Ciberclaria compungida

Un buen día, para una ciberclaria, el Ciberclariato se volvió el lugar más despreciable de la tierra.

Empezó a cuestionarse todo: ¿cómo había llegado a eso; cómo lo habían convencido de hacer un trabajo tan sucio; cómo podían ella y las demás ciberclarias de poca monta aceptar tantas humillaciones a cambio de prácticamente nada, cuestionando tantas cosas sin saber y pisoteando sus propios principios?

Empezó a molestarle la propia palabra “ciberclaria” cada vez que la escuchaba, usada con desprecio y burla, por algún vecino de su pasillo. De alguna manera se referían a él, aunque no lo supieran. Se consolaba con que no era, como otras, una ciberclaria de alma: había aceptado esa “tarea” para no buscarse líos en la escuela y luego en el trabajo. “Trata siempre de no marcarte”, había escuchado desde pequeño, entre su familia, sus amigos, sus profesores y la familia de sus amigos. Al parecer, por tal de no «marcarse», había terminado haciendo cosas que no lo dejaban dormir tranquilo.

La cara de su jefe ciberclaria empezó a ser más desagradable de lo común. La incoherencia entre esa cara, su modo de vestir y los timbres y alarmas de su celular, era para vomitar. “¿Cómo una persona podía dar un teque comecandela, hablar de enemigos a 90 millas, de capitalismo, y acto seguido estar en uno de los pasillos del Ciberclariato hablando por teléfono y contradiciendo cada una de las palabras que acababa de decir y orientar a las demás ciberclarias?”, se preguntaba a cada rato.

El jefe y otros jefes del Ciberclariato regañan mucho por la falta de rapidez, a veces, en las respuestas a los “cibermercenarios”.

Había sido ciberclaria suficiente tiempo como para llevarle pulla a ese jefe. La gente comentaba y al final lo sabía todo el mundo. El hombre era un corrupto, había estado a punto de ir preso, pero lo habían salvado “desde arriba”. Ya lo había encontrado en un par de lugares por la calle, siempre alardeando y opulento, rodeado de gente riéndole los chistes. Siempre lo vio vestido de manera diferente a como iba a las reuniones de trabajo. Hasta los espejuelos eran diferentes. Parecía más un gerente que un cuadro, aunque ambas cosas van de la mano. Pero su “cara de baboso” (como dice una de las muchachas ciberclaria que va con él cada semana a las reuniones de “cibercombatientes”) no cambiaba.

Los celulares eran otro tema que lo atormentaba. El jefe y otros jefes del Ciberclariato regañan mucho por la falta de rapidez, a veces, en las respuestas a los “cibermercenarios” (que es como llaman a todas las personas que hacen denuncias y generan interacción en Facebook con su disenso). “Es como si no se dieran cuenta que la mayoría de nosotros tiene celulares que ya están viejos… Eso influye; por no hablar de que cuando bajan la velocidad de conexión se afecta todo el mundo. Pero el jefe y los otros jefes sí tienen celulares modernos. Después de las reuniones se enseñan unos a otros las fotos de hijas, sobrinas, nietas y se babean. También empiezan a recibir llamadas que generalmente responden con: ‘Mi amorrrr’, ‘Estás perdida’ y expresiones por el estilo… A veces se escucha algún ‘Ordene’, pero no es usual. Luego se van en sus carros y en sus moticos Suzuki”.

Algunas ciberclarias tratan de luchar una botella; pero él nunca lo hace, dice que “no tiene sangre para eso”.

Hablaron mucho de ciberataques, de neocontrarrevolución, de terrorismo mediático, de cibermercenarios, de ciberguerra, etc…

Él es un muchacho que quería ser normal y no pudo, se enredó por el camino. 

De adolescente le gustaba mucho jugar videojuegos en red y tenía un entendimiento natural con la tecnología y las redes sociales, eso lo signó. Viene además de una familia humilde y “comprometida”, como suelen llamar en su entorno a las familias que, generalmente, hacen guardia, trabajo voluntario y que son más que moderadas para quejarse de los problemas que las afectan, como a cualquier familia del país. 

En algún momento, después de la secundaria, entró en la UJC. Él no quería, todo eso le daba pinta de que sería muy tedioso. Incluso un primo mayor, que ya era militante, le dijo que no se fuera a “embarcar” con eso; pero entre la encerrona que le hicieron y la influencia de sus padres, terminó resignado.

Un día fue a una reunión de carácter “especial” con otros comités de base de La Habana. Hablaron mucho en aquella jornada de ciberataques, de neocontrarrevolución, de terrorismo mediático, de cibermercenarios, de ciberguerra, etc… Después de eso vinieron más reuniones, incluso en la UCI, vino la creación de grupos de trabajo, de grupos de WhatsApp, y un buen día, no recuerda exactamente cómo, ya tenía tres perfiles de Facebook además del propio. Ya era una ciberclaria…, o más bien, tres ciberclarias a la vez.

