Las voces de Palinurus (III)

Del mismo modo en que Baudelaire leyó La double vie de Charles Asselineau, “en bata y con los pies sobre una banqueta”, debe leerse The Modern Movement (100 Key Books from England, France and America 1880-1950)

“¡Bienaventurado el autor que no teme mostrarse en bata!”, sentenció el hijastro del general Jacques Aupick. Cyril Connolly temía no poder escribir su obra maestra, pero jamás renunció a sus batas de cuadros escocesas, con las que a veces escribía en su casa de campo en Kent.

Es invierno en Virginia, la tierra del cuervo de Poe; por lo que yo, Jonathan Edax, me abrigo también a cuadros para escribir una vez más sobre el pater Connolly.  

Tres décadas antes de que The Western Canon (1994) de Harold Bloom provocara pasiones encontradas entre críticos, académicos —tanto entusiastas como resentidos— y “lectores comunes”, sobre todo por su polémica lista de autores y obras canónicos de la tradición occidental, Connolly publicó The Modern Movement (1965). Este libro bien podría pensarse como un antecedente “menos ambicioso” del de Bloom —quien abarcó todo el desarrollo literario de Occidente, desde Homero hasta finales del siglo XX. 


Portada de la primed edición de The Modern Movement (1965).

Portada de la primed edición de The Modern Movement (1965).


Conocedor, pensador y coleccionista de esas primeras ediciones de lo que críticos como Edmund Wilson y él llamaron “el movimiento moderno”, Connolly dio una lista anotada de los 100 libros (en realidad son 107) que, según su criterio, habían renovado la literatura entre 1880 y 1950 en Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Su rigor intelectual lo llevó a dejar fuera de su selección a tradiciones europeas como la alemana, rusa, española e italianas, con el más que válido argumento de su pobre conocimiento de las lenguas de esos países. 

Para Connolly, la comprensión de una obra resulta imposible si no se lee en el idioma en que se ha escrito. Es más, creyó firmemente que todo libro debe empezar a leerse por su edición príncipe, y solo después en las sucesivas que se hayan publicado, incluyendo traducciones, para así poder apreciar “mejor la progresión poética” de cada escritor. 

El “canon Connolly” es hoy una suerte de catálogo de referencia de literatura moderna entre libreros, anticuarios, estudiosos y amantes de libros. Está por descontado que todo estudioso de la literatura moderna no se permite desconocerlo.  

Primera edición de pasta dura en azul; sobrecubierta beige, sin ilustraciones y con letras violetas. Varias de las primeras ediciones de los libros de Connolly siguen un diseño similar. El libro está dedicado al helenista y crítico literario Maurice Bowra. En particular, este ejemplar de Jonathan Edax tiene una dedicatoria firmada con tinta azul por Connolly, probablemente a Denis Hamilton, el entonces editor de The Sunday Times.


Dedicatoria a pluma en el ejemplar de la primera edición de The Modern Movement (1965).

Dedicatoria a pluma en el ejemplar de la primera edición de The Modern Movement (1965).


A modo de resumen:

  • Connolly inicia con una introducción en la que define histórica y literariamente las fronteras del Modern Movement: “El Movimiento Moderno inició como una rebelión contra los burgueses en Francia, los victorianos en Inglaterra y el puritanismo y materialismo de los Estados Unidos. El espíritu moderno resultó una combinación de ciertas cualidades intelectuales heredadas de la Ilustración: lucidez, ironía, escepticismo, curiosidad intelectual, mezcladas con la intensidad pasional y la sensibilidad exaltada de los románticos”.
  • Sitúa el inicio del movimiento en 1880 y su final en 1950. Los argumentos que Connolly enarbola para su cartografía literaria resultan maravillosamente debatibles, pero son un ejemplo de su excepcional imaginación y prosa críticas: “Flaubert murió en 1880, el año en que nació Apollinaire, uno o dos años antes de que Pound, Picasso y E. M. Forster vieran la luz y seis años después que Maugham. Me parece que ese año fue el decisivo para que el movimiento moderno pueda tenerse como un suceso todavía moderno para nosotros, más moderno que muchos de nosotros, no algo guardado en la naftalina de la historia”. 
  • Para Connolly, en “la fuerza de las obras póstumas” de Flaubert y Baudelaire comienza esa nueva sensibilidad moderna: “[…] las Cartas que en el caso de Flaubert constituyeron la biblia del arte por el arte, su explosiva sátira contra la burguesía, Bouvard et Pécuchet (1881), y los dos devastadores diarios de Baudelaire que no fueron publicados sino hasta 1887. Flaubert y Baudelaire: nuestros dos padres caídos, arruinados, destruidos, trágicos, y sin embargo cada uno la luz de un faro que brilla para la posteridad (Baudelaire por intervalos desde la casa de su madre en Honfleur; Flaubert sin cesar desde su hogar en Croisset), iluminan las dos riberas del Sena […] Nacidos el mismo año, compartieron seis letras de sus nombres”.
  • Si bien reconoce a los franceses como “los padres del Movimiento Moderno”, señala cómo “lentamente [este] se desplazó más allá del canal y después a través del mar de Irlanda, hasta que al fin los estadounidenses se hicieron cargo de él, incorporándole su propia energía demoniaca, su extremismo y su gusto por lo colosal”.  
  • El “Canon Connolly”. Los cien libros claves se dividen en cuatro etapas: Parte I (1880-1920), Parte II (1920-1930), Parte III (1930-1940) y Parte IV (1940-1950). El libro cierra con una Bibliografía en la que Connolly proporciona detalladamente los datos bibliográficos de las obras listadas. 
  •  Los autores con más títulos en la lista son T. S, Eliot (5), Ezra Pound (4), Yeats (4), Joyce (3), D. H. Lawrence (3) y Dylan Thomas (3). Ganan los poetas por nocaut. Los géneros con mayor presencia son novela, poesía y ensayo, en ese orden. De los géneros clásicos el teatro es el menos representado. Géneros “menores” como la biografía, el diario y el epistolar tienen algún que otro exponente. 

