Diálogo sobre monstruos (I)

¿Terror nocturno? Creo que se llama así.

Terror nocturno, una estancia donde yo entraba, o adonde era empujado quizás por fuerzas hostiles que quería dominar sin poder hacerlo. Allí había imágenes, cosas que veía en el cine, o en episodios que pasaban por la TV… 

Me acuerdo de un indio, o un chamán, algo así… un chamán rezando y mirando al cielo, lleno de pintura y collares. Algo que hoy día sería horriblemente típico, o ridículo. 

Mucho después, cuando mi niñez ya se encontraba sepultada, pero no muerta, vi en el Zócalo, en México, en medio de una Feria del libro, a un chamán más o menos presumible, una especie de fortune teller que trabajaba con plumas de aves, tabaco, cuarzos y sustancias aromáticas que iba quemando.

Y ese chamán claro que no te daba el menor miedo…

No, por supuesto. Era divertido. Le dije que era escritor y que venía de Cuba. Entonces susurró: “¡Ah, Cuba, qué lindas las mulatas!” y me soltó un poco de humo encima, algo de incienso, di unas vueltas en redondo y vaticinó que todo iría bien. ¡Y así fue, increíblemente! Yo reía a causa de aquella alusión a las mulatas, y a los pocos meses supe que había ganado el Premio Alejo Carpentier de novela por Las potestades incorpóreas.

Pero nada… el chamán no infundía ningún temor. Más miedo me daba recorrer (aunque lo hice dos veces) el mercado que los comerciantes ilegales habían improvisado en una calle lateral, a doscientos metros del centro del Zócalo, donde los policías irrumpían de repente (todo aquello no era más que puro teatro: ya los vendedores estaban avisados) y podías comprar cualquier cosa, desde bufandas muy bonitas hasta discos con películas pornográficas filmadas la noche anterior en algún motel de las inmediaciones.

Entre paréntesis, ¿has visto películas góticas XXX?

Oh, sí. Las he visto. Tienden al ridículo. Esos vampiros gays, por ejemplo. Quieren armar expresiones aterradoras y de inmediato hay que reír. Saben tener sexo delante de una cámara, pero el miedo sobrenatural se desvanece. No hay ni que tomarlo en cuenta. Para nada. Sin embargo, no ocurre lo mismo si ves Vampire Hunter D (1985), de Yoshitaka Amano. Animación de primera, donde aparece Carmilla, la célebre vampira lesbiana de J. Sheridan Le Fanu. 

Bien… Entonces, definitivamente con aquel chamán de cuando eras niño empieza tu fascinación por el gótico y lo monstruoso.

Algo así. Tengo la impresión de que allí empezó todo: en una fascinación por lo horrendo. ¿De dónde sale eso? Misterio. Habría que viajar a las formas de los arquetipos, descubrir esas formas. Aunque después uno pueda imaginar, por ejemplo, la estampa de Calibán, sus figuraciones en el arte, en el cine… 

Con los monstruos se traslada uno a los orígenes, a esos sitios del sueño o el ensueño donde habitaban las Ménades, y donde el lenguaje formaba parte de la magia y después del arte. Las palabras tienen poder. Y me refiero a Calibán no impensadamente. Él es un personaje muy culturalizado y representa la oscuridad del instinto, o las reacciones básicas (desde una óptica saturada por la cultura) de eso que se llamada hoy cerebro reptil. 

En la obra de Shakespeare (me refiero a The Tempest, que es de donde proviene Calibán) un demonio impregna a una bruja llamada Sycorax y el resultado es ese personaje. Por cierto, ahí está la película The Tempest (2010), de Julie Taymor. No es muy buena que digamos, pues resulta demasiado teatral. Depende de las metáforas de Shakespeare. Pero el Calibán que hace Djimon Hounsou es muy bueno, por el estilo de la actuación y por el maquillaje, que resulta un acierto total.

Hubo una época, en especial entre los años treinta e inicios de los cincuenta, en la que el cine norteamericano descubrió a los monstruos y los puso a circular de un modo persistente.

