Balada para la birra

No sabía lo que era una cerveza, tampoco lo que era una malta, y las conocí a las dos el mismo día.

Tenía cinco años y me habían llevado de paseo. Estaba encantado; desde entonces me encantan los paseos. Mi padre compró algo de beber que venía en unos envases de cartón encerados que me parecieron hermosos; me dijeron que se llamaban pergas.

Recuerdo que hice dibujos con mis uñas sobre la superficie de las pergas. Alguien me preguntó qué significaban esos garabatos…

Lo que me dieron a beber era espumoso, carmelita y dulce; me dijeron que se llamaba malta. La bebida de los adultos era muy parecida, pero me dijeron que se llamaba cerveza; me dijeron que era “malta para gente grande”, que no tenía azúcar, pero tenía alcohol. 

Me tomé la malta, aunque hubiera preferido refresco. Pero no había refresco. El olor de la malta me recordó al del orine, salvando las distancias. A pesar de estar un poco predispuesto, me pude abstraer con el sabor.

La “malta para gente grande” me dio curiosidad. Yo sabía que, si era para la “gente grande”, los niños no podían tomarla. Entonces esperé a que no me estuviera mirando la “gente grande” y tomé el vaso de mi padre. 

Primero olí. El olor era diferente al de la malta: olía también a orine, pero no me resultaba desagradable. Probé un poco, muy poco. Sabía a una cosa extraña, como las medicinas, que saben mal, pero hacen bien: por algo será. 

Inmediatamente me di cuenta de que sería capaz de volver a aquella bebida antes de hacerme “grande”, pero también me di cuenta de que, si lo hacía y me veía mi padre, podría perder un diente de un manotazo. En lo sucesivo, me encargué de que eso no sucediera. 

Si en aquel entonces alguien me hubiera preguntado (cosa que, por supuesto, no pasó) qué era la cerveza y qué era la malta, hubiera dicho que la malta era orine con azúcar y que la cerveza era orine con alcohol. 

Hoy ya soy grande, y sé que esas definiciones no están muy lejos de la realidad.

Como siete años después de aquel día, en la computadora de la oficina de mi padre ejecuté un archivo que se llamaba Birra: era un video donde se veía a una mujer orinando en la boca de otra.


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

De la serie Collages provinciales, 2015.


Aunque hay evidencias de que egipcios, sumerios y otras culturas precristianas la produjeron (o al menos, una bebida parecida); no es hasta el Medioevo que se practica la producción de algo que se acerca más a lo que hoy conocemos como cerveza. 

Se cuenta que en aquella época era más seguro beber cerveza que agua, debido a enfermedades y contaminaciones. Era normal que hasta niños y mujeres embarazadas la bebieran. 

La cerveza era tan popular que, por suerte, traspasó fronteras. Llegó a América, llegó al trópico. Llegó la refrigeración y, desde entonces, es posible tomarla fría, bien fría, “que se parte”, como suele decirse… Una cerveza fría en el trópico, en Cuba, sobre todo en el verano, que es casi todo el año, puede marcar la diferencia entre caer desmayado o sobreponerse a la caída. 

El ron, el aguardiente, el mojito y el cubalibre, te prometen el paraíso llevándote a través de un camino en el que acechan la hipoglucemia y la náusea; la cerveza te promete el mismo paraíso llevándote a través de un camino en el que acechan la hipertensión y la panza. Al parecer se trata únicamente de elegir uno de los dos caminos, en un contexto en que la temperatura y la humedad relativa acechan al termostato del Homo sapiens.


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

De la serie Collages provinciales, 2015.


La cerveza entró a Cuba por primera vez en algún momento del siglo XVIII, o incluso antes. En su artículo “La cerveza en Cuba”, el cronista Ciro Bianchi apunta que la introducían de contrabando, por Oriente, desde Jamaica. La importación no fue legal hasta 1762, año en que los ingleses ocuparon La Habana y permitieron su comercio

Gran Bretaña ensartó La Habana durante un año, se la cambió por la Florida a la Madre Patria y legó un grupo de hábitos que estimuló, entre otras cosas, el independentismo entre los lugareños… 

No sé por qué, en este momento, me viene a la mente algo que escuché una vez, creo que en un documental: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos se firmó entre unas birras sobre papel de cáñamo.


