Las máquinas del fango (desde la Zona Cero)

El tipo se llama Alberto Catalán. Tiene nombre de personaje de novela vieja, pero es un personaje real. Tampoco es catalán, sino navarro y de UPN (ya saben: centroderecha y navarrismo, signifique lo que signifique semejante combinación). Se subió al estrado del Congreso de los Diputados y declamó:

“¿Qué es la mentira?”, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es la mentira? ¿Y tú me lo preguntas? / La mentira eres tú”.

¿Cuándo fue eso? No recuerdo bien. Un poco antes de los sucesos que voy a comentar en esta entrada. Pero juro que lo vi. Lo escuché. En la televisión pública. Y se me quedó grabado.

¿A quién se dirigía el navarro Catalán? Probablemente a Pedro Sánchez. Da igual. Lo importante es Gustavo Adolfo Bécquer, su fantasma, su tuberculosis, su rima, su leyenda, haciendo un cameo en la telenovela en directo del debate político español.

Si yo hubiera estado allí, en un asiento del Congreso, hubiera alzado inmediatamente la mano. Quizás esperando que todos a mi alrededor levantaran también el brazo en perfecta unanimidad, como en el parlamento cubano, como dicta la costumbre, sin importar de qué se estuviera hablando, sin importar que no se estuviera votando por nada en la realidad concreta, sobre un terreno habitable, en la no-ficción. 

Mi voto hubiera sido por la poesía.


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El pasado 29 de octubre la comarca donde vivo actualmente fue arrasada por lo que llaman, con anticipación optimista, la DANA del siglo. Un fenómeno meteorológico antes conocido como Gota Fría. 

DANA es el acrónimo para Depresión Aislada en Niveles Altos, que parece más bien un diagnóstico psiquiátrico (ya lo es). “Gota fría”, que tiene algo de romanticismo germano —Kaltlufttropfen—, es una expresión mucho más poética; pero la meteorología se ha hecho cada vez más exacta y ha abandonado la literatura, igual que la psiquiatría abandonó en su momento el concepto “histeria” y sepultó en el pasado unas narrativas clínicas muy interesantes.

¿Qué es la gotafría? ¿Y tú me lo preguntas? La gotafría eres tú.

De aquí, neologizo este verbo: gotafreír.

Se fríe en aceite, se gotafríe en lodo.


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Alberto Catalán, el navarro, no estaba inventando nada. Solo estaba recogiendo el guante arrojado por el presidente del gobierno meses atrás. La política española actual es la continuación de la literatura por otros medios. Y la culpa de todo, por supuesto, la tienen los medios.

A finales de abril, Pedro Sánchez introdujo el lodo como concepto en la discusión pública. En una carta de amor en la que amenazaba con dimitir, le escribía a la ciudadanía:

“Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también. Necesito parar y reflexionar. Me urge responderme a la pregunta de si merece la pena, pese al fango en el que la derecha y la ultraderecha pretenden convertir la política”.

El fango se volvió una metáfora muy exitosa. Se hizo torrente. Pronto los medios de comunicación afines al sanchismo (sí, ese término existe; me disculpo con quienes emplean habitualmente castrismo, díazcanelismo, chavismo, etc.) conformaron toda una retórica vinculada al lodazal: (industria del) bulo, (fábrica de) mentiras, bilis, veneno; y, a partir de estos dos últimos sustantivos, verbos como diseminar, inocular, emponzoñar, intoxicar, etc. 

“Narrativas tóxicas”, clamaron los más entrenados. Pedro Sánchez, por su parte, desde el inicio de la misiva, denunciaba que sus adversarios políticos habían “puesto en marcha lo que el gran escritor Umberto Eco llamó la máquina del fango”. 

Lo de Catalán, entonces, era un eco de un eco de Eco: efectivamente, el semiólogo italiano dejó acuñada la expresión “máquina del fango” en su último libro: Número cero (Random House, 2015), una sátira sobre el periodismo, la política y las teorías conspirativas.

Una ficción, una novela titulada Número cero, es la Zona Cero de esta corriente desbordada. Y yo despacho esta columna desde la llamada Zona Cero del desastre de Valencia, antes conocida como la Huerta Sur.

