Stradivarius

Dirigida por Silvia Caballero y escrita por Carmen Duarte, Teatro Luminar estrenó Stradivarius el 7 de abril de 1989, en Casa de las Américas. Esta obra fue presentada en el Festival de Teatro de Camagüey 1989 y en diferentes lugares de Cuba, entre ellos, el Gran Teatro de La Habana y el Teatro La Caridad, en Santa Clara.

Una lectura dramatizada de la pieza integró el programa la Muestra de Dramaturgia Femenina Latinoamericana, celebrada en Brasil, en1990. Stradivarius forma parte de una colección de textos dramáticos de Carmen Duarte, publicada por la editorial El Ateje, en 2024, bajo el título 45 de agosto y otras obras dramáticas.

Este volumen fue merecedor de la Medalla de Bronce otorgada por Florida Books Awards 2024, en la Categoría de Lengua Española. 



Stradivarius

Personajes:

ADRIÁN
SILVIA (madre de Adrián)
ÁLVARO (padre de Adrián)
JOSEFA
ALDITO
OBDULIO

Adrián toca una escala de notas en su violín. Lo hace verdaderamente mal. Hay una atmósfera de penumbra en la escena.

VOZ. Mira dentro del violín por la oreja: ¿ves esa pieza de madera muy fina? Es el alma del violín. Todos los violines tienen alma, pero este tiene la mejor alma del mundo porque es un Stradivarius ¿Te gusta? Es para ti. Mi maestro lo puso en mis manos y ahora yo lo pongo en las tuyas, para que te fundas con él. Cuando seas viejo, regálaselo a otro niño que desee tanto, como tú ahora, hacer vibrar un violín.

La escena se ilumina. Adrián continúa tocando y aparecen tres vecinos formando una gran algarabía. Entra Silvia. Durante la escena, Adrián toca el violín de espaldas a los vecinos. 

SILVIA. ¿Qué pasó?
JOSEFA. ¿Qué pasa? No te queríamos molestar con tu embarazo, pero…OBDULIO. Si no calla a su hijo, llamo a la policía.
SILVIA. ¿Con amenaza y todo?
ALDITO. Es un acuerdo del Consejo de Vecinos.
SILVIA. Acuerdo que tomaron sin contar con nosotros.
ALDITO. Pasado mañana discuto mi disertación en la universidad. ¿Usted no quiere que sea ingeniero?
SILVIA. Ay, Aldito, ¿no te acuerdas de toda la bulla que hacías cuando te ponías a jugar en el pasillo? Y yo con Adrián chiquitico, que se despertaba cada vez que tú salías.
ALDITO. Eso pasó hace mucho tiempo, Silvia. Ahora…
OBDULIO. Tiene que callar a Adrián.
JOSEFA. Se lo advertimos, vamos a llamar a la policía.
SILVIA. Llámenla. Pero ustedes, Josefa y Obdulio, no peleen más por la madrugada, porque me despiertan.
Los tres vecinos se miran, interrogantes
OBDULIO. Así que no le importa la policía.
SILVIA. No me importa.
OBDULIO. ¿No? Embarazada y no le importa la policía.
SILVIA. No.
OBDULIO. Présteme su teléfono.
SILVIA. ¿Cómo mi teléfono?
OBDULIO. El de nosotros está roto y ahora no puedo comprar otro.
SILVIA. ¿Y usted me va a denunciar desde mi propio teléfono?
ALDITO. Nosotros no queremos denunciarla. Pero que Adrián pare de tocar.
VECINOS. (Todos a la vez.) ¡Que se calle, Silvia! ¡Le vamos a romper el violín en la cabeza! ¡Ya no se puede vivir en este edificio!
SILVIA. (Aturdida.) Calla ese violín, Adrián, cállalo. Cállense todos.

Silencio total. Adrián, que hasta el momento ha permanecido de espalda a los personajes, se vuelve y, al verlos, ellos se mueven de forma distorsionada. La escena es una exteriorización de la visión que Adrián tiene de estas personas.

JOSEFA. Eres un diablo.
ALDITO. Un loco.
OBDULIO. Te vas a volver afeminado, muchacho.
SILVIA. Ya no sabemos qué vamos a hacer con él.