Según Anthony Hobson, “la mayoría de las críticas fueron más bien tibias”. Hubo quien le reclamó ciertas ausencias, otros señalaron excesivas presencias… 

El prestigioso teórico y académico Frank Kermode escribió que el libro era “poco riguroso y superficialmente elegante”. Sin embargo, en el Observer, Philip Toynbee señaló que “la elección del Sr. Connolly es excéntrica y severa. Su lenguaje es tan vívido y personal como siempre. Su libro no solo es brillante sino encantador”.   

Un análisis o cuestionamiento al “canon Connolly” desde el punto de vista del sujeto actual (siempre ventajista, generalmente equívoco) resulta inevitable. 

¿Quién lee hoy a Edith Sitwell, William Plomer, o John Betjeman? ¿Por qué Faulkner —sin dudas el más influyente novelista norteamericano— aparece solo con Sanctuary, su novela “más comercial”? 

Ahora bien, con independencia de cualquier señalamiento, en la lista de Connolly están todos los franceses, británicos y estadounidenses que debieron estar, entonces y ahora, desde Henry James y Flaubert hasta William Carlos Williams, pasando por Conrad, Eliot, Joyce, Proust.


En una charla con Isaiah Berlin, Edmund Wilson admitió que le disgustaban todos los literatos que había conocido en Londres, con las excepciones de Connolly y Evelyn Waugh, “porque eran auténticamente desagradables”. 

Cyril Connolly siempre profesó una gran admiración por su par norteamericano, más allá de que dijera que la novela Memoirs of Hecate County de Wilson era una monotonía de insectos. En la University of Oklahoma en Tulsa se conservan los manuscritos y papelería variada de ambos escritores, en anaqueles contiguos; esto es, vecinos en esos camposantos para resurrectos que son las bibliotecas. 


Londres

Esquina londinense.


Diario de un bibliófiloMayo 13, 2017. Mañana primaveral en Londres. Caminata de dos horas por St James Park. 

Ayer en Peter Harrington, al ver mi interés por Connolly, el vendedor (de apellido Dickens, según se leía en la tablilla de identificación de su mesa) me ofreció la primera edición de The Modern Movement. La dejé pasar y estuve el resto del día lamentándolo. El Enemies of Promise que había comprado me resultaba ya insuficiente. Sí, para un bibliófilo toda nueva adquisición resulta casi insignificante unos minutos después de adquirida. 

Tenía que enmendar mi “error”, por lo que caminé (otros cuarenta y cinco minutos) desde St James Park hasta la librería en Chelsea. 

—I am truly sorry, but someone came an hour ago and bought it—me dijo el de apellido Dickens. 

La venganza de los libros nunca es letra muerta, pensé. 

—But I think we have another copy at Mayfair store… Indeed, and it is signed by Connolly! Do you want me to call to reserve it for you? 

Los libros suelen dar segundas oportunidades, me dije al tiempo que soltaba un “Thank you very much for your help, Charles!”, y fui caminando (diría corriendo) hasta Mayfair. Pensé tomar un taxi, pero ayer me prometí no volver a pagar los precios de esos depredadores británicos. A promise is a promise.    

El mediodía londinense anunciaba lluvia y la neblina de Turner hacía su aparición por Fulham Road.

Mayo 16, 2017. De vuelta en Virginia. He puesto los dos libros de Cyril al lado de Axel’s Castle de Edmund Wilson. Ambos se han puesto a conversar.




Las voces de Palinurus (II) - Pablo de Cuba Soria

Las voces de Palinurus (II)

Pablo de Cuba Soria

The Unquiet Grave es la más rara (y tal vez perdurable) obra de Cyril Connolly. El libro inicia con la contundente frase: “Cuantos más libros leemos, antes nos damos cuenta de que la verdadera misión de un escritor es crear una obra maestra, y que ninguna otra tarea tiene la menor importancia”.




Las voces de Palinurus (I)