Lord Byron, Hemingway, la realidad y yo

A la memoria de Juan Carlos Flores y Ángel Escobar.

Preocuparse por las razones que uno puede blandir cuando empieza a zafar el hilo de la galaxia Lord Byron, desde un lienzo de Joseph Denis Odevaere titulado Lord Byron en su lecho de muerte. Considerar allí que, si la libertad es el signo más poderoso de la belleza, también podría ser que la belleza fuera el signo más poderoso de la libertad. 

En definitiva, el filo-helenismo del poeta inglés posee una médula de belleza total y libertad total. No hay que equivocarse con eso. El patriotismo de Lord Byron, que murió hace 200 años, proviene de ahí. Y, también, todo auténtico patriotismo.

Preocuparme por el estado de leve inconsciencia del viejito que me pide pan, o dinero, y que ayer he visto caminando con más lentitud y fatiga que otros días. Quizás se trate del calor. O del hambre. O de la aniquilación revolucionaria. “Resistir” es un verbo aciago y sórdido.

Preocuparme por los libros que están en uno de los grandes cajones de la mudada (que ocurrió antes de la epidemia de COVID-19). Si no abres un libro equis en el plazo de un año, es que no lo necesitas, me había dicho, en 2001, mi amigo R. B. en su casa. 

ʻResistirʼ es un verbo aciago y sórdido.

Estábamos hablando de Ernest Hemingway y nos preguntábamos cuánto de él estaría en el David Bourne de su novela The Garden of Eden. Es un libro póstumo que estuvo inexplicablemente inédito hasta 1986. O, acaso, “explicablemente”. Uno lo lee y empieza a interesarse en algún threesome asimétrico.

Preocuparme por el señor casi ciego que me saluda, como en lontananza, desde el borde del portalito de su casa, a unos metros del sitio donde se vende el pan. Sabe y no sabe quién soy. Sólo alcanza a ver mi silueta. Lo he auxiliado con la bolsa plástica en la que suele poner las malangas que compra en el agromercado. 

Hace rato no lo veo a usted en el agro, le digo tras devolverle el saludo. A veces puedo ir, a veces no, contesta y se encoge de hombros. Avíseme si le hace falta algo, le digo. Y sonríe sin hablar.

Preocuparme por el próximo threesome en el estilo de The Garden of Eden. Marita, Catherine y yo. Marita habla en el italiano de la Toscana, una variación principesca (voglio un cazzo molto grosso, creo que murmura), mientras que Catherine es barroca y poco asertiva. 

ʻVoglio un cazzo molto grossoʼ.

Yo las veo como mis catalizadoras. Marita me reafirma en mi masculinidad, aunque lisonjea con la lengua el clítoris de Catherine, que es mi esposa. Catherine le devuelve esa caricia. Sin embargo, Marita es conmigo igual que otra esposa. Y no insiste en sodomizarme, como sí hace Catherine.

Preocuparse por la dimensión amistosa (en su más amplio sentido) de los cuidados que tuvo Loukas Chalandritsanos con Lord Byron, cuando este ya tiene fiebres y el médico le aplica sanguijuelas. En los momentos de bienestar, antes de la crisis final, accedió Loukas a unos pocos y mezquinos gestos de amor (caricias de sexo, digamos). 

En verdad, sólo le interesaba el dinero que el poeta gastaba en él, en su imagen, en su gallardía. Pañuelos de seda amarilla. Qué detalle.

Preocuparme por comprar dos trocitos adicionales de panetela de anís, uno para el viejito que me pide pan, o dinero, y el otro para mi vecina (es su cumpleaños). 


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Qué calores estará pasando usted allá atrás, comenta ella. Se refiere a mi habitación de trabajo, donde está el balcón, al fondo del apartamento, y que recibe todo el sol del atardecer. 

Por suerte no escribo por las tardes, le digo. ¿Pero usted no estaba escribiendo una novela?, se asombra. Desconcertado, le digo que sí. ¿Entonces?, susurra incrédula. Y añade: Eso de escribir novelas seguro exige trabajar mañana, tarde y noche. Seguramente piensa que las novelas hay que escribirlas de un tirón.

Preocuparme por saber si Marita tiene algún novio que quiera “compartirse” con ella y conmigo. Y reescribir, así, The Garden of Eden. Le pregunto y me responde que lo pensará. No sé qué quiere decir exactamente. Suele ser una mujercita enigmática. 