Entra Álvaro. Se rompe la visión de Adrián

ÁLVARO. Adrián, ¿otra vez Adrián? ¿Qué tienes, mijito, que estás metido en esta casa todo el día con ese violincito? ¿Por qué no sales a jugar pelota? ¿No te gustó el bate que te compré? ¿Por qué no vas al cine? Hoy cobré, toma esto para que tomes helado después.

Adrián se vira y vuelve a tocar el violín como antes, muy mal. Todos se tapan los oídos. Adrián se vuelve de espaldas tocando su violín. De nuevo se aprecia visualmente el interior de Adrián: los padres y vecinos juegan como niños, uno salta por encima del otro; las mujeres juegan a las palmadas.

JOSEFA. Feo, feo.
SILVIA. Es un comemierda.
ÁLVARO. Si tocara batería, Silvia. O guitarra.
OBDULIO. Pero, violín…
ALDITO. ¡Ganso, ganso!

Todos se ríen de Adrián. El niño da la espalda de nuevo a los vecinos, deja de tocar y se desvanece su visión

ÁLVARO. (Se acerca agresivo a Adrián.) Adrián, nos estás faltando el respeto a todos. 
SILVIA. No lo trates con esa agresividad, Álvaro.
ÁLVARO. (A Silvia.) Estás criando un monstruo.
SILVIA. No hables así.
ÁLVARO. Por eso está cada día peor. Pero no voy a responder por lo que salga de él. Tú eres la única responsable.
JOSEFA. No discutan…
SILVIA. ¿No discutan? ¿Ahora? Después que han venido a buscar problemas.
ÁLVARO. Ellos (señala a los vecinos) tienen toda la razón. No se puede hacer bulla.
ALDITO. Eso es todo, Álvaro, queremos silencio.
OBDULIO. Adrián puede estudiar violín en una escuela.
JOSEFA. Claro, ¿para qué pagan un profesor particular? En la escuela va a aprender mejor.
ÁLVARO. Tienen toda la razón, yo le he dicho lo mismo, pero Adriancito quiere estudiar con   ese profesor, no con otro.
ALDITO. Piensa, Adrián, en la escuela vas a estar con otros muchachos igual que tú, te vas a sentir mejor.
JOSEFA. Estarás en el espacio adecuado para estudiar.
OBDULIO. Sin molestar a nadie.
ALDITO. La escuela es lo mejor.
ÁLVARO. No se preocupen, yo lo convenceré.

Salen los vecinos

SILVIA. ¿Por qué dejas que disponga de la vida de uno?
ÁLVARO. No los podemos tener de enemigos. Josefa vigila a todo el mundo, Obdulio, también. Y Aldito es militante de la Juventud Comunista. Cuando vengan a hacer una verificación sobre nosotros, van a hablar mal. La última vez dijeron que yo no estaba claro. Dime. Me jodieron el ascenso de puesto en el trabajo. Yo que soñaba con ganar más dinero, ahora que vamos a tener otro… ¿No te das cuenta de que estamos en sus manos?
SILVIA. Están convirtiendo este edificio en un realengo. Uno no tiene derecho ni a la privacidad.
ÁLVARO. Vamos a tener que becar al niño.
SILVIA. ¿Con la edad que tiene? Está al borde de la pubertad, ahora es cuando más nos necesita.
ADRIÁN. Mientras más lejos me manden, mejor. El profesor seguro que irá a darme clases a donde sea.
ÁLVARO. Los hombres no se ponen tan sentimentales.
SILVIA. No es un hombre. Es un niño. (A Adrián.) No te preocupes, que no irás donde no quieras ir ¡La bañadera! ¡Se botó la bañadera!

Álvaro y Silvia salen corriendo. La escena vuelve a la penumbra.

ADRIÁN. (Mira detenidamente al violín.) Tú tienes alma, como todo tiene alma; la silla, la mesa, el reloj. (Mueve el violín como un títere con el que conversaHabla como si fuese el violín.) Yo soy Stradivarius, soy un violín asesino, y puedo matar a Josefa, a Obdulio, a Aldito y a tu papá, para que tu mamá se quede sola y yo casarme con ella. (Habla como Adrián.) Si mi madre pare violines, seremos toda una orquesta. (Adrián se ríe estrepitosamente.)

