Literatura cubana: Japi Fébruari Fourtín

1.

La literatura cubana es romántica por excelencia. No solo romántica, sino erótica. No solo erótica, sino pornográfica. No solo pornográfica, sino promiscua. Desde que uno nace y empieza a tener uso de razón, hay tanta promiscuidad en el amor y en la noción del amor que luego cuando llega el momento de pensar (escribir), no queda nada estéril de ese romanticismo. Un romanticismo vaporoso y seborreico, una dermatitis juvenil tardía, una cantidad de amor hacia casi cualquier cosa.

A ver, ¿por qué razón tengo yo que amar la bandera, el escudo, el himno de Bayamo, la palma real, el tocororo y la flor mariposa?

A ver, ¿por qué tengo yo que amar a mis compañeros de aula, a la profesora de lengua española, al profesor de educación física, a la subdirectora y a la directora de la escuela?

A ver, ¿por qué tengo yo que amar la escuela (edificio situado en la avenida llamada De Los Mártires), las mesitas y las sillitas, los pasillos y las columnas?

A ver, ¿por qué tengo yo que amar la base material de estudio? ¿Qué cosa es la base material de estudio? ¿Cuál es la cantidad de amor?

Debería bastar con la familia, que no se escoge y que uno ama un poco a su pesar, sobre todo si hablamos de una familia larga como la cola de una serpiente. Debería bastar con los amigos, que sí se escogen pero pueden ser erráticos y uno podría arrepentirse de haberlos escogido como amigos, a cada cual en su circunstancia. Debería bastar con esa persona única que uno nunca sabe si debió escoger o si fue, como se dice, amor a primera vista. Sin tiempo ni razón para el escogimiento. Sin ninguna naturaleza razonable.

La poesía cubana y el amor cubano son dos formas diletantes de andar por la vida en busca del tragamonedas perdido. En el tiempo en que yo me dedicaba a leer y a escribir sin parar, los teléfonos públicos servían de tragamonedas, pero creo que los teléfonos públicos ya no existen. Uno mismo tiene que hacer las veces de tragamonedas.

El artista y escritor Larry Jota González me pidió un dibujo para crear una pieza donde vincularía su propia grafomanía con los dibujos pueriles de otros escritores. Aquello olía a un tipo de seducción y de orgía en el que yo no tenía la intención de entrar; no tenía cabida pero entré, inmediatamente, porque fui criada en el amor y el vínculo. Enseguida me di cuenta de que nunca daría pie con bola, porque no sé trazar ni una línea.

Me acordé de la idea del tragamonedas y abrí el monedero. Saqué mi moneda cobriza de un peso cubano de 1989, donde aparece el Escudo de la Palma Real por una cara y la estrella solitaria por la otra. Puse una hoja tamaño carta sobre la moneda, haciendo interceptar el centro de la hoja con el gorro Frigio, y rayé sobre el círculo que apenas se marcaba. El grafiti resultante fue una rayadura con silueta redonda donde lo único que se define son la palabra peso y la palabra república (amor a la patria).

A ver, ¿por qué razón tengo yo que amar la patria? ¿Cuál es la cantidad de patria?

Nada que ver con el amor, pero sí con un esfuerzo decisivo por complacer a un amigo que supuestamente quiero mucho, incluso cantidad. Alrededor de la moneda hice así con el lápiz varias veces (a mano alzada, como se dice), de modo que la moneda flota en el centro de algo con forma, más o menos, de vagina. Un tragamonedas perfecto donde se pierden las convenciones (patria, familia y un feo etcétera). Ahora sí, por primera vez, estamos hablando de amor. Del amor rico que siento por ti.

Los vapores indiscriminados del amor hacen estragos en los libros de mis escritores cubanos pornográficos, conocidos y menos conocidos. No sé si eso sea bueno o malo, pero es una verdad amorosa y caliente, como un tragamonedas oscuro en una carretera oscura del sur caluroso de la Florida. Una carretera de 90 millas (Sandra Ramos, 2021). Veo el tragamonedas a lo lejos, me acerco a él sigilosa y empiezo a echarle monedas sin control, desquiciada y mangrina. Me orino en los pantalones. Se me llenan de orine los dedos de los pies.



