Marica trumpista

Cuando estaban a punto de realizarse las elecciones en Estados Unidos, un amigo de Facebook escribió un post en el que se preguntaba cómo era posible ser maricón y trumpista a la vez. Sentí ganas de dejarle un comentario.

Los argumentos sobre por qué se da esa combinación me parecieron muy obvios, pero no comenté el post. Preferí darle vueltas a la idea en mi cabeza.

Parece simple. En muchos sentidos, creo que lo es. Pero también, la pregunta de si se puede ser maricón y trumpista puede conducir a muchas otras preguntas: sería inevitable ponerse el traje de baño intelectual y zambullirse en las numerosas piscinas del Complejo Acuático de la Historia.

Entonces eché el clavado, di unas brazadas e hice un poquito de inmersión, para salir pronto en busca de la toalla.

No soy experto en Historia ni nadador aventajado, tampoco pretendo serlo, y menos en relación a la homosexualidad: un tema con tantas aristas y que anima una discusión tan compleja. Simplemente, me resulta interesante que se sobreentienda una simpatía política a partir de una orientación sexual.

Para mí, los sobreentendidos, a la larga, son prejuicios. Prefiero ir más allá, aunque no llegue a ninguna parte.

Me vienen a la mente dos figuras (una de Estados Unidos y la otra de Cuba) que, a mi entender, explican algunas cosas respecto a la pregunta del post. Son Andy Warhol y Reinaldo Arenas.

A finales de los años 50, Andy Warhol vivía en Nueva York y era un exitoso dibujante publicitario que aspiraba a ser un artista de renombre y de vanguardia. Trataba de abrirse paso.

Nadie ignoraba que Warhol era gay y que era propenso a la vida social intensa. Cuentan que insistía en metérsele por los ojos al galerista Leo Castelli, con quien muchos artistas querían trabajar. Pero Robert Rauschenberg y Jasper Johns, también gays, no le daban muy buenas referencias de Warhol. Se habla de celos profesionales, pero también ha trascendido que la estridencia, el desenfado y la arrogancia de Andy, intimidaban a Robert y a Jasper, que eran muy discretos con sus orientaciones sexuales y sus proyecciones sociales.

La actitud del creador de The Factory animaba un tabú que iba más allá de la homofobia convencional: su postura activaba un reflejo moralista en otros homosexuales, que sentían alguna especie de amenaza ante un comportamiento que no se normalizó hasta años después.

La manera en que las personas no homosexuales afrontan a los homosexuales, ha variado con el tiempo; la manera en que los homosexuales se han afrontado entre sí, también.

En Antes que anochezca hay un capítulo llamado “Las cuatro categorías de las locas”. Allí, Reinaldo Arenas clasifica a los homosexuales de la Habana en los años 60:

Primero, la “loca de argolla”: el hombre que no disimula en sus gestos o formas de vestir. Arenas cuenta que estos eran víctimas frecuentes de arrestos en playas, baños públicos u otros sitios donde concurrían los homosexuales para encuentros más o menos clandestinos. Eran, además, los blancos de todo tipo de señalamientos o ataques ejemplarizantes desde el punto de vista social.

Luego habla de la “loca común”: el hombre de homosexualidad discreta, que guarda las apariencias, que se reúne con amigos gays en el cine, en tertulias u otros eventos de su comunidad, y cuya orientación sexual puede pasar desapercibida. Con su actitud, estas personas tenían determinada “protección” ante la sociedad.

En tercer lugar está la “loca tapada”: el hombre del que pocos saben su verdadera orientación sexual. Solían estar casados, con hijos, con una vida heteronormada; y, según Arenas, eran de los que acusaban y delataban a otros homosexuales ante las autoridades. (Recuérdese que pocos años después, en el Primer Congreso de Educación y Cultura, se estipuló que los homosexuales no podían ocupar puestos en el ámbito educativo o de la representación cultural del país).

Por último, Arenas describe a la “loca regia”. Nos habla de “una especie única de los países comunistas”, alguien que tenía “el privilegio de poder ser loca públicamente”, que podía tener “una vida escandalosa y, a la vez, ocupar enormes cargos, viajar, entrar y salir del país, cubrirse de joyas y de trapos y tener hasta un chofer”. El ejemplo que usa para ilustrar este tipo de loca es Alfredo Guevara.

Traigo a colación estos dos relatos culturales (que es lo que son, a la altura de hoy) porque sirven para visualizar una cuestión humana que va más allá de la legitimidad o no de la orientación sexual y política de Alfredo Guevara en un contexto como Cuba, o del posible conservadurismo egoísta de Robert Rauschenberg y Jasper Johns (artística y sexualmente hablando) ante Andy Warhol en los Estados Unidos. Se trata de que cualquier actitud o posición ante la vida es sensible a múltiples y posibles relaciones de conveniencia.

La homosexualidad es uno de los modos, totalmente naturales, en que se manifiesta la sexualidad del individuo. Desgraciadamente esto se complejiza por todas las implicaciones morales, sociales y políticas que ha tenido a lo largo de siglos, y que sigue teniendo.

Una posición política específica no garantiza el bienestar de una comunidad por el simple hecho de que determinados factores apunten a ello. Los componentes subjetivos juegan un papel vital, y la idea de bienestar no se puede someter a un tratamiento matemático. Pertenecer a una comunidad que se interpreta como minoritaria o vulnerable desde determinado saber, no es un indicador que permita descartar actitudes en los miembros de la misma.

Se puede ser homosexual y egoísta.

Se puede ser homosexual y misógino.

Se puede ser homosexual y xenófobo.

Se puede ser homosexual e indolente ante la comunidad homosexual, solamente por tener determinado privilegio o ventaja. Porque, además, se puede ser homosexual y homofóbico.

Se puede ser homosexual, se puede respetar la diversidad sexual y, a la vez, considerar legítima la discriminación por formas de pensamiento.

Ser homosexual no garantiza que una persona se sienta parte de un grupo, de una comunidad.

Para ser trumpista, simplemente, hay que identificar los problemas del mundo solo en relación a determinadas cosas, y abrazar dicha identificación como una fe, sin someterla a un proceso racional. Que la orientación sexual pase por ahí, o no, es puramente circunstancial.




Julio Llópiz-Casal

Lamentos y deleites de mi 2020

Julio Llópiz-Casal

Prefiero recordar tres cosas negativas y tres cosas positivas del año. El 2021 será todo lo brutal o benévolo que han podido ser todos los años. Pero no es lo mismo empezarlo con una lágrima que empezarlo con una sonrisa. Que empiece como sea, pero ojalá acabe con todos llorando de alegría.