Entran los padres.

ÁLVARO. ¿Y esto qué es?
SILVIA. ¿Qué haces riéndote con un violín?

Los padres se miran desesperados.

ÁLVARO. Hasta aquí. Te prohíbo que toques, en toda tu vida, ese violín. Dame acá.

Adrián corre con el violín. Álvaro lo persigue. 

SILVIA. ¡Me van a matar! ¡Paren! ¡Que paren! (Álvaro y Adrián se detienen.) ¿A qué nivel hemos llegado en esta casa? ¿Es que no podemos hablar como las personas? Tenemos que empezar por respetarnos. Álvaro, ¿qué tienes que decirle a Adrián?
ÁLVARO. Que es un malcriado, que toca pésimo eses violín, que desespera a todo el que lo rodea, que nos dan continuamente quejas de él, que debe tratar de comportarse como        un niño normal, que debe darme ese violín y olvidarse de él.
SILVIA. ¿Algo más?

Álvaro niega

SILVIA. Adrián, ¿qué tienes que decirle a tu padre?
ADRIÁN. ¿A Álvaro?
SILVIA. Sí, a tu padre.
ADRIÁN. Que tengo todo el derecho del mundo de tocar mi violín. Que no debo pensar más en los demás, si no he pensado antes en mí mismo, y que ahora toco mal, pero algún día lo haré muy bien, porque me da la gana.
ÁLVARO. Te voy a virar al revés, muchacho…
SILVIA. Los dos saben que estoy embarazada, que no me deben dar disgustos. Adrián tocará su violín, diariamente, de cinco a siete de la tarde y el resto del día estará guardado, a menos que tenga clases con el profesor. Así que ahora me das el violín y, mañana a las cinco, yo te lo devuelvo.

Adrián niega.

ÁLVARO. ¿No ves que no se pueden tener contemplaciones con él?
SILVIA. (Calla a Álvaro con un gesto.) ¿Por qué no te conviene el trato, Adrián? Me parece justo.
ADRIÁN. ¡Justo! Me vas a quitar lo que más quiero.
SILVIA. No te lo quito, le estoy dando un orden al violín en tu vida.
ADRIÁN. ¿Y por qué tienes que ordenar mi vida?
SILVIA. Porque soy tu mamá y quiero advertirte que estás rayando en la falta de respeto.
ADRIÁN. ¿Y tú respetas mis decisiones? Quiero tocar el violín cuando lo sienta, no cuando me lo manden.
SILVIA. ¿No te das cuenta de que tienes que pensar en los demás? Piensa que estoy embarazada y necesito tranquilidad y armonía para parir en paz. Cuando nazca tu hermanito, le vas a romper los tímpanos con tu dichoso violín. Egoísta, eres un egoísta ¿No sabes que las mujeres nos ponemos muy nerviosas cuando estamos concibiendo un niño? ¿No sabes que los dolores de parto son horribles?
ADRIÁN. Nadie te pidió que parieras.

Silvia rompe a llorar

SILVIA. ¿Cómo Adrián puede ser así, Álvaro?
ÁLVARO. ¿Tú no quieres tener un hermanito, Adrián?
ADRIÁN. No.
ÁLVARO. Pero si ayer decías que sí.
ADRIÁN. Lo dije pensando en ustedes, para que se sintieran bien. Pero como nadie me considera, yo no consideraré a nadie más. No quiero hermano.
ÁLVARO. ¿Por qué?
ADRIÁN. Porque tendré que compartir mis cosas con él. Y no vayan a pensar que, por ese niño nuevo, yo voy a dejar de tocar mi violín, ¿oyeron?
ÁLVARO. Aquí se va a armar la guerra.
ADRIÁN. Hay guerra hace rato.
SILVIA. No es más que una confusión, no podemos vivir en guerra. tenemos que hacer un esfuerzo por comprendernos, por querernos. Me siento mal, tengo que descansar un poco.

Silvia reposa en un mueble. Álvaro hace un aparte con Adrián.

