Notas sobre la encrucijada de escribir ciencia ficción en Cuba

Imaginemos por un momento que queremos escribir una obra de la talla de El Señor de los Anillos, pero no tenemos una cátedra en Oxford ni ayudamos a escribir la Enciclopedia Británica. Hemos nacido en Cuba y nos sigue gustando la fantasía heroica. Somos, además, escritores de fantasía y ciencia ficción y queremos escribir un libro que recree una épica de alta fantasía. Al estilo de El Señor de los Anillos

Muchos lo han intentado en otros países. ¿Por qué no habríamos de intentarlo nosotros? 

¿Cuáles serían nuestros primeros problemas cuando nos lea un lector también nacido en Cuba, tierra del ron y el tabaco, la mulata y el son?


La encrucijada del elfo y el güije

Para empezar, en Cuba no hay elfos. Mala noticia para los entusiastas. En las leyendas del pasado cultural de nuestro país no hay elfos ni tampoco hadas, gnomos, goblins, trolls, enanos y demás seres feéricos. ¿Significa esto que estamos obligados a poblar nuestra “Tierra Media” de güijes y chichiricús?

Pues resulta que, en las Islas Británicas, la tradición feérica (así como la tradición heroica de los cantares de gesta) no es tan fuerte como en el resto de Europa. Posiblemente el Reino Unido cuente con menos leyendas de duendes y hadas que países como Noruega, Alemania o la propia España, madre cultural de nuestra tierra del tabaco y el ron. Y una lectura más profunda al SDLA (siglas para referirme, en lo adelante, a El Señor de los Anillos), nos revela que la mayoría de sus elementos de estética medieval, y su universo fantástico, fueron recreaciones de un autor británico a partir de códigos extranjeros.

¿Quiere esto decir que los unicornios y las hadas se salvaron de ser sustituidos por güijes y madres de aguas?

Hagamos una aproximación a esos elfos de Tolkien que han servido de modelo globalizado para otros elfos posteriores, en universos como el de Dungeons & Dragons

Los elfos del SDLA no se parecen a ninguna tradición feérica registrada, ni en Inglaterra ni en el resto de Europa. Nada que ver con los pequeños duendes del bosque o con las deformes criaturas que barren las casas por la noche. Los elfos de Tolkien son altos, esbeltos, fuertes. Son casi modelos utópicos: el proletario de Marx o el ario superior de Hitler. Son el superhombre de Nietzsche con orejas puntiagudas y hablando una curiosa mezcla de finlandés con danés.

Este elfo ya no tan élfico, creado por un escritor de un país con una mínima tradición “élfica”, es el modelo que ha seguido la posteridad dentro del género de la fantasía heroica. El modelo élfico de Tolkien ha hegemonizado la subcultura europea y americana de la Sword And Sorcery (Espada y Hechicería). Al punto que una relectura del elfo siguiendo una pauta más tradicional (el caso de los elfos domésticos de J. K. Rowling) genera incomodidad en los lectores, que gruñen: “Pero los elfos no son así. Los elfos son bellos, altos y grandes guerreros. Los elfos son como dijo Tolkien, que es el que sabe”. 

¿Y qué hizo Tolkien para lograr que una ficción se fusionara al imaginario popular con más fuerza que las antiguas tradiciones culturales?

Nada nuevo. Simplemente fue original: del legado cultural europeo, tomó lo que le gustaba. Pero lo hizo sin copiar

He aquí una buena lección, ya no solo para el escritor de fantasía heroica, sino para los escritores de ciencia ficción y fantasía en general: podemos tomar prestado de otros imaginarios, pero jamás debemos copiar. Porque si copiamos, ya no estaremos en posición de crear algo nuevo. Estaremos escribiendo nuevamente el SDLA, solo que en español. 


En la Solarística o en la Estrella de la Muerte

Con la ciencia ficción sucede algo parecido. Del mismo modo que la fantasía heroica está inspirada en cierto bagaje histórico y cultural, la ciencia ficción está íntimamente ligada al desarrollo científico-técnico de cada país. Por lo tanto, los escritores cubanos estamos en desventaja táctica. 

A principios de los años 60 los soviéticos comenzaron la carrera espacial, y a finales de esa década los norteamericanos estaban caminando por la Luna. Nosotros, en la tierra de las palmas y la Revolución, no tuvimos tiempo para pensar en la ciencia, en el progreso o en los dones de la tecnología. Estábamos demasiado ocupados como para poner los ojos en las estrellas, las computadoras o los autos del futuro. 

