Hijo mío,
quería escribir sobre Cuba, el país donde nació tu madre, que también es tu país aunque nacieras en la Florida, pero este miércoles quince de septiembre se cumplen cuatro años exactos del día que me embaracé. Treinta y siete semanas después, con cinco libras y catorce onzas, naciste tú. Hoy es domingo y no estás conmigo aquí, en el diminuto apartamento que pude alquilar hace seis meses. No estás aquí diciéndome que no esto y que no lo otro, pidiéndome el teléfono para hacer un video de cualquier cosa o cargando a la perra con tremendo trabajo para revolcarte con ella en tu camita.
Te dejé en la otra casa muy temprano, todos los domingos hago la misma terrible acción que me descoyunta y te dejo allá, con aquella persona que también es tu madre, legalmente, porque te adoptó con mi consentimiento en este país donde las leyes de adopción son irrevocables. Eso dijo la abogada en la entrevista: “Mamá, su decisión es irrevocable”. Y la verdad es que desde antes de que nacieras nos habíamos puesto de acuerdo en que la adopción se haría.
Es, gústele a quien le guste y pésele a quien le pese, un trámite, una convención pagada. Funciona a las mil maravillas cuando el niño no tiene una madre o un padre que lo ame y se ocupe de él, o cuando el poder otorgado no afecta ni amenaza a la madre biológica, poniendo en riesgo, incluso, la paz emocional del niño. Si no, se convierte en un ensayo, falso, extremo, de moral y adquisición.
Por eso hoy no podré escribir de Cuba, ni de los presos políticos, ni de los conejillos de Indias, ni del Decreto-Ley 35, ni de las noticias que informan la posible apertura de las fronteras aéreas cubanas en temporada turística. Hoy solo hablaré de ti y de mi gesto de estrella, medusa, hongo, platelminto, espora, virus, al reproducirme yo misma tomando un recipiente cilíndrico e introduciéndolo por mi vagina con el contenido más precioso del planeta tierra: la gota de semen más bonita del mundo, la gota que colmó la copa.
Siempre digo que la amistad es una forma de noviazgo tan intensa como los novios o las novias o los maridos o las esposas, porque con los amigos y las amigas uno puede hablar de todo y darse el lujo de pedirles lo que sea. Un hijo, por ejemplo. Dos hijos, por ejemplo. Tres hijos, por ejemplo. Pero con los novios y las novias uno tiene que formular un diálogo de convencimiento y dar a cambio el cuerpo o la libertad, o promesas que tienen que ver con el cuerpo o la libertad.
Hay amigos y amigas que son para siempre pero hay otros que no, que se van quedando en sus propios caminos, con intereses distintos a los tuyos, lo cual me parece perfecto, siempre que no se produzca algo muy oscuro llamado traición. Entre los amigos no debería haber ningún tipo de traición. La traición debería ser, por antonomasia, pasional o política. No debería incumbir a los amigos. Mi amor, tienes una mamá que practica la amistad como algo sagrado. La amistad es lo más sagrado que tu mamá conoce o conoció. He creído en la amistad toda mi vida. La amistad es un huracán.
Por el contrario, todos los conocidos y todas las amistades no tienen que ser amigos para siempre. Hay muchos tipos de amigos y muchos tipos de amistades, tú solo te irás dando cuenta. Yo cada vez descubro nuevas formas de la amistad y de lo que un amigo puede llegar a ser o dejar de ser. Se parece al momento en que conoces a un niño de tu edad en un parque o una playa, compartes con él tus piezas de lego o tus instrumentos de arena y al final de la tarde se despiden, deseándose buenas noches o simplemente sonriendo. Es una amistad momentánea, efímera, como una canción de amor en un expressway.