Si algo hemos aprendido, es que todo evoluciona por selección natural, es decir, climatológica. Todo es literatura, y las metáforas tienen en su genética algo a lo que ahora también se le llama memes.


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La Rambla del Poyo, también conocida como Barranco de Chiva, es un cauce fluvial semiseco que se extiende por más de 400 km2 hasta desembocar en el Mediterráneo por el parque natural de La Albufera, allí donde se ambienta la novela Cañas y barro, de Vicente Blasco Ibáñez.

Apenas llovió, pero al parecer la rambla-barranco tiene una orografía peculiar y hace un efecto embudo en ciertas áreas urbanas, por lo que la mayoría de los municipios de la Huerta Sur acabaron completamente anegados. 

Carrocerías enteras, arrastradas y apiñadas como cañas frágiles.

Yo me preguntaba de dónde había salido tanta agua en tan poco tiempo. El desagüe no me jugaba con el nivel de lluvia. Después empecé a preguntarme de dónde había salido tanto barro. Y la razón de su insólita fuerza.

Vía cambio climático, el fango metafórico se hizo mezcla semisólida de realidad, pero la literatura, su pedregosidad rural, cierta poesía costumbrista, ya estaba desbordándose por estos parajes levantinos desde hacía mucho tiempo, en nombres como Rambla del Pollo (la falta ortográfica es intencional) o Barranco de Chiva.

Mi zona cero literaria es una manera de labrar un territorio.


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Cuando al inicio de estas líneas votaba por la poesía, en realidad me estaba preguntando por ese misterio que nos acompaña y del que tanto se habla últimamente: la gran riada de votantes cubanos partidarios del convicto presidente electo de los Estados Unidos, Donald J. Trump.

Se dice, por ejemplo, que votaron en contra de sus propios intereses.

La máquina Fake News! y la máquina Drain the Swamp! trumpistas son también una mezcla semiótica que da como resultado el lodo.

Que no es el mismo lodo, pero es igual, como diría el poeta. 

Silvio Rodríguez.

A día de hoy, tengo tres teorías: 1) que en los próximos cuatro años asistiremos a la histeria plus ultra del wokismo; 2) que en el movimiento MAGA hay, en el fondo, una Nueva Trova; 3) que 1+2 podrían dar como resultado un Make Casa de Las Américas Grande Again, pero sólo en el mejor y más próspero de los escenarios.

El escenario actual es, ya sabemos, la Zona Cero versión ultimate, el Cero punto Cero, la raíz cúbica de todas las zonas o franjas en genocidio: el Eterno Apagón Cubano.


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En España hay una larga tradición de riadas y, por tanto, hay una narrativa simbólica asociada a las riadas, al estilo de los escudos de armas. 

La Gran Riada de Valencia de 1957 provocó ochenta y pico de muertos, según datos oficiales (tras la riada del otro día, los cadáveres ya duplican esta cifra, y suman y siguen), y Franco hizo lo que solo pueden hacer los dictadores, o los chinos: desviar el cauce de un río. 

Donde antes fluía el Turia, hoy en día hay un parque de varios kilómetros, lleno de verdor, que atraviesa toda la ciudad. Y varios kilómetros al sur de donde antes fluía el Turia, hoy en día hay un vertedero apocalíptico, una devastación marrón, una zona de guerra de esas que, hasta ayer mismo, sus habitantes contemplaban solo en las pantallas.

En una pantalla, yo seguí la visita del Rey, la Reina, el Presidente del Gobierno (PSOE) y el President de la Generalitat Valenciana (PP) a uno de aquellos sitios, Paiporta, cuyas coordenadas se hallan muy cerca de mi ubicación actual, de la redacción de este desguace.

Ya no llovía, pero el fango cayó sobre los visitantes como una lluvia de flechas medievales. Los vecinos de Paiporta estaban empingados. El lodazal que les dejó la inundación fue su infantería. Faltaron las catapultas. Faltaba el castillo. Pero había un rey.

A Felipe VI y su mujer les esparcieron encima, literalmente, aquel fango que Pedro Sánchez puso por escrito seis meses antes. El fango convertido en poética convertida en política.