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

De la serie Collages provinciales, 2015.


En 1841, dos hombres llamados Juan Manuel Asbert y Calixto García, decidieron entrar en la Historia convirtiéndose en los primeros cerveceros cubanos. Montaron una pequeña fábrica en la esquina habanera de San Rafael y Águila e intentaron sustituir la cebada europea por jugo de caña. Sin éxito: tuvieron que conformarse con embotellar el líquido importado. De cualquier modo, tienen el mérito de haber sido los primeros en intentarlo.

En 1888 sí fraguó la acometida de crear la primera fábrica de cerveza cubana: nace La Tropical en Puentes Grandes, bajo propiedad de Ramón Herrera Sancibrián. La primera marca del patio. Cuba asistía a su merecida primera cerveza nacional. 

Una cerveza nacional siempre se merece, sobre todo bajo un sol que no es fácil resistir sin hedonismo.


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

De la serie Una vida animadísima.


La Cristal es una cerveza de éxito. Siempre lo fue. Algunos piensan que se debe a que es verde. Aunque hoy en día la producen otros, data de 1888, igual que su hermana La Tropical, ambas producidas entonces por la homónima Cervecería La Tropical. Comenzó vendiéndose bajo la nomenclatura de Cristal Clara Palatino. El eslogan “La preferida de Cuba” no debe estar fundamentado en la nada. Durante la República la vendían vociferando y reiterando: “¡Cómo anima! ¡Cómo alegra! ¡Cómo estimula! Una cerveza extraordinaria”.

Debió haber sido encantador escuchar y ver esos anuncios.

La Cristal es producida actualmente por la Cervecería Bucanero, que es una empresa mixta integrada por Cooperación Alimentaria S.A. (compañía del Ministerio de la Industria Alimentaria de Cuba) y la entidad canadiense Cerburo Brewing Inc. (subsidiaria de Interbrew N.V., compañía belga), fundada en 1997. 

El sabor de hoy no debe ser el sabor de la República, de ninguna manera. Pero la predisposición vale mucho, precisamente por ser irracional. Vista hace fe, y el diseño de la Cristal apenas ha cambiado. 

Los cubanos seguirán tomando Cristal, así las latas vengan con bilis espumeante…


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

De la serie Una vida animadísima.


No conozco a nadie que haya tomado La Tropical. Quedó en la historia. 

Me hubiera gustado probar, por ejemplo, la Tívoli: esa cerveza oscura creada en 1901 y ya extinta. 

En Camagüey hoy se hace la Tínima. Las cervezas que he probado allá son deliciosas; las que he probado en La Habana, menos. Pero igual las tomo con mucho gusto, porque defiendo el producto nacional. 

Dice mi amigo R.B. que esas cervezas producidas en las cabeceras de provincia podrían ser una maravilla. Los maestros cerveceros que laboran hoy seguramente se formaron en países del campo socialista. Había socialismo, pero de cerveza esa gente sabe, seguro. El sabor afrutado se debe probablemente a la falta de materia prima: seguro fermentan cáscara de plátano y sabrá Dios qué cosa. La falta de materia prima también provoca que tengan poco dióxido de carbono (CO2), lo cual es maravilloso y provechoso para la salud. Donde se jode la cosa es en el control de calidad. Importan poco, importan menos. El poco caché relativo es para la Cristal y la Bucanero de ahora.

Pero esas cervezas, la Tínima, la Princesa o la Bruja, me las bebo con más gusto que las enlatadas. Siento que son el futuro, aunque a veces sepan a rayos. Son cervezas generosas. Ya ves: quien bien te quiere, mal te canta.


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

De la serie Una vida animadísima.


La Polar… la pobre Polar. De 1911. Pertenecía a la familia Zorrilla, que además cofundó la compañía Cubana de Aviación y manejó el Diario de la Marina. De ser patrocinadora principalísima del béisbol profesional en Cuba, pasó a tener sus instalaciones en peligro de derrumbe. 

“La cerveza del pueblo y el pueblo nunca se equivoca”. Así rezaba su eslogan. Un oso blanco en la etiqueta. Un oso blanco en la etiqueta de una cerveza producida en una isla del Caribe: arte abstracto. 