Pues te decía que tu mamá, hablando de amigos-novios a los que se les pide cualquier ocurrencia y con los que uno habla sus intimidades, ha tenido cada novios y cada novias, se ha enamorado de cada amigo y de cada amiga, que es mejor no decirlo en voz alta sino escribirlo, en forma de carta para ti, como Meryl Streep en Los puentes de Maddison.
A uno que se llama Rogelio Orizondo y que yo considero uno de los mejores escritores cubanos aunque no escriba tanto ahora y se dedique, igual que yo, a sobrevivir, fue al primero que le pedí un hijo. Rogelio Orizondo había venido a escribir una obra de teatro sobre el exilio cubano que sería montada por Carlos Díaz con actores del exilio cubano y que se llevaría a escena en el mismo lapso de tiempo que su escritura. Me escribió para vernos y me dijo que la escritura le estaba costando cantidad porque no sabía qué decir del exilio. Por dentro pensé: el exilio soy yo.
Rogelio Orizondo aprovechó para pedirme una oración a la Virgen. Se le había ocurrido entregar al público, a la entrada del espectáculo, una estampa religiosa con la imagen de la Virgen por un lado y una oración, recontextualizada, por el otro, que escribiría yo. Acepté escribir la oración en mis días de descanso; en ese tiempo yo trabajaba en la pizzería Casolas de la 17 avenida, de miércoles a domingo en el horario de la madrugada.
Era el año 2015 en Miami. No tengo fotos de 2015. Ese año es una mancha en el expediente, un moho amarillento con olor a metonimia. Las únicas fotos que guardo son paisajes despixelados de Miami donde no aparezco yo y algunas fotos que me hizo Rogelio Orizondo como si el Downtown fuera mi casa y Jim Morrison fuera Dios. Jim Morrison sigue siendo Dios y el expediente sigue manchándose.
Rogelio Orizondo no sabía qué decir del exilio y yo no sabía qué decirle a la Virgen. Al final, ambos dijimos lo que pudimos a partir de nuestras respectivas instancias. Entonces cogí desprevenido a Rogelio y le dije: “Deberíamos hacerlo, deberíamos intentar tener un hijo juntos”. Rogelio se rió y aceptó. Yo no sabía si estaba ovulando, pero daba igual. Estaba tan apagada y desprotegida que el solo hecho de llevarlo a cabo, intentar hacerlo, me llenaba de ilusión. Fui a comprar jeringuillas en bicicleta al CVS de la 8 en Little Havana. Qué felicidad.
Lo hicimos tres veces durante tres días consecutivos en la casa de la actriz cubana Alegnis Castillo y las tres veces Rogelio Orizondo parecía mi novio. Me miraba asombrado, se asustaba, me acariciaba, me decía “Ya casi”, me decía “Respira”, me trataba como a una novia recién casada en su luna de miel. Salíamos del cuarto mudos y sonrientes, Alegnis Castillo servía el almuerzo y decía: “Tienen que almorzar”.
Al cuarto día Rogelio Orizondo regresó a Cuba y yo me quedé más apagada y más desprotegida que antes. Con un atraso menstrual psicológico que no lo brincaba un chivo. Tenía al hombre pendiente, desde Cuba, creo que le escribí dos poemas. Una noche, poniendo toppings de embutidos sobre una pizza gigante, salió el líquido caliente y le mandé un mensaje: “Caí con la menstruación”. Quisiera ver cómo lo cuenta él. Se notaba que estaba emocionado. De alguna manera, de la mejor manera, fuimos novios cuatro días.
De nuevo era el año 2017 en Miami. Dos meses antes, hijo mío, mamá había tenido la horrorosa experiencia de un miscarriage. Recuerdo que sentía un vacío muy físico y muy corporal, que escribía varios poemas en un solo día tratando de expulsar espontáneamente, también, el dolor tan hondo de la entraña rota. Lloré en la recepción del Hospital Baptist, en los baños del Hospital Baptist y en la sala de espera del Hospital Baptist, donde el enfermero encargado de explicarme lo que pasaba, muchísimas horas de espera después, me dijo: “Cuando el ciclo se regule, vuélvelo a intentar”.
