Hablo con el muñequito cabezón de Elon Musk.
No es símil, no es metáfora: es el Funko Pop™ de Elon Musk. Acabado de sacar de la caja que venía dentro de la caja de Amazon, y puesto al lado de mi laptop.
Es más cabeza que otra cosa.
Todos hemos visto esas pequeñas macrocefalias de polivinilo. Están por todas partes, formando parte de algún set o estantería decorada que la cámara o la vista encuadran. Por lo tanto, no es extraño que hayan estado presentes el día de la toma de posesión de Donald Trump.
—¿Tú también crees que yo hice el saludo nazi? —me pregunta el funko.
—No se te mueven los brazos —le digo.
—Ajá, pero si yo hubiera hecho un saludo nazi, ¿crees que ese saludo nazi hubiera sido el saludo nazi?
—No estoy dentro de tu desproporcionada cabeza, pero hoy en día es casi imposible diferenciar un saludo nazi auténtico de un saludo nazi irónico. Y este último saludo, a su vez, ya ha licuado la seriedad (pero en broma) y el troleo (pero en serio) en una batidora de juguete. Le llaman metaironía.
—Es un saludo nazi y al mismo tiempo no lo es.
—Es el nazismo a lo Schrödinger: no sabes si es verdadero nazismo hasta que abres la caja donde está el gato. Mientras tanto, será las dos cosas.
—La única caja que yo conozco es la caja de Pandora —dice él.
—Es la misma. Lo cual añade otra complicación, también llamada función de onda: hasta que no abres la caja, no puedes saber si has abierto una caja de Pandora. Mientras tanto, la caja de Pandora está abierta y cerrada a la misma vez.
—Y adentro están todos los males del mundo, según la leyenda.
—Ahora bien, ¿quién abre la caja? —le pregunto, mirando la caja de cartón de donde yo lo acabo de sacar.
—Respóndeme primero tú a mí. ¿Crees que de verdad hice el saludo nazi en la coronación de Trump? ¡Yo estaba ofreciendo mi corazón!
—Teatro, funko. Creo que no sabías bien qué estabas ofreciendo. Eras la edición limitada de un toy, un cartón de cartoon. Activaste el brazo movido por un resorte robótico. Un gesto de Asperger eufórico y medio drogado, dicen.
Así como el Golfo de México será el Golfo de América, el síndrome de Asperger pronto podría ser rebautizado como síndrome de Musk. Aunque se revuelva en su tumba el psiquiatra austriaco Hans Asperger. Quien, por cierto, solía firmar sus cartas con la fórmula “Heil Hitler” mientras ingresaba a niños poco aptos en la clínica Spiegelgrund de Viena.
Los vínculos del doctor Hans Asperger con la eugenesia nazi son controversiales. Elon Musk, por su parte, y a la vista de todos, está llevando a cabo su propia eugenesia seminal. Ya tiene una docena de hijes.
No seremos como el Che.
A coro, niñes cubanoamericanes poco aptos:
Pioneros por el trumpismo —activando robóticamente el brazo derecho para hacer el saludo—, ¡seremos Aspergers!
*
En los últimos meses, gran parte de mi trabajo ha consistido en leer, corregir, editar y maquetar libros de poesía. Sí, he tenido muchísima suerte.
Pero.
Uno de los libros que cae en mis manos es Detrás de la ciudad y antes del cielo, del poeta mexicano Julio Trujillo, que muy pronto será publicado por la editorial Pre-Textos.
El mismo día en que empecé a revisar el poemario, me enteré de la noticia: Julio Trujillo había sido reportado como desaparecido el pasado 10 de enero en Inglaterra, donde vivía desde hace unos años. La policía británica lo estaba buscando.
Y lo encontraron.
El pasado 16 de enero, su cuerpo reapareció en las arenas de Sennen, un pueblo costero de Cornualles.
“Desde que recibí noticia de su desaparición en la playa de Mousehole, supe que se había ido por propia voluntad”, escribió Ricardo Cayuela Gally unos días después, en The Objective. “Lo dejó por escrito en Twitter y a lo largo y ancho de su obra, para quien quisiera leerlo”.
Twitter, no X.
Hay momentos en que no eres capaz de poner una sola equis.
Yo no conocía la obra de Julio Trujillo, así que me fui a la red social, a la que lamentablemente se llega mucho más rápido.
El pasado 19 de diciembre, el poeta posteaba una felicitación a José Lezama Lima por su cumpleaños:
“El gozo del ciempiés es la encrucijada”.
