Yo lo que quiero es un Polski para llevarte a pasear

Después de escribir de un tirón diez poemas para Reinaldo Arenas y unas breves palabras sobre las fotos del regreso de Paola Martínez Fiterre, me quedé en blanco. Me he puesto blanca blanquísima por dentro y por fuera, y eso es una hipérbole ida de rosca, porque el sol de Miami no deja que nadie se ponga blanco, a no ser que trabajes cuarenta horas metido en una oficina de ocho a cinco, con una hora de lunch en el medio.

Ese no es mi caso. Mi caso es el de una chofer de libros en la Vía Láctea desordenada de las calles, las avenidas, las autopistas, las carreteras y los puentes elevados. ¿Se acuerdan de Holy Motors, la película de Leos Carax donde el pensamiento ocurre dentro de una limosina y al final de la noche y de la película aparecen las limosinas en su garaje apagando-encendiendo luces como se apagan-encienden fósforos, gases metanos, respiraciones, vidas?


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¿Se acuerdan de la escena final donde una limosina expresa, llena de fatiga: “Estoy cansado. Mi cliente ha realizado giras por París, en todas direcciones”? Y otra le contesta: “¡Piedra que rueda no produce moho!”. Y otra la manda a callar diciendo: “Shshshssshhh”. Y otra exclama: “¡La fama, a quién le importa!”. Y otra le responde, en un susurro intenso: “¡Tan aguda como siempre, señorita 3423-AC-92!”. Y otra dice: “Es una metáfora, piedra que rueda amasa experiencia”. Y otra más: “¡Somos nosotras, las piedras rodantes!”. Y una protesta: “¡Hay algunos que les gusta quedarse dormidos!”. Y una le responde: “¡Pronto tendrás un montón de tiempo para dormir! No tardarán mucho en enviarnos a la chatarra. Nos estamos convirtiendo en inapropiados”.


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Pues en esta historia de amor, contrastado con la miseria que provocan los diferentes calores, las diferentes pandemias y las diferentes dictaduras, las cosas pasan a lo Leos Carax pero desde una perspectiva cubana o polaca, no importa el gentilicio.

Hace más de un año me compré en Miami un Chevy Spark místico azul para irlo pagando lentamente, como un café a las seis de la mañana. El carrito es como yo, de pequeña estatura, y donde quiera que llegamos (el carrito y yo) la gente se da cuenta de que me viene como anillo al dedo. Me gusta la idea de tener cosas que me vengan como anillo al dedo. Los libros, los dibujos de artistas, las fotos de fotógrafos, los platos y los vasos, los escasos muebles, todo se parece a la mejor idea que tengo de mí. Cuando compras cosas en Internet la traducción lineal es stuff. Esa palabra me recuerda a los personajes de Tove Jansson.


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Pues desde que me compré el carrito, mi novia ve carritos parecidos al Spark en cada lugar por donde va pasando. Las fotos de carritos de pequeña estatura son como telegramas de correo postal o como emojis vintage de una actualización de softwareMi novia me manda fotos de los carritos en La Habana y yo me río pensando: otro más. Me la imagino sacando el teléfono y enviándome la foto en un segundo, deteniendo la historia a través de un archivo de chat privado. Toda la historia de un país contenida en una foto de teléfono androide. Una simple foto de teléfono.


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Yo era joven aún en Camagüey cuando oí por primera vez a una mujer referirse a otra mujer usando la palabra tortillera. La palabra fuerte se pronunció fuertemente, lascivamente, y yo pude sentir la textura rugosa de una voz que tal vez provenía de una tortillera más tortillera que la mujer mencionada. Luego aprendí que había palabras para designar los distintos niveles hormonales en cada mujer tortillera. Me gustan las palabras y siempre sonreía. Y a las tortilleras les parecía mal que yo sonriera por esa razón: ¿a ver, cuál es la risa ahora?


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Claro está, yo no pertenecía a ninguno de los grupos de tortilleras de la ciudad. Estaba enamorada de una mujer, pero eso no me hacía pertenecer al grupo de las mujeres que están enamoradas de mujeres. Al contrario, los temas de conversación en esos grupos no eran afines a mis intereses. Cero. Ahora tampoco pertenezco a ningún grupo. Es un alivio inmenso. 


