Santiago Feliú en el espejo retrovisor

Dos veces lo vi afuera del escenario. Esa única vez, la otra no sé si cuenta porque ocurrió en un sueño mientras me recuperaba de una hepatitis, esa única vez que lo vi en la calle Santiago Feliú iba en un carro blanco. En el asiento del copiloto. 

No puedo precisar ni el modelo ni el año de fabricación de aquel auto europeo o asiático. Fue una escena, digamos, fugaz, fugazmente lenta. El chofer maniobraba en una estrecha calle de Centro Habana minada de baches, mojones, basura, gentes. Era la calle Gervasio esquina a Laguna, era el “gueto” de San Leopoldo.

Piñera vivió muy cerca del sitio donde aconteció el encuentro. También yo. “En el balcón de esta casa escribió sus ficciones Virgilio Piñera / (Cárdenas 1912 – 2012) / En el año de su centenario”, dice una tarja fijada por la Oficina del Historiador en la fachada de un inmueble de dos plantas y altísimo puntal en Gervasio. 

Escribí parte de las mías en el cuarto piso de un edificio en Laguna; un edificio sin tarja, ni siquiera igual a la de Piñera, que no es de metal, está manchada de pintura y se despegó en uno de sus bordes.  

A propósito de Virgilio, una frase arriba a mi cabeza: “Hay que saltar del lecho con la firme convicción de que tus dientes han crecido, de que tu corazón te saldrá por la boca”. 

Éramos demasiado jóvenes para que uno de los dos comenzara a echar en falta la muerte física del otro.

Allí donde viva, inexactos y de memoria, con la muda voz de la introspección, suelo repetir cual mantra esos versos de Piñera. No soy nada original, el poema La isla en peso es ya un lugar común a fuerza de haber sido tantas veces citado, pero resulta una suerte de invocación, una recarga más que reseteo, una tarja que clavo y renuevo dentro de las paredes de mi cabeza.  

Del encuentro casual en plena calle con Santiago Feliú, que para mí todavía no arribaba a la categoría de apóstol caído y fijado con el fuego de la leyenda personal en el panteón de la memoria de una legión de fieles como yo, veía el perfil de su cabeza y el hombro derecho: el severo encuadre que permitía la ventanilla del carro. 

Sin embargo, al evocar lo sucedido en la calle Gervasio suelo resumirlo en una imagen casi improbable: la cara de Feliú en el espejo retrovisor. 

Sí, como mirar lo real a través de la (in)verosímil realidad alterada de una ficción piñeriana, como esa donde un sujeto ante la falta de carne recomienda devorarse a uno mismo, por partes, lentamente, para que dure. 

Poco tiempo después de coincidir en Centro Habana, el 12 de febrero de 2014 Santiagocaería fulminado por un infarto. Decían que por aquellos días andaba muy feliz. Happiness is a warm gun in your hand; entonces, la felicidad también puede ser una víscera caliente en tu cuerpo.

Yo no acomodaba el suceso en mi propia biografía. No podía. Éramos demasiado jóvenes para que uno de los dos comenzara a echar en falta la muerte física del otro; aunque no creo que Santiago notara en un concierto mi ausencia súbita, ni siquiera a nivel energético. 

Mientras la vida transcurre, van cayendo irremediablemente, cual blancos móviles.

Lo hermoso y lo trágico de vivir también es eso: “conocer” a sujetos que te movilizan en el plano físico y mental. Como Juan Formell, Elena Burke, José Luis Cortés El Tosco, Kurt Cobain o Amy Winehouse, para decirlo rápido y mal. Mientras la vida transcurre, van cayendo irremediablemente, cual blancos móviles.

Sí, hay que saltar del lecho con la firme convicción de que tus dientes han crecido, de que tu corazón te saldrá por la boca. Aunque la vida no vaya precisamente cuesta arriba.

De la singularidad de mi encuentro con Santiago está el espejo retrovisor. La superficie de azogue en los carros modernos literalmente le advierte al conductor que los objetos suelen estar mucho más cerca de cuanto parecen. Un texto impreso en letras pequeñas sobre el espejo, para que se fije más allá de la retina y lo real, invertido, fluya de modo progresivo al interior del cuerpo y quede sedimentado cual experiencia.