Sandra Ramos, 90 miles.


2.

Una vez dormí con Ahmel Echevarría en un hospedaje extraño en un boulevard del centro de Cuba. Había aire acondicionado y él tenía el mismo aire de escritor de siempre, con los espejuelos sobre las narices, los dientes de abajo encaramillados; con un abrigo de esos que no suele ponerse nadie: de franela, ajustado en los hombros. Un escritor sacado de un decálogo del perfecto escritor. Dormimos juntos como los animales de las películas, que se acompañan un rato sin conocerse bien:

“Robespierre. Mueve el hocico.

La noción de un hombre, es decir, su noción del mundo, gira sobre un eje. Enhiesto. Un pene nervudo. Da igual lo ensartado. ¿Acaso me equivoco?

Y pestañea el cerdo.

¿Cuál es la noción de un hombre que ha querido separarse definitiva e intensamente de su pene y reemplazarlo por una tibia y profunda cavidad / furnia / vagina / bollo? ¿Cuál es su noción del mundo?”

(Caballo con arzones, Editorial Letras Cubanas, 2017).


Otra vez dormí con Jamila Medina Ríos. La cama era grande y había más gente (pueblo enérgico): como quinientas personas en total. Los roles que jugábamos Jamila Medina y yo eran los más divertidos (deleitarse, por así decirlo). Lo hicimos tan bien que, por la mañana, mientras los cuatrocientos noventa y ocho restantes seguían moribundos en el colchón, la ensayista y yo ya estábamos de pie hablando de otra cosa:

“Con saña, desarropé la bondad de los suyos, que cayó lacia como melaza sobre mis manos expectantes. Las tienes caídas, bola de sebo, las tienes caídas… hubiera querido burlarla y reír, reírme mucho; pero quise saberle antes el sexo. Anda, quítate las bragas, ordené sin mirarla por no echarlo a perder. Dámelas y registra por allí… estamos buscando alguna pantaleta sucia o manchada de Claudia, quizás un par de tetas plásticas: instruí”. (Ratas en la alta noche, Malpaís Ediciones, 2011).


Con Rogelio Orizondo y Martha Luisa Hernández no he dormido, pero ni falta que hace. La vacuna de semen que Rogelio Orizondo me puso en el año 2015, con sus respectivas reactivaciones consecutivas, potenció nuestra relación hacia una forma de amor vertical en la que podemos estar parados durante horas mirándonos a la boca, a los ojos, o no mirándonos en lo absoluto. También podemos dejar de vernos y de hablarnos durante meses. Da lo mismo:

“Y anoche soñé que entraba a la farmacia a buscar la pomada que me echo para quitarme la picazón y de repente la farmacia era un supermercado y cuando estoy como una loca buscando la pomada porque siempre está en falta y si una no se vuelve una fiera se queda así, rascándose con peine de hombre, y me volteo y me encuentro a La Perra Jelinek comprando una botella de champán. Y es que me he leído tanto a La Perra en estos días que no podía creerlo. Y mi sueño es conocerla para traducirla bien porque todas las traducciones que se hacen de ella son malísimas malísimas. Y yo le digo a La Perra Jelinek que soy cubana, que vivo en Cuba. Y La Perra me incita a su apartamento en Munich y abre su botella de champán y mientras vemos las noticias, por supuesto sentadas como perras finas en la Bubble Chair, a La Perra mayor se le vira un poco de champán en mi rodilla y me cae justo en la quemá. ¿Y La Perrísima no me ha pasado la lengua por mi quemá hasta que de mi quemá no quedó ni el más pequeño piojo?” (Estos son textos de mi abandono, Ediciones la Luz, 2013).


Con Anisley Negrín no dormí nunca y tampoco he sabido, más nunca, nada de ella. En su lugar, dormí tres noches con alguien que después durmió con ella. Imagino que hayan hablado de mí alguna noche, a destiempo, entre risas y gorjeos, pícaramente, como solo las mujeres pueden hablar de las mujeres. Palabras misteriosas y agradables, espacio femenino:

“—¿Es este el único o hay otros?