ÁLVARO. Ya tu eres bastante grandecito y te voy a hablar como si fueras un hombre. Tienes que entender el sacrificio que tu mamá y yo hacemos por ti, Adrián. No es fácil mantener una casa, con niño y todo. Mira, fíjate hasta donde yo me sacrifico por ti y por ese otro que va a nacer, que hace meses que tu mamá y yo no nos llevamos bien y yo he seguido con ella, por ustedes que son mis hijos, porque mujeres son las que sobran. Todo esto del violín es un capricho tuyo…
ADRIÁN. Si ya soy un hombre es para hacer lo que yo quiera. Y puedes irte con la rubia esa con la que te vi el otro día, que mi mamá se queda conmigo…
ÁLVARO. Adrián, no le vayas a decir nada a tu mamá…
ADRIÁN. Lo único que yo quiero es tocar un violín.
ÁLVARO. De todas maneras, tu mamá no te va a creer, ¿no ves que eres un niño?
ADRIÁN. Para lo que te conviene.

Entran tempestuosamente Obdulio y Josefa. Adrián les da la espalda

OBDULIO. Álvaro, queremos hablar muy serio con usted.

Silvia se reincorpora.

SILVIA. ¿Y ahora qué? No está haciendo bulla.
JOSEFA. Es algo peor.
ÁLVARO. ¿Peor? Creo que es imposible.
SILVIA. Él no se ha movido de aquí. Así que si han tirado piedras…
OBDULIO. ¿Qué melodía tocaba Adrián ayer por la tarde?
ÁLVARO. ¿Melodía? ¿Usted no ve que solo rasca las cuerdas? ¡Qué melodía va a tocar!
SILVIA. Ya la tocará.
OBDULIO. Más vale que no la toque nunca.
JOSEFA. Así mismo, nunca.
SILVIA. ¿Por qué no dejan la bobería?
JOSEFA. ¡Bobería! Díselo tú, Obdulio, tú que eres el hombre.
OBDULIO. Si Adrián no toca ninguna melodía, entonces fue el profesor. Cuando yo le vi la cara, no me engañó.
JOSEFA. Sí, hombre, tan risquimini, con ese lacito de guinga en el cuello.
OBDULIO. Con el botón de masón en el bolsillo. No me engañó.
ÁLVARO. ¿Pero qué pasa con el profesor?
OBDULIO. Estaba tocando, aquí en su casa, ayer por la tarde, el himno nacional de los Estados Unidos.
ÁLVARO. ¡¿Qué?! (Mira a Silvia.) 

Adrián se vuelve. La iluminación cambia. En su imaginación exteriorizada se ve a Josefa y Obdulio con colmillos de vampiros.

SILVIA. ¿Himno de los Estados Unidos?
JOSEFA. Sí, mi sobrino, que es músico, estaba casualmente en mi casa… Él escuchó el himno y apuntó las notas para asegurarse. Acaba de pasar para atestiguar que, en efecto, es el himno de los Estados Unidos.
OBDULIO. Con la situación que vivimos es muy sospechoso enseñarle a un niño ese himno imperialista.
SILVIA. ¿Y ustedes están seguros de eso?
VECINOS. Sí.
SILVIA. ¿Y cómo yo no lo escuché?
JOSEFA. Sé que no es bueno darle disgustos en su estado, pero nosotros sí lo escuchamos.
SILVIA. ¿Y su sobrino es músico?
OBDULIO. Sí.
SILVIA. ¿Dónde trabaja?
OBDULIO. En la misma empresa en la que yo trabajo.
ÁLVARO. ¿Haciendo qué?
OBDULIO. De camionero.
ÁLVARO. ¿Y no es músico?
JOSEFA. Sí, tienen un grupito allá en la empresa.
ÁLVARO. Y él está seguro de que escuchó en mi casa el himno de los Estados Unidos…
SILVIA. Y si fuera ese himno, ¿qué…?
OBDULIO. Por ahí empieza el diversionismo ideológico.
JOSEFA. Sí señor, empieza por el himno, después por el chicle, después vienen los pelos largos y después el SIDA.
SILVIA. Pero si el profesor de violín no tiene pelo, se viste con guayabera de hilo, usa zapatos de dos tonos y tiene 75 años. Además, estoy segura de que ni se acuerda del himno de los Estados Unidos.
ÁLVARO. ¡Adrián! ¿Qué tocaba el profesor ayer por la tarde?
ADRIÁN. Un himno.
ÁLVARO. ¿Qué himno?
JOSEFA. Seguro que el inocente no sabe nada.
ADRIÁN. La Marsellesa.
ÁLVARO. ¿Y cómo era?

