Mi foto con el dictador



Lugar: la casa de la suegra de Raudel Collazo aka Escuadrón Patriota.

Circunstancia: rodaje de la película documental Despertar de Ricardo Figueredo y mía.

Emplazamiento del retrato: la suegra de Raudel era muy “revolucionaria”'(todos, en aquel momento, respetamos esto). Creo que en la edición final del filme habíamos descolgado aquella cabeza. 

En un momento, al levantarme de una siesta de butaca y de lluvia y de un primer primerísimo rodaje, veo el cuadro frente a mí. Una foto de perfil en la cual no me tardé a buscar la referencia, pues toda propaganda al líder autoritario es negativa. La foto estaba impresa en un cartón-madera gastado por los bordes y con la pintura perdida. Era el perfil del Castro de finales de los 70, su postura y figura eran erguidas, pero ya con la mirada preocupada, antes del pasaje a la total locura. 

Yo vestía un t-shirt que mi abuelo dibujó a mano, en uno de sus regresos de Las Vegas, en Nevada. Un t-shirt aún con olor a “yuma”. La imagen era la lengua de los Rolling Stones con el nombre de la banda encima. Un Anthony de no sé cuántos años, pero joven en la disposición y el proyecto: despeinado, barbado y tratando de ocultar sus problemas de peso. El brazo derecho extendido y cubriendo su izquierdo, doblado sobre el pecho. Posición de comodidad, de reposo, “haciéndose el bárbaro”. Medio dormido le pedí a alguien que sacase la foto, y ¡flash! 

Una tontería digitalizada. 

Encontré esas fotografía al llegar a España, la publiqué en Facebook, colocando la de Castro en el perfil, como desafiando, con algún comentario entupido. En aquel momento todos reímos, pero hoy creo, sería impensable, más bien lamentable hacer algo así. 

Con ojos extraños la miro ahora y pienso: “esta sería la foto de un agente del G2”, “este sería el rostro de un chivato”, “este sería la actitud de un torturador”, “esta sería la imagen de un tirano y el verdugo de turno”. 

Me sentí desestabilizado entonces. Sin embargo, ¿por qué semejante fotografía? Debería tal vez psicoanalizar al Anthony de aquel momento, quien tenía una necesidad inmensa de “hacerse el cabrón” frente a todo lo que viniese de ese gobierno. 

Un joven posadolescente con un deseo enorme de afirmación social, pero con una sola intención: contra la revolución y contra lo revolucionario. El Anthony de entonces necesitaba mostrar a cada agente que lo interrogaba, que Fidel no tenía representación de valor alguno. Actitud juvenil contra el establishment, pero con un resentimiento inmenso por ese “padre” que no era el mío y ese sistema que me irrespetaba.

Sin embargo, ¿yo Anthony, yo hoy; yo en esa foto? 

Me pienso y descubro que tal vez, más que un odio al opresor eterno, hay una histeria asociada a mi persona en semejante foto. Como hacerse una instantánea con un caimán con la boca abierta o con un león, aunque sea cachorro, y decir luego: “¿viste mi foto con el caimán? No hacía nada”. Porque el principio de todo caimán frente a cualquier criatura que se mueva es hacer mal. También Fidel Castro. Porque cada detalle necesario para salvaguardar el poder de la Revolución y el terror infinito de los cubanos frente a ella, fue pensado, ejecutado y perpetuado gracias a él. Quizás, de ahí viene ese sentir perverso de mostrarme como el que “no le tiene miedo al lobo, al lado del caimán barbudo”. 

¿Es entretenimiento o arte el tratar en sí mismo y en obras el “recurso revolucionario”?

