Michael Gil: ‘The Soundmurai of Miami’

Desde que chocó por primera vez con una guitarra eléctrica y un birimbao afrobrasilero en La Habana, la pasión por descubrir y estudiar instrumentos musicales se ha convertido en una obsesión para Michael Gil, quien toca la pandereta, la calimba, el arpa de boca y el sonajero de tobillo, a la misma vez, mientras graba cada sonido en su loop station pedal. Y, aunque siempre fiel a su primer amor, la guitarra, Michael Gil ha hecho suyos otros instrumentos musicales como el didgeridoo australiano, el pandeiro, el cajón, el hang o handpan, la mbira de Zimbabue, las kashakas, el talking drum, la quijada de burro o charrasca, el charango peruano y la cuica de Brasil. 

Según Michael Gil, él no es más que un guerrero al servicio de la música, un soundmurai para quien la única manera de saber a dónde lleva el camino del arte es caminándolo.  

¿Dónde naciste? 

Me cortaron el cordón umbilical que me adhería a María Josefa Arango Esquivel en 1980. Ahí tuve mi primera inhalación, en Hijas de Galicia, como correspondía y estaba establecido en Luyanó. 

¿Tu familia?

Lo siento por el cliché, pero yo nací en el seno de una familia humilde. Es decir, mis padres no eran “pinchos”, ni chivatones, ni marinos mercantes, ni descendientes de nada relevante en lo político cultural o económico en La Habana de los 80. Eso sí, mi mamá tenía unas tías abuelas en el yuma que estaban escapadas y fueron las que nos salvaron desde siempre, hasta el último de sus alientos. 

¿Tu infancia?

Cada mañana, caminaba desde el frente del solar Otero hasta el círculo infantil que estaba en la Loma del Burro. En aquellos tiempos los árboles parecían enormes y había mucha vegetación. Era un lugar mágico, o simplemente era la niñez. Tengo recuerdos de que sufrí por la separación de mis padres; pero no de mis padres juntos. Se separaron cuando yo tenía como tres años y medio. 

¿Tus padres?

Mi papá ha estado muy vinculado desde siempre al Palo Monte, a lo Abakuá (en la Potencia Irianabón), a la Santería y al Espiritismo. Su primer contacto con este mundo lo tuvo muy joven, cuando fue a alfabetizar a Pilón (Oriente), a casa de Rogelio, un haitiano que era el negro brujo del poblado y que, en agradecimiento por enseñar a leer a sus hijas, le dio la protección de su nganga haciéndole la ceremonia de la nkimba o rayamiento inicial, donde al iniciado le llaman nguello. De ahí en adelante eso fue y sigue siendo parte de su vida. 


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Mi madre, nada que ver con lo anterior, a pesar de que mi bisabuela por parte de madre era muy religiosa. Recuerdo cuando me llamaba para despojarme con albahaca y yo no entendía qué era aquello; pero me gustaba cuando llegaba la parte de saltar arriba de las yerbas como para pulverizar y destruir los males, el olor de la planta tenía su mecánica mística. 

Mi bisabuela era de la época en que los collares se llevaban en una bolsita con un alfiler por dentro de la ropa y el iddé en la mano izquierda dentro de un pulso metálico para que no se viera. Se escuchaban cuentos de gente que botaron del Partido por tener santos y de otros que botaron santos porque eran del Partido. Mi bisabuela era fan de Radio Martí, lo oía todo el día, bajito. 

Volviendo a mi madre, ella estaba para el rock and roll y la pepillancia de la época, oyendo emisoras de radio a escondidas con los de su edad y tratando de tener una vida normal. Ahí conoció a mi padre y nací yo.

El barrio… 

En mi barrio el hobby fundamental era criar palomas y estar todo el fricking día saltando de una azotea a otra y de paso rascabuchando o llevándose lo que estuviera mal ubicado en un patio ajeno. No había mayor entretenimiento que ver una bronca en la calle y tomar alcohol. Existía una guerra territorial por el espacio aéreo y hubo broncas que duraron días. Todos éramos muy fan de los efectos especiales y las broncas que más rating tenían eran las que más botellas y tubos de luz fría rompían. El top era el tubo de pantalla de un televisor Caribe; se decía que la cortada de ese cristal no cicatrizaba nunca. Estamos hablando de agarrar dos sacos de botellas de un cuarto de materia prima para bombardear la puerta de una casa. Mientras que los recluidos en la casa —cual castillo medieval atacado por vikingos— ripostaban desde la azotea con todo lo que encontraban; desde pedazos de antenas, de esa que había que mover hasta que gritaran “¡Ahí, ahí!”, hasta materiales de construcción y fragmentos de derrumbes. Al menor indicio sonoro de bronca, todo el barrio salía, desde ancianos hasta lactantes. Había quien era fan a desapartar y aguantar gente, y había quienes constituían una ávida audiencia. 