Yo debía ovular el 9 de septiembre, la noche en que el huracán más grande de ese año arrasó con las islas del Caribe, reduciéndolas a regiones afectadas y demasiado afectadas. Lo poco que quedaba, en muchos lugares, se fue con los vientos catastróficos del huracán. Bahamas, Puerto Rico, República Dominicana, Cuba y todas, dejaron de ser islas y países por un tiempo, fueron devastación. Miami estaba loco, sumido en una alarma ciclónica terrorífica. La gente llenaba sus tanques de gasolina y ponía bolsas de arena en los umbrales. Home Depot colapsó. Muchos se fueron a Tampa o más al norte, en avión o por carretera, huyendo del huracán.
El test de ovulación dio negativo el día que el huracán atravesó Miami y todos los días siguientes. Faltaron la electricidad y el agua. El refrigerador se descongeló y el olor a animal muerto empezó a formar parte del pensamiento, durante días. Había un animal muerto en la nariz de uno, qué jodienda. Al quinto día volvió la electricidad. Al sexto día regresé al trabajo. En ese tiempo yo trabajaba en una librería en español llamada Altamira Libros. Vendía libros y cargaba sillas en las presentaciones de libros patéticas de Miami. Déjame cerrar la boca.
A las 11:00 a.m. fui al baño y se me ocurrió orinar sobre el test de ovulación. Dio positivo. Le escribí un mensaje a mi amigo-novio, aquel que me estaba dando lo que siempre había querido, en un lugar u otro, acompañada o sola. José Portela respondió al rato: “Dale, te espero aquí”. Una semana antes le había pedido: “No dejes de tomar agua, José, mucha agua”.
Otras veces he contado lo que pasó en esa casa, la casita de José, el 15 de septiembre de 2017. No lo voy a volver a escribir ahora. Tú no estás aquí conmigo y yo estoy yéndome lejos, tratando de pensar en las palabras para no quedarme en blanco, pendiente de la puerta y de la aldaba, que toquen la aldaba y que seas tú en brazos de alguien que te entregará a mí, a mamá, como debe ser.
Cada domingo es el mismo suplicio, el mismo infierno. Cada domingo me quedo pensando que las palabras dejaron de servir para algo. La escritura, la poesía, los libros, dejaron de servir y de tener sentido. Los domingos son los días que escribo los textos medianos y largos, los artículos semanales que salen en las revistas. Más de mil quinientas palabras, como mínimo, para que valga la pena. Durante el trayecto te digo: “Pórtate bien, mamá va a escribir”.
Tú no me oyes, estás feliz, sabes perfectamente a dónde te lleva mamá. Prefieres ese lugar a nuestro cuartico juntos, porque ahí te enamoran y estás de vacaciones y no tienes a esta mamá peleona detrás de ti, diciéndote que vengas a comer, que vengas a tomarte la medicina, que vengas a bañarte, que vengas a ponerte los zapatos, que te lo comas todo, que no le des patadas a la perrita, que no subas a la cama con zapatos, que ya es hora de dormir. Hijo mío, soy una mamá-disco-rayado que no se calla la boca, que tiene un huracán adentro cuando no estás y cuando estás, lo mismo. Soy una mamá que deseó tenerte toda la vida y ahora que te tiene, sabe que eres lo único realmente suyo, nacido de sí. Tú no me oyes. Yo grito por dentro y nadie lo oye. Debes estar jugando o abrazando a otra persona. Igual te estoy esperando.
Te espero siempre, mi amor.
© Imágenes de interior: Rogelio Orizondo.
Más miedosa que Virgilio yo te prometo que iré
Lo importante de este mes es el Decrépito-Ley 35 y el miedo que tengo, cojones. Lezama Lima y Virgilio Piñera juntos no le llegan a la chancleta al Decrépito 35.