1.
Hacia una Nueva Normalidad desde una Segunda Cuarentena con Toque de Queda. Impresiona decirlo así. ¿Qué estilo, de acuerdo con Demetrio de Falero, debería uno adoptar? ¿El llano, el elevado, el elegante, el vigoroso?
2.
Los canales pornográficos de Telegram están ultradivididos en nichos de una simpática y desconcertante sencillez. Llaman la atención por eso y porque hay desde videos hiperbreves hasta videos que acabarían con tu paquete de datos. Son un epítome del orden. La mente especulativa se siente allí a sus anchas.
3.
Uno cuenta también con muchos libros. Miles y miles de ediciones digitales. En verdad es una suerte tener a mano ediciones piratas de obras contemporáneas, y ediciones de clásicos antiguos y modernos. Si, en cambio, quieres sumergirte en las simulaciones de la destrucción y el simbolismo de la sangre, mira la pintura de Rothko en Internet. Al menos eso. Allí se explica por qué Rothko pintaba cuadros de gran formato y qué relación tiene eso con lo que Rothko llama pictorial intimacy.
4.
Imagino el Gran Contexto tras la segunda cuarentena (antesala posible de esa muy anunciada Nueva Normalidad) y no dejo de pensar, cuando la realidad se acrisole varias veces, en el resultado: un paisaje como para vivir con un miedo perenne, aun cuando haya vacunas o una sospechosa “inmunidad natural”. ¿Dicen que las vacunas son para un período o un ciclo equis del virus? ¿El virus muta, es posible que lo haga, lo ha hecho ya?
El futuro pertenece por entero al nasobuco. Estamos en modo hueso, en los bordes de la metáfora de una especie de monstruosidad zombi.
5.
Se trata no de sobrevivir a la melancolía en un paisaje ordenado, sino de perdurar, con lucidez, más allá del diálogo decepcionante de una melancolía similar con la pobreza. El subproducto es aquí más letal que el ácido prúsico, las bolitas de estricnina o la mezcla del bromuro de pancuronio con el cloruro de potasio.
6.
¿Cómo son los tiempos de la fatiga y la degeneración? ¿Son los mejores para practicar el derramamiento de esa “conciencia del entorno”, que nos confina y obliga a trabajar dentro de lo inmediato y lejos (en apariencia) de la individualidad? ¿Son los que “evitan” un racismo very top (pondré ese ejemplo) que acepta la esclavitud del canon de la belleza del color, donde, aparte del blanco (el blanco de los blancos y las blancas, quiero decir), solo se valoran el capuchino, el cinabrio, el visón, el bañado-por-el-sol y amelocotonado, según Joanne Harris?
Tonalidades misteriosas y restrictivas en el extraño estilo de los filtros de Instagram.
7.
Más allá de las seguridades que brindan espacios de reciprocidad y compensación como WhatsApp y Telegram, quedan los libros. Siempre han estado ahí. Libros que te sacan del paso, como se dice, o que matizan, gentiles, el aspecto de la añoranza global (no solo de personas y lugares, sino sobre todo de formas de vinculación social, maneras de comunicar sentimientos y expresar solvencias humanas más o menos básicas). Libros y fábulas que, incluso, emancipan lo real de lo material.
8.
Una prueba de libertad, en determinada región de la vida biológica, puede ser el sexo entre tres, o entre cuatro, siempre bajo la amenaza de la descalificación moral y, ahora, de la COVID-19. Otra prueba puede ser la lectura de textos incómodos y relacionados con el caos, la demasía y la crisis. Una tercera prueba: ir, antes de las 7 p.m., por algunas tiendas de La Habana registrando habladurías angustiadas y chistes patéticos.
Cuarta prueba, de la que doy fe: un grupo de muchachos (edad promedio: 17-19 años) que, cerca de la medianoche, se reúnen en la carnicería que está más o menos frente a mi balcón, para hacer una apuesta imperfecta: si uno de ellos se desnuda por completo y sale a la calle, por unos minutos, sin que sea visto y requerido por la policía, tendrá derecho de quedarse con una muda de ropa (la de su elección) del retador.
Hay más pruebas, claro está.
9.
Topé hace unas semanas con Risa roja (1904), de Leónidas Andreyev. Me llamó la atención la modernidad de su representación de la guerra no como cadena de sucesos históricos (testificables por un puñado de soldados), sino como continuum en busca de situaciones grotescas y en el límite de lo verosímil. En su libro Andreyev emplea el recurso del “manuscrito hallado en”, y en él hay un anómalo sol inflamado, calor de infierno, heridas feroces, y la aproximación de la enfermedad, el delirio y la muerte en una huida de proporciones bíblicas.
En medio de lo que Andreyev llama una “ficción bárbara”, el narrador recuerda que tiene una casa, y que la casa deviene un refugio (más mental que material). Pero un refugio en fin de cuentas: un descanso, una zona para el escape. En una pequeña tregua, él y otro discuten:
—¡Yo me voy a casa!
—¿A casa?
—¡No comprende usted lo que es una casa!
—¿A casa? ¡Oigan ustedes: quiere irse a su casa!
Podemos conjeturar que en nuestras casas hay un refugio siempre. “Quédese en casa”, nos advierten con una sonrisa gentilísima y elegante. Afuera hay contagiados ignotos, como en The Thing, la extraordinaria película de John Carpenter. Quédese en casa, vea la TV, las novelas cubanas, los noticieros, la mesa redonda, las entrevistas. No salga. Excepto cuando tenga que comprar un aguacate, una frutabomba, unos plátanos, o hacer una cola apocalíptica (en el estilo de las pruebas de Job) para comprar aceite, queso, café, pollo o conservas.