—¿Otros qué?

—Fin del mundo…

—Hay otros, pero este era el más lejano.

De nuevo silencio y mar, y ganas de besarla. Su olor se confunde con el del salitre y el azufre. Tu recuerdo viene a mí como un rafagazo, pero lo sustituyo por esta mujer que va a mi diestra, volando a ras de agua, tomando de la mano a su muñeca.

—¿Por fin, la vas a usar o no?

—Claro que sí —y después de un silencio—. A propósito, lindura, ¿cómo te llamas?”

(“Isla a mediodía”, Antología de cuentos Malditos bastardos, Ediciones La Palma, 2014).


Con Rosie Inguanzo solo he tenido el gusto de recibirla. Verla llegar sudada después de subir las escaleras, con una bolsa de medicamentos para el asma, un nebulizador y unos zapatos blancos brocados, el tacón perfecto para su altura. Al abrir la puerta, Rosie Inguanzo llega al techo, sonríe y me dice darling, good to see you darling, tienes asma darling, tú verás darling, que con esto mejoras darling:

“La escultura que miro ahora entrada un gozo variopinto. Varado ahí un cuerpo de deseos díscolos: los senos son nalgas y una raja rosada sobresale del torso que sigue siendo un par de nalgas que terminan duplicando el pubis. Diversidad física, apoteosis de la libido, desmembramiento de un deseo bipartito, fetiche de las emociones más bastardas incitadas por el cuerpo, sofoque recóndito que oscila en redondeles rosa de la niñez. Comprendo estas muñecas polimorfas Bellmer. Los retazos de cuerpo quebrado demoran la respuesta; es como la emoción de llevarnos a la boca un órgano sexual, su olor agridulce, su autonomía, su humedad y su emblema de muerte, y tragárnoslo” (La Habana sentimental, Bokeh Press, 2018).


A Jorge Enrique Lage lo miro dormir cada vez que viene, porque cada vez que viene duerme en mi casa y en mi cama o en mi colchón o en mi sofá y el ojo del amo engorda el caballo, así que lo miro y le tomo fotos. Puedo decir que duerme bocabajo, con los brazos cruzados y la cabeza apoyada en ellos, de medio lado, una posición que favorece el babeo, pero Jorge Enrique Lage no se babea. Cuando abre los ojos siempre va directo al baño, a diferencia de mí, que los abro y voy a la cafetera:

“Las gossipgirls eran una plaga (una plaga más). Las gossipgirls eran chivatazzis (chivatas y paparazzis). Las gossipgirls eran ninfómanas. Las gossipgirls andaban siempre con los ojos y los oídos abiertos como flores, listas para introducir/amplificar/modificar cualquier rumor, para captar en cada momento la imagen y el audio que en cada momento eran necesarios. Inseparables del celular, vivían a un speed dial de distancia de la Seguridad del Estado. Pero no son informantes, me explicó Yoan. Son infoamantes. No las vimos venir. Son la nueva generación”. (Archivo, Editorial Hypermedia, 2015).


A Oscar Cruz, en sueños, me le senté al lado (hombre reposando en un camastro) y le miré el bulto que hacía la pinga, asombrada, al punto de decirle: ah, pero es muy grande, pero qué grande es. De ese sueño desperté pensando que había que tenerla grande para escribir semejantes poemas:

“le pegaba
uno
dos
tres
cintarazos
y ella se reía.
le pegaba
uno
dos
tres
tironazos
y ella se reía.
hasta ahora todo va bien
pero quiero que comiences
de cuatro en cuatro.”
(La maestranza, Ediciones Unión, 2013).



Sandra Ramos, 90 miles.


3.

Para colmo, dos noches antes del Día del Amor o del Día de Los Enamorados, voy como una oveja al Coral Gables Museum, a ver una instalación de Sandra Ramos, como parte de un evento luminoso en el Down Town de Coral Gables: lo más romántico que te puedas imaginar. Al llegar no veo a nadie. Unas muchachas en jeans custodian la recepción y regalan promociones para eventos (dicen ellas) similares.

