Penes y vulvas, o la sobredosis de lo real

Hay un Museo del Sexo en China, en la localidad de Tongli, en cuya área exterior se exhibe una escultura, en piedra, de una mujer que abraza un pene estilizado. Las dimensiones del pene son mucho mayores que las previstas, digamos, en esos excesos del shunga japonés, donde el órgano, por lo general amenazante y metamórfico, subraya una especie de pasión que hoy ha devenido contradictoria al menos en lo tocante al sexo en China, donde el control de la natalidad es un problema de estado. Los gobernantes chinos lo llaman “problema estructural” del país. 

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Al pie de la escultura se lee su título en chino y en inglés: “Women’s Dependence”. Como si dijeran: “Compatriotas chinas: emancípense del pene”. Aléjense de él. Dejen de pensar en él.

En Cuba es imposible alzar una bandera donde se lea: “Mujeres, denle la espalda al pene”. Es muy gracioso porque estoy pensando en el sexo (y sus imaginarios androcéntricos) como “cópula para engendrar”. ¿Se imaginan ustedes, por otra parte, un cartel que diga, homofóbicamente, entre adusteces y discriminaciones y con total seriedad: “Hombres, denle la espalda al pene”? Sería una proposición ambidiestra, ambigua, deliciosamente imprecisa.

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“Women’s Dependence”

En Cuba, además, hay un lío con eso del “envejecimiento poblacional”. Al asunto no se le da la cara de verdad, y lo cierto es que la inmensa mayoría de las mujeres no quiere darle la espalda al pene. Estas mujeres dudan entre parir y no parir. Porque la realidad es confusa y difícil, para decirlo con mesura teatral y casi sarcástica, y porque muchísimos jóvenes se van, emigran, desaparecen de la isla.

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Para regresar al asunto de la representación del deseo, protagonizada por el pene (central) y la vulva (no central), cabría subrayar algo que el Poder y sus potestades subalternas exhiben y padecen: una enorme seriedad saturada de sospechas en relación con el sexo, sus referencias, sus iconos, sus grafías. A diferencia de otras culturas, la zona administrativa está invadida, en Cuba, por un recelo que proviene del catolicismo burgués. Control y más control. Admonición, reprimenda. Vigilar y castigar, como decía Foucault. Nadie ha pensado de veras en una sex shop cubana, por ejemplo. Es un tópico movido por las risitas y las cejas en alto, pero ni siquiera así se libra de la sensatez que lo acompaña. 

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Entre lo central y lo no central ya se sabe que hay un montón de tiquismiquis vinculados a las teorías acerca del género, el sexo y el activismo LGBTIQ, de todo lo cual se desprendería una multitud de notas al pie que harían ilegibles mis palabras. Solo me gustaría hacer notar, otra vez, que el asunto de la representación del pene es, de ordinario, problemática. Desde siempre.

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La Colección Vaticana de Objetos Blasfemos consta de un número indeterminado de cajas (cerca de mil) en las que se guardan penes de todo tipo y toda procedencia: desde penes de dioses, semidioses y figuras mitológicas menores, hasta penes de hombres famosos por su lucidez, su capacidad de conducir batallas, de gobernar naciones. Pingas de ónice y calcedonia, de obsidiana, de terracota, de mármol (la gran mayoría), de yeso, de bronce, de oro, de plata, de madera. Y de plástico. Por no conservables se han dejado fuera de colección los penes de merengue, de hielo, de azúcar prensada, de frutas y vegetales, de caramelo y de mazapán.

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Cuenta una leyenda que en Japón hubo un pequeño demonio de grandes dientes y muy sexualizado que se enamoró de una joven y fue a esconderse dentro de su vagina. Cuando, en su noche de bodas, el novio fue a penetrarla, el demonio le arrancó el pene de un mordisco y el joven murió desangrado. Al cabo del tiempo, ya en su segunda noche de bodas, el demonio mutiló al segundo marido de la muchacha, quien acudió desesperada a un herrero que fabricó un pene de hierro para que, una vez introducido en la vagina, el demonio engañado se rompiera los dientes.

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Tras esta historia se esconde la persistencia del amor y el deseo, y ha dado lugar al Kanamara Matsuri (Festival del Pene de Hierro), en la localidad de Kawasaki, donde se celebra el fin del horror y el comienzo del placer, que es, como suele ocurrir, muy primaveral. T. S. Eliot dice, al inicio de The Waste Land, que abril es el mes más cruel, pues engendra lilas de la tierra muerta y mezcla la memoria y el deseo. Pero estas metáforas son muy occidentales y muy apocalípticas. Los japoneses son otra cosa. Viven casi en otro mundo.

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Me imagino a ciertos fanáticos de la iglesia católica enarbolando otra vez (aunque los tiempos están cambiando, como dijo Mick Jagger en el Havana Moon, el concierto habanero de The Rolling Stones) el cincel y el martillo contra obras tan susceptibles de promover una sexualidad sediciosa como la Venus de Schelklingen (tallada en un trozo de colmillo de mamut), del paleolítico superior, o Princess X, de Brâncuși. Ambas obras representan a mujeres. La primera podría, por su sorprendente modernidad, acercarse a los estándares de la representación pornográfica: la vulva, aunque tosca, se marca entreabierta. La segunda, aunque es un retrato escultórico en bronce, parece (de manera indubitable) un pene, o más bien un falo, o casi un superdildo.

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Princess X

¿Cabe imaginar, volviendo al célebre festival de Kawasaki, la versión cubana del Kanamara Matsuki? ¿Cómo conjet
urarlo? ¿Sería algo factible como parte de un programa de revitalización del deseo en busca de la preñez? 

La televisión pone un reportaje de los preparativos, con entrevistas. Hay una Mesa Redonda sobre el tema. Y un fulgurante domingo (el 21 de abril del 2019, para mayor precisión) veo y escucho a la Orquesta Sinfónica Nacional tocando versiones de las guarachas de El Guayabero y de Ñico Saquito, mientras diversas procesiones, auxiliadas por un pelotón de artistas de la body painting, hacen funcionar pequeñas carrozas llenas de penes y de vulvas de poliespuma, azúcar, caramelo semiderretido, cartón y papel maché. 

¿Habría muchos policías allí, para organizar y facilitar, no para reprimir? 

¿Se parecería a los desfiles del Body Painting Day en Manhattan, con personas de todas las razas, de todos los sexos, de todas las edades, protegidas por miembros del NYPD? 

Seguro que sí. 

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A mediados de los años setenta leí un anuario estadístico de la antigua RDA, y me enteré de que a las mujeres embarazadas se les facilitaba la vida de varias formas. El Estado les proporcionaba una alimentación adecuada durante todo el embarazo y después del parto, durante un año entero. Aparte había un grupo de mejoras relacionadas con el salario, los precios a pagar cotidianamente y ciertas facilidades en cuanto al desempeño sociocultural. Esto es pura prehistoria, pero tiene algún sentido.

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De momento estaría muy bien celebrar (y no androcéntricamente, por supuesto) las delicias del sexo y el lado fruitivo de la cópula. Una cruzada favorecedora, hecha desde la perspectiva de la asunción del sexo, el cuerpo y el deseo como territorios que son de la cultura toda. No hay ningún peligro en estetizar el sexo, el pene, la vulva. Ellos siempre han sobrevivido porque pertenecen de lleno al dominio de lo estético y del arte. A ver si aumenta la cantidad de cubanitos y cubanitas a pesar las migraciones y las ausencias.  

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