También se dieron casos de mujeres dándole estrellones de olimpiada a sus maridos en plena calle y después de patearlos en el piso decirles: “Pero después de todo tú eres el que me la da donde a mí me gusta”.

Se jugaba al taco con la tapa plástica de las botellas de ron y el bate era un palo de escoba. Aquello era entrenamiento de sable de luz para jedis avanzados. Todo anciano, deshabilitado o recién nacido en brazos que pasara por la calle, tenía que saber que atravesaba por un campo de entrenamiento y su vida estaba en peligro. Las hordas de menores en chivichanas para estar a salvo del tráfico tomaban las aceras y más de un viejo con bastón tuvo que saltar al vacío ante las estampidas de chivichanas loma abajo y sin freno. 

¿Una memoria entrañable?

La memoria más entrañable de mi barrio fue cuando un Día de las Madres un camionero ebrio decidió resolver una serie de asuntos y situaciones con su mujer. Intentó meter el camión de marcha atrás contra la casa para derrumbarla, mientras los padres ancianos de su mujer, hastiados de las borracheras, las broncas y los espectáculos, yacían sentados en el portal de la casa; inmóviles como dos monjes zen más allá de la vida y la muerte, al tiempo que un Kamaz ruso amenazaba con derrumbar un pedazo de la cuadra. 

El gran Abilio Valdés, hijo ilustre de Abilio Valdés y Sara, hermano de Ele, cuñado de Carlos y tío de Equis, la gente de Síntesis, gritó: “¡Aquí hay una pila de hombres pingaaaaa, al ataqueee!”. Y de las aproximadamente 350 personas viendo aquel espectáculo, un grupo de intrépidos, entre los que me encontraba yo, tratamos de abordar el camión en una onda película del sábado. Un blanquito malo malo, cuyo nombre no mencionaré, y que se había despertado a las tres de la tarde por el alboroto, salió de su casa a ver que acontecía y vertiginosamente comprendió que la forma más directa de acabar con eso era con unos ladrillazos al parabrisas del camión, en la parte del chofer. Y así fue. Increíble como alguien acabado de levantarse puede estar tan claro. El conductor se dio a la fuga en el Kamaz ruso a velocidades de Fórmula 1 por Luyanó, hasta que regresó con una escolta de patrullas, que le cayeron a tonfazos y lo esposaron.


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¿Estuviste becado?

La Lenin fue una ruptura total del paradigma anteriormente conocido. Imagínate que fue salir de un lugar donde las aspiraciones de la juventud eran ser abakuá, babalawo, trabajar en un Ditú o en la fábrica de cigarros, a encontrarte con el hijo de dos agentes de la Seguridad del Estado que había nacido y vivido en Francia, hablaba perfecto francés, inglés, vivía en el Vedado y tenía todos los videos de Nirvana, Guns and Roses, Bon Jovi, y todo el pop rock más famoso de la época. El mismo que me enseñó que los paquetitos de galletas y cositas no se abren con la boca, sino que tienen un modo de abrirse con los dedos, y que tenía un Lada que era una nave espacial. 

Con los hijos de embajadores de otros países en Cuba; con los hijos de Ramiro Valdés; Lage; el nieto de Fidel, hijo del que se suicidó o lo suicidaron; Hasán Pérez; con los hijos de los que salían en el televisor; y por supuesto, gente con una guapería y una rutina de museo que sacaban 101 en las pruebas. 

¿Qué descubriste en esos años de la Lenin? 

Además de una Cuba desconocida para mí, por primera vez estuve expuesto a una manipulación político-ideológica más severa y constante, fundamentalmente debido a que por tres años la Lenin fue mi casa y mi realidad. Mi madre nunca se preocupó porque yo fuera de la Juventud o católico o abakuá; pero sí se preocupó porque yo no fuera chivatón, descarado, abusador, mentiroso, miedoso. Durante los dos primeros años en la Lenin, me aventuré a tratar de congeniar una ideología que se apropiaba de los estándares más excelsos de la humanidad con mis propios valores humanos. Y a fantasear con esa quimera de que ser justo, ser revolucionario y criticar la Revolución era posible al mismo tiempo. Posteriormente, la vida me demostró, y a cada segundo demuestra con creces, que la Revolución cubana fue una de las mentiras mejor vendidas del siglo XX.  

