Los enemigos y el “Amigo del pueblo”

En casa de un amigo, a quien por razones de seguridad llamaré X, estaba hablando sobre la censura de mi obra Los enemigos del pueblo (2017). No recuerdo cómo se coló el tema. Una mujer mayor estaba de visita, conversaba con la madre de X. Cuando mencioné el remolcador 13 de marzo, la memoria de esta mujer se disparó.

Lo primero que me dijo fue: “Qué tristeza que los jóvenes en este país tengan miedo”. Y como si pensara en voz alta, agregó: “Eso es lo que más me duele”.

Mientras tratábamos de retomar nuestra charla con X, la mujer corrigió sus espejuelos y prosiguió su soliloquio: “Pero yo entiendo, ¡he visto cada cosa!”.

La mujer tiene pesadillas. Anda con una biblia. Va a misa. Algo me decía que tenía dentro de sí una historia macabra.

Su rostro se transformó mientras se justificaba, como si aquella charla fuera un juicio y nosotros, dos generaciones más jóvenes que ella, sus inquisidores:

“Yo tenía que terminar de maquilladora… ¿Tú sabes lo que es entrar a un baño vestida de militar y salir vestida de civil? Ahora trabajo en la televisión, pero antes fui del MININT. Y de ahí no hay quien salga… Tuve que hacerme pasar por loca”.

“Estuve en el Malecón el día que fue Fidel, y también grité, pero me perdí en una calle de La Habana. No quería que mi hermana, en los Estados Unidos, me viera haciendo algo tan denigrante. Creo que fue a partir de ese día que empecé a llamarme a mí misma por teléfono, y a matar a algún familiar… Cuando me pedían que no me fuera del trabajo después de terminada mi jornada laboral, o simplemente cuando el movimiento y los rumores me decían que algo sucedía y que nos sacarían a las calles, alguna de mis primas informaba una novedad en mi familia”.

“Las dos cosas más horribles que viví… Una fue la del estudiante. Aquel día había un acto de la FEU y tuvimos que salir para evitar cualquier tipo de desorden. El muchacho estaba con una cámara sacando fotos. Uno de mis compañeros lo separó del grupo y me ordenó que lo vigilara. En uno de los salones de la Universidad, me puse a conversar con él sobre arte. También he sido amante de la literatura. Pasé un buen rato con él, hasta que llegó mi compañero y sin ton ni son le dio una patada por la quijada que le sacó un diente. Me puse muy mal, ese muchacho no había hecho nada…”.

“Lo segundo fue lo del Remolcador… Los levantaban con los chorros, y yo les decía: ‘¡Son niños, hay niños!ʼ Recuerdo que mi jefe me daba codazos y me decía: ‘¿Tú estás con los indios o con los cowboys?ʼ”.


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Terminal

Una novela de Lynn Cruz


Para escribir Los enemigos del pueblo, estuve revisando información. El periodista Boris González Arenas me pasó un reportaje de Martí Noticias donde entrevistan a algunos de los sobrevivientes. Me impactó María Victoria García Suárez, que perdió a su hijo Juanito, de 10 años de edad, en sus brazos.

Hoy, por supuesto, haría la obra de manera distinta. Confieso que no pude tomar distancia. Estaba demasiado afectada por los testimonios.

Si algo me hace actriz es mi empatía con el dolor ajeno. Estar alerta, percibir lo que sienten los otros. Ser actor es ser también un médium. Pude ver los cuerpos en alta mar trasladados por los polargos enemigos, para borrar toda huella del naufragio. Ese naufragio que ya dura 61 años, esta vez a 7 millas de La Habana.

Días después, contacté a la mujer con la idea de hacerle una entrevista. El miedo pudo más que su remordimiento. Me dio todo tipo de excusas. No la he vuelto a ver.

