Lamentos y deleites de mi 2020

Año durísimo este. Marcado, en primer lugar, por una relación especial y novedosa con la distancia, con las manifestaciones de afecto, con la muerte. La Covid-19 ha dejado mucho en evidencia. Las cosas evidentes parecen certezas pero no lo son; las cosas evidentes son manchas abstractas que cada cual interpreta a su manera.

Yo he interpretado una vez más al hombre como algo frágil y peligroso: egoísta. He interpretado una vez más a los políticos como eso: gente que primero hace política y luego colabora o empatiza si es políticamente conveniente o correcto.

La muerte es algo completamente natural con lo que nos relacionamos de modo particularmente especial. Quien la experimenta directamente, deja de formar parte de la vida sin más. Quien la experimenta indirectamente, se enfrenta a un problema. La muerte es un hecho muy simple y a la vez un hecho cultural, que ha provocado que se digan las palabras más sublimes y las mayores tonterías. Tiene demasiadas implicaciones, demasiadas connotaciones. Sugiere demasiadas cosas. Es relacionable con todo.

No tengo mucho más que decir sobre la pandemia o sobre la muerte. Se ha dicho mucho, se seguirá diciendo. Lo ha dicho gente entendida, y también gente idiota. Es suficiente. Prefiero recordar tres cosas negativas del año, y tres cosas positivas. Tres lamentosos y tres deleitosos.

En medio del desastre y las prioridades del desastre, está la biografía. Se vive además, se vive a pesar.


Lamentos:

1. En junio de este año murió Hansel Hernández, en una triste circunstancia. Aparentemente había cometido un robo, se dió a la fuga y las autoridades del orden fueron a por él. Trascendió que durante la persecución el muchacho lanzó piedras a un gendarme, y las acciones concluyeron en un disparo mortal por la espalda.

En la nota publicada por el Ministerio del Interior, lamentaban la muerte y traían a colación —como un elemento a tener en cuenta en el trágico suceso— que Hansel tenía antecedentes penales y se encontraba en libertad condicional. Según la versión oficial, un solo agente del orden persigue a un prófugo a lo largo de dos kilómetros, y esta persecución termina con la muerte de un hombre desarmado a manos de un oficial.

La oscuridad en torno al hecho, y la imprecisión de los argumentos del poder, hicieron de este asunto algo triplemente lamentable para mí. No pude evitar leer estos hechos sin perder de vista las circunstancias de la muerte de George Floyd en Estados Unidos. No pude evitar pensar en que el racismo es un hábito heredado más que una construcción moral.

Muchas cosas han pasado de manera similar, muchas cosas pasaron después de manera similar.

La muerte fue algo en lo que no pude dejar de pensar en este año; aún no puedo. La muerte ha sido también una energía que se quedó en el aire.

***

2. Donald Trump desplegó una energía de olores raros. Fragancia para muchos y fetidez para otros. Lo penoso fue que esa energía puso al odio, a la violencia y al irrespeto, como adornos sobresalientes de un árbol de Navidad. Nunca antes vi a tanta gente polarizada. Nunca vi que algo, que alguien, pareciera tan importante.

Evidentemente lo era.

Los cubanos oscilan entre la ilusión y la decepción con cada mandatario que llega a la Casa Blanca. Barack Obama fue el primero al que yo vi llegar. Provocó de todo, en casi todos. Algunos parecían aspirar a que el primer presidente negro de Estados Unidos se sometiera al proceso del Partido Comunista de Cuba. Otros esperaban que el primer negro en la oficina oval no hiciera cosas propias de presidente americano, como una política belicista o ensayar un sistema de salud fallido.

Pero el presidente saliente de este año superó las expectativas de cualquiera.

De maneras más o menos sofisticadas, Donald Trump impulsó teorías conspiratorias amparadas por un marketing brutal y macabro. Puso al comunismo en el centro de los debates más violentos, a la par que hacía tremendo lobby con Putin y Kim Jong-un. Sus perfectas coreografías oratorias se complementaban con el tono oscuro de su traje, el rojo de su corbata y el naranja de su cabello. En Twitter, su intensidad alcanzó un nivel difícil de emular. Su conservadurismo heterodoxo se volvió impredecible, no dejaba indiferente a casi nadie con su performatividad 24×7.