En medio de aquel Sturm und Drang de provincias, daba hasta pena y ternura escuchar al rey, con la faz arcillosa, hablando de infoxicación (la verdadera infoxicación son los siglos transcurridos desde que empezó la dinastía de los borbones) a dos muchachitos que se le pararon delante: 

“No hagáis caso a todo lo que se publica porque hay mucha intoxicación informativa. Hay personas interesadas en que el enfado crezca. ¿Para qué? Para que haya caos”.

El fango convertido en fuego cruzado.

Luego fui a intoxicarme por mi cuenta con El País

“La desinformación ha sido un elemento esencial en los disturbios del domingo en Paiporta: lo sabe Felipe VI y cualquiera que quiera prestarle atención al fenómeno” —leí estupefacto. Pensaba que ningún periódico cubano me había preparado para leer los periódicos de verdad—. “Ayer, en Paiporta, a los Reyes les lanzaron barro, pero también algunos bulos que llevamos días leyendo. Y trataron de desmentirlos. Pero es imposible frenar uno a uno el inagotable torrente de falsedades: hay que desguazar la máquina que los fabrica”.

¿Perdón?


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“Esta noche he visto alzarse la Máquina nuevamente”, leemos al inicio de El siglo de las luces, de Alejo Carpentier.  


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Hay un mapa hidrográfico de un país europeo llamado España que ocupa un espacio físico, antes celta y romano, visigodo y musulmán. A ese mapa se le superpone un segundo mapa, despegado de todo relieve, que recuerda la segregación por colores de los estados norteamericanos en un año electoral. El rojo republicano y el azul demócrata dibujan las fronteras PP-PSOE por las que cruzan —sin autorización de ninguna clase y sin atender a avisos o niveles de alarma— los ríos y sus afluentes, los barrancos, las inundaciones, los deslizamientos, las metáforas…


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Todos escriben. He ahí otra tragedia. Exactamente seis meses después de que Pedro Sánchez publicara su comunicado tardorromántico, y cinco días antes de la DANA, otro alfa del poder, Íñigo Errejón, anunciaba intempestivamente su retirada: 

“En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros” —explicaba en su carta—. “Esto genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica, con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo”. 

Si Sánchez se había definido como un hombre profundamente de su mujer, Errejón, su aliado en el gobierno, pero mucho más a la izquierda que él, se definía como un hombre profundamente enamorado de las mujeres, en plural. 

No lo decía directamente, pero ese era el subtexto: le estaban lloviendo acusaciones de violencia machista y acoso sexual. Estaba totalmente enlodado. 

Gotafrito.

“Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas”, había advertido el presidente.

“Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano” —continuaba Errejón, sea quien sea el que haya redactado el texto: el personaje o la persona.

En cualquier caso, aunque se declaraba culpable, él era una víctima. 

Una víctima del modo de vida neoliberal. 

Una víctima de la subjetividad tóxica que promueve el patriarcado.

Y, también hay que decirlo, una víctima del cambio climático.


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Como era de esperar, los debates que han seguido a la catástrofe traen su cola y ya van dejando una literatura ansiosa y serial, hecha de hilos de X, trazada con links de YouTube e inyectada de memética. Ya les iré contando.

En la Asamblea de Madrid, por lo pronto, Manuela Bergerot, una de las portavoces de esa formación política que —según Íñigo Errejón— defiende un mundo nuevo, más justo y humano, lamentaba hace poco el retorno a la Casa Blanca de Donald J. Trump, “un negacionista del cambio climático y un militante del machismo”, afirmó. 

“Presidenta, la inacción climática nos condena a más DANAS”, continuó. “La inacción y la incompetencia han causado muertes evitables en Valencia, y si usted no ha dicho una sola palabra es porque sabe que su compañero, el presidente de la Generalitat Valenciana, es culpable de esta situación, no hizo más que seguir el guion del PP ante las tragedias”.

Etcétera, etcétera.

Entonces se puso de pie la presidenta.

No tenía nada que ver, no venía al tema, pero es que se lo pusieron en bandeja. No pudo evitarlo.

Hay tramas y frases que se escriben ellas solas. Hay palabras que sencillamente te tiran de la mano. Es así.

“¿Usted me ha preguntado por el clima o por el clímax?”, preguntó Isabel Díaz Ayuso, coqueta. “Porque si de algo sabe su partido es de calentamiento”.