La década de 1980 en Cuba sí estuvo más ligada al desarrollo científico-técnico. Podemos afirmar que, de haber existido una Edad de Oro en la ciencia ficción cubana, habría sido esa década. Pero el desarrollo de la ciencia y la ingeniería en Cuba fue un proceso estrechamente asociado a la Unión Soviética

Así, los cubanos pusieron sus ojos en el cosmos de un modo diferente a como lo hizo el resto del mundo (para empezar, le llamaban “espacio” y no “cosmos”) dos décadas antes. Cuba miró la conquista espacial desde el lente soviético de las naves Soyuz. Era de esperar entonces que la ciencia ficción cubana de esos años se caracterizara por copiar los modelos soviéticos y de Europa del Este. Consecuentemente, se creó una literatura pensada más como propaganda política que en términos de mercado o de arte. 

Quedó demostrado que el país del tabaco y el ron no podía ser el país de los ingenieros y los científicos. 

Pero, ¿acaso la desventaja táctica nos condena a la copia de modelos de ciencia ficción extranjera? ¿Es esta la maldición del turismo y las mulatas: escoger entre la épica espacial de Robert Heinlein y la utopía cósmica de Iván Efremov?, ¿entre Star Trek y Stalker?

No lo creo. Siempre tendremos la opción Tolkien: crear nuestros propios elfos (o nuestros propios güijes, a estas alturas ya no importa). Darle la oportunidad a la creatividad y a la originalidad. 

A diferencia de Norteamérica y América Latina, Cuba recibió mucha influencia de la antes mencionada ciencia ficción de Europa del Este. No hablo ya de utopías socialistas, sino de autores sólidos como Stanislaw Lem o los hermanos Strugatski. En la tierra del tabaco y el ron, se vieron a la par Star Wars (George Lucas) y Solaris (Tarkovski): un caldo de cultivo único. Así como a Tolkien lo influenciaron por igual el Cantar de Roldán y Gilgamesh, nosotros podemos reinventar nuestro propio romance tecnológico. Con influencias tanto de los Caribdis en Iris (planeta donde se desarrolla la novela Cataclismo en Iris, de los Strugatski) como de los Caminantes Imperiales en Hoth (planeta helado de las primeras escenas de El imperio contrataca, saga de Star Wars). 


Cyberpunk, Biopunk, Chamán-punk… ¿Orisha-punk?

Varios autores latinoamericanos han optado por crear cosmogonías propias en lugar de seguir los modelos norteamericanos y europeos ya establecidos dentro del género. El famoso y controvertido cyberpunk y sus descendientes (neocyberpunkbiopunk y otros punk) llegaron a América Latina para quedarse. Posiblemente porque en el sur ya se vivía distópicamente, ya se consumía alta tecnología foránea y la sociedad era un tanto surreal. 

No es igual la pobreza cuando se imagina desde un apartamento en Londres o frente a una Mac en Rhode Island. La ficción sobre la pobreza, la inflación o las guerras civiles, tiene un sabor distinto cuando se escribe en las calles de Ciudad de Guatemala o en el DF mexicano. Así, los autores latinos han escrito sus propios no-sé-qué-punk y han formado su propia dinastía dentro de ese subgénero que William Gibson y Bruce Sterling fundaron en los años 80.

El escritor chileno Jorge Baradit se leyó Neuromante, de Gibson, y escribió Ygdrasil. Tomó el cyberpunk clásico y lo mezcló con buenas dosis de chamanismo y espiritismo. Ahora a su novela la clasifican como “chamán-punk” y forma parte del canon de la ciencia ficción latinoamericana contemporánea. Los autores mexicanos también se leyeron a Gibson y le agregaron violencia, superpoblación y elementos tradicionales de su propia cultura. Ha visto la luz un tipo de cyberpunk latino que, hoy por hoy, marca tanta diferencia con el cyberpunk anglosajón como los elfos de Tolkien respecto a los elfos europeos clásicos.

Esa ciencia ficción que se escribe actualmente en Latinoamérica, violenta y chamánica, puede ser muy influyente, pero tampoco debería ser copiada por los escritores cubanos. 

La ciencia ficción de la América Latina continental proviene de una cultura de hacinamiento en grandes ciudades. El robo y desguace de autos puede pasar de actividad ilegal a industria local. Pandillas y grupos urbanos hablan su propia jerga ininteligible. Todo ello proviene de escenarios como Ciudad de México o Bogotá: una realidad (sin neón y con indios discriminados) que de antemano ya roza la ficción cyberpunk.

Pero la cultura latinoamericana, con sus elementos indígenas, africanos y europeos, tiene sus diferencias entre el continente y las islas. En estas últimas, todos los estereotipos turísticos se mezclan con los escenarios más macabros y sangrientos. 

Pesadillas caribeñas como Trujillo, quien rigió la República Dominicana con mano de hierro, del mismo modo que Sauron regía Mordor en el SDLA. O como François “Papa Doc” Duvalier, con tantos poderes mágicos atribuidos y cuyos Tonton Macoute consiguieron, en Haití, que los nazgûl del SDLA parecieran jinetes amigables vestidos de modo estrafalario. 