Esta llamada de alerta fue situada en la literatura por el mexicano Juan Villoro. Su texto tiene que ver con el Subcomandante Marcos y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. El mío se interesa en otro tipo de épica.

Puedo citar-parafrasear un verso de Silvio para intentar una definición de Santiago Feliú: podía ser a la zurda más que diestro. Y parafraseando a Piñera, debería apuntarme a la sien con un bolígrafo: ¡Ahmel mío, tan joven y no sabes definir! (Así de hermoso habría sonado el disparo.)

Decían que por aquellos días andaba muy feliz.

Es que Silvio se me fue agotando mientras caía el Muro de Berlín y se levantaba el del Período Especial en los 90. No era un problema de Silvio, era un hándicap mío con respecto de él, o con la realidad alterada asolando cuanto yo entendía por país, por el devenir de la Ysla y por el de las gentes, por la traducción que hice de la Cuba que deseaba, y de las gentes que deseaba ver viviendo y gobernando al país, y por todo aquello que estaba dándole sentido y (des)orden y color a los 90. 

¿Ingenuo yo, utópico, acaso quimérico? Se trataba de una realidad puesta en clave y en el porvenir por Virgilio Piñera desde un balcón en la calle Gervasio. ¿Presiones y diamantes?

“Ave ciega que no espera, dueña de la verdad. Cómo seguirte a ti. Acude siempre donde llora lo que no debe morir, todo se nos vuelve espada defendiéndonos de nada”. Canto y tarareo de memoria La ilusión mientras hago una pausa. 

Sí, versos maravillosamente medio crípticos los de Santiago apóstol caído, pero muy lúcidos y muy parecidos, creo yo, a ese tramo de mi devenir, y al de muchos que, como yo, ahora andan por los 40, o finiquitando los 40. 

Generación. Una generación echa a imagen y semejanza de cuanto quiso Fidel en una verde mañana que comienza, para él, tras mover unas fichas y fijar destinos como si los atornillara sobre el ríspido arrecife de la costa norte. Biopolítica. Ingeniería social. “Qué situación estar aquí, quererte todavía, todavía más, hechizo que fulmina mi balanza y mi esperanza”. Vigilancia, control, castigo.

Puedo seguir citando a Santiago, generando claves de lecturas perturbadas y crípticas a la hora de enlazar biografía(s) y política(s), Historia y sujetos anónimos, el amor cortés y la épica de un foco guerrillero en América Latina con fecha de caducidad al dorso. 

Versos maravillosamente medio crípticos los de Santiago apóstol caído.

Podría seguir propiciando una fallida ruta crítica que quizá solo conduzca a un mapa personal que es uno y muchos, porque sirve para ciertos entendidos que, al reunirlos en cuadro apretado, se constituyen en un único sujeto, cuya muerte súbita no se notará ni siquiera en el plano físico al interior del público en un concierto. 

Pero son sujetos que sí cuentan, dialogan no solo energéticamente con una parte de una generación, o una parte de un par de generaciones. Desperdigados por medio mundo, anónimos en una calle de Cuba, están para dar testimonio; ellos todavía gravitan al interior de las canciones de Santiago. 

Esas respuestas, y sobre todo las preguntas que, con mi problema no encontraba yo en las nuevas canciones de Silvio, las fui descubriendo en los conciertos de Feliú y en casetes que reproducía en mi cuarto. Luego en una discman, más tarde en un mp3 player.

Santiago y mis estados de ánimo. 

Feliú y Estado de Ánimo

Santiago y el envés de la trama llamada Cuba.

Santiago Feliú con una guitarra que era en sí misma una realidad alterada por la manera en que debía ser puesta contra la caja del cuerpo para disparar, en ráfagas, acordes o qué sé yo, y que eran algo más que música soportando ciertas respuestas y, sobre todo, preguntas. 

Mis preguntas, o las preguntas con las cuales debía interpelar a Cuba toda una generación. Corrupción, drogas, desesperanza, hastío, prostitución, hambre, falta de fe; mucha hambre y mucha desilusión por todas partes.