Los osos polares son totalmente carnívoros. Son los únicos osos que tienen todos los dientes puntiagudos, como si su boca fuera una sierra. El macho puede oler a una hembra en celo a una distancia de más de 400 kilómetros.


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De la serie Una vida animadísima.


La cerveza Hatuey fue inaugurada en 1927. Año de vanguardia para la Isla, como muchos saben. Los de Bacardí, visionariamente, ampliaron su negocio y decidieron incursionar en el cervecismo, comprando espacios con una intención inicial específica, pero que terminaron dedicados a la producción del líquido. Cerveza nacida en Oriente (ojo con eso, que podría tener un significado simbólico muy específico, según se mire). La primera fábrica estuvo (está) en San Pedrito, Santiago de Cuba.

Hatuey se proponía como “La gran cerveza de Cuba”. Tuvieron el tino de apuntalar sus ventas dando un bloque de hielo gratis a quien la comprara. Pronto se convirtió en una cerveza que siempre estaba disponible fría, y ganó cada vez más adeptos.

Crecieron y crecieron, hasta que en los años cuarenta crearon la Cervecería Modelo en el Cotorro, para producir y vender más. Fueron la gran competencia de La Tropical; se piensa que en algún momento producían alrededor del 60 % de la cerveza del país. 

En 1954 dieron unas fiestas para Ernest Hemingway, a raíz del Nobel de Literatura. Además de su pasión por escribir, Hemingway fue cultor del etilismo.

Luego de 1959, los Bacardí corrieron la suerte oscura de sus colegas. Llegaron a referirse al Movimiento 26 de Julio como “cruzados de la libertad”, pero eso no impidió que, en 1960, luego de que sus ventas descendieran de 12 millones a 1.5 millones al año, el Gobierno Revolucionario confiscara las instalaciones de Bacardí y de Hatuey.      


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De la serie Una vida animadísima.


En pocos años, la cultura cervecera de la Isla pasó de los elevados niveles de calidad republicanos al conformismo ramplón. Aquellos días en que podías llegar con un amigo a una bodega, pedir una cerveza, una sola, y que la trajeran con dos vasos y un saladito, quedaron atrás. 

Ya en los años setenta, lo común eran los tiros de lague: la venta a granel de un producto ya de dudosísima calidad. En las bodegas vendían, de manera racionada, las Pirey: especie de merma productiva que venía embotellada sin etiqueta. Era usual que la cantidad de líquido en cada envase fuese desigual. Imposible soñar siquiera con algo llamado control de calidad. 

También se hicieron comunes los matrimonios pactados entre personas que no eran pareja: el casamiento daba derecho a tres cajas de cerveza, que se compartían con amigos o se vendían a sobreprecio. 


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

De la serie Una vida animadísima.


Crecí en los años noventa. En el 92 mis padres se separaron, razón por la cual pasé los fines de semana, de manera casi ininterrumpida, con mi padre, más o menos hasta finales de la década. Mi padre bebía bastante, tenía carro y viajaba de vez en cuando por su trabajo. Esto le permitía gastos en bebidas alcohólicas por encima de la media, y ahí estaba la cerveza. 

Estaban las marcas de cerveza nacionales, pero también empezaban a hacerse habituales las marcas foráneas. Nunca olvido la vez que mi padre compró una caja entera de Holstein y la bebió en un día, con unos amigos, en casa de mi abuela. Pude detallar las latas vacías, que luego se convirtieron en mis juguetes. Me gustaba el color dorado del envase y la silueta negra del hombre a caballo con armadura, adarga y estandarte. Pero lo que no olvido es que aprendí a decir cerveza en al menos tres idiomas, gracias a que estaban incluidos en el diseño: beer, bier, birra, cerveja

Años después, cuando comencé a tomar cerveza de forma habitual, el panorama cervecero era bastante parecido al de mi infancia. Las marcas importadas tenían un privilegio, un caché: los envases mejor diseñados, publicidad bien hecha, disponibilidad por encima de las nacionales. Eso tiene que ver con que hay personas que se ocupan de que la presencia de las cervezas sea real: las ubican en las tiendas, en los establecimientos, hacen llegar a la gente el merchandising. Las marcas nacionales han imitado estos procesos, pero la diferencia sigue siendo abismal. 

