Mis encuentros o tropiezos con la figura martiana van y vienen esporádicos en leve cronología. Si llego a volver a Cuba, de visita, a ver mi casa, voy a robarme un busto. Tengo ganas de robármelo y caminar varias cuadras con la cabeza en los brazos, cabeza bigotuda sin extremidades, cabeza avergonzada. Llegaré con el busto a mi casa y oiré a mi mamá decir que mira qué vieja estoy para andar robando bustos. Cuba es un país lleno de bustos. Cabezas de yeso de José Martí, que ya nadie quiere.
Uno puede decidir cómo va a chocar con cosas que simbolizan ideas, cosas que ya son ideología desde antes de nacer. Uno nace en un sistema donde todo es ideológico, hasta el amor, y uno decide que el héroe, esa cosa heroica inalcanzable, tiene que ser otra cosa: amor, por ejemplo. Entonces uno se enamora de una mujer extranjera que no sabe nada de Cuba o aparenta no saber, y uno escribe el primer texto sobre el Héroe Nacional tratando de divertir a la mujer que ama, tratando de atraparla y de que se enamore todavía más de uno. Y empieza la costumbre de convertir a José en amor, subvirtiendo esa carencia de significados propios.
Todas las veces que choqué con su figura, estuve flaca y sin músculos, como una Esmé campesina que don’t have dónde caerse. Y todas las veces, José Martí mediante, me amaron o yo amé, enloquecidamente, como si el espíritu del Apóstol blanco representara pasiones, superficiales u hondas, en contra de cualquier otra representación.
Aquel relato-homenaje a José Martí y Pérez debió llamarse así: Antihéroe. Los cuatro amigos éramos José Martí cuatro veces y jugábamos a la seducción en el territorio árido de la pobreza, la precariedad, el calor. Eran los tiempos de la silla de rueda y de la isquemia transitoria. Lo heroico transitorio derivando hacia la nada, o hacia José Martí, que en el relato era lo mismo. Creo que todavía lo es. De esos amigos, a los que besé y acaricié no solo literariamente, no volví a saber después de convertirme en algo y dejar de ser José Martí o nada, que en la vida real también es lo mismo.
Lo próximo sería José Martí tatuado o José Martí tatuador, recordando que el muchacho, quien se llamaba Daymar, tenía unas entradas parecidas a Martí y un bigote en potencia que preponderaba. Flaco también, demasiado flaco, me gustaba mostrarle el dibujo del tatuaje y verlo asombrarse como un niño extraterrestre. Ahora Martí convertido en tatuaje, convertido en dibujo seductor, jugaba de nuevo un papel fundamental. Literalmente era papel. Línea calcada sobre papel carbón con lapicero cualquiera a las cuatro de la tarde. Eran las cuatro en todos los relojes.
Ya en Miami, a finales de 2016, la poeta cubana Magali Alabau quiso saber por qué, en vez de tatuarme a José Martí en el muslo, rosado y fijo para toda la vida, con semejante Ñ debajo como un podio de mal gusto, no me tatué a Audrey Hepburn, por ejemplo, o a cualquier otro ícono hermoso, que no simbolizara lo que un héroe. ¿Pero en qué se diferencia Audrey Hepburn de Martí? En mi imaginario, los dos eran lo mismo, aunque José Martí montaba a caballo y Audrey Hepburn no. Un caballo podía hacer toda la diferencia.
Lo próximo sería intercambiar afecto por Obras Completas digitales de Martí. Yo tenía novia pero la muchacha, que había conocido mientras leía lejos, era tan delgada como un tallo extenuado. Andaba cansada y laboriosa por ahí, asistiendo a lecturas de poesía cubana, y llegó a trasladarse de un extremo al otro con aquel dispositivo USB lleno de capítulos martianos que, detrás de una sonrisa sonora y santiaguera, necesitaban hidratación en forma de sorbos de agua. Hidraté a José Martí sin que José Martí lo supiera. Lo hidraté, lo leí, lo volví a hidratar. El Apóstol no puede quejarse.
Lo próximo sería irme de Cuba con el tatuaje en el muslo y las Obras Completas en la laptop, aunque después cambié la laptop por una MacBook de trece pulgadas y tuve que trasladar la información de un disco a otro. En ese vaivén me dio por las matas y escribí botánicas, poemas de diez líneas que permanecen inéditos y me hicieron recordar la colección de mi casa: El librero-armario de la casa donde nací tenía tres divisiones y cada una de ellas se caracterizaba por su temática. La primera división estaba dedicada a las Obras Completas de José Martí, unos libros de tapa magenta y tipografía común. La segunda división eran libros rusos, tratados marxistas-leninistas, diarios de campaña de héroes nacionales y teorías revolucionarias. La tercera eran libros de botánica: diccionarios, enciclopedias, cuadernos, atlas, álbumes.