Una semana después, anunciaba el libro que iba a empezar a leer (Wittgenstein’s Mistress, de David Markson, con epílogo del suicida que más admiró ese relato neurodivergente: David Foster Wallace. En el borde inferior de la imagen de portada una mujer camina por una playa que, como descubrirá el poeta en las páginas que siguen, está infinitamente desierta) y compartía un artículo de Reina María Rodríguez sobre Joseph Brodsky, publicado ese mismo día en Rialta Magazine.
El primero de enero de 2025, el post es:
“Este haikú de Basho en versión de Orlando González Esteva: Termina el año / ¿qué sentirán —hay fiesta— / peces y pájaros?”.
Tres días después, y una semana después: otras dos citas de Lezama Lima.
Las confluencias cubanas empezaban a inquietarme. ¿Ya para entonces había desaparecido el poeta?
¿Qué sentirán —me pregunto si hay fiesta, me pregunto qué estaba pasando— peces, pájaros y poetas en el año nuevo?
Se van volando. Se van tuiteando. Se van nadando.
El 7 enero salta la palabra que todos evitaron, la palabra que nunca vi en las noticias. Julio Trujillo citando a Anne Sexton:
But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.
Los días 8 y 9 el invocado es César Vallejo.
8/1/25: “De súbito, la vida se amputa, en seco”.
9/1/25: “… cuando yo muera / de vida y no de tiempo…”
El último post del timeline de Trujillo es del 10 de enero. Dos versos del poeta mexicano Gilberto Owen:
Ya no va a dolerme el mar,
porque conocí la fuente.
*
El más pequeño de los vástagos de Elon Musk tiene nombre de transformer: Tau Techno Mechanicus. La madre de Tau había dado a luz anteriormente (estamos hablando de 2020-21, en pleno apocalipsis viral) a un niño llamado X Ae A-Xii, apodado X, y a una niña llamada Exa Dark Sideræl, apodada Y.
Son nombres que resultarán familiares a todos aquellos que crecieron leyendo la ciencia-ficción y la fantasía escritas en Cuba allá por los años 80: F. Mond, Daína Chaviano et al…
Contra todo pronóstico, las historias que narran a personajes con tales nomenclaturas aún se publican en una editorial estatal de nicho (un sello cuyo nombre es otro guiño muskiano: Gente Nueva) y prosperan en firmas incansables como la del Yoss.
—El varoncito X y la hembra Y —le dije al funko—. Un par de cromosomas.
Después de los cromosomas, pienso, pasamos directamente a la alta ingeniería: el Tau. El cyborg. No hay un paso intermedio. Nada que agregar o yuxtaponer al binarismo reproductivo.
—Hay que restaurar la verdad biológica —explicó.
—Ten cuidado con la verdad biológica, que puedes terminar sofocando a no pocos hillbillies que ahora están en tu barco.
—¿Te refieres a la evolución?
—La biología no cree en corazones lanzados al pueblo.
—La apoyo 100%. Me interesa el darwinismo social.
—Eso no existe.
—Bueno, es un debate.
—No, es un error. Dondequiera que te encuentres un debate serio, será un debate entre darwinistas. A pelo. El darwinismo no tiene afuera. Cualquier adjetivo que le pongas vuelve imposible el debate, porque la cosa no respira. Y si metes ahí lo social, peor: es como si te hubieras ido a Marte.
—¡Pues para allá voy! Pero primero pasaré por México…
Sentí una sacudida molesta al escuchar ese destino. Quité la vista de la laptop.
—Nuestra frontera con México. ¿No escuchaste a Trump? Vamos a arreglar todo lo que debe ser arreglado.
Lo miré.
—Los valientes ya no están solos —añadió.
Con esa frase, el funko parafraseaba (¿sin saberlo?) el título del último libro de Roberto Saviano. Un escritor que todavía está solo. Solo y arrepentido en su cercada soledad.
Igual que muchos otros escritores, aunque por supuesto hay niveles. Casi siempre incomunicables.
Niveles de arrepentimiento y niveles de asedio y, cómo no, niveles de amenaza de muerte.
*
Los comentarios en ese último post de Julio Trujillo: “Ya no va a dolerme el mar, / porque conocí la fuente”, trazan una cronología paralela que se duerme en la esperanza y se despierta con la confirmación de la tragedia.
Primero, los mensajes son de este tipo:
“Estimado Julio, espero que estés bien. A México ha llegado la noticia de tu desaparición. Sin embargo, leyendo tus últimas publicaciones pareciera que el panorama no es alentador. Sea cual sea tu situación o la decisión que hayas tomado, las letras y nosotros te esperamos”.
“People are looking for you, man”.
