Durante mi infancia, la inquietud de crecer se manifestaba de distintas formas. Me preguntaba a mí misma si una vez que dejara de ser niña recordaría las cosas que sentía en ese momento. Cuando mi madre hablaba con otras mujeres sobre el cuerpo hermoso de alguien, yo interpretaba en vez de cuerpo, cuello y en el espejo me lo miraba y estiraba la cabeza para imaginar el mío. Creer que también sería hermoso.
Siempre estuve atormentada por aquellas ideas, junto a la idea fija de la muerte. La muerte, para mí, tenía el rostro de mi abuela cuando comprendí a la edad de 7 años que uno nace, crece, se reproduce y muere. Un ciclo que me quitaba las ganas de crecer. Quería quedarme siendo una niña para que no desapareciera mi abuela, aunque fantaseara con la idea de cómo sería mi rostro o mi cuello (cuerpo) una vez que mis huesos se estiraran.
Desde entonces yo escribía un solo libro, cuando observaba el mundo, el de las sensaciones en mi cabeza infantil. Una de mis obsesiones es el olvido. Como todo se olvida tan pronto, siento la necesidad compulsiva de escribirlo todo. Llenar mis espacios de ideas para que no sean barridas por el viento. Para que no sean borradas por mí misma con el tiempo.
Conocí a Alexis Díaz de Villegas en el noveno piso del Teatro Nacional. Más bien conocí a su personaje Segismundo, de La vida es sueño. “Qué sujeto tan extraño”, me dije. No parecía humano. Era un animal. Un felino. Con movimientos precisos y un cuerpo fibroso. Lleno de músculos. Cada frase salida de sus entrañas con un timbre no menos raro. No podía definirlo. Solo supe que estaba ante alguien que parecía de otro mundo. Un mundo más cercano a los sueños.
Yo recién me había mudado a La Habana para vivir junto a mi abuela, sus últimos años. También con la ilusión de hacer teatro. Aún no me había descubierto en el cine.
Ser actor de alguna manera te convierte en marioneta. En objeto de deseo. En un seguidor obvio de algo o de alguien. Tu cuerpo y voluntad estarán supeditados al director. El dios de los rodajes. El actor no deja de ser niño y eso es perverso. La inocencia de los niños los hace crueles.
La primera vez que trabajé con Alexis fue en un cabaret alemán de Teatro El Público. Recuerdo que lo representamos en la casa del embajador. Ese teatro de Carlos Díaz que da la sensación de estar en una orgía. Hubo un momento en el que retozábamos en la conga del final y Alexis Díaz de Villegas me apretó el cachete y me dio un beso. Al parecer era también sexualmente muy activo. Siempre hay anécdotas sobre él y las mujeres. Hay que prestar atención al hecho de que dentro de la Isla todo se mitifica.
Ya mi abuela no existía cuando trabajé en 2008 junto a Alexis Díaz de Villegas en el filme Larga distancia, de Esteban Insausti. Aún conservo las fotos de aquel rodaje. Bárbara, mi primer papel en el cine. Estaba enamorada del proyecto. De mi personaje. De la película. Del director, de mis compañeros: el diseñador Vladimir Cuenca, Coralia Veloz, Zulema Clares, Tomás Cao y Alexis Díaz de Villegas.
Me entregaba a los proyectos con la misma devoción con que mi padre lo hizo con la Revolución cubana. A fin de cuentas, la palabra comunismo viene de comunal. El sueño revolucionario se extendió también al arte. Hay muchos artistas, como fue el caso del propio Alexis, que proyectaban su arte como una misión.
Quedan pocos actores que cultivan su intelecto en Cuba. De los que les sacan el zumo a las tablas. Alexis Díaz de Villegas era un animal de teatro. El registro de su interpretación de Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini debería ser la introducción a la actuación en Cuba en las escuelas de arte. Era un actor consciente de que no debía desaparecer para interpretar sus papeles. Tenía ese estilo más europeo; tal vez de la escuela rusa. Por momentos me recordaba a los actores de la década de los 70 en Hollywood.
Alexis Díaz de Villegas es de aquellos de los que se nombran imprescindibles. Daba una sensación de calma saber que estaba acá dentro. Ahora empiezo a sentir que estoy dentro de una cárcel. Una cárcel que va más allá de una isla y es la cárcel del cuerpo. Esa sensación de estar atrapada. De que mi voz y mi mente sean despedazadas por mi cuerpo. Supongo que se deba al hecho de ver partir a alguien que uno conoce. Que sabe dónde ha vivido. Que conoce a su esposa, hija, tíos, al escritor Néstor Díaz de Villegas. Los hijos ilustres de Cumanayagua.
Tuve que escribirle a Néstor. ¿Cómo no hacerlo? Las últimas veces que hablé con Alexis fue en casa de su tío. Tío y sobrino hermanados en sensibilidad. “Alexis era como un hijo para mí”, me dice por privado el escritor. Y yo, que conozco ese pesar, solo atiné a decirle: “Hay que seguir”, como si yo misma, al escribirle, quisiera encontrarle sentido a todo esto.
Hoy se habla de una inteligencia artificial capaz de reproducir la voz de un ser querido. Los científicos dicen que basta con un minuto grabado para que el nuevo descubrimiento ponga a hablar a los muertos. Llamo por teléfono a mi madre para asegurarme de que los casetes con la grabación de la voz de mi abuela siguen intactos. Me tranquilizo cuando me responde: “Sí, están intactos”. La de mi padre la tengo. También la de ella. ¿Cuánto más avanzará la ciencia? ¿Descubrirá la forma de que seamos inmortales? Ghost in the Shell. El alma de los humanos en una inteligencia artificial.
La nueva realidad, el nuevo arte, el nuevo sexo, la nueva cosa, la nueva vida o la nueva muerte.
En Listen to me Brando, el actor, convertido en algoritmo, habla de la futura muerte del actor en el cine. Tal vez este fenómeno viene dado por el aislamiento que provoca desdoblarse en álter ego. Que las personas no quieran más que la representación de sí mismas. Los adolescentes ahora solo ven el principio y el final de las películas que debatirán en clases. Y es que la producción de contenido en las redes sociales crea sistemas de pensamiento. ¿A quiénes sigo? ¿Qué los hace populares? ¿Qué debo hacer para igualarlos? La humanidad da un giro bizarro en la nueva proyección de la sombra en la caverna.
El próximo invento de Apple nos convertirá en cíborgs.
A los que quedamos detrás nos toca, como a unos coleccionistas, reconstruir los fragmentos de cada uno de los Alexis. Reunirlos en el espacio virtual que nos separa cada vez más del espacio físico. Y es que los espacios públicos han ido desapareciendo. Las bibliotecas, los cines, teatros, son el centro de atención del negocio inmobiliario.Qué dolor se experimenta ante la muerte. La muerte es el final de los dolores que nacen con la vida. La tristeza por la pérdida de un artista viene dada por su capacidad de percepción. Por sentir la realidad incluso antes de que la realidad misma se haya manifestado.
Tres grandes desafíos de ‘Corazón azul’
Miguel valoró la utilización de tecnología ‘Deep fake’ para reemplazar el rostro de Héctor Noas por el de Sergio Corrieri en un experimento bizarro que daría vida a un actor muerto.