Si algo define a la Cuba de hoy es que se ha diluido el protagonismo de lo colectivo. El totalitarismo ha intentado homogeneizar la sociedad, convertirnos a todos en uno, bajo la idea perversa de la adhesión incondicional a sus postulados.
La nueva oposición cubana no va de partidos ni de asociaciones, va de personas.
El Movimiento San Isidro no concentró un ideario. Pintores, pensadores, músicos e inconformes se encontraron allí con un anhelo democrático y la voluntad de incidir, como ciudadanos, en la transformación de una sociedad podrida.
En la narrativa popular los rostros de Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Osorbo, Omara Ruiz Urquiola o Anamely Ramos empezaron a reflejar, como un espejo, la propia realidad de los cubanos. Cada uno de ellos demostraba la ineficacia totalitaria y el miedo al cambio, cada uno de ellos vivió con la misma dureza la represión; aunque en cada uno de ellos el régimen supo cebarse allí justo donde más les podía hacer daño.
A Luisma le privaron de sus pinceles, lápices y dibujos; a Maykel lo encerraron para callar su voz; a Katherine Bisquet y a Camila Lobón les impidieron salir durante meses de un pequeño cuarto en Centro Habana, metáfora perfecta de la sociedad secuestrada; a Omara la separaron de su hermano e intentaron chantajearla con su enfermedad; y a Anamely Ramos le impidieron regresar a su país.
La violencia totalitaria no escatima en recursos para aplastar al individuo porque sabe que en cada uno de ellos hay una voluntad distinta hacia un mismo objetivo. La desarticulación de la oposición se les hace imposible a los agentes de la represión porque no es un local que cierran o una manifestación que ahogan, es la voluntad del ser, del cubano harto de imposiciones. Es el resurgir de la voluntad ciudadana, individual y única.
Es la suma de muchos cubanos lo que hace a Cuba, lo saben los dictadores, lo estamos aprendiendo como pueblo.
Anamely Ramos lo supo desde siempre. Su discurso le permite pensar en las alianzas y coaliciones como un hecho coyuntural, adaptado a las necesidades opositoras. La violencia totalitaria se ensañó en ella, como madre en primer lugar, como mujer, como profesional y como ser humano.
Anamely sufre la indiferencia total de las autoridades que supuestamente nos representan. Como ciudadana busca respuesta en las instituciones y ni siquiera es recibida. En muy pocos meses su pasaporte expirará y no tendrá ni siquiera un documento que la identifique. En muy poco tiempo ni siquiera podrá viajar y abrazar a su hijo, en muy pocos días tendrá que inventarse una vida.
El régimen totalitario que somete a Cuba ha buscado en Anamely advertir a toda madre que pensar un país diferente les costará la ausencia y la separación. En la condena al totalitarismo todos deberíamos estar unidos, más allá del sueño individual sobre cómo imaginamos la nueva república; sin embargo, Anamely ha recibido también altas dosis de “fuego amigo”.
Y no se cansa. En una esquina del restaurante Versailles, en las oficinas de American Airlines, ante la Embajada cubana en Washington D.C., en el Congreso de los Estados Unidos, en la sala de cualquier casa en Miami o en un concierto del Funky, Anamely Ramos siempre exige su derecho a regresar, que es el de todos.
© Imagen de portada: Anamely Ramos / Facebook.
‘Alcántara’
La Pequeña Habana no se parece a San Isidro y la Calle Ocho no tiene nada que ver con Damas 955. Pero el viernes pasado, cuando fuimos a ver a Luisma, San Isidro y la Pequeña Habana dejaron de ser nombres para acogernos en la Cuba del futuro.