All is full of love, canta Björk. Y los androides se besan y sucumben a la pasión electroquímica, que es ciberpasión.
Uno evoca eso tras volver al célebre videoclip de Chris Cunningham, ahora que vamos a parar, derechito y de cabeza, a la mundialización técnica, económica, social y cultural de las IA.
Por otra parte, habría que decir que este es un espacio encantado, ¿verdad que sí? Vivimos en la Isla, que es el mejor de los mundos posibles. ¿O se equivocaba Leibniz?
Los dioses aseguran que no. Los dioses, persuasivos, te dicen: A ver, repite conmigo: ESTE ES EL MEJOR DE LOS MUNDOS POSIBLES.
No los contradigas, es peligroso. Los dioses siempre tienen razón.
He ahí el panorama, he ahí las reglas. Y, mientras todo eso florece tan cerca, uno cierra la puerta. Porque cerrar la puerta se cuenta entre los actos más universales y definitivos que existen.
Hay muchos pendientes, tal vez demasiados. Y dentro de una mente paranoica, en la que la totalidad se relaciona con los modelos rutinarios y frecuentes de la totalidad, hasta conformar un tejido, lo que uno está por hacer tiende a confundirse con lo que uno quisiera hacer.
Cuando esa diferenciación se torna indistinguible, es normal que uno sucumba a los efectos de este locus solus caribeño.
Como insinuaba, para 2025 hay cosas pendientes. Siempre ocurre de un año para otro: quehaceres incoativos, afanes a punto de, como si dijéramos.
Aunque, bien pensado, 2025 es o debería ser un año-crucero. El año de las postrimerías de un mundo. Un lapso transitivo donde todo (todo todo, supongo) estaría a punto de cambiar, o empezar a cambiar, dentro de esta Isla metastásica en la que (es un pequeño ejemplo) los basurales no se “retractan”.
Dado que no vale la pena hacerse el Hombre Invisible, me he convertido, hace ya algún tiempo, en un instagramer con 2 cuentas bien definidas: una para devaneos y errancias visuales, y la otra, más pro, destinada a lo que voy escribiendo (o pienso escribir) y publicando.
A propósito: Locus Solus, de Raymond Roussel, es un texto pendiente de relectura. Porque como lugar solitario y lugar único, ¿acaso no habría una secreta y repentina vecindad de ese espacio “fuera del espacio” del que habla Roussel —a través de su personaje-inventor, Marcial Canterel—, con respecto al espacio de la Isla?
Canterel anhela comprender y comprenderse. Su residencia campestre tiene un enorme parque-jardín donde exhibe sus extraordinarias invenciones, de las que se siente orgullosísimo. E invita a amigos y conocedores de la ciencia y del arte a contemplarlos.
La Isla es, cada vez más, un lugar solitario y único. Un parque de exhibiciones. Y no faltan invitados —curiosos, amables, solidarios, aquiescentes— que la recorran, admirando sus excéntricas riquezas.
Hace veintitantos años me preguntaba, con algunas hipótesis cerca de mí mismo, por dónde pasaría el eje más creativo y radical de la literatura cubana: si por La Habana (y 3 o 4 ciudades del interior del país), por la Florida, o por Madrid. Esto, a ojo de buen cubero.
Pero aún no tengo una respuesta, más allá de la verdad verdadera. Y es que, siendo veraz y espontáneo, tendría que indicar que la verdad sobre ese asunto ha dejado de interesarme. Se trata de una pregunta de lector curioso. Ojalá pueda responderla en 2025, si es que aún vale la pena.
Una vaciedad, y otra, y otra. Vaciamiento. La carne joven huye, se desvanece. Saco de piel y huesos. El cadáver disecado del Conde Orlok cuando la vampirización termina. Trasiego de símbolos. O de alegorías.
Al pendiente anterior, que es evasivo y débil pero insistente, se suma otro: conseguir telas + acrílicos + pinceles y realizar lo que hace tiempo “me toca” realizar, o me dice que me toca realizar ese hombre de 65 años que se asoma al espejo del baño y me saluda entre hosco y gentil. Buenos días, dice socarrón. No jodas, contesto y lo dejo hablando solo.
Otro pendiente: averiguar cómo (y por qué) perdió los colmillos la gata que vive en el portal de la carnicería.
Por cierto, una de las invenciones más escalofriantes de Canterel, el héroe de la novela de Roussel, es una máquina que compone poemas en serie.
Entre festivales, loas y sonrisas, una máquina así sería muy bienvenida para serializar la poematicidad insular, que, a esos efectos, vendría a equivaler a un orgasmo ideopolítico.