Lo próximo sería, después de varios años, escribir sobre un proyecto de fotografía cubana basado, a mi entender, en el amor. Si no hubiera entendido que la base de todas aquellas fotos era, en realidad, una historia de amor que finalizaría en nupcias, tal vez no le hubiera escrito, al fotógrafo, aquella carta apasionada de recomendación. Sin embargo, en la carta faltó lo más importante:
Miami, 20 de abril de 2022
Al Jurado de Artes Visuales de la Beca Cintas:
No existe en el ámbito del arte y la fotografía cubanos un mapa del exilio como Legado en Piedra. El vía crucis atemporal, estático, creado por Jorge Pérez para hilvanar la historia, podría ser, sin lugar a dudas, nuestra ruta del exilio, nuestra ruta del amor.
Jorge Pérez ha retratado 65 bustos martianos, construidos en territorio diaspórico, que rinden tributo a José Martí, más allá de la imagen obvia. El Héroe Nacional de Cuba fue levantado en cada ciudad norteamericana, ocupando, sin quererlo, la nación. Legado en piedra registra la ocupación de Estados Unidos por José Martí.
Pero también se trata de la manera en que Jorge Pérez decidió hacerlo. Un sendero de amor a través de fotografías analógicas, poéticas, como si José Martí fuera solo un pretexto para tomar a su futura esposa por esposa. María Karla, la novia de Jorge Pérez, convertida en Carmen Zayas Bazán, la novia de José Martí. Como si José Martí fuera solo un cliente, un modelo sin heroísmo, posando tranquilamente frente a la Yashica fiel de Jorge Pérez.
La fotografía elegante, cuidadosa, tan fría como el material de que está hecha una estatua, retrata cabezas martianas, cubanas, extranjeras, apócrifas, post mortem. Jorge Pérez convirtió a Martí en un GPS romántico.
La Beca Cintas de Artes Visuales debería conceder su apoyo a Jorge Pérez.
Atentamente,
Legna Rodríguez Iglesias, escritora cubana.
Tengo un pisapapeles de bronce con forma de busto de José Martí que olvidé de dónde salió. Lo he puesto en el librero, en la sección de poesía, delante de las Partículas en expansión, de José Kozer. Me he mudado y cambiado de librero, pero al ordenar los libros en el nuevo apartamento, una cosa atrae a la otra. Parece que están pegadas: la miniatura de hierro y el estallido poético.
Lo próximo sería que, separada de un amor que simboliza la espera, que simboliza la idea de una espera merecida, porque después de la espera habría quizás un premio de lo bueno y de lo bello, de lo constante y lo único, recibiera la imagen súbita, exacta, de un busto de Martí intacto entre frondas de legumbre. La sola foto perfecta me hacía mojar los ojos y cualquier zona agridulce de mi cuerpo envejecido. Ha envejecido en poquísimos años, como una hoja de calabaza al sol. Ha muerto de cara al sol, como quería José Martí. La sola foto perfecta me hacía pensar en besos que hace tanto no nos damos.
Creo que por mi altura, cuando nos besamos, se elevan los talones y las puntas sugieren un despegue. No hay necesidad de eso, pero uno ya no es dueño de ningún impulso, el cuerpo lo hace solo, el cuerpo se va. Y al irse, se lleva también las cosas que, por su levedad, parecían no existir. Depende de las fosas, las nasales, justo arriba de los labios. El aire caliente de las narices perpetúa una rara conmoción, un sometimiento. Cuando nos miramos y luego nos besamos, hemos reconocido las locaciones del cuerpo que responden al placer. Las reconocemos y las tensamos, haciendo que despierte cada órgano.
Un bosque de calabaza que tapa casi a Martí permite ver, todavía, aquella antigua cabeza de prominente frontal. Aquel antiguo bigote. Aquellos ojos de yeso. Y todo ello metido en un paisaje de agro, de venta lícita, sombra, cajas plásticas, teléfonos públicos, tierra colorada y falta de sueño. Hay tanto cansancio y sueño. Por eso José Martí me cogió desprevenida cada vez que fracasé en entenderlo cabal. Nunca he logrado entenderlo. Siempre ha mediado el amor, el deseo y la escasez.
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Hay gente jodiendo en todas partes. Gente invisible y gente con determinada visibilidad, jodiendo. El verdadero virus es ese: gente jodiendo gente. La peor mutación es esa: gente jodiendo gente.