No he dejado de pensar en la enorme coincidencia. La misma que me hizo escribir una historia que no busqué, que simplemente llegó a mí. Primero, la historia de las víctimas primero, y luego la de una de las victimarias. La mujer completó la obra. Aportó la parte humana de los tripulantes de aquellos polargos. Fue todo muy extraño, como si la realidad se cruzara con la ficción. Allí estaba yo, expectante en la sala de la casa de X, en el mismo estilo de la puesta en escena que concibió Miguel Coyula. Sin artificios ni utilería.

Hicimos siete funciones, incluida una en Miami, en el patio de la casa de la actriz Grettel Trujillo. Recuerdo con nostalgia la que hicimos en la sala del poeta Rafael Alcides. Al marcharnos, su esposa Regina Coyula recibió una llamada telefónica de una vecina, que la previno de “una posible actividad contrarrevolucionaria en los alrededores”. La obra era corta y, para entonces, ya nos encontrábamos lejos.


Cartel de la obra Los enemigos del pueblo. 
(Imagen: Lía Villares).

Cartel de la obra Los enemigos del pueblo.
(Imagen: Lía Villares).


Los Enemigos del Pueblo, por Lynn Cruz.

Personajes:

Carlota Corday.
María Victoria García Suárez.
Fidel Castro.
Biógrafa de Fidel Castro.
Personaje incógnito.

Un escenario desprovisto de objetos tendrá el color de las salas de las casas de los espectadores que nos inviten a hacer una presentación. Cuando sea posible: tener en el centro una reja oxidada. Detrás hay una silla donde está sentada Carlota. La luz incide directamente en ella durante toda la obra. Ella está en shock.

Carlota se levanta, avanza hacia adelante con mareos y trata de sobreponerse. Tose. Mira a algunos de los espectadores con cara de sorpresa y les pregunta:

CARLOTA:

¿Tú también estás aquí? ¿Y tú? ¡Mira lo que te han hecho! A ti, no te han dejado tan mal. ¿Yo? Yo maté a Fidel Castro. Sí, lo maté y me di cuenta de que, al hacerlo, me estaba aniquilando a mí misma. Lo maté como Leopoldo Panero mató a John Lennon. Fue un suicidio social.

Muchas veces dudé, porque los cubanos aún bajan el tono para hablar de él. Ahora, después de muerto, le temen más. Seguro que se preguntan por qué lo hice, si sé todo eso. No lo podría explicar.

Crecí en Matanzas. Tal vez porque en la provincia el miedo se magnifica, y porque mi padre es miembro del partido comunista, creí en él. Yo lo maté. Podría decirse que fue un crimen pasional, o tal vez parricidio, pero lo hice de noche.

Bajé de un taxi tres cuadras antes de la entrada a Punto Cero, residencia de Fidel Castro. Por todas partes vi señales de que no se podían usar cámaras. Acceso prohibido. Al principio los guardias me negaron la entrada. Psss, por favor, déjeme entrar. (Carlota seduce a uno de los guardias). ¿Me vas a dejar hablar con el “Amigo del Pueblo”? (Sigue al guardia con la vista). Se asustó. Una vez más, no me dejó entrar.

Fingí que me marcharía, como las veces anteriores en que le había dejado dos cartas, pero esta vez estaba segura de que tenía un solo camino: salvar a la patria del tirano. Era preciso que murieran unos cuantos para salvar a la mayoría. (Carlota saca un machete y comienza a lanzar machetazos). Ellos me disparaban, pero con mi machete yo paraba todas las balas; algunas me entraban al cuerpo, pero salían con la misma velocidad. Dejé la entrada sin escoltas. Me di cuenta de que entre los muertos había periodistas; estaba la biógrafa de Fidel, que también esperaba para reunirse con él. Claro, esta noticia no salió en la prensa oficial. (La actriz saca la piel de la cara a la biógrafa, y se la coloca).

Gracias a ella pude entrar (Entra el tema “El cazador de bandidos”, de Noel Nicola). Recordé que existe una segunda garita, así que para no correr riesgos decidí adentrarme en la maleza que hay alrededor de las plantaciones. Corrí por la oscuridad. Solo me guiaban las luces a lo lejos. Cuando estaba cerca me detuve para poder calmarme… Debía confiar en mi nuevo rostro:

BIÓGRAFA:

Buenas noches, ¿cómo sigue el comandante? Solo quiero estar un rato a solas con él.