Adrián tararea La Marsellesa.

OBDULIO. Eso, eso era lo que tocaba.
ÁLVARO. Usted es testigo de que tocaba ese himno.
SILVIA. Piense bien Josefa, esto es muy delicado.
JOSEFA. Estamos seguros de que es ese el himno. 
ÁLVARO. Les agradecemos mucho que hayan venido.
SILVIA. Y no se lo habrán contado a nadie, ¿eh?
OBDULIO. Bueno, yo hablé con el jefe de sector de la policía.
ÁLVARO. Y ustedes atestiguan que el himno es ese.
JOSEFA. Lo afirmaremos donde sea necesario, no soporto la corrupción de menores.
SILVIA. Pues llame al jefe de sector de la policía.
ÁLVARO. Lo antes posible.
SILVIA. Usen mi celular. (Se lo extiende.)
OBDULIO. Gracias. (Va a tomar el teléfono en sus manos.)
ÁLVARO. Y dígale al jefe de sector de la policía que el himno que ustedes atestiguan haber escuchado es La Mar-se-lle-sa. Un himno eminentemente revolucionario.
JOSEFA. Ya te decía yo, Obdulio, que ese himno tan bonito no me sonaba a yanqui. Llama, llama al jefe de sector de la policía para que no se preocupe.

Obdulio toma el teléfono y se dispone a llamar, pero del teléfono salen varios insultos y asustado, le devuelve el celular a Silvia.

JOSEFA. Esto es por culpa tuya, siempre hay que hacerle caso a tu sobrino, Obdulio. Que yo sepa, el sobrino es tuyo.
JOSEFA. Adriancito, nosotros te vimos nacer y por eso te tenemos mucho cariño. Queremos lo mejor para ti. 

Adrián da el frente a los vecinos.

ADRIÁN. Ustedes no se dan cuenta de que me hacen daño.
JOSEFA. No seas ingrato, esa es nuestra forma de ayudar.
ADRIÁN. No hace falta que me ayuden tanto.

Adrián da la espalda y toca el violín. Todos se desesperan.

JOSEFA. Ay, Adrián, este fin de semana vamos a Soroa en una excursión, ¿por qué no vienes con nosotros, si tus padres te dejan ir y así quedamos en paz, sin rencores?
ADRIÁN. Tengo que estudiar.
OBDULIO. Es ida y vuelta, vamos con los otros viejos del barrio, todo sale baratísimo. Los demás llevan a sus nietos, pero como…
JOSEFA. Como nosotros no tenemos nietos ni hijos… Te vas a divertir mucho.
ADRIÁN. Tengo que estudiar.
OBDULIO. Acaba de empezar el curso, no creo que tengas que estudiar mucho.
ADRIÁN. Estudiar violín.
JOSEFA. Siempre regresamos temprano y tendrás tiempo de estudiar violín.
ADRIÁN. Se me había olvidado. Tengo que jugar.

Todos los personajes se acercan a Adrián muy agresivos.  

ADRIÁN. No puedo ir a Soroa, no puedo. 

Adrián se vuelve de frente a ellos. Los demás se sobresaltan, abandonando su agresividad.

ÁLVARO. Por una vez que dejes de jugar…
ADRIÁN. ¿Por qué son así conmigo, por qué?
JOSEFA. ¿Así, cómo? Si hasta te estamos invitando a pasear. Los abuelos que vamos somos buenísimos, hacemos competencias, jugamos dominó…
ADRIÁN. Allá los viejos, que tienen tiempo para pasear. Nosotros los niños estamos muy ocupados y, más yo, que toco violín.
SILVIA. No lo obliguen.
JOSEFA. Ninguna invitación es obligada.
OBDULIO. Pero sería tan bueno que te refrescaras la cabeza, Adrián.
ADRIÁN. ¿Y ustedes por qué no se refrescan el c… corazón? ¿Qué más les da si toco el violín? Váyanse a pasear, para que no tengan que escucharme.
SILVIA. Es verdad, Adrián, esto es peor que una tortura china.
OBDULIO. No le hemos hecho nada.
JOSEFA. Él es el torturador.
ÁLVARO. Vamos a dejar esto así. Ya me aburre el violín. Y Adrián, también. (A todos.) Siéntense, hagamos las paces.
OBDULIO. Nosotros les ofrecemos disculpas.
ÁLVARO. Nosotros también les ofrecemos disculpas.
OBDULIO. Al fin logramos que, aunque sea por hoy, Adrián no toque más el violín.