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El hecho es que en Camagüey, los carritos polacos parecidos a mi Spark son los carritos que compran las tortilleras. Se trata del Polski Fiat 126p. En resumen: si una tortillera se compra un carrito, sus amigas y sus amigos preguntan de qué color es el Polski, porque el único dato desconocido sería ese. Hablo, por supuesto, en sentido general. En sentido, además, muy general. Debieron y deben haber miles de tortilleras que prefieran conducir otros modelos de carros más modernos y espaciosos.


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Pero en La Habana, Camagüey y toda Cuba, por muy viejo y roto que esté un carrito, casi nunca es inapropiado ni enviado a la chatarra. Los carritos en Cuba se recuperan y se reparan, porque no hay más. A veces se transforman, como la canción espumosa de Jorge Drexler. Hay que pensarlo como mínimo cien veces para echar un carrito por la borda.


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La wikipedia explica que el Polski Fiat 126p fue producido por la Fabryka Samochodów Małolitrażowych, ubicada en Bielsko-Biała y por la planta Fiat Tychy, sobre la licencia del Fiat 126. Debido a su bajo precio, fue un auto muy popular en Polonia en los años 80, pudiéndose decir que era el coche ícono de dicha época y el más popular. Por su tamaño reducido se ganó el mote de Maluch o “pequeñín”, y en Cuba el de “polaquito” gracias a la misma cualidad. Este apodo se hizo tan generalizado, que incluso la planta decidió tomar dicho nombre como una designación oficial del vehículo.


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El Polski Fiat 126p está fuertemente ligado a la política de Polonia del decenio en el que se fabricó y durante el período de transición desde la economía comunista a la capitalista. En el sistema comunista, un automóvil privado era considerado “un lujo de pocos”, dada las bajas cifras disponibles de autos en el mercado. En Cuba, hasta la fecha, tener un Polski o lo que sea sigue siendo “un lujo de pocos”, o más bien, un estado civil: soltero, casado o con carro.

El primer Fiat Polski 126p sale de las líneas de ensamblaje el 6 de junio de 1973, siendo fabricado con componentes italianos. Su precio era de unos 69 000 zlotys, el salario mínimo promedio en la época era de 3,500 zlotys, así que era incomprable. Recuerdo que tuve dos novias que cumplían año ese mismo día, la segunda tocaba la guitarra y la primera no tocaba nada; unos meses antes de separarnos empezó a arreglar relojes.


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Mi novia buscó en la página web cubana donde la gente vende y compra todo, llamada Revolico, y encontró que en la actualidad un destartalado Polski Fiat 126p podría costarnos, como mínimo, 5000 dólares. El salario mínimo promedio en Cuba no lo voy a escribir aquí. De todas formas, seguimos buscando y mirando, mirando y dejando, como decía la gente en el 2014 de una ciudad que seguía siendo La Habana, para referirse a algo que a uno le gustaría tener pero que no puede tener, todavía. 

Esa fue una de las pocas frases de la jerga habanera que me aprendí de memoria. El resto de las frases que atesoro sigue siendo de índole camagüeyana, como las anécdotas sobre mujeres tortilleras, tuercas o crotas, que era la palabra para designar a una mujer muy masculina y fea. La palabra crota incluía ciertas características humanas. Una crota era, por añadidura, alguien negativo. Recuerdo mujeres así y me da pena ajena. Gente que pone zancadilla, malas personas.


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Pero sí, estoy segura de que un día tendremos nuestro propio Polski Fiat 126p, azul o amarillo. Aunque se enteren en Camagüey y solo pregunten por el color. Y mejor, que se enteren en Camagüey y solo pregunten por el color (me meo). Hay que ver si el trípode de mi fotógrafa preferida cabe en la parte de atrás de un 126p. Si no, ya se nos ocurrirá algo.


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Un almanaque soviético de 1981 (Diez poemas para Reinaldo Arenas)

Legna Rodríguez Iglesias

Reinaldo Arenas abriéndose una cuenta en Facebookcon un nombre falso que refiere a cualquiera de sus libros. Por ejemplo: Blanquísima Mofeta. Cuando Reinaldo Arenas da clic en aceptar, inmediatamente gana 107 seguidores”.