“Trujis, te extrañamos en México. Eres alguien importante para nosotros. El mar duele a veces pero no para siempre. Todo pasa, amigo. Todo pasa. Aguanta”.
“Querido Julio, espera. Que esa fuente también nos espera. Deja que duela el mar porque en cambio también nos sana, enseña y acaricia. Te abrazo en donde estés”.
“There is help out there, just return home”.
Y luego, sin notificación alguna, sin ninguna nota de la comunidad, y sin una “comunidad” en el sentido que le da actualmente la élite a la palabra “comunidad” en la arena online, entran otras voces, lacónicas, insuficientes, inoperantes, apenas un hilo de voz ya sin hilo de Twitter:
“Descansa en paz, Julio. Siempre te recordaremos por esa amabilidad compartiendo grandes versos. Que te sea leve la partida y eterna la palabra en el recuerdo”.
“Un abrazo al cielo, Julio, te vamos a extrañar, dejas un vacío enorme. Espero hayas encontrado la paz que mereces”.
“Querido Trujis, te voy a echar de menos. No volveremos a intercambiar gorras. Te abrazo siempre”.
“Te atraparon las sirenas gélidas de ese mar. Qué coraje, amigo. Espero que hayas encontrado paz. Gracias por todo, Julio. Te vamos a extrañar mucho”.
El último texto de Trujillo, publicado en La Razón de México, está fechado el 6 de enero. Se titula “La tregua de la poesía” y empieza así:
La arquetípica figura del gentleman inglés que es, además de señorito culto, aventurero y explorador, caminante, patriota, defensor de causas perdidas, pero a su vez representante del imperio, hoy no sobreviviría el escrutinio de nuestra aberrante corrección política, a cuyos ojos ese personaje no es más que un síntoma del colonialismo occidental.
Entre el 10 y el 16 de enero, entre villas de surfing vacías, imagino, los arquetípicos vagabundos ingleses que se cruzaron en el camino del poeta, en caso de que le hayan dirigido la mirada, seguramente ni lo vieron.
La costa avanza. La costa continúa su escrutinio fronterizo: detrás de la ciudad y antes del cielo. Pero la poesía no le da tregua.
*
—Los valientes ya no están solos —dijo el funko.
—No, ahora son el establishment —le dije, pero solo para no quedarme callado y disputar la última palabra—. El nuevo awakening, con sus warriors sin cabeza, pero en plantilla y paʼ lo que sea. El New Woke… Demasiadas dobleuves. Por cierto, ¿conoces la historia de New Coke? En su batalla contra Pepsi, Coca-Cola una vez intentó cambiar la fórmula de su producto estrella. Fue un fracaso estrepitoso. Por aquel entonces el CEO de la compañía era un cubano, por supuesto. Llegó a su puesto diciendo que él no creía en vacas sagradas.
—¿New Coke?
—Olvídalo.
¿Ha cambiado algo, en realidad? En los últimos diez años, digamos, ¿ha cambiado mucho el mundo?
Hace poco más de una década, Roberto Saviano escribía esto en CeroCeroCero (Anagrama, 2014):
El mundo en el que ahora respiramos es China, es la India, pero es también México. Quien no conoce México no puede entender cómo funciona hoy la riqueza en este planeta.
Y agregaba:
Quien ignora a México no encuentra el camino que distingue el olor del dinero, no sabe cómo el olor del dinero puede convertirse en un olor ganador que poco tiene que ver con el tufo muerte-miseria-barbarie-corrupción.
—Nuestra frontera… —seguía diciendo el funko.
—Silencio. Vamos a dibujar —le dije, agarrando un folio en blanco y un par de plumones.
El adulto que le da actividad al niño pesao para que lo deje trabajar. Solo que en este caso el niño era una figura plástica con déficits, o dentro de eso que llaman “el espectro”.
—¿Quieres dibujar un cohete? ¿Quieres dibujar un carrito eléctrico? ¿Qué quieres dibujar? ¿Una frontera? Empiezo yo. Te voy a dibujar una frontera.
Pinté un mapa del Reino Unido deformado. La península del South West, esa pata que Inglaterra parece estar siempre metiendo en el Atlántico, quedó demasiado larga y se estiraba alejándose aún más del eje de la isla, si es que eso existe.
Un mapa abstracto.
Para rematar, puse un punto en lo que supuse sería Sennen, Cornwall, a solo un par de millas de un complejo turístico llamado, inmejorablemente, Land’s End.
El Fin de la Tierra.
“Existen dos clases de riquezas. Las que cuentan el dinero y las que lo pesan”, escribe Roberto Saviano. “Si el tuyo no es el segundo tipo de riqueza, no sabes realmente qué es el poder”.
