En su ensayo “Cyril Connolly como coleccionista de libros”, Anthony Hobson cuenta que “en 1961 The Sunday Times encargó a Evelyn Waugh, W. H. Auden, Edith Sitwell, Angus Wilson, Cyril Connolly y otros dos escritores que escribieran un ensayo sobre cada uno de los pecados capitales. Cyril eligió la codicia”.
El autor de Enemigos de la promesa escribió un relato para la ocasión. El protagonista de este, Jonathan Edax, era un bibliófilo capaz de cometer cualquier delito con tal de obtener aquel volumen que le obsesionaba. (Capaz, además, de gastarse fortunas en libros y sin embargo negarse a comprarle a su familia cosas esenciales).
Edax venía a ser la quintaesencia fáustica del bibliófilo; un predecesor literario de Stephen Blumberg, aquel bibliómano que durante la década del ochenta recorrió más de trescientas bibliotecas en Estados Unidos y de las que se robó unos 23,000 volúmenes (incluyendo cien incunables, entre ellos las Crónicas de Núremberg), cuyo valor rondaba los veinte millones de dólares.
El codicioso Edax murió al caerse por las escaleras del ático de su casa, luego de un ataque de ira con su esposa. Horas antes, había ido a la casa de un amigo y también coleccionista para robarle un libro.
Blumberg ha estado preso en varias ocasiones. Cada vez que sale en libertad vuelve a cometer el mismo delito. Hoy día todavía sigue interno en su casa de Iowa, bajo libertad condicional. Se dice que conserva una colección personal que excede los 5000 volúmenes.
Varios lectores asociaron a Edax con el propio Connolly. Lo describieron como un autorretrato escrito o una suerte de su alter ego. En varios medios y ocasiones él mismo se encargó de desmentir tales ideas, aunque indudablemente proyectó en su personaje de ficción una de sus grandes pasiones: la bibliofilia.
La biblioteca privada del autor de The Rock Pool llegó a contar con 15000 volúmenes, entre los que sobresalía la sección de autores del Movimiento moderno (1880-1950). Primeras ediciones, algunas dedicadas y firmadas por Flaubert, Conrad, Proust, Joyce, Woolf, Eliot, Pound, Fitzgerald, Hemingway, Camus, entre otros, compartían anaquel en su biblioteca. En buena medida, la colección soñada por Jonathan Edax y que probablemente emocionaría al mismísimo Stephen Blumberg.
Un himno a la alegría suprema del bibliófilo cantaría la posibilidad de una Biblioteca que contenga la del Quijote: “más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños”; la de Des Esseintes: “estanterías adosadas a las paredes de su despacho”; la del sinólogo Peter Kien con 25000 títulos y que resulta “la mejor definición de patria”; la del capitán Nemo, que a su vez era la de Verne en Amiens, con “altos muebles, incrustaciones de cobre, [que] albergaban en sus largas estanterías un gran número de libros uniformemente encuadernados”; la de la abadía que alucina a William de Baskerville, “la única luz que la cristiandad puede oponer a las treinta y seis bibliotecas de Bagdad, a los diez mil códices del visir Ibn al-Alkami”… Una biblioteca que también contenga, por supuesto, la imaginada por Borges…
Léanse los ensayos que formarán esta columna, La biblioteca de Jonathan Edax, como un homenaje a esa pasión bibliófila de Connolly. Un delirio que es también el mío. Ensayos que son una oda a la codicia libresca y las confesiones de un cazador de libros de anticuarios; esto es, el diario de un bibliófilo que ha contraído deudas de amor con los autores que habitan su biblioteca.
Nunca prestaría un solo libro de mi Wunderkammer o gabinete de curiosidades: dos armarios de 180 cm de altura por 52 de largo cada uno, atestados de primeras ediciones y early printings, varias firmadas por sus autores. A la diestra de ambos, hay un sillón de orejas que me regaló Bernhard y en el que suelo leer —nunca más de una página al día— estos volúmenes. Que los siguientes ensayos sean una manera de prestarles a los lectores mis libros raros.
Conocido bibliómano, llamado el “Berlioz del piano” y heredero de los alumnos que dejó Chopin al morir, Charles-Valentin Alkan fue hallado sin vida bajo el librero de madera de Marrakech que tenía sobre la cabecera de la cama. Era marzo y 1888. Según su criada y amante tunecina, sobre el rostro de Alkan descansaba abierta una primera edición (Frères, 1857) de Madame Bovary, con un subrayado en tinta azul de Prusia:
“La gran campana de Amboise pesa cuarenta mil libras. El operario que la fundió murió de gozo”. Llamadme Jonathan Edax. Podemos empezar.
Wunderkammer con el sillón de orejas.