Desnudo, desnudez, desnudarse (A Modest Proposal)



Para Pituka la Bella, Benjamín Otálora, Rosalía la Salá, 
El Tronkoso, Osmany el Meloso,
Abejita Rayada, Rosendo Juárez el Cuchillero,
Enzzo Hernández, Pirulo el Fantasmita,
Armandito el Trípode, Chantal la Azucarera, et. al Y para Ahmel Echevarría Peré.


Hay un epitafio que siempre he admirado: el de Jonathan Swift. 

Debidamente sarcástico, pero muy en serio, Swift redactó su ensayo A modest proposal(calificado de monstruoso, atroz, cruel) y en la tumba dejó escrito que se marchaba a descansar a un sitio donde la ardiente indignación ya no pudiera lacerar su alma. Invitó al viajero curioso y al neófito de ocasión a que lo imitaran en su defensa irreductible de la libertad.

Hace poco, Spencer Tunick retrató, para realizar una instalación, a un grupo de 85 personas con SIDA (desnudas, como es habitual en él), en su mayoría hombres, que se acomodaban a lo largo de un escenario parecido a un bar. 

A Spencer Tunick le gustan, sin embargo, los escenarios abiertos, pero siempre está detrás de una cámara que apunta hacia multitudes desvestidas. En este caso (las referencias están en el extraordinario documental Positively+Naked), se trataba de celebrar el décimo aniversario de la revista POZ, dedicada al contexto social, artístico, familiar y político del SIDA. 

En Cuba (también en otros sitios), la idea de la desnudez posee una incandescencia cuyo resplandor ilumina (a la vez que ensombrece) tres cuestiones que se articulan con mucha fuerza: la moral consensuada (uno de los ámbitos más infecciosos e hipócritas que existen), la política y sus discursos fonocéntricos y no fonocéntricos (en Cuba, partamos de esto, lo político y su discurseo es algo sintomáticamente muy serio y llega a la adustez, la circunspección, los deseos de persuadir, la prudencia, e, incluso, a la payasada), y la graficación del sujeto (de una zona cardinal suya, o, simplemente, de la liberalidad expositiva del cuerpo como soporte y logos).


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Estaba pensando en un Spencer Tunick cubano que quisiera intervenir, reverencial y meditativo, en la poética de un artista que ha sido capaz de trazar la soledad de las multitudes en un circuito de excepción, por así decir: el cuerpo revelado desde la piel, pero como algo que se ve y no se ve.

Tunick, que aprecia la médula celebratoria de toda comunión en la desnudez, también obra un pequeño milagro: subraya la incombustibilidad del yo en medio de los otros, incluso si los otros fisgonean. 

A decir verdad, esto no suele ocurrir (debido al equilibrio de tensiones que la desnudez despliega a partir de eso que se llama pudor), pero, tras el intervalo de lo embarazoso, a los individuos de sus composiciones gremiales les es dado mirar, observar, mirarse, y el yo, enclavado de momento en esa particular desnudez, no pierde su concreción independientemente de amago de cenáculo, el roce llano, el trato íntimo indirecto. 

He ahí algo que las fotografías de Tunick no se cansan de proclamar. Mirar, ser mirado, compartir miradas, y aun así estos actos se sumergen en una condición de igualdad/desigualdad que los cuerpos enfatizan al correlacionarse unos con otros.

Un Tunick cubano, una Tunick cubana. O como sea. Me gustaría un Tunick queer que fuera una individualidad de género fluido. 

La proposición está servida. Y ya sabemos muy bien, vale advertirlo, que un proyecto y su modelación interlocutiva forman parte, escribiéndose de continuo, del resultado. 

(Entre paréntesis: ya Ahmel Echevarría Peré había hecho venir a Spencer Tunick a La Habana. Al Spencer real, al Tunick Tunick. Los hechos estaban en una novela del autor de La noria, una novela ensoñada y poliédrica llamada Training Days / Días de entrenamiento.)


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La flecha no llega a ser ella como totalidad, ni como concepto, si no incluye el vuelo, el impacto, la presunción del impacto y, antes, la tirantez del arco, la crispación de los dedos, el jugueteo del viento en el paisaje.

Digamos que en la Isla alguien, a la cabeza de un equipo de curadores, conforma un grupo de sitios interconectados (a no ser que la conectividad se arruine misteriosamente) desde las redes sociales, por los propios usuarios. 

Se me ocurre que allí no iban a faltar, entre otros, ni el parque Céspedes, en Santiago de Cuba, ni la Plaza de la Marqueta, en Holguín, ni la Plaza de la Catedral de La Habana, ni el Parque de la Libertad, en Matanzas, ni el Malecón habanero, ni el Parque Vidal, en Santa Clara. 

Lugares así, guarnecidos por la Historia y aparejados/actualizados por la imaginación popular y el anhelo individual, podrían devenir escenarios de la desnudez. 

Una desnudez que colocaría el acento en la evaporación de los microdiscursos de la ropa, por ejemplo, y que acaso alcance a hacer que lo nítido (el proceso que está detrás de una frase emancipadora como yo también existo) sea una conquista repetitiva, materializable debido a sus reiteraciones.

Una desnudez que, a su manera, sea capaz, por otra parte, de persistir en paralelo con aquella célebre frase eufemística de Marcel Proust: faire catleya, “hacer catleya”. 

Porque en el poderío de la desnudez no sólo existe esa sinceridad acogedora que se opone a los subterfugios y mentecateces de la moral y la política, sino también el hilo del deseo, la hebra recóndita de la que uno tiraría de forma distinta. 

Es decir, en otras condiciones: ya no hay que adivinar (¿?) ni presumir (¿?) el cuerpo físico (el cuerpo mental es otro tema con otros conflictos). 


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Buena parte de las cosas están dichas en silencio, expuestas, o más bien subrayadas por medio de formas y volúmenes, y “hacer catleya” se convertiría en una actividad gobernada por la meditación y supeditada a algo supremo: la fortuna de la compañía del otro.

En el hecho de la desnudez, y en el breve proceso de desnudarse, habría que considerar el punto de lo gremial, lo tribal, lo corporativo. 

¿Conformar varios sistemas de la desnudez, según el “yo soy” de quienes participarían? ¿O según el “yo pertenezco a”, o según el “mi círculo es”? ¿Grupos de individualidades trans, un conjunto de mujeres trans y otro de hombres trans, por ejemplo? 

¿Un conjunto de padres y madres (matrimonios) heterosexuales? ¿Un conjunto de hombres y mujeres solos, independientemente de toda otra consideración? ¿Un conjunto de gays y otro de lesbianas? ¿Un conjunto de bisexuales y polisexuales, en compañía de sus parejas de ocasión? ¿Un conjunto de seres poliamorosos?

Pero, seguramente, de ningún modo sería bueno balcanizar, atomizar, fisionar, ni crear compartimentaciones artificiosas. Porque frente al deshonor, la tragedia, la incertidumbre y el caos, la desnudez compacta, como un bien rescatado del fingimiento y la simulación (y divulgado después), deviene un abrevadero de pureza, sea la pureza lo que sea o anhele ser. 

Frente a la indigencia, la orfandad, la merma moral, la desvergüenza que corroe al humanismo, desnudarse acaso se constituya en una contestación donde brilla la naturaleza del decoro. 

Frente a la hipocresía, los mitos del heroísmo y los discursitos nauseabundos: el desnudo, las verdades desnudas, los cuerpos desnudos.


En La Habana sucia y cínica, fines de diciembre de 2023.

Fotos: cortesía del autor.





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