Por ejemplo: 

  • Un tatuaje revertido y diferente del distintivo de comandante (Tatuajes sobre los trapecios del rapero El B., de los Aldeanos).
  • Otro tatuado del rostro del Che como cabeza del mapa mundi escupiendo a Cuba (Tatuaje en el vientre del rapero Aldo, de los Aldeanos). 
  • Una cicatriz transformada en la imagen de una cerca de hierro (Tatuaje en el rostro del artista Danilo Maldonado, aka El Sexto). 
  • Una barcaza vacía (Obras de El Sexto). 
  • Una placa de Deutsche (Obras del artista Hamlet Lavastida). 
  • Un recorte de Villa Marista (Obras del artista Hamlet Lavastida). 
  • Un filme de un robo y una tortura (Docu-ficción El Caso Padilla, de Pavel Giroud). 
  • ¿Una foto junto al retrato de Fidel Castro? 

La pulsión por aquella fotografía fue de poca dicha. Exorcizado por la tontería y el poder revolucionario, puse mi cuerpo al lado y al frente de la imagen de un tirano, de mi tirano. 

Era joven al salir de Cuba, no pude participar lo suficiente dentro de la sociedad revolucionaria o estar marcado o involucrado en gestiones con instituciones o personas, que hoy me hagan sentir arrepentimiento de algún suceso. 

Mi familia, tanto materna como paterna, sí tendría que reprocharse mucho en procesos judiciales futuros por colaboración directa con la Revolución. Yo era muy niño a los diez años para saber que era una patrulla del G2 la que a veces me llevaba al dentista. Sin embargo, que fuese de color beige y blanco y que no fuese como “las otras”, me gustaba y llamaba mucho mi atención. 

Dichos colores, ya en mis 15 años, me interesaron para borrarlos y temerles, para huir y despreciarlos. Colaboradores de mi madre, con la que ya no colaboro. Aunque sea desde el cariño, mis hijos deben saber que abuela también fue responsable de la huida de papá; que un tío abuelo de June, Nina y Nikita fue a gritarle a papá gusano, contrarrevolucionario, delincuente, con su uniforme de teniente coronel. 

Señalar con el dedo a los participantes y ejecutores de aquel pedazo de tierra triste no es suficiente. Señalarse a sí mismo es de vital importancia. Dejar saber, desde el desprecio, su participación, así fuese ínfima, evidencia para ellos y para todos, que no les pertenecemos más, ni en cuerpo ni en alma. Guardar para sí un estrechón de manos, una frase equivocada, una pertenencia modesta, haría que reine aún en nosotros la materia revolucionaria y nos deshuese poco a poco, sin transparencias y medio de rodillas. Que nadie lance la primera piedra, los cubanos aún no son libres ni de pecado ni de lo revolucionado. 

El miedo es la posición de confort para todos: El miedo nos permite estar en un bando y en el otro y decir que “no sabía” o “pensaba que no era así”. Pero es solo dar un paso en cualquier calle y ya se sabe, solo escuchar un sonido y ya se entiende, que no debería ser así; la justificación es imposible. 

No hay risa que no sea un llanto; no hay júbilo que no cargue desgracia. 

Este gesto no va de una autocrítica, donde se describen y autoinculpan crímenes, que no son crímenes. No es mi complicidad fotográfica una denuncia, sino una invitación al pasillo luminoso de un salón muy oscuro, es presión para los mal intencionados y es un fuerte disidir contra la mentira y la represión.

¿Quién es y fue ese otro pueblo entonces, con palos y piedras un once de julio? 

¿Quiénes fueron los abusadores de agosto del 94? 

¿Quiénes fueron los gritones de 5ta avenida en los 80? 

¿Mi tío el exteniente coronel? 

¿Mi examigo Méndez? 

¿Tu papá? 

¿Tú?


© Imagen de interior y portada: Anthony Bubaire junto a una fotografía de Fidel Castro.




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El hombre de los pezones tatuados

Abel Fernández-Larrea

Ziggy Stardust se bajó el zipper de la bragueta y sacó el pene flácido: “¿Puedo tocarla?”, le dijo Alice con cara de angelito pícaro.


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