¿Cuándo empieza a ser importante la música? 

La música no fue importante para mí hasta los 15 o 16 años, a pesar de que un preludio de Bach en noveno grado fue tocado enfrente de mí con una guitarra y me dio una cosa. Fui diagnosticado patón crónico desde la niñez y a pesar de los entrenamientos intensivos de casino en la Lenin, el día que tuve que tirarla en estéreo en la recreación, pude mantenerme a salvo marcando hasta que la chica con la que bailaba me dijo: “¡Eh! ¿Y tú no das vueltas?”. Tiré un movimiento que terminó en una llave de brazo para esposar a alguien y con la convicción absoluta de que eso de “70 y complícate” nada que ver conmigo. El rock me sedujo y fue un cambio drástico en mi vida. Entiendo por qué era considerado un arma de descarrilamiento masivo por el comunismo. 

¿Estudias música?

Yo fui un buen estudiante siempre y quería estudiar Medicina, estaba en un grupo de alto rendimiento de Biología en la Lenin, pero la guitarra eléctrica me complicó la vida. Terminé no haciendo las pruebas para Medicina y haciendo la prueba de aptitud para el Pedagógico de Música, que era lo que a esa altura, relativo a la música, podía hacer. Después de un año de secuestro militar entré y duré unos meses hasta que me mandaron a parar en firme en un matutino. Se sintió bien decir delante de todo el Pedagógico que yo había acabado de salir del servicio militar y no me iba a parar en firme nunca más. Y me fui.

¿Y de ahí?

Dando vueltas pude entrar en la Félix Varela, que era la escuela para músicos que tocaban, pero no habían estudiado y necesitaban un papel para pertenecer a una empresa. Ahí tuve la dicha de ser recibido con tres toneladas de amor por Mayra Cruz, mi maestra de solfeo y teoría, que en gloria está; y desde antes por Barima Gort Rodríguez, mi maestra de guitarra clásica. A ellas les debo no solo el conocimiento, sino el amor que me entregaron. 


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¿Cuándo y cómo sales de Cuba?

Salí de Cuba a México en 2008, a tocar unos meses, y mi esposa Nedine, embarazada ya, pudo unirse a mí. Después de andar gran parte de México y vivir en varios lugares y varias experiencias, decidimos cruzar a Estados Unidos. Dejamos todo en Cuba: yo a mi madre, padre y abuela; ella, a su madre y abuela. 

¿Has regresado?

Mi abuela me dijo que estaba esperando a conocer a mi hija y cargarla para poder morirse, que era lo único que le faltaba. No pude lograrlo debido a que el pasaporte cubano y todo lo relacionado con Cuba es cortarse las venas con un cuchillo plástico de una completa del Palacio de los Jugos. Volví una vez con mi hija y mi esposa, pero mi abuela ya no estaba. Ya nunca más he regresado.

Tu pasión por instrumentos musicales tan variados

Desde Cuba me interesaron los instrumentos como el didgeridoo australiano, el birimbao afrobrasileño, las arpas de boca, las calimbas, el pandeiro, el cajón, el hang o handpan, etc. Allá en aquel momento había que conformarse con grabaciones y yumas trotamundos que pasaban por Cuba con algún aparato a cuestas para tener acceso al instrumento, sus posibilidades y técnica. Aquí en el yuma esto se ha vuelto una obsesión, nivel niño chiquito con el cajón de juguetes. El instrumento que abrió esa puerta desde Cuba fue el birimbao. Ahora estoy obsesionado con el batá. La vida me ha dado la oportunidad de compartir el camino, cocrear y aprender de figuras esenciales en el folclor afrocubano en la diáspora como Marisol Blanco y René Pedroso, que cargan en sus espaldas siglos de acervo cultural.   

Tienes una fortuna en instrumentos

Categóricamente, te digo sí. Una fortuna debido a lo que estos instrumentos producen social, emocionalmente y también económicamente. Lo que me he gastado o endeudado tampoco me parece muy desacertado comparado con quien se tira de la guagua andando por unos muebles de El Dorado o por una bicicleta de esas atómicas que vuelan y no pesan nada. Y bueno, como dice la canción. “China, todo en la vida se paga”.

¿A qué música vuelves siempre?