Esos son los años de lo que se denomina los monstruos de los Universal Studios. Ahí nace una parte de las sagas que llegan hasta hoy. Dracula y Frankenstein, a inicios de los años treinta. O sea, Bela Lugosi y Boris Karloff. 

En aquella época importaban, sobre todo, los actores. Por esos años empezó el Star System, creo. Pero los directores de entonces imponían algo (me refiero, en concreto, a Todd Browning y James Whale). Adiestraban al público en una especie de visión dominada por una serie de arquetipos narrativos, vinculados no solo a la acción (pues en definitiva son películas nacidas en la literatura), sino también a la dirección de arte. Cuando el cine descubrió que era posible ir en microsegundos de un paisaje tenebroso a un rostro aterrado, empezó a nacer algo que sería propiedad del cine, gracias al montaje. 

¿Por ejemplo?

Al inicio de la película de James Whale, el doctor Henry Frankenstein (en la novela de Mary Wollstonecraft Shelley, este se llama Victor) está en un cementerio con su ayudante, un tipo medio giboso. Roban un cadáver que acaba de ser sepultado. La cámara se mueve a lo largo de ese paisaje y después se detiene en el rostro aterrado del ayudante. En la combinación, en nuestra mente, de ese paisaje con ese rostro radica el efecto básico del cine como delirio. 

La literatura, a la larga, supera al cine, pero el cine tiene esas ventajas inmediatas que producen la ilusión de diversos mundos volumétricos. Pero, como dijo Sokurov, el cine está lejos de ser un arte tridimensional, aunque desencadene ese efecto. Y, aun así, es capaz de emulsionar el mundo gótico, hablando concretamente, y elevarlo hacia un tipo de representación que es lo que uno busca, ¿no? 

Es decir, cuando comparas las figuraciones de H. R. Giger con lo que esas figuraciones originaron (en términos de paisaje y atmósfera) en Alien (1979), de Ridley Scott, comprendes de inmediato que fue en la época del cine donde el gótico regresó (y realizó) a su pretensión romántica de edificar y hacer ver una realidad diferente, con reglas propias.     

¿Viste esas películas? O sea, tu adolescencia, por ejemplo, ¿contó con esas y otras películas donde el gótico es como el horno de donde salen el miedo y otras sensaciones?

Recuerdo haber visto, desordenadamente, algunas de ellas. Sobre todo en el cine. Y también unas pocas en la televisión. La de James Whale, por ejemplo, la vi en el cine. La desinformación cinematográfica era tan grande que la gente iba a verla como si fuera una novedad, un estreno. ¡Pero tal vez lo era! Hice una cola enorme para entrar. Podías quedarte y disfrutar de todas las tandas, y recuerdo que la vi varias veces seguidas.

Existía la advertencia de que uno iba a ver una cinta reconstruida a partir de varias copias de uso. Sucedían desastres tremendos porque no siempre veías la película completa. 

En la televisión vi The Wolf Man, de 1941, dirigida por George Waggner. Me impactó mucho porque, a diferencia del monstruo del doctor Frankenstein, que surge de una ciencia que se juzga inmoral y contraria a Dios y la naturaleza, el hombre lobo nace en la magia y la maldición. 

Después vi a Christopher Lee en Horror of Dracula, de Terence Fisher, de 1958. No se me olvida la entrada del vampiro, antes de morder a una de las mujeres. Era una entrada impactante, igual que el movimiento de la cámara en los interiores del castillo. Esa la vi en la televisión. Hay un momento en que el famoso Van Helsing examina a Lucy y la cámara detalla muy bien la herida de los colmillos en el cuello. Vi aquellas heridas y me enfermé, ¡sentí náuseas! Estaba muy metido en la trama, como comprenderás. Aunque, pensándolo bien, ahora mismo no podría asegurar cuál de los vampiros de Lee era aquel. Hizo varios entre fines de los años 50 e inicios de los 70. 

Y también vi Dr. Jekyll and Mr. Hyde, de Rouben Mamoulian, que es también de 1931, como el Dracula de Tod Browning. Ese año es mágico: se estrenan tres obras maestras esenciales que se encargan de dibujar, otra vez, tres mitos prestigiosos.

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Parte II, III