Las convicciones y la osadía comunicativa de Trump no conocieron (no conocen) el descanso. Logró que quien lo seguía, lo hiciera de modo incondicional, y terminó logrando que sus detractores lo negaran de igual manera.

Trump afectó a los cubanos como pocos presidentes. Su retórica mesiánica, combinada con la disponibilidad de internet en la isla, le garantizaron miles de cuotas de atención. Nunca antes vi a tanto cubano severo ante otro cubano. Nunca antes vi a tantos cubanos salirse de sus cabales y recurrir al desprecio y a las ofensas contra hermanos, contra amigos, contra otros cubanos.

Trump creó una relación de conveniencia con el totalitarismo y la ortodoxia demasiado rentable desde cualquier lugar que estos se enclavaran. Le quedan días en la Casa Blanca; pero, por su causa, ya hay personas que se odiarán por siempre.

***

3. El 26 de noviembre, el Estado cubano volcó buena parte de la atención nacional e internacional sobre el Movimiento San Isidro. Un grupo de gente, tratada a patadas por el sistema, realizó un acto simbólico que expuso esas patadas ante el mundo en alta definición.

El Movimiento San Isidro está integrado por personas que el sistema insiste en convertir en desechos sociales, mientras ellos insisten en ser personas. Quisieron saber qué pasaba con Denis Solís y fueron pateados; protestaron por esas patadas y fueron pateados; exigieron la libertad de Denis y fueron pateados; comenzaron una huelga de hambre en protesta por las patadas, y fueron pateados. Terminaron sacados a la fuerza de una huelga de hambre, y fueron pateados.

A veces me descubro preguntándome si no será que el sistema los ve como balones de fútbol. Pero no para patear un gol, sino para patear un jonrón. Parece que eso es exactamente lo que pasa. Sigo adelante, pero eso es muy triste.


Deleites:

1. Fermín Gabor y Antonio José Ponte, unidos en “Lapidarios Asociados”, encarnaron uno de los capítulos más placenteros de mi 2020 a través de las entradas en el perfil de Facebook del primero. Más allá de las implicaciones morales de estos posts, los contenidos sobreviven como literatura y eso es lo único que importa. Muchos de esos textos, escritos hace más de diez años, han sido recogidos en La lengua suelta (Editorial Renacimiento).

Las palabras que importan tienen filo en los bordes. Parecen armas blancas, pero en realidad son cubiertos para degustar miel de abeja y otros néctares. El cuidado hay que tenerlo para no cortarse los labios.

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2. Bad Bunny publicó tres discos este año. El primero (Yo hago lo que me da la gana) tiene el impulso brutal del muchachón que estrujó la lógica del mercado y la industria para jugar baloncesto y mejorarla. El segundo (Las que no iban a salir) parece hecho a la medida de quienes ya son sus parciales, aunque podría ser un buen comienzo para quien se inicia. El tercero (El último tour del mundo), yo de alguna manera lo vi venir.

Bad Bunny ha aprendido a procesar su cultura pop de base, a la vez que el legado de la cultura pop que le antecedió. Es lo suficientemente vital e hiperquinético como para dominar las artes de llamar la atención y de entusiasmar. Es tan humano que hasta parece un fantoche para muchos. Es perfecto.

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3. El 27N ha sido como soñar haber probado el mejor de los helados. Siento que muchos soñaron algo similar, y que nos encontramos en un proceso de ensayo y error en busca del helado perfecto.

Para muchos, no tiene caso lo que hemos empezado. A otros, los ilusiona vernos intentarlo. Algunos se están sumando a la búsqueda.

El 27N puede definirse, describirse y entenderse de muchas maneras. A mí me basta con el buen sabor que me ha dejado. Anunció el final de un año con una buena noticia. Al menos así lo veo yo.

El 2021 será todo lo brutal o benévolo que han podido ser todos los años. Pero no es lo mismo empezarlo con una lágrima que empezarlo con una sonrisa. Que empiece como sea, pero ojalá acabe con todos llorando de alegría.




Julio Llópiz-Casal

La Pro-testarudez de los 13

Julio Llópiz-Casal

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