Un escritor cubano vive en un remoto paraje de la geografía insular (lo de remoto es relativo, puesto que desde su perspectiva la capital puede ser remota) y deplora que los libros de sus coterráneos no se promocionan en Amazon. Añade: “por las razones que todos sabemos”.
Trato de entender a qué razones se refiere. ¿El embargo comercial estadounidense? ¿La Ley Helms-Burton? ¿Las restricciones bancarias en la relación bilateral que ambos países restablecieron de manera oficial hace más de un año?
Otro escritor cubano vive en el Southwest de Miami y su lamento suena parecido: Amazon no promociona los libros de sus colegas exiliados. “Ya sabemos los motivos”, agrega.
Decidí no especular.
—¿A qué crees que se deba?
—Es obvio… Las instituciones solo están interesadas en los escritores que viven en la Isla. Es como si la literatura cubana no tuviera espacio fuera de ella. No solo desconocen: les importa un bledo que haya decenas de buenos narradores en otras tantas ciudades del mundo. Para las grandes transnacionales del libro es como si no existieran.
—¿Qué grandes transnacionales?
—No lo sé, Leo. Planeta, Tusquets, Anagrama…
—Pero los que están en Cuba se quejan de lo mismo.
—Ah, ¿sí? Bueno, ellos tienen la UNEAC, el Ministerio de Cultura…
No hay un solo escritor —cubano ni de cualquier parte— dispuesto a transar. El análisis transpira ingenuidad: “He escrito un buen texto y todos deberían arder en deseos de leerlo. Es más, si no lo hacen, es porque una oscura conspiración impide que el producto llegue a sus consumidores”. Ni por asomo se les ocurre admitir que su libro no interesa a nadie (empezando por las “transnacionales”, pasando por las “instituciones” y terminando en los “lectores”).
Indagar en las verdaderas razones de la “no lectura” puede ser un ejercicio complejo. ¿Leen menos nuestros contemporáneos? ¿Escasea la buena literatura? ¿Fallan los mecanismos de promoción y venta de la obra terminada?
Contrario a lo que interpreta el escritor que mencioné al principio, promocionar no es vender, sino exaltar valores del producto vendible y no siempre mercadeo implica venta (aunque sin mercadeo no hay venta). Ni Amazon ni nadie promociona nada sin dinero por delante. Tienes que pagar por el marketing: así de simple. Si no lo haces, la tienda solo opera como plataforma inerte, en cuyos anaqueles virtuales puedes colocar lo que gustes, aunque jamás lo compren.
¿Están en desventaja los narradores cubanos por el solo hecho de vivir en Cuba? ¿Qué tal los poetas, los teatristas? Echar el ancla en Miami, por ejemplo, ¿les garantiza acceso a los circuitos literarios, a las editoriales “sólidas”?
En lo personal, no conozco a un solo compatriota de este lado del Estrecho que pueda darse el lujo de vivir de su producción literaria (lo cual ocurre de manera excepcional en la Isla, pero ocurre). En tres palabras: tienen que trabajar y, por cierto, en lo primero que aparezca. Los más afortunados redactan noticias en un canal de televisión hispano.
Eso sí, la invasión escritural proveniente del sur garantiza una empleomanía culta (en segunda acepción y de acuerdo con el diccionario de la RAE) a la exuberante “capital del exilio”. Tengo referencia directa de auxiliares de limpieza, meseros, taxistas, ayudantes de construcción y hasta desempleados, dotados de una incuestionable sensibilidad para la creación estética.
A los emigrados, por supuesto, siempre les queda la alternativa de pagar para que los publiquen; de autopublicarse (y demás inventos de la modernidad digital). Aventuras que no suelen correr los de adentro, forzados a dormitar sobre un colchón editorial inspirado en normas de obsoleta planificación socialista. Tampoco habría que obviar las sutilezas (a veces no tan sutiles) de la censura. Aunque sospecho que cada vez son menos los samizdats que circulan en el gulag caribeño.
Uno puede creer lo que mejor le plazca, pero quienes peor la pasan en Cuba son los lectores. No los miles que abarrotan cada febrero la fortaleza de La Cabaña, atraídos por el ambiente de feria y el olor a pollo frito. Me refiero a los que rondan en silencio los estantes de librerías olvidadas en cualquier pueblito de provincia.
Tal vez un habanero —si se lo propone en serio— consiga en préstamo un ejemplar de El adversario, de Emmanuel Carrère. Pero en Jatibonico, como en Sagua la Grande, resultaría poco menos que imposible. Sin embargo, el magnífico relato non-fiction del novelista francés puede obtenerse en Internet de manera gratuita. Solo hay que descargar el pdf.
De vez en cuando aparecen listas, recomendaciones que hacen los especialistas. Los libros que habría que leer, los que le gustan a tal o cual escritor. Algunas llegan a ser alucinantes, pero otras ofrecen pistas genuinas al interesado. En la mayoría de los casos, las sugerencias no pueden encontrarse en Cuba. En cambio, poetas jovencísimos exhiben un enjundioso historial de premios y publicaciones, gracias a las decenas de editoriales subvencionadas por el Estado “generoso”. Es cierto que los flamantes poemarios serán pasto de polillas más temprano que tarde. Pero antes de emitir un juicio, pensemos que no ocurre lo mismo en los almacenes de Amazon, por la comprensible razón de que el gigante virtual, antes que almacenar libros, los imprime contra demanda. Tal ejercicio de racionalidad económica determina la capacidad de supervivencia que perpetúa el capitalismo. El Instituto Cubano del Libro (y sucedáneos) podrían asimilar el ejemplo.
En cuanto a ciertos escritores del patio: ¡menos quejas!
Conexión de banda ancha y cuenta en Amazon son apenas la punta de un iceberg que no acaba de sumergirse ni salir a flote.