‘This is 40’

Algo se rompió. Algo se rompió bien duro. No sé en qué momento o cómo fue. No sé si fue al cambiar de país. No sé si es algo de la edad. La cosa es que estoy cumpliendo 40 y siento que hay algo bien roto.

La primera cosa antes de irme a la cama es poner dos vasos. Un vaso con agua (como si fuera un viejito) y otro vacío para llenarlo de orine hasta arriba. No sé por qué me ha dado por eso. No sé por qué me da miedo levantarme en la noche y que el espejo grande y roto acabe de derrumbarse sobre mí y una esquina me raje el cuello.

Hay un montón de gente en la fumadera de hierbita, folladera rica, dúos, tríos, dinamismo… Y yo le he perdido las ganas a todo: a la fiesta, al sexo, a la bebida. ¿Qué coño me pasa? Nada me motiva. Nada me puede motivar.

Mi único consuelo es meter mi nariz en la cabecita de mi hija. Mirarla a los ojos. Con ella el tiempo se detiene. Con ella nada importa. Ella es una burbuja. La pausa. La maravilla. El no-lugar. Do sostenido. 

He vuelto a fumar y a cada rato me mandan tabacos cubanos o me regalan algún serie D Número 4 de hoja clara. 

Me acuesto temprano y me levanto de noche, una ducha y corriendo para la calle a trabajar. El trabajo alegra un poco. Inventarse. Buscar salidas. Seguir vivo. 

Tener 40 y seguir con ganas de vivir es un logro. Un súper logro. Conozco a mucha gente que ya tiró la toalla. Pero yo no: esto es pa’lante y candela al jarro hasta que pierda el fondo.

No soporto a nadie, o bueno, no soporto a casi nadie.

No me escribe nadie, o bueno, nadie que me pueda ayudar de verdad. 

Me consuela ver a algunos amigos mandarria en mano trabajando en Miami, en Kentucky. Esa es la cosa: no soltar la mandarria. Despertarse temprano. Ser un tren.

El infarto está ahí mismo. El estrés camina conmigo, me agarra la mano y me mira con sus ojitos lleno de legañas… Aquí no hay vida para los mareados

Par de ataques de pánico ayudan a saber marcar la respiración y tomarte un diez mental…

La cabeza no para de pensar y repensar… pero hay que tener la fuerza de parar, meditar, para no volverte loco. Para no irte del lado de allá de la cerca.

Ni suicida ni loco. Recuerdo el olor de mi hija y seguir…

Pero a cada rato hay que parar a tomar un diez porque, si no, de qué vale tanto trabajo. Tanto trabajo para pagar la comida de los días donde sigues buscando y trabajando. Tanto trabajo para seguir trabajando.

No quiero probar estas drogas nuevas, no quiero beber, no quiero echarme una novia. No quiero nada de lo que puede ayudar a relajar. 

A cada rato camino por las calles de Barcelona y Madrid buscando los árboles de paraíso. En la parte de atrás de la casa donde nací, en el patio, había un árbol de paraíso. Un árbol de paraíso que enfermó y murió.

Al principio de emigrar me acompañaba, caminando a mi ritmo, el espíritu de Cabrera Infante. ¿Dónde se metió ese muerto? Más nunca me ha seguido.

Tengo que ir al cine una vez a la semana. Pantalla. Sala oscura. Cine. Cine. Para no olvidar quién soy.

De todas partes me escriben mis amigos y mis amigas. Todos están pasándola mal. La vida de adulto se puso seria. Así, de repente, sin avisar. No creo que antes fuera mejor, pero antes no era tan seria la cosa. Tan grave. 

Los libros y las películas que más me gustan son cositas raras que casi nadie ha visto y que no triunfan. Pasan así como si nada y ya… 

La gente en las redes está hablando de lo que sea, gritando sus opiniones: culos, platos de comida, injusticias, bailes, chistes…

Los extraterrestres al final no llegaron, la guerra al final no se extendió. Me acuerdo de aquella vieja del barrio, en Cuba, que quería que algo pasara, aunque fuera malo, pero que acabara de pasar algo que la sacara de esa angustia.

El ansia, la ansiedad, me decía una amiga que ahora está en White Horse y ha perdido el gusto por todo. Los médicos no saben lo que le pasa (no fue COVID), pero la bárbara no siente ningún sabor. 

Tengo miedo a que cuando nos reunamos los amigos de antes ya no sea igual. Sé que ya no va a ser igual, que un aire extraño nos impedirá abrirnos, ciertas apariencias habrá que mantener. Un abrazo bastará. No sé. 

La sensación de que la vida no te da ni un minuto de descanso es constante. El miedo a que cuando te lo dé no puedas disfrutarlo es recurrente.

Un vaso lleno de agua. Un vaso lleno de orine. Mi cuerpo entero es como una gran esponja amarilla que absorbe y suelta. 

Una esponja sacada del mar.

¿Dónde pasaré mi cumpleaños?

¿Dónde soplaré las velitas?

¿Habrá velitas?

Suelto el aire por la boca y pienso en mi deseo.

En el deseo que voy a pedir. 

Me llevo la mano a la entrepierna y pienso en varias cosas: el bollopingo, la tranca de tu país, el verdadero Mejor Bolígrafo de la República

Se siente bien estar vivo. Se siente bien ser libre.

Ahí, adelante, está el mundo entero. 

Esperando porque te lo comas tú.




Carlos Lechuga

Horario laboral

Carlos Lechuga

Estoy pensando en que esto de ser artista en el trópico es tremenda mierda, en que la culpa de todo la tiene el maldito ego. Debería haberme puesto para conseguir un trabajo estatal. Normal. De 8 a 5. Con los pies en la tierra. Sin esperar que nada caiga del cielo. Hay que tener menos boberías en la cabeza.