CARLOTA:

Dentro había una gran confusión, pero gracias a los enfermeros supe dónde tenían al comandante.

BIÓGRAFA:

(Despidiéndose, sonríe a los enfermeros). Gracias.

(Carlota mira con desconfianza y se aleja de ellos, mientras avanza hacia la habitación de Fidel).

CARLOTA:

La habitación estaba escasamente iluminada. Fidel estaba dormido, tenía agujas por todas partes…, lleno de aparatos…, respiración artificial.

Era probable que no pasara de esa noche. Pero también podía durar diez años más. Qué frágil me pareció entonces. Fidel era un cuerpo, una masa de carne y hueso…, inmóvil. En ese momento pensaba que su muerte natural me impediría alcanzar mi propósito, y que todos los muertos habrían sido en vano. Así que decidí esperar por ese extraño momento en que el paciente en fase terminal adquiere lucidez, instantes antes de su muerte. (Entra tema lúgubre).

(Carlota llora, se escuchan unos pasos, trata de componerse la máscara).

CARLOTA:

Era una enfermera… Le cambiaba el suero, lo monitoreaba.

BIÓGRAFA:

He estado aquí meditando. Recuerdo cuánto Fidel amó al pueblo. He escrito tanto sobre él, lo he estudiado. Fidel nos moldeó, tanto que yo siento que dentro de mí hay más Fidel que de mi misma. (La biógrafa se despide de la enfermera con una sonrisa, casi una mueca).

CARLOTA:

Mientras lo miraba respirar, una pregunta me atormentaba: ¿Qué tiene este país? No tiene recursos, es un país pequeño, con un sol terrible… ¿Qué tiene Cuba? No tiene nada… Lo tiene todo. La nueva Jerusalén. (Se levanta y se aproxima a Fidel).

Entonces sucedió el milagro, Fidel abrió los ojos, me miró con cara de pregunta: ¿quién eres tú? (Carlota se quita la máscara de la biógrafa). Claro, en ese momento difícilmente reconocería a alguien, pensaba yo, pero por mis entrecortadas explicaciones él se dio cuenta de que yo era la misma de quien había recibido dos cartas:

Fidel, ¿recibió mi misiva? No puedo creerlo, los guardias no me abrieron su puerta… Espero que mañana me conceda una entrevista. Se lo repito, tengo que revelarle un secreto muy importante para el bienestar de la patria.

Fidel, escúcheme, vengo del Remolcador… (La detienen y se arrodilla). Además, me persiguen por defender la libertad. Soy tan desafortunada, solo quiero tener el derecho a demostrarle mi patriotismo.

“Naufragio accidental de un remolcador secuestrado por emigrantes ilegales que causa unas 30 muertes”. Eso fue lo que le dijiste a la prensa extranjera.

En realidad, mi plan comenzó antes, mucho tiempo antes de la academia militar Camilo Cienfuegos de Matanzas.

En el año 64, Roma ardía en llamas. Nerón, para evitar los rumores de haber provocado él mismo el incendio, fabricó culpables y los eliminó. En 1793, otra tiranía del terror floreció en Francia, en manos de los jacobinos, y dos siglos después, en Cuba, una nueva revolución se establece como tiranía.

“¡Firme! ¡Paso doble corto… mar! ¡En la loma del Jobito, donde el hierro se forjó, Antonio Maceo gritó: Machete que son poquitos! ¡Al! ¡En su lugar, descansen!”

Nos decían que en nuestras manos estaba el futuro para la defensa de la patria contra el enemigo. Los uniformados contra los civiles; nosotros, los enemigos del pueblo.

“¡Firmes! ¡Levanten armas!”