Hay quien colecciona funkos. Para eso los fabrican. Supongo entonces que existen dos clases de colecciones: las que cuentan los funkos y las que los pesan.
Algunos son más pesados que otros.
En materia de coleccionismo lo importante es no escatimar. También hay quien colecciona memorabilia nazi, y sabemos (estas cosas hay que saberlas) que las bragas de Eva Braun se subastaron en 2016 por tres mil y pico de euros. ¿Quién las compró? Un coleccionista.
Hay un coleccionismo que colecta collectibles cuya única función es ser coleccionados, y hay un coleccionismo que colecta lo que en principio es incoleccionable: ítems impregnados por el olor del poder. Hay algo predatorio en eso, pero también una búsqueda sintáctica.
Son dos trastornos, dos espectros diferentes.
Desde luego, hay una función de onda en la que coleccionismo y fetichismo se superponen a lo gato de Schrödinger, pero no es lo mismo coleccionar bragas usadas que coleccionar bragas nazis.
Para las primeras, te vale cualquier tradwife, como la Braun. Con las segundas, levantas una colección allí donde no hay cuerpo ni historia: puro rastro, huellas sobre una arena que el océano aplana.
En algún punto hay que tomar una decisión.
Ir hacia un lado o hacia el otro.
*
Poco me conecta a Julio Trujillo que justifique esta pesadumbre. Acabo de leer su último inédito. Acabo de ver que compartimos cumpleaños (él nació el 16 de septiembre de 1969; yo nací ese mismo día, diez años después), pero eso es pura casualidad.
¿O no?
¿De qué se trata entonces?
No sé. Quizás otra cosa que voy a evitar poner aquí.
Vuelvo entonces al obituario de The Objective, donde Ricardo Cayuela Gally rememora experiencias compartidas, en plan reserva natural y wildlife:
“Juntos formamos durante veinte años parte del ciclo de la vida del Serengueti cultural mexicano”, escribe. Y a continuación divide esas dos décadas en tres etapas por las que ambos atravesaron: la revista Letras Libres, Conaculta y Penguin Random House.
Cada una con su respectivo listón.
Primero, en Letras Libres: “Ser fieles al legado de Vuelta, de Octavio Paz, pero abriéndolo al gozo estético dentro de la página impresa y a las nuevas generaciones”.
Luego, en Conaculta: “El reto era transformar una caótica editorial estatal y una destartalada oficina de fomento en un aliado real de la industria editorial mexicana, en un promotor real de la lectura”.
Por último, en Penguin Random House: “El objetivo era mantener el resplandor de la literatura sin alterar la cuenta de resultados de la empresa y, si acaso, mejorarla”.
Y luego estas líneas, que me tocan un nervio:
“Los tres fueron fracasos gloriosos en los que nos consumimos heroicamente sin dejar de reír un solo día. Pasamos de ser los jóvenes leones analógicos en ascenso a dos mamuts desnortados ante la nueva sensibilidad. Corrijo: ante la nueva inquisición, ahora digital. Julio se refugió en Cornualles y yo en Aranjuez”.
Pienso en mis propios fracasos, en otros ciclos de vida compartidos, en otro Serengueti político.
En otros refugios, geográficos y mentales.
Pienso en la salud mental y en la supervivencia de los más aptos.
¿Aptos para qué?
Pienso que, hace solo unos días, mientras muchos emigraban en masa de X, desnortados e indignados e histéricos con el dueño de X y compañía, un poeta mexicano en tierra de acantilados celtas también estaba saliendo, en versos y literalmente, por sus propios pies, de esa misma X.
Para colmo, antes de cerrar la laptop me entero (no he querido saber, pero he sabido, como diría Javier Marías) de que el disco más vendido en España en 2024 (¿todavía se venden discos?) fue The Tortured Poets Department. Ni más ni menos.
Taylor Swift también tiene sus Funko Pop, claro. Igual que Donald Trump.
Como mismo se ha hablado tanto, en crítica cultural, de poptimismo, habría que aprender a dialogar desde ya con el funkopoptimismo.
—Ya te digo yo que no vas a llegar a Marte —le digo al funko de Elon antes de devolverlo a la caja—. Ni tú ni la generación de tus nietos, los hijos de Tau Techno, a quien si me permites llamaré desde ahora Tau Techo de Cristal.
Esto sí es una metáfora.
Mark my words.
Todos los peores humanos (I)
Por Phil Elwood
Cómo fabriqué noticias para dictadores, magnates y políticos.