10.
¿Cómo sería, en La Habana, recorrer los rincones para la diversión, los garajes subterráneos convertidos en tabernas, las viviendas climatizadas para el dominó, el baile y las fiestas? ¿Sería algo parecido a la aventura del señor Folantin, protagonista de A la deriva (1882), de Joris-Karl Huysmans? Posiblemente.
Mutatis mutandis, habría similitudes con el periplo de Folantin, a quien “ni la ordinariez del abigarrado maquillaje, ni el espanto de la edad, ni la ignominia de la ropa, ni lo abyecto de las habitaciones lo detenían”. He ahí lo que Huysmans llama las “escorias del amor”. A esto se le suma la travesía del hambre en la fórmula mágica de Huysmans, exacerbada por el poco dinero: melancolía, miseria y encuentros grotescos. Al final del libro hay una prostituta vieja y una cita de Schopenhauer que alude a la perennidad del dolor y el hastío.
11.
Pero también puedes mudarte a la mugre según Samuel Beckett: del cubículo de enfermo de Malone muere a las andanzas de Moran en busca de Molloy, en la novela homónima. Sin embargo, Beckett es peligroso (según me advirtió, hará ventitantos años, un celebrado escritor cubano), porque incrementa la desesperanza. Beckett subraya el desaliento y mueve a la postración. Aun así, es tan distópico que no tiene fin, y menos ahora. Las distopías mentales de hoy no pueden emular con su nítido (e inclemente, por insobornable) sentido común ante la degradación.
12.
El inicio del curso escolar queda postergado y, aunque hay teleclases, no vendría mal la presencia de una repasadora competente. Imaginemos a un joven que iniciaría su décimo grado. Tiene 15 o 16 años. La repasadora va llegando a los 30. Antes de la aparición de la epidemia ha estado cursando, en la modalidad para trabajadores, el quinto año de alguna atrayente licenciatura. Vive en el barrio. Ambos podrían ser los protagonistas de lances envolventes e indetenibles, una historia como la que cuenta Alissa Nutting en Las lecciones peligrosas (la diferencia de edad y los rudimentos del sexo pueden ser detonantes tan tóxicos como hipnóticos en un mundo en paro).
13.
Hay más libros que te sacan del paso. Los de Clive Barker, por ejemplo. No pongas la TV durante una semana entera, aliméntate lo mejor que puedas, piensa un poco en el dinero, ten algo de buen sexo con tu pareja (si tienes a alguien). Y si estás solo o sola, WhatsApp y un amigo o una amiga pueden resultar muy inspiradores durante una videollamada pre-orgásmica. Y después (solo después) lee a Barker.
Me refiero a algunos relatos que pertenecen a los llamados Libros de sangre. Por ejemplo, “Las pieles de los padres” y “Confesiones del sudario (de un pornógrafo)”. Barker representa un tipo de imaginación inconsútil y en estado puro. Barker es lo que llega justo después que te aseguras a ti mismo que ya no puede haber más.
14.
Y si reaparece la tentación de un encuentro interpersonal sexual realista, por nada del mundo habría que renunciar a leer Hot Line, de Francesca Mazzucato. Allí sobrevive, airosa, la revelación obsesiva y detallística de la identidad erótica hasta límites donde la cita sexual física es inevitablemente deseada y realizada.
Los diálogos por teléfono, las videollamadas, las fotografías íntimas en el Messenger de Facebook… Todo eso va dejando un sedimento que corroe e impulsa, a pesar de, o gracias a, sus ventajas y solvencias. Por otro lado, ¿no sería encantador, antes de poner en práctica el encuentro, llegar a su frontera con una combinación de antifaz veneciano y nasobuco de diseño?
15.
Lecturas en modo hueso porque vivimos en modo hueso: sumergidos en la segunda cuarentena y frente a la aplazada Nueva Normalidad. Y, al mismo tiempo, ahí está la certeza de que la más auténtica imaginación pornográfica está poblada por seres en quienes los problemas son reales y tangibles.
Sin embargo, decir eso es lanzar una frase que no se explica por sí misma. Las mujeres y los hombres de verdad son quienes uno buscaría en contextos reales. No clasifican como visitador@s de las Playas Platino. Pero sí clasifican como especímenes de la erosión social, física y emocional: hombres labrados por la añoranza y los años, mujeres embellecidas por las marcas (admitamos) de un par de embarazos. Seres que no habitan en sitios seguros.
16.
No parece desatinado presumir que todo esto (COVID-19, muertes, reclusión, inestabilidad, artificialidad, mito, manipulación, etc.) ocurre así porque no puede ser de otra manera. Por otra parte, la política y los políticos han demostrado su incapacidad para anticiparse a las consecuencias, a corto y largo plazo, de sus decisiones, y el día a día acaba por demostrar cuán poco somos capaces de controlar, y cuán grande es la deuda que tenemos con la cultura y los libros en particular, que son en definitiva casi lo único que tenemos para explicar problemas, resolverlos y superar los tiempos en que, frente al humanismo real, los verdaderos monarcas son la incertidumbre, la pobreza material y la ambición desmesurada de autoridad y predominio.
17.
Como dicen por ahí, una nueva subjetividad se instala en el juego de lo real. Es algo muy embrollado, pero al menos hay una cuestión que no pierde nitidez: la defensa de la libertad personal.
El banquete está servido.
La pandemia y Aretino
Uno destapa los comentarios de Facebook y nota que aluden, como se dice, a lo mismo con lo mismo: microtribunas sobre sexualidad y osadía política, moral y sexualidad, sexualidad y racismo, violencia de género y sexo, patriotismo y sexualidad. Es triste, aunque también da un poco de risa.