Adrián da la espalda y toca el violín. Los otros personajes se arrodillan suplicantes alrededor de Adrián.

ÁLVARO, Ya no tenemos deseos ni de mirarte, Adrián.
JOSEFA. Queremos paz.
OBDULIO. Me estoy muriendo con ese chillido.
SILVIA. ¿Es que no existe la forma de pedirte silencio?

Los personajes tratan de atrapar a Adrián con cautela. Este, sin darles el frente, se mueve instintivamente sin dejarse coger. Todos, menos Adrián, llegan al agotamiento.

ÁLVARO. ¿Dónde está mi botella de ron? ¿Dónde? (Busca con desespero hasta que la encuentra.) Ron es descanso, fiesta. A beber, todos a beber.

Adrián sigue tocando su violín. Los demás, se sientan como un resorte, dispuestos a beber. Álvaro bebe a pico de botella. Los demás tragan al mismo tiempo que él.

JOSEFA. (A Silvia.) Si yo estuviera embarazada, no bebería jamás.
SILVIA. Hace ocho meses que no pruebo el alcohol, pero Adrián lo puede todo.

Álvaro toma otro trago largo. Los demás tragan por igual.

OBDULIO. Viva la borrachera… (Canta. Los demás cantan a coro con Obdulio.) 

Adrián sigue tocando el violín. Las voces van subiendo hasta formar una conga escandalosa. Adrián deja de tocar y cae aplastado por el escándalo. Silvia auxilia a Adrián. Todos se van callando cuando se dan cuenta del estado del niño. Silencio. Adrián se recupera.