Leo Brouwer, Egberto Gismonti, Naná Vasconcelos, Pat Metheny, Patato y Totico, kora africana, Oro seco y Oro cantado (tambores batá), el danzón, Mr. Acorde, música clásica hindú y honkyoku, (género de música japonesa para la flauta sakuhachi creado y practicado por una secta de monjes budistas) para hacerme el harakiri con una flauta.

Enseñar música a niños debe ser algo especial. 

Compartir instrumentos y música con niños es un juego muy serio. Si bien es necesario alguien que enseñe a poner el dedo en un instrumento, también es necesario alguien que inspire a tocarlo y pueda propiciar la transferencia de conocimientos y habilidades desde y a distintos campos del conocimiento. Quien toca y estudia un instrumento puede hacer muchas otras cosas. Y aunque suene cursi, es una experiencia más que mágica. 


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Tu familia (tu esposa Nadine, tu hija María Isabel).

Nedine Del Valle (mi esposa, artista visual, chef, madre de mi hija y mostra en general) y yo, siempre hemos estado de acuerdo en que artistas fuimos, somos y seremos, y la única manera de saber a dónde lleva un camino es caminando. Y ahí seguimos, pues es un modo de vida. Artista es quien vive para el arte, viva del arte o no. Mi hija María Isabel no ha sido obligada a estudiar un instrumento, pero sí ha estado expuesta a todo lo vivido por nosotros. Le es más fácil pasar horas pintando que estudiando un instrumento y eso ha hecho. Está en un magnet school, en la especialidad de artes visuales.  

¿Y la otra familia, la musical?

Arsenio, Manuel, Yuri, El tigre, Eduardo el Riki, El Tapia, Humberto, Renezon y otros más, son la familia que uno escoge. La música requiere conexión y produce conexión a niveles muy profundos. Casi siempre, o siempre, algún tipo de arte, ya sea marcial, música, danza o pintura, ha mediado entre las personas que considero amigos o familia y yo. 

¿Lo bueno de vivir fuera de Cuba?

Vivir fuera de Cuba ha sido increíble. Es una suerte haber podido irme. Extraño personas y las personas que extraño están allá como la mayoría del pueblo cubano, esperando a ver cuándo se van.

¿Qué futuro ves para Cuba? 

No veo ningún futuro, no porque no exista, sino porque no tengo la capacidad de ver el futuro. No obstante, todo lo que los cubanos hemos vivido es nuestra responsabilidad y lo tenemos ultra merecido debido a que el nivel de chivatonería, de prestadera para actos de repudios, de mandadera a matar entre hermanos, padres e hijos, vecinos, de irse a matar y a morir a África, por una grabadora y para enriquecer a otros, a Sudamérica, al Caribe. Los cubanos nos hemos dejado coger para eso, permitimos que un tipo diga cómo hay que cocinar el arroz, cómo bañarse, qué sembrar, a quién golpear e irrespetar, en qué creer y en qué no creer, y se ha vuelto un modo de vida. El presente empieza con la imposibilidad absoluta de repetir el pasado y el futuro se tornará presente y pasado. Es un osogbo intergaláctico que tanto en el pasado, el presente y en el futuro de un ser humano se grite: “Pin pon fuera abajo la gusanera” y “Esta calle es de Fidel”.

¿Quieres regresar? 

Mi padre está en Cuba, mi madre está en Cuba y mi hermana está en Cuba. Me encantaría volver a una Cuba que no existe por lo que no tengo a dónde volver. Si regresara, sería por compromisos familiares, no porque quiera. De querer, quiero ir a Australia o a São Salvador da Bahía, Yakutia, Eslovaquia. Por el momento, soy uno más de los mandadores de ibuprofeno, tylenol, vitaminas y de la liga de los 100 dólares. Espero que mi familia pueda abandonar aquel atolón productor de baja frecuencia sin que se ahoguen, se los coma un tiburón, mueran en la selva del Darién o los secuestren y me llamen por FaceTime mientras le cortan un dedo para que yo mande dinero. Ya yo no soy cubano y, aún con ciudadanía, tampoco soy estadounidense; simplemente, pertenezco a la “Magia de Miami”. 




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Meme Solís: “No tenían fe en mí”

Ingeborg Portales

O nos integrábamos o nos borraban del mapa y lo más fácil fue borrarnos del mapa porque yo no iba a integrarme. Nos metieron en la lista negra y fueron quitándonos de todas partes: primero de la televisión, de la radio, del teatro y por último de los cabarés”.