Dos días después llama por teléfono a Catherine, dialogan sobre cosas de ambas (a Catherine le gusta oír a Marita detallando cómo va a “comerle el coño”: esta frase la fascina y es muy usada en el castellano peninsular), y Catherine me pasa el teléfono (ella quiere comentarte nosequé, me indica) y Marita me da una sorpresa: ha localizado a un exnovio que se llama Agustín. 

Detallando cómo va a ʻcomerle el coñoʼ.

Lo alaba. Lo describe. Lo mima. Pero tiene un problema en el pie derecho y es cojo, me informa. Quedo hechizado. Y le suelto, repetitivo: No puede ser, no puede ser, no puede ser. Y ella queda toda confundida, creyendo que deploro hasta el rechazo la cojera de Agustín.

Preocuparme de nuevo por el viejito. Dios se lo pague, balbucea él y muerde la panetela. Siéntese, voy a traerle un vaso de agua, le prometo. Subo a mi casa y, con el vaso, le alcanzo un pan con queso blanco. 

No voy a dejar que se muera de hambre, como un perro, tirado en los escalones de la carnicería, justo donde los gatos, de madrugada, se mean y chillan amorosos y singones. 

Una amiga me ha dicho que todos los caminos conducen a Roma. La frase no puede ser más malévola, a sabiendas de que es otra su intención, y entonces le explico que Roma es un simple anagrama de la palabra amor, que, de acuerdo con algún ensayo de D. H. Lawrence (los que escribió en Florencia), es el concepto más trajinado y engañoso de la Historia. 

Roma es un simple anagrama de la palabra ʻamorʼ.

Ese es otro que bien baila, observa ella y me envía dos emojis: una berenjena y un durazno. Folleteo, singueta, quimbazón.   

Preocuparme por averiguar detalles de la cojera de Lord Byron. Tardé unos días, obsesionado como estaba por comprar alimentos enlatados antes de la llegada de los primeros ciclones de la temporada. Las estadísticas y las predicciones recientes anuncian una actividad ciclónica superior a la media de los últimos 20 años. 

En las condiciones en que se encuentra esta pinga de apartamento (que no es sino una especie de reflejo de esta pinga de país), la inundación de mi calle alcanzará proporciones bíblicas. 

En efecto, Lord Byron cojeaba del pie derecho. Tenía lo que se conoce como “pie equino varo”. 


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Le pregunto a Marita de qué pata cojea Agustín. En cubano, esa frase significa otra cosa, pero ella se atiene a la literalidad y me cuenta que, cuando niño, estaba jugando en la herrería de su abuelo y le cayeron unos hierros sobre el pie derecho. Lo cuidaron mal. “Es un tipo estándar, sosegado, pero tiene mente muy abierta”, aclara Marita. Es todo cuanto necesito saber.

Preocuparme por saber si es cierto que en el Jardín de los Héroes de Misolonghi fue enterrado, debajo de su estatua, el corazón de Lord Byron. Comparado con la multitud de hechos insignificantes que giran, a nuestro alrededor, como un huracán de banalidad y trivialización, el corazón de un poeta lo es todo, o casi todo.





Ósip Mandelstam: la destrucción de un poeta

Por Vitali Shentalinski

En la noche del 16 al 17 de mayo de 1934, los agentes de la OGPU Guerásimov, Vepríntsev y Zablovski cumplieron una misión en el piso de Mandelstam en Moscú, en el apartamento 26 del número 5 de la calle Nashokinski.



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2 Comentarios
  1. Escritor, Ud. puede meterse en tantos mundos como le sea posible, acaso es un don o cualidad a base de lecturas, pero sobre todo en el ojo que penetra y lo revuelve todo. Resuelve? No sé, los retratos están ahí y los podemos ver. Su mano los toca y luego los deja en ese mismo lugar.

  2. Le agradezco. Vivo, para suerte o desgracia, en todos esos mundos al mismo tiempo. Simultáneamente. Tal vez sea una forma de la fractura que deja la alienación al vivir uno en un país fracturado y aferrarme aún al místerio de Lord Byron, por ejemplo, cuando visitó un agromercado y veo la existencia a mi alrededor.

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