Recuerdo haber escuchado, en el cuartel, los rumores de una embarcación que había zozobrado a 7 millas de La Habana. Hablaban de un remolcador, un barco que se habían robado. Decían que eran antisociales. Hombres, mujeres… Niños… Muertos.

(Mira a Fidel). Seguramente te preguntarás: ¿por qué ahora? ¿Por qué he venido a buscarte cuando estás muriendo? Todo tiene que ver con ese misterio que acompaña a los líderes, porque tus crímenes aún son respaldados y silenciados por la mayoría. Tú ambición era la gloria, el amor del pueblo, pero ahora solo tienes el odio y el desprecio.

Hasta te creí, porque esta vez crecí en una isla bajo un sentimentalismo mortal, una valía complaciente, y un estancamiento ampliamente aprobado por el pueblo, los artistas y la prensa. Caí presa de ese sentimentalismo.

De pie, bajando los ojos, evitaba detener mi mirada sobre él por miedo a traicionar el horror que me provocaba su presencia. Las manos pendientes ante su cama, espero a que Fidel me interrogue sobre el Remolcador 13 de marzo.

Me mira fijamente, pero no puede hablar, así que le muestro la lista de los sobrevivientes. (Carlota le muestra a Fidel la foto de María). Esta se llama María Victoria García Suárez, tenía 28 años de edad. Ha sobrevivido para contar esta historia. (La actriz se coloca el rostro de María Victoria en su cara).

MARÍA VICTORIA:

Yo no sé si en estas condiciones pueda contar esta historia, no sé si tenga fuerzas. Hace veintitrés años vi por última vez a mi hijo Juanito. Hace veintitrés años que monté en un barco. Mi tío era el capitán del remolcador, me aseguró que no había problemas, que podía llevarme a Juanito. De la familia éramos como diez, entre primos, mis tíos, mi hermano, mi esposo, y Juanito. Salimos del puerto de Regla, de noche, en silencio. Nos escondimos en la bodega para no llamar la atención, pero era muy incómodo, así que cuando nos alejamos un poco de la orilla salimos a cubierta.

Quería un futuro mejor para mi hijo, pero aparecieron tres barcos, tres polargos. Yo sé que la mayoría de ustedes no sabe lo que es un polargo. Yo tampoco lo sabía. Los polargos son barcos que se usan para apagar incendios en alta mar. Tienen unas mangueras con unos chorros tan potentes que hasta te pueden sacar un ojo. Cuando protegía a mi hijo, yo sentía esos chorros en mi espalda, mis brazos, mis piernas; lo protegía con mi cuerpo. Y gritábamos que había niños, les decíamos a los niños que levantaran los brazos para que vieran que era verdad. Pero no les importaba: se reían y seguían tirándonos.

Nos embistieron, nos golpeaban muy fuerte hasta que nos hundimos, hasta el fondo, yo no sé nadar pero logramos subir, y de nuevo nos hundimos, yo tenía al niño agarrado, pero veía que el niño ya no hacia resistencia, que estaba así como estiradito, entonces veo a una mujer ahogada y me agarré de ella, hasta que vi una tabla que venía con más gente, y cuando me fui a agarrar me cayeron todos encima y el niño se me fue, lo perdí, no lo pude agarrar, no lo pude agarrar, estaba muy oscuro. (Carlota se quita la máscara y se dirige a Fidel).

CARLOTA:

¿Por qué no han sido condenados los culpables, los capitanes de los polargos? ¿Fueron ellos? ¿Fuiste tú quien dio la orden? ¡Contéstame!

¿Por qué no te has suicidado? Debiste haberlo hecho cuando todavía podías, entonces yo podría sentir lástima de ti.