Y Santiago ahí, como si nos conociéramos de toda la vida.

Yo lo vi: lo vi repetir una misma canción en un concierto; lo vi cantar a Serrat y ni el propio Serrat podía versionarse como lo hacía Santiago; lo vi transformado en una inagotable victrola; lo vi gaguear desesperadamente en el escenario, se armaba de sonidos para intentar un diálogo casi siempre abortado entre canción y canción, ¿me habría pasado algo peor? 

Da igual, al final casi nadie dice nada verdaderamente memorable entre canciones, nada con el peso y la viralidad de un hit en un concierto.

Esa otra vez que lo vi, y que corresponde al entorno de los sueños, a un sueño que tuve mientras yo convalecía de una severa hepatitis y Fidel se recuperaba de una crisis intestinal aguda, esa otra vez tenía como telón de fondo la negra cúpula del cielo en la madrugada de Altahabana. 

Recién lo había escuchado en la radio, un programa nocturno que no incomodaba al público con parlamentos insulsos. Primero acontecía la voz del locutor anunciando lo que pondrían, después un breve silencio, luego un especial con tres canciones de Feliú.

“Ven, que estoy aquí, creo que es así: texto, música sin ti, me sabe a batallas sobre mí… Batallas de solo escudo para mí y flechas de mí hacia mí. Luego, llanto; más tarde, papel y cuerdas; y resultado, solo mierda”. 

Justo eso escuché en aquel sueño con una luna de falso neón en el cielo de mi sueño. Y Santiago ahí, como si nos conociéramos de toda la vida, como si los dos estuviéramos en mi casa, o los dos en casa de la pinga, un lugar ilocalizable por nadie. “Solo doy a la luz canciones comprometidas”, dijo en aquella canción titulada Batallas sobre mí, es decir, en mi sueño, y sonreí. “Texto y música nada más…”, agregó. ¿Nada más? 

Otro muerto más en la biografía de todos nosotros, los de aquella generación.

Por aquellos días de la severa crisis intestinal, Fidel, de su puño y letra y en el periódico, les dijo a sus fieles que debían prepararse para lo peor: para su muerte. Y mucho tiempo después murió, otro muerto más en la biografía de todos nosotros, los de aquella generación. La felicidad es una víscera caliente en tu cuerpo. Fidel cayó, como un blanco móvil.

¿Para qué seguir dando claves de lectura con el riesgo de volverme exponencialmente más ilegible? Todos aquellos objetos estaban, están, dramáticamente mucho más cerca de cuanto creíamos, incluso el vivo cadáver de Fidel: realidad, aunque invertida, biopolítica, ingeniería social, vigilancia, control, castigo.

“De escudo quiero el corazón desnudo, volverme sabio para divertirme, buscarte siempre y no perderte siempre, sentir sintiendo para no entenderlo más”. Tarareo casi a modo de colofón la canción De escudo, queriendo trazar nuevas rutas en mi mapa personal, un mapa que le habla a un territorio extendido más allá de mi cabeza, que todavía contiene a Gervasio y Laguna, al retrovisor con la cara de Feliú y a la tarja en honor a Virgilio. 

“Reír eterno de la enferma duda, salvar el miedo para estar más cerca de recordar para olvidar de nuevo que es más que cierto, y no verdad o mentira”. Tarareo ese texto esquizo, telúrico, que repite porque desea atrapar lo que se le ha escapado. “Bailemos todos, solo hay esta fiesta, somos estatuas olvidadas de mañana. Dame un abrazo y no tengamos frío, dame otro abrazo y no tendremos frío…”.

Y veo alejarse el carro blanco, europeo o asiático, con el rostro de Santiago desdibujándose sobre la superficie de azogue mientras el resto de la ciudad va transcurriendo allí salvaje, cocida a fuego lento bajo el sol, entre el sonido y la furia, incluso con no poca levedad, pero siempre invertida, como a la zurda y civilizada.


© Imagen de portada: Santiago Feliú (La Habana, 29 de marzo de 1962 – 12 de febrero de 2014).




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