ÁLVARO. (Ebrio.) Adrián, te amo tanto que te voy a dejar tocar el violín siempre, a toda hora y así voy a ser mejor que mi propio padre. (Todos los personajes observan a Álvaro como si presenciaran una obra teatral.) Sí, Adrián, vas a tocar el violín, porque mis padres no me dejaron meter amiguitas en mi cuarto, porque me obligaron a tomar agua con azúcar todos los días, porque no me dejaron ser actor. Mi papá decía que eso era de homosexuales. Yo no tuve el valor, la voluntad que tienes tú, Adrián. Ahora soy un desgraciado, un arquitecto, un desgraciado arquitecto, cuando pude ser el mejor actor del mundo y hasta el mejor maricón. Si fuera homosexual, no tendría las dos mujeres que tengo ahora, una a punto de parir un hijo mío y la otra a punto de botarme. Y yo las quiero a las dos.
SILVIA. Yo diría que una a punto de parir un hijo tuyo y las dos a punto de botarte, porque esto no lo aguanto yo.
JOSEFA. Lo aguantarás, Silvia. Eso, y mucho más también ¿Dónde vas a encontrar otro hombre mejor que Álvaro, ¿dónde vas a encontrar otro padre para tus hijos?
SILVIA. La humillación es un precio demasiado alto.
OBDULIO. La humillación… es tan relativa. Yo fui un perro toda mi vida porque no tuve padre, tampoco he tenido hijos. ¿Qué soy? ¿Qué fui? Solo he tenido las imposiciones de mi mujer, una mujer cada día más llena de arrugas y resabios. ¿Para qué uno tiene la obligación de vivir, si no hay nada que me dé alegría, que me haga sonreír? Si a Josefa no le gusta que Adrián toque el violín, a mí sí me gusta. Lo aplaudo, porque me cae mal todo lo que dice Josefa. La odio, porque me lo impide todo. ¡Que Adrián toque el violín! Por eso, Silvia, no le impidas nada a tu marido, para que no te odie nunca. Impedir es humillarse. Si ignoras lo que él hace, es a él a quien humillas, porque te importan bien poco sus actos. Y eso quiere decir que eres más fuerte. Sí, que Adrián toque el violín. Así me vengo de ti, Josefa, que has hecho de mi vida una pesadilla.
JOSEFA. ¿De quién quieres vengarte, de mí? No me importa que Adrián toque el violín, en lo   más mínimo. Solo quería que tuvieras los días apacibles, sin bulla, para que descansaras. A ver si te curas esa bronquitis tan fuerte que tienes. Pero, como a ti no te importa tu salud y, además, me ofendes, no me va a importar más tu falta de aire por las noches. Vendré          diariamente a pedirte, Adrián, que nos deleites con tus estudios. Toca, Adrián, por favor. (Adrián se niega.) Toca mijito. Toca tu violín y no se te ocurra parar de tocarlo. Toca, Adrián, quiero que toques. (Trata de obligarlo.) Toca, toca, toca.
SILVIA. Deja a mi hijo.
JOSEFA. Ese es mi defecto, quiero demasiado a la gente y no puedo dejarla en paz.
SILVIA. Todos dejen tranquilos a Adrián.
JOSEFA. Adrián, ya no se trata de él. Hasta hoy pensé que lo más grande del mundo era Obdulio. Yo era la más bonita de mi casa, lo tuve todo: una familia adorable, pero siempre pensé que Obdulio, mi primer y único hombre, era lo supremo. Hemos peleado mucho, muchísimo. Me gusta la luz encendida por la noche y él la detesta. Peleamos tanto que terminamos durmiendo al amanecer, pero Obdulio era el sol y, en lo profundo de mi alma, no me importaban sus majaderías ni las mías para ser felices. Ahora, un niño toca su violín dentro de su casa y se desata nuestra tragedia. Por eso quiero que Adrián nunca deje de tocar su violín, para que me recuerde a diario este desengaño y me dé fuerzas para mantener mi indiferencia hacia Obdulio. Te suplico que toques tu violín, Adrián.
OBDULIO. Te conozco muy bien, quieres que me arrepienta y me arrodille a tus pies. No. Quiero que Adrián toque su violín porque sé que, a pesar de tus palabras, te molesta, pero te molesta con mayúscula.
SILVIA. Yo también quiero que mi hijo no deje de tocar el violín. Quiero que él pueda tener lo que desee, llegar donde se lo proponga. Yo quise ser bailarina, ser Miss Universo, ser María Curie. De todos mis sueños, solo realicé uno: casarme con un muchacho bonito que parecía bueno. De todos mis sueños, sólo realicé el más simple, el que a estas alturas no me satisface, no me sirve para nada. Y me derrumbo porque mi vida no tiene objetivos mayores. Es un fracaso proponerse como meta, como objetivo primordial, a otra persona. Bien sea un marido, un hijo, un padre, porque sus vidas pueden apagarse, o volverse ajenas a uno, y eso es morirnos. Sin embargo, las personas pueden ir y venir, y nos lastiman menos si nosotros tenemos otro tipo de meta. La meta de Adrián es el violín, creo que él logrará estar más cerca de la felicidad que yo, porque siempre tendrá la salvación a mano. Sí, Adrián, tienes todo mi apoyo, para que llegues a ser el más grande de los violinistas, el mejor.

Entra de repente Aldito, viene cantando y bailando.

