La Desbandada (un paseo por el Principado)

El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.
Haruki Murakami

Para contribuir al ejercicio de La Desbandada, habría que verbalizarla de mil formas diferentes en medio de la desidia, la negligencia y la improvisación. Como concepto, la desbandada no es otra cosa que la estampida, la fuga, el abandono. Mera sinonimia.

Desbandada o pira. No una fogata, no una hoguera, no un incendio. Pero cenizas, sí. Entiéndase: la pira. Pirarse.   

Una paradoja significativa que alude y reafirma la solidez de este fenómeno se nota muy bien en las aglomeraciones humanas. Pequeños sistemas en equilibrio. De modo que ciertas aglomeraciones sobreviven como cúmulos de células incoativas en medio del torrente sanguíneo. Células que se reúnen con la intención inconsciente de ser algo más que ellas mismas.

En tanto recurso, la enumeración caótica da fe de la veracidad ficcional del mundo. Enumerar para hacer que nazca una maravillosa unidad en lo fragmentario. Acumulación de lo aparentemente irrelacionable.

En la Isla, los discursos del caos se originan en la falta de riqueza del caos. Existen un caos lleno de pobreza y un caos lleno de riqueza. El segundo no significa exuberancia, sino posibilidades de acceso a ordenamientos útiles. En el primero, esas posibilidades son muy limitadas y empobrecedoras, o no existen. Y es ahí donde nace La Desbandada.

Porque La Desbandada (pi-rar-se) es un corolario del caos lleno de pobreza, cuando ya no hay otra cosa que hacer.

La Desbandada aligera. El peso de la Isla decrece. Ausencias como poros. Como agujeros. Como vacíos. La Isla agujereándose. Dificultades para respirar a causa de las bulas pulmonares, que son espacios donde falta tejido. ¡Ay, Virgilio Piñera!

En el Mónaco (municipio Diez de Octubre, Reparto Santos Suárez, La Habana) hay un Principado. No tengo dudas. Una aglomeración. Un sistema abierto donde la gente va y viene. A diario, miles y miles de personas entran al Principado y salen de él tras conseguir (o no) lo que quieren.

Allí hay un banco con cien usuarios todos los días. O sea, cien usuarios permanentes, siempre afuera, aguardando. Sin embargo, esto no es significativo ni asombroso. 

Por ejemplo, a escasos 30 metros puede uno, a veces, comprar pan en barras: 80 pesos cada barra. El pan se hornea, el olor viaja por el aire y la gente acude. Pero que en la panadería se hornee pan es un hecho aleatorio, imposible de predecir, como la muerte térmica de una estrella.

Útiles de hogar: válvulas, interruptores, flotantes para baños, juntas, pinzas, discos de corte, envases de silicona, tuberías. Y perchas con ropa de uso. O latas de salsa para pastas, latas de mermelada de mango, paquetes de caramelos, bolsas de coditos y grandes botes de miel. 

Aquí, en este punto, y desde la perspectiva ensombrecida que aporta cualquier visión (realista cuando menos) de la Isla, recuerda uno el destino del cuerpo de Alexandros de Macedonia, descendiente del dios Amón, sumergido en miel para su preservación. La autoridad de algunos muertos puede ser muy grande. 

Por los alrededores del Principado, sus suburbios, fluyen los desbandados.

Obviamente, los desbandados son quienes forman La Desbandada, pero no ejercen la emancipación del vuelo (o de las grandes travesías) como las aves, cuya muerte imaginaria es destronada por el poder libertario de la literatura: necesitan documentos.

¡Ay, Virgilio Piñera!

La pira. El escape. And my heart aches, in hopeless pain / Exhausted with repinings vain, / That I shall greet them never again! (Y el corazón me duele con un dolor sin esperanza, agotado de afligirse en vano, ¡pues nunca más volveré a saludarlos!), escribe Emily Brontë en su poema Faith and Despondency.  

La mayoría de los desbandados ignora la existencia de las dos pizzerías, la esmirriada piquera de taxis, la CADECA inservible, las cafeterías privadas, la relojería, el agromercado en forma de barra continua, la cerrajería, los tallercitos de teléfonos móviles. 

En estos tiempos, sobre todo durante buena parte de 2023 y lo que va de 2024, los desbandados van a fotocopiar, escanear e imprimir.

Variopinta la cola de quienes trasiegan legajos, títulos, pliegos, certificados, diplomas y actas. Papeles de toda especie. Y es que, a una cuadra del Principado, se encuentra el Palacio de los Matrimonios y, a un costado, por detrás, el Registro Civil. Allí hay tremendo entrisale de gente con documentos. Papeles van y papeles vienen.

En todo ese tumulto pervive una anciana que trae una memoria de 32 GB (lo dice en voz alta). Necesita copiar la segunda temporada de una serie turca en la que se sumerge todos los días. 

Lo maravilloso de las series turcas es que pueden tener cientos de capítulos. La anciana, maestra retirada, cuenta de qué trata la novela. Y habla de Estambul como si hubiera vivido allí toda su vida.

La gente no sabe que Estambul era Constantinopla. Bizancio.  

“Papeles son papeles / cartas son cartas / palabras de los hombres / que nunca hacen falta”.

Cuánto desamor.

El que se pira se convierte en una definida indefinición. 

Los apagones prolongan cualquier cometido. Y la falta de conexión. Y es entonces cuando la cadena empieza a alargarse.

Por la estrecha escalera exterior que conduce a las oficinas del Registro Civil, aprovechando esas largas pausas, suben y bajan los vendedores de tartaletas, de masarreales, de pasteles, de bombones caseros, de galleticas, de sorbetos.

Al salir de allí, quienes ya tienen sus docs corren a ver al muchacho más amable: el que se pasea con eficacia por su módulo de computadora-fotocopiadora-impresora-escáner. 

Parece un dj, con su outfit oscuro (pulóver negro, short negro, zapatillas negras), mezclando cortesía con rapidez sin dejar de mirarles el culo a las jovencitas que buscan su consejo.

Y la calma llega. Siempre llega. Los aparatos del joven hacen un trabajo eficacísimo. Él es diestro en hacer pdf e imprimir a doble cara, y encuadrar y editar, y sabe si algo lleva color o es en b/n. Y extrae de WhatsApp lo que la gente necesita materializar en papel. 

Llegados a ese punto, los usuarios en plan desbandada (en plan pira) ingresan en la menesterosa magia del Principado. ¿A merendar, diríase? Quién sabe.

Y así nos alcanza el mediodía. Y la luz de Dios se esparce, recta e inclemente, sobre un pueblo a la buena de Dios.   





saluden-a-la-princesa

Saluden a la princesa

Por Jorge Enrique Lage

Leo ‘Tía buena. Una investigación filosófica’ (Círculo de Tiza, 2023), de Alberto Olmos.