Otra invención significativa consiste en un gigantesco diamante de vidrio en cuyo interior, lleno de agua, flotan una bailarina, un gato sin pelo y la cabeza de Danton. Guillotinado con apenas 35 años, la cabeza de este revolucionario acusado de ser enemigo de la República francesa, está bien conservada y sigue siendo hermosa.
Tengo pendiente comprar lo necesario para sazonar un congrí: manteca fresca de cerdo, unos ajíes, ajo y unos trocitos de lomo ahumado. Congrí con ensalada de tomates, que suelo preparar con cebolla magenta, aceite, miel y sal. Y entonces me siento a almorzar mientras miro los reels que han salido en memoria de David Lynch, tipo insobornable donde los haya.
Un escritor en ciernes, de esos que leen mucho y publican poco o nada, me dijo que estaba pendiente la presentación de mi novela Marea baja, durante cuya escritura me di cuenta de su índole memorialística.
A sabiendas de que el talante del libro pasa, sin contradicciones, por la testificación ficcional, el escritor en ciernes se ha comunicado conmigo para recordarme ese pendiente, a lo cual yo reacciono con una pizca de agobio.
Pendiente queda volver a hechizarme con esa emoción sobrenatural a la que se refiere William Somerset Maugham cuando escribe sobre Wuthering Heights, de Emily Brontë. Porque, como le ocurre a él, no recuerdo otra novela en la que el dolor, el éxtasis y la crueldad del amor se manifiesten con tanta fiereza.
Robert Eggers ha hecho un Nosferatu suntuoso, apodíctico, visceral y de reconfiguración histórica. Al mismo tiempo, homenajea reverencial a dos vampiros: el de F. W. Murnau y el de W. Herzog. En una medida menor toma nota, también, del vampiro de F. F. Coppola y del de Elias Merhige.
Pendiente está la redacción de un texto sobre el diestro heredero Eggers, el único que copió, respetuoso, los retratos de Vlad Drakulea. En ellos el conde guerrero siempre aparece con lo que los demás no tienen: un gran bigote.
Hay que terminar el montaje y la pulimentación de los textos de Unplugged, libro fragmentario y discontinuo en cuyas páginas se juntan Aaron Copland, H. P. Lovecraft, Nastassja Filípovna y Erik Satie.
Para contrarrestar la densidad de semejante escritura, he preparado una disertación sobre Lino Novás Calvo, el negrero Pedro Blanco Fernández de Trava y el Byronic Hero. Nastassja Filípovna interviene como mujer trans. Qué sufrimiento más deleitable: es una rusa bien dotada.
El onnagata Bando Tamasaburo encarnando a Nastassja Filipovna en una extraña película de Andrzej Wajda. Un Dostoievski plegado y vuelto a plegar. La identidad es un juego circular.
En 2024 fue el centenario del estreno de Rhapsody in Blue, de George Gershwin. He estado oyendo esa música desde hace casi 50 años, y ahora mismo tengo a mano dos interpretaciones muy dispares y muy hermosas (una es amanerada y de enorme precisión técnica, mientras que la otra alcanza a ser impresionista y dispersar emociones “cervales”): Lang Lang y Leonard Bernstein, respectivamente.
También están las de Michel Camilo, Enrico Pieranunzi, Anna Miernik, José Iturbi y otros. Aquí lo pendiente sería promover una aventura de aproximación cultural contrastiva (no soy ni músico ni musicólogo) que sirva para comparar esas versiones.
Pero abandonemos la melancólica inutilidad de las joyas, como propone hacer Mircea Eliade. Me preocupa la gata de la carnicería, que se sienta a mirarme y maúlla. Para no hablar de la gente asolada, devastada, que veo pasar.
Me detuve a unos metros de la cola del pan, engrosada porque la harina había llegado tarde a la panadería. Me fijé en las personas. Reparé en sus caras y en cómo vestían. Después, observé los objetos que traían.
Mucha pobreza. Miseria. Miradas medio perdidas y congruentes con la ropa, los gestos, las maneras de pararse casi inmóviles y aguardar. Era fácil detectar allí pequeñas y grandes historias tejidas, bajo la luz del día y dentro del silencio. La cola (triste, real, absurda) iba pareciéndose a una enumeración de conexiones realizada en el estilo de Guy Davenport.
Mañana habrá quien, frente al mar, cuente mejor estas cosas. El mar es un testigo de lenguaje primigenio.
Mañana.
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Todos los peores humanos (II)
Por Phil Elwood
Cómo fabriqué noticias para dictadores, magnates y políticos.