La Heineken es una cerveza que detesto, la tomo cuando no hay más opción, pero con su presencia seductora, su diseño impecable, dan ganas de tenerla en las manos y acariciarla. Prefiero el sabor de cualquier cerveza cubana, pero las importadas se imponen a base de buen marketing en un contexto precario. 

El otro gran problema son las leyes tan arbitrarias e irracionales del mercado cervecero nacional. A lo largo de los años he visto subir el precio de la cerveza cubana estándar, de manera cruel e injustificada, de 80 centavos a 1 CUC, a 1 y pico, a 2, a 3, a 4 CUC, y así sucesivamente. 

No es exagerado decir que, en el socialismo tropical, algo tan simple como beber una cerveza fría adquiere la categoría de lujo. Los no cubanos no lo creen cuando se lo cuentas, hasta que lo comprueban con sus propios ojos y gargantas.


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

Heineken pálida, 2016.


Por años, las palabras “patria” y “patriotismo” me resultaron repelentes. Además, me sonaba tan hermosa la palabra “apátrida”, que llegué a tomármela tan en serio como la palabra “desgarradura”. 

Lo cierto es que patria y patriotismo me fueron indiferentes, de forma casi absoluta, hasta un día.

En el año 2015 me afectó de manera especial la dificultad de encontrar Cristal y Bucanero, unida a la hemorragia de cervezas importadas. Me descubrí patriota gracias a la cerveza nacional. Me enervó como nunca la imposibilidad de disfrutar de un producto hecho en Cuba. 

Se volvió una conversación habitual entre machos y hembras: lo difícil que estaba encontrar la Bucanero y la Cristal. Un día, conversando con mi amigo J.C., que sabe de muchas cosas y es muy sensato, me dijo lo siguiente: 

“Lo que pasa con la Cristal y la Bucanero es simple. Se fabrican en Holguín. Sabes, porque lo hemos hablado, que desde el año 1997 esa fábrica tiene el control fundamental de la cerveza que se produce en Cuba. El problema no es tanto que no haya cerveza, sino que no la distribuyen… Te explico. La cerveza la fabrican, pero como todo aquí es un desastre, no llega fácilmente a La Habana. Entonces, lo que termina pasando es que la situación da pie a que un grupo de gente con powerse mete en un negocio truculento Un piquete de gente paga a otro piquete de gente para que la cerveza llegue a la Habana para ser controlada por ellos… Como no pueden parquear un camión en la puerta de una paladar y empezar a bajar cajas de cerveza, porque si no explotan, la cerveza va para las tiendas, pero ya con nombre y apellido. De ahí, desde las tiendas, las distribuyen… Por eso es que no ves ni Cristal ni Bucanero en ningún lado; pero en los negocios privados están frías, partidas, y de uno y pico para arriba… Otro asunto son las fábricas clandestinas, pero esa es una balacera en la que te recomiendo que ni gastes neuronas”.

Esa explicación me dio una soberbia que no se me quitó en días. Me calmé como suelo calmarme: creando. Una tarde iba subiendo por Paseo y vi por el suelo tres botellas vacías de cerveza Claro (holandesa, pero pensada para vender en México; llegó a Cuba, por supuesto) en menos de cien metros. Unos pasos después encontré una cuarta y la recogí, porque me había inspirado, y me dije: “Si encuentro una botella vacía de Presidente antes de llegar a casa, la obra está hecha”. 

De más está decir que la encontré. 

Claro Presidente (2015). 

Cuba merece muchas cosas. Podría empezarse por el derecho a una cerveza nacional fría, buena y compartida con un amigo. Entre esa cerveza y el cubano, se interpone solamente el deseo, claro que acechado por la Seguridad.


Balada para la birra (aforismos cerveceros)  - Julio Llópiz-Casal

Claro Presidente, 2015.




XXXTentacion: el hijo bastardo del grunge - Julio Llópiz-Casal

XXXTentacion: el hijo bastardo del grunge

Julio Llópiz-Casal

La autenticidad de XXXTentacion va a resistir mucho tiempo. Hay momentos en que me parece vergonzosoque, durante muchos años, nadie dentro del mercado del rock haya sido capaz de procesar, musical y vivencialmente, el legado de Kurt Cobain y Layne Staley, como lo hizo este niñato nacido en Florida.