Alrededor de 70 personas abordaron el Remolcador 13 de marzo en la noche del 13 de julio del año 1994, más de la mitad murió. Aún siguen desaparecidos:

PERSONAJE INCÓGNITO:

Manuel Gayol, 58 años.
Armando González Raizes, 50 años.
Fidelio Ramel Prieto 50 años.
Reinaldo Marrero, 48 años.
Estrella Suárez Esquivel, 45 años.
Marta Carrasco Tamayo, 45 años.
Augusto Guillermo Guerra Martínez, 45 años.
Eduardo Suárez Esquivel, 35 años.
Julia Caridad Ruiz Blanco, 35 años.
Mario Gutiérrez, 35 años.
Lázaro Borges Briel, 34 años.
Marta Caridad Tacoronte Vega, 33 años.
Omar Rodríguez Suárez, 30 años.
Pilar Almanza Romero, 30 años.
Jorge Arquímides Lebrigio Flores, 28 años.
Miralis Fernández Rivero, 27 años.
Leonardo Notario Góngora, 27 años.
Ernesto Alfonso Loureiro, 25 años.
Lissette María Alvarez Guerra, 24 años.
Yuliana Enríquez Carranza, 23 años.
Yaltamira Anaya Carrasco, 22 años.
Odalys Muñoz García, 21 años.
Joel García Suárez, 20 años.
Marjolis Méndez Tacoronte, 17 años.
Eliecer Suárez García, 11 años.
Yasel Perodin Almanza, 11 años.
Yousel Eugenio Pérez Tacoronte, 11 años.
Juan Mario Gutiérrez, 10 años.
Caridad Leyva Tacoronte, 4 años.
Lissete Borges Alvarez, 4 años.
José Carlos Nikel Anaya, 3 años.
Angel René Abreu Ruiz, 3 años.
Yolindis Rodríguez Rivero, 2 años.
Cindy Fernández Rodríguez, 2 años.
Helen Martínez Enríquez, 6 meses.

CARLOTA:

Él me arranca el papel con sus últimas fuerzas, lo estruja y dice, con un susurro débil: “¡Está bien!”. Con el tono de un hombre seguro de su venganza: “No puede salir nadie vivo o muerto de esta isla… En menos de una semana estarán todos en Villa Marista”.

Tras estas palabras, y a pesar de los delirios, como si mi alma hubiera estado esperando por un último delito para convencerme de dar el golpe, yo, Carlota Corday, como antes hundí el cuchillo hasta el mango en el corazón de Nerón, y luego en el de Marat, saco de mi espalda el machete y atravieso con fuerza sobrenatural la garganta de Fidel Castro.

Yo lo maté a él, como maté mi sueño, la promesa de justicia social, la esperanza de un mundo mejor. Todo fue mentira… Mentira.

Unos días después del hundimiento del Remolcador 13 de marzo, el 5 de agosto del año 1994, se produjo el primer levantamiento en La Habana y los mismos que gritaban “¡Abajo Fidel!” y tiraban piedras, cuando lo vieron aparecer entre la multitud comenzaron a aplaudir.

Yo lo maté el mismo día en que zarpó el yate Granma desde Tuxpan. Escogí esa fecha, el 25 de noviembre, no para engrandecer el mito de sus proezas, sino para no olvidar que ese día él llegó en una embarcación para robarse una isla, y que ellos se robaron el remolcador para escapar de una isla robada.

¿Hasta cuándo, cubanos, nos conformaremos con los problemas y las divisiones? Durante ya mucho tiempo, unos pocos han puesto su ambición por encima del interés general. ¿Por qué nos hemos destruido, víctimas de nosotros mismos, permitiéndoles a esos pocos que se instalen como tiranía?

Un partido único triunfa mediante el crimen y la opresión. Algunos monstruos regados con nuestra sangre conducen estas detestables conspiraciones… ¡Trabajamos en nuestra propia perdición con más celo y energía que el que hemos empeñado jamás para conquistar la libertad!

¡Cubanos! ¡Un poco más de tiempo, y no quedará de ustedes más que el recuerdo de su existencia!

¡Pueblo de Cuba!, en estos momentos acaba de ser ajusticiado revolucionariamente el dictador Fidel Castro. En su propia madriguera del Punto Cero, el pueblo cubano ha ido a ajustarle cuentas. Cubanos que me escuchan…

(Se escucha un tiroteo. Carlota cae al suelo, muerta).