Di ekobio, y entra 

Nuestra herencia cultural es única en su tipo. Es el fruto de una mezcla rara. La tradición hispánica nos provee no solo de gnomos, sino de épica en su estado más puro (y si alguien lo duda que compare el Cantar de Mio Cid con el Cantar de los nibelungos o el Cantar de Roldán: la epopeya de la lucha contra el dominio musulmán posee todos los elementos de la épica clásica que sirvieron de base a la Sword And Sorcery).

Por su parte, la cultura yoruba, la bantú y las tradiciones carabalíes, nos han legado una épica muy particular, llena de sabiduría y consejos sobre ética y sentido común. La sabiduría del oráculo de Ifá, que da forma a una cosmogonía tan particular como la yoruba, nos introduce en el pensamiento abstracto de un imperio comercial que desarrolló el álgebra binaria cientos de años antes que George Boole.

Las epopeyas de Changó, Oggún u Ochosi son una épica inspiradora, no solo para una probable Alta Fantasía sino para una ciencia ficción propia y original. El secretismo, la ética y el simbolismo ñáñigo, heredero de la tradición carabalí, han nutrido el imaginario popular cubano. La tradición abakuá, ya sea como sociedad secreta y hermandad o como tradición teológica y abstracta, constituye un reservorio incalculable para la ficción: estereotipos, abstracciones o estéticas (vocablos como ekobioacere o nawé, de la propia lengua efik —en realidad se trata del bricamo, un lenguaje ritual que mezcla dos lenguas de diferentes tribus carabalíes, el efik y el ibibiú, cuya oralidad ha conservado la tradición abakuá—, ya son parte del habla cubana de estos tiempos).

Y los güijes no son una herencia del todo africana: llegaron a la isla en las canoas arawak, junto a los cemíes de lo alto de las palmas, los dioses ocultos en las tortugas y los murciélagos y el dios del mal que limpia su plumaje en un foso entre las lomas y transforma mujeres en mariposas nocturnas y niños en matas de guao. 

Un todo en uno tan raro y exótico que el propio Tolkien, con su desbordada imaginación de enciclopedista de Oxford, no habría podido concebir. En la tierra del tabaco y el ron, las leyendas europeas de jinetes decapitados se mezclan con los seres míticos taínos. Las leyendas de cagüeiros en los campos de Cuba poseen el mismo nivel de suspenso y terror que las historias de hombres lobos en Europa o los wendigos en Norteamérica.

No se trata de hacer antropología recreativa. Pretendemos hacer ficción y hacerla bien. Pretendemos incluso hacer épica fantástica. Por lo que el consejo del maestro Tolkien sigue en pie: no debemos copiar. Que tanto nuestra cultura como la foránea sean inspiración para nuestra creatividad, no un patrón canónico a seguir.

No es necesario hacer un SDLA en Cuba, tierra de mambises locos que enfrentaban con machetes de acero toledano a regimientos de infantería española armada con fusiles y artillería alemana; tierra donde sacerdotes sacrifican vacas en la nganga de la Loma del Cimarrón, a solo 200 metros del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, donde reposa el premio Nobel de literatura entregado a Ernest Hemingway.

Definitivamente no. Si escribimos una novela a partir de nuestra épica diaria, inspirada en lo mejor de la fantasía heroica y apoyada en nuestro pasado cultural, ya no habremos escrito El Señor de los Anillos, o Tropas del espacio, o Neuromante: Habremos escrito otra cosa. Algo tan diferente y único como lo es el cubano mismo. 

Cubano que en cualquier parte del mundo (de Tokio a Nueva York) es capaz de romper el silencio para gritarle a un compatriota: “¡Asere, qué bolá!”. 

Aquello que nos atrevamos a escribir siendo eso que somos, estemos o no orgullosos de nuestra isla y nuestro mar Caribe, pese a nuestro deseo de haber nacido ingleses o ser profesores de Oxford. Aquello que seamos capaces de crear siendo simplemente lo que somos. Es posible que en el futuro sea considerado canónico. Incluso es posible que otros escritores, norteamericanos, rusos e ingleses, comiencen a copiarnos. Así como ahora intentamos copiar al profesor Tolkien.




Para una aproximación estética a la ciencia ficción - Erick J. Mota

Para una aproximación estética a la Ciencia Ficción

Erick J. Mota

Solo unas cuantas obras literarias o audiovisuales de ciencia ficción han clasificado dentro del mercado del arte. Muchas por razones relacionadas con el tipo de marketing, o por razones políticas, como fue el caso de 1984 y su crítica velada a la URSS de Stalin.


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