ALDITO. Ha llegado la era de la abundancia. Todo tiene valor: la plata, el oro, la chatarra, todo tiene valor. Los anillos de compromiso, los marcos de plata con retratos de los abuelos, la manilla que nos pusieron de recién nacidos, los misales con incrustaciones de brillantes. Todo lo que nos parecía muerto, tiene valor. Me lo dijo un diplomático extranjero que visita la casa de Cora… Bueno, que viene a casa de ella buscando… Él compra todas esas cosas en euros. ¿Para qué queremos pedazos de metales y piedras frías guardadas en los escaparates, si no tenemos medicinas ni qué comer?
SILVIA. ¿Te sientes bien, Aldito?
ÁLVARO. ¿Discutiste la disertación? ¿Aprobaste?
ALDITO. Qué disertación, ni disertación. Lo que importa es vivir.
OBDULIO. ¿El trato con extranjeros no es diversionismo ideológico?
ALDITO. Las tiendas del estado están ahí y hacen falta los euros. Así que no es diversionismo ideológico. Es necesidad.
JOSEFA. Y ese diplomático te da una comisión si le buscas gente que venda lo que tiene, ¿no?
ALDITO. Buscando clientes voy a ganar más que si me hago ingeniero.
JOSEFA. Tu cadena de oro, Obdulio… Mira que necesitamos aspirinas para la artritis.
ÁLVARO. ¿Cambiar oro por comida?
SILVIA. Es una locura. Parecemos indios del tiempo de la conquista española. De todas maneras, va a ser muy difícil que encuentres a alguien que tenga esas cosas, Aldito. 
ALDITO. Él también compra obras de arte y antigüedades. ¿El violín de Adrián no es un Stradivarius?
ADRIÁN. Y es mío, también.
SILVIA. No puede ser un Stradivarius legítimo.
ADRIÁN. (Habla, ofendido). El profesor dice que es muy bueno. Y por dentro tiene un letrero que dice Stradivarius.
ALDITO. ¿Y qué más?
ADRIÁN. (Orgulloso.) Tiene al lado un cuño con una cruz.
ALDITO. Yo que ustedes… se lo llevaría al diplomático.
ÁLVARO. Ya que no tenemos joyas… y sí tenemos necesidades. 
ALDITO. ¿Te imaginas, Adrián? Comida, chocolates. Un celular para que escuches música…
JOSEFA. ¿Y eso no es ilegal?
ALDITO. ¡Qué va! En las tiendas del gobierno hay de todo eso, es nuestra obligación conseguir los euros.
ADRIÁN. Prefiero pasar hambre.
SILVIA. Tienes que vivir el presente, Adrián… Hay que comer para vivir.
ADRIÁN. (A Silvia.) Pídeme cualquier otra cosa. 
ÁLVARO. Puedes ser violinista y aprender con otro violín. No necesitas precisamente ese.
ADRIÁN. Me lo dio mi profesor.
ÁLVARO. Sólo queremos saber si es un Stradivarius legítimo o no.
SILVIA. Es imposible que lo sea.
ALDITO. ¿Y si lo es?
SILVIA. Es de Adrián, él decide. Si para él es tan importante ese violín en particular, o la música, porque sin violín no se va a quedar, y podría tener una comida decente que llevarse a la boca y servicio de internet, para que pueda ver videos de conciertos en el celular… y materiales que lo ayuden a estudiar.
ALDITO. Vamos para la casa de Cora… 
OBDULIO. Acuérdense de nosotros, que somos vecinos.
JOSEFA. Sí… nosotros, que ayudamos a convencer a Adrián.
ADRIÁN. No puedo vender el violín. Es como si me vendiera yo mismo.
SILVIA. Bien, si esa es tu decisión.
ÁLVARO. Nosotros te lo hemos dado todo y ahora que tienes algo de valor… egoísta.
SILVIA. No le hables así a nuestro hijo.
ÁLVARO. A tu hijo.
SILVIA. Sí, más mío que tuyo, porque solo nos quedan unos segundos de matrimonio. No te     quiero en mi casa.
JOSEFA. No te pongas así, Silvia.
ÁLVARO. Me voy, pero me llevo el violín. (Persigue a Adrián.)
ALDITO. Arriba, Álvaro, que es de nosotros.
OBDULIO. Cuidado con las mujeres que las van a tumbar.
SILVIA. (Casi sin poder moverse.) Dejen mi casa, dejen a mi hijo… Va a nacer el niño.
JOSEFA. Ayuden, que va a parir.
OBDULIO. ¿Cómo?
JOSEFA. Que va a parir.
ÁLVARO. Pero si sólo tiene ocho meses.
SILVIA. No sé, está apurado por nacer.
ADRIÁN. ¿Para qué querrá nacer? Si lo mejor es no haber nacido nunca…

Salen llevando a Silvia. Adrián eleva su violín y lo va bajando, lentamente, como para estrellarlo en el piso. Se relaja, va incorporándose y comienza a tocar la escala musical. Como antes, muy mal.


TELÓN






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El nuevo momento Grocio: Un nuevo mapa del mundo en la era de la inteligencia artificial

Por Paul Saffo

La desintegración del orden internacional tiene una causa tan simple como profunda: los Estados-nación no caben en el espacio digital.