Él quisiera salirse de todo eso, pero ya tiene demasiado miedo y se siente muy vulnerable.

Las orientaciones de “trabajo” variaban en dependencia de lo que estuviera pasando. Pero en general la orden era comentar en los ‘posts’ de activistas y otros perfiles asignados, ripostando lo que decían. No podían responder con mucha libertad: tenían que usar como guía las matrices que compartían en el grupo de trabajo en WhatsApp (cortar y pegar, literalmente). Siempre debía escribir “bloqueo” y no “embargo”; no podía salirse demasiado de las frases hechas y no debía usar ninguna otra información fuera de la que ponían en el grupo de trabajo. A veces estaba ocupado en otra cosa y recibía la orientación por privado con el link del post que debía atacar. Debía dejar lo que estaba haciendo y ponerse el traje de ciberclaria. 

Ha tenido que crear varios perfiles nuevos desde entonces, porque los iniciales han sido bloqueados por quienes debe combatir. Eso mismo han tenido que hacer sus compañeros. En ocasiones bromean por interno con por qué no le plantean a la jefatura ciberclarial que suba la asignación de datos móviles mensual a 2 gigas para poder ver también a Otaola y PornHub, pues desde esos espacios también se libra la ciberguerra; pero a él no le hace gracia. 

Él quisiera salirse de todo eso, pero ya tiene demasiado miedo y se siente muy vulnerable. Todo se ha vuelto demasiado grotesco para él. 

Casi toda la gente de su edad en el barrio está vendiéndolo todo con tal de irse a Nicaragua o a cualquier lado para intentar llegar a Estados Unidos.

En la manzana de su casa viven dos muchachos que están presos desde el 11J. Uno de ellos es nieto de una de las mejores amigas de su difunta abuela y él sabe que es mentira todo el caso que le armaron. Al otro no lo conoce, pero algo le dice que también le armaron la causa. Siente que la gente que justifica todo eso, a su alrededor, lo hace más por miedo a que la cojan con ellos que porque crean que es verdad. 

Últimamente llega a la casa y su mamá está llorando; ella no le quiere decir por qué cuando él le pregunta o termina diciéndole que es por una amiga de la infancia que murió o cualquier pretexto… Él sabe que ella llora por otra cosa. Al rato se le quita y vuelve a su rutina.

Casi toda la gente de su edad en el barrio está vendiéndolo todo con tal de irse a Nicaragua o a cualquier lado para intentar llegar a Estados Unidos. La gente privilegiada que conoce, que tiene estatus migratorio en el extranjero y que han hecho rentable su condición de “intelectual de izquierda”, están fuera de Cuba y no parecen tener intención de volver. Él no tiene nada que vender para intentar irse, no quiere dejar atrás a sus padres y, sobre todo, tiene miedo a no ser capaz de sobrevivir.

Cuando era pequeño, su padre le decía: “Estudia y supérate para que tengas una vida digna y no tengas que lavar platos en un restaurante, estés donde estés”. Siguiendo esos consejos, hizo estudios modestos y siempre sacó las mejores notas. Es muy bueno en lo poco que sabe hacer, dice él. No lo dudo. El caso es que la mayoría de sus amigos de la infancia, que sí estudiaron en la CUJAE y en la UH, están en Estados Unidos, Europa o América Latina, y han tenido que fregar muchos platos y hacer cosas para las que nunca se prepararon. Ya él sabe a la altura de hoy que no hay nada indigno en eso, ni es nada terrible; pero le tiene pánico a fregar un plato que no sea de su casa y más si es fuera de Cuba. Lo peor es que no sabe por qué; solo sabe que su padre no es culpable de ese sentimiento.

Me cuenta que sus padres no saben que él es ciberclaria, que lo hace para garantizar los datos móviles y no gastar dinero en eso.

Mientras tanto, sigue haciendo su labor de ciberclaria. Daría lo que no tiene por no hacerlo, pero no tiene tampoco arrojo ni imaginación para luchar por ello. 

La última novia que tuvo lo dejó. Le dijo: “Me gustas mucho, pero todo en ti es demasiado raro, como si no fueras tú todo el tiempo”. Le atraen físicamente algunas ciberclarias hembras de su pelotón, pero le repelen moralmente.

Me da pena porque es un buen muchacho que acabó acostumbrándose a sobrevivir de manera mediocre, pasando por encima de sus principios. Me cuenta que sus padres no saben que él es ciberclaria, que lo hace para garantizar los datos móviles y no gastar dinero en eso; así piensa que ese extra les permite alimentarse un poquito mejor.

El caso es que es una ciberclaria, aunque muy pocos lo sepan. Ha tratado de estar en paz con eso, pero no lo consigue. Es algo así como una ciberclaria compungida.


© Imagen de portada: Julio Llópiz-Casal.




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