Nada es similar al express way de 90 millas construido por Sandra Ramos. Las cajas de luz que reflejan el cielo y las nubes de un trayecto recorrido por unos y por otros para ir y venir de La Habana a Miami y de Miami a La Habana, no tienen comparación con nada, a no ser con un sentimiento extraño, pesado, omnipresente, llamado love. El poema de amor que me he pasado la vida queriendo escribir está ahora frente a mí, convertido en express way.

Se trata de un bridge, dicen las muchachas que custodian los portales donde está la instalación. Ah, un bridge, digo yo molesta, pensando que aquellos trozos de cielo abierto, idénticos a los que he visto desde un avión de Jet Blue (despegando de Ft. Lauderdale y aterrizando en Boyeros), son exactamente eso: un puente, algo que conecta a un cuerpo con otro cuerpo. Pero no doy mi brazo a torcer, no les digo que ese bridge es lo que quiero cruzar, porque todo a mi alrededor se desplomaría y yo sería, doblemente, una persona con la cabeza en las nubes.

La pieza es
simplemente
absoluta.


Todo esto para detectar que el verdadero símbolo patrio cubano, puesto a funcionar desde hace varios años, es una cinta métrica que mide 90 miles. Sandra Ramos la monta sobre patas (ciempiés, gusano, caterpillar) y la deja ahí, echada, mansa, esperando que cada uno desfile por su vereda cada vez más tropical, vereda-cielo, el futuro del presente, el anhelo del pasado.

Encima, lo hace con fotos ordinarias y comunes, las mismas fotos que haría yo si me subiera a un avión el 14 de febrero del año en curso. Las mismas fotos que haría yo si me pudiera subir a un avión que pudiera aterrizar en cualquiera de las terminales del aeropuerto José Martí. Las mismas fotos que haría yo si en vez de llamarme Legna Rodríguez Iglesias me llamara Sandra Ramos.

Encima, Sandra Ramos descompone un cliché con otro cliché. Lo simbólico aterrizado al nivel de la barriga o al nivel del pubis, en dependencia de las extremidades individuales que presentamos, servido en mesa de hierro, furniture de jardín, lo suficientemente doméstico como para sonreír, lo suficientemente distante como para fruncir el ceño. Sandra Ramos engañosa, ¿cuál es la cantidad de cielo?

Todo esto para llamar la atención sobre el hecho de que el Día del Amor o el Día de los Enamorados debería limitarse a su verdadera esencia física y mental: la del deseo. Deberían felicitarse incluso aquellos que cruzan un puente para estar juntos y duermen juntos y se dan placer mutuamente y se hacen promesas para siempre, ese tipo de consideraciones tibias, ese tipo de hot things.

Todo esto para hacer un reclamo formal sobre el hecho de que nadie me incite a amar a nada que no me ame a mí y por lo que yo sienta, si no lo mismo, algo parecido. Porque también es un poco triste felicitar a alguien que no te quiere o ama en la misma medida (o al revés). Entonces la felicitación, además de no ser recíproca, se vuelve aburrida, triste, ideológica y falsa.

Todo esto para decirle a la persona que amo (la mía, quiero decir), en español o en inglés, comoquiera tiene ocho (sílabas, quiero decir): feliz febrero catorce, felicidades mi amor.


© Fotos tomadas por la autora en la muestra de Sandra Ramos, 90 miles.




Legna Rodríguez Iglesias

Ministerio sin cabeza: ¡Que la saque, que la saque!

Legna Rodríguez Iglesias

La mejor forma de anular la violencia de un Ministerio de Cultura triste, enfermo, en agonía perenne, es poniendo amor en cada uno de sus puestos ministeriales. Cuando digo amor estoy hablando de besos, abrazos, caricias, mordidas, pellizquitos y succiones. Que el ministro sea noviecita del viceministro, que se quieran y se casen. ¡Que la saque, que la saque!