a la Universidad, ya había participado en un taller suyo. Pero bueno, esa experiencia de 2014 fue la que nos sacudió. Casi todos éramos compositores, pero había un par de intérpretes muy creativas. Gracias a ese encuentro dijimos: esto hay que seguir haciéndolo, porque esto es algo que no se halla con frecuencia. Y realmente este tipo de creación colectiva a través de la improvisación, buscando siempre contenido interdisciplinario de corte experimental, no se hacía. De hecho, no había plataforma, no había un desarrollo de esas técnicas, ni te las enseñaban con rigor o de una manera que pudieras encontrarle sentido. 

Tampoco es para hacer una crítica vacía, porque en el ISA hay una manera de enseñar composición que es libre, que respeta tu estilo, pero realmente no hay asignaturas prácticas que te cojan y te unan con el experimento; por lo general, todo es más teórico que práctico. Al menos así fue en mi caso, no sé si cambió después.

Nos dimos cuenta de que teníamos mucha necesidad de hacer esto. Nadie nos había prendido esa chispa. Así fue como creamos el proyecto y a través de los años hemos encontrado varias maneras de conducir este tipo de praxis experimental en la música, siempre mediante la improvisación.

En lo personal, el efecto que tuvo Ensemble en mí fue que me desarrolló un lado creativo muy libre y no sentí necesidad de tener que hacer lo mismo en mi parte individual. No le encontré nunca sentido a componer una partitura gráfica ni a intentar crear una música que sonara como en Ensemble. Siempre me pareció más lógico y más placentero hacer este tipo de música de una forma colectiva. De todas formas, aprendí mucho más así.

¿Qué estás componiendo? ¿Con qué estética te sientes cómodo? ¿Cómo es tu conexión con otras disciplinas artísticas?

Asere, yo soy prodiversidad, esa es mi filosofía. Siempre estoy a favor de la evolución y del cambio. Soy poliestilista. No tengo un estilo que cultivo más que otro o algo así. A la misma vez, soy pragmático. 

Después del ISA comencé una carrera como compositor de música para danza. Ahora en los últimos tres años me he columpiado en la música para cine, para cortometrajes y documentales. Pero en la música para danza ya tengo como veinte creaciones para distintas compañías y coreógrafos. Sabes, para mí la danza está en el corazón, en la sangre desde chiquito, porque mi mamá fue bailarina y después profesora de ballet. O sea, crecí en el mundo de la danza, a pesar de no vivirla personalmente. Y componer música para danza fue encontrarse con un mundo sorprendente. De pronto apareció Acosta Danza y ya he hecho como ocho trabajos para ellos. 

Ya esa filosofía de hacer cosas siempre distintas venía desde que componía en la Universidad. Pero todas esas experiencias de componer para la escena fueron una oportunidad para descubrir nuevas maneras de hacer la música, al incorporar música electroacústica, electrónica, los softwares, la tecnología y la world music (a la que me acerqué gracias a Síntesis). Yo también arreglé y trabajé con trovadores y eso influyó mucho en mí. 

Entonces, cuando tienes tantas experiencias y todas te dan satisfacción, aprendes de todas y tomas algo de cada una. Realmente no terminas pensando: mi estilo es este, lo que hago es esto. Siempre estoy consciente de hacer cosas distintas, de renovar el lenguaje, de escuchar mucha música y de aprovechar toda experiencia. Por todo eso Ensemble es tan importante, porque tienes como nueve personas haciendo una música que tal vez nunca hubieses imaginado tú solo.

En 2018 fui a una beca, un programa que se llama OneBeat, en Estados Unidos, donde se reúnen músicos, productores y artistas de todo el planeta. O sea, es como un laboratorio de creación interdisciplinaria. Estuve un mes y medio pinchando con gente de Indonesia, de Ucrania, de Madagascar, de Brasil, de Estados Unidos, de Mongolia, etcétera. Fue una experiencia valiosa porque conocí una cantidad de música que me abrió aún más los ojos. Y nada, asere, para mí la música es el verdadero lenguaje universal, es la evidencia de que todos somos parte de una misma cosa, más allá de estas diferencias que son reales y aceptables completamente, por el lugar donde nacimos, por la vida que llevamos y todas esas condicionantes.



Zyma, por Grisly Faye y Pepe Gavilondo.




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“La creación se nutre de la cotidianidad: como somos y pensamos se refleja en la obra. La realidad y la obra se interrelacionan, se transmutan. Afrontar la creación es también un intento de (co)crear, de cambiar, de (re)entender la realidad”.