Y a partir de ahí, es todo hashtags y pancartas:

“Cuéntame, amiga. Yo sí te creo. ¿Llegaban solas y borrachas a casa cuando salían con Errejón de noche? ¿Le pagaron a Errejón un curso para deconstruir masculinidades? ¿Es micromachismo azotar a una periodista hasta hacerla sangrar? ¿Van a seguir borrando a las mujeres con sus leyes sectarias? Miren: sus ideas son trampas, en todas han despreciado a la mujer y han aprovechado para ir contra el estado de derecho y la presunción de inocencia. Y ahora resulta que va a ser el estado de derecho el que tenga que hacerse cargo de Errejón… ¿No es justicia poética?”.

De justicia, no voy a hablar, Isabel.

Poesía con fango, poesía del fango, dame toda lo que quieras.


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En defensa de Íñigo Errejón, hay que decir que él estuvo en el origen del mundo, como Gustave Courbet. Fundador de Podemos, que luego fue Unidos Podemos, que se transexualizó después en Unidas Podemos y Más Madrid y luego se sumó a SUMAR, entre otros solapamientos, endogamias, sumatorias y siglas progres que probablemente confluirán más adelante en acrónimos derivados de DANA, en un mapa meteorológico más ajado y confuso.

En resumen, que el tipo es algo así como la Virgen María. Todo el feminismo institucional de este país ha pasado bajo su manto. Inventó la microviolación, el consentimiento y la denuncia, entre otras inmaculadas revoluciones. 

¿Qué vamos a exigirle ahora? ¿Acaso no hay una contradicción medular que es justo lo que otorga todo el sentido a un personaje?

Hay que aprender a leer ficción.


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Releeo pasajes de Hillbilly Elegy (Harper Collins, 2016) o de HillbillyUna elegía rural (Deusto 2017), las memorias prematuras de J. D. Vance, hoy vice de D. J. Trump. Un libro que no me interesó mucho en su momento y que tampoco me interesa especialmente ahora:

“Esta es la historia real de mi vida y la razón por la que escribí este libro. Quiero que la gente sepa qué se siente cuando se está a punto de dejarlo todo y por qué es posible no hacerlo. Quiero que la gente comprenda qué pasa en las vidas de los pobres y el impacto psicológico que la pobreza espiritual y material tiene en sus hijos. Quiero que la gente comprenda el sueño americano tal como mi familia y yo nos lo encontramos. Quiero que la gente comprenda qué es la movilidad social ascendente. Y quiero que la gente comprenda algo que he aprendido hace poco: que los demonios que dejamos atrás quienes hemos tenido la suerte de vivir el sueño americano siguen persiguiéndonos”.

Vaya si lo persiguieron.


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En defensa de Errejón, hay que decir también que la política española está llena de mujeres atractivas que son demonios persecutores y también son el futuro.

Me temo que, en un mañana no tan lejano, yo terminaré votando aquí, en el país de mis abuelos, por una Isabel Díaz Ayuso. Probablemente por impulso y en contra de mis intereses, yo qué sé, como votaron por el convicto y sedicioso Donald J. Trump una gran riada de cubanos en USA. 

La inundación que llega y el flash flood that didn’t make it.

No soy tan diferente a ellos.


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Al pie de la introducción de su elegía rural, aquel autor pre-ViceVance, hoy el J. D. del D. J., escribía de este modo sobre su Zona Cero (la volvería bestseller):

“Casi todas las personas sobre las que leerás tienen defectos profundos. Algunas han tratado de asesinar a otra gente, y unas pocas lo lograron. Algunas han abusado de sus hijos física o emocionalmente. Muchas tomaban, y aún toman, drogas. Pero amo a esa gente, incluso a aquellos con los que, para mantener la cordura, no me hablo. Y si te doy la impresión de que en mi vida hay gente mala, entonces lo siento, tanto por ti como por la gente así retratada. Porque en esta historia no hay malvados. Sólo un grupo heterogéneo de hillbillies que luchan por encontrar su camino, tanto para ellos como, Dios mediante, para mí”.


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Ahora mismo tengo la sensación de que no importa el lugar de esta geografía exiliada —física o mental, pero siempre poética y política— donde me refugie: en el momento menos pensado una Depresión Aislada en Niveles Altos me va a aislar en niveles altos. Aunque caigan solo tres gotas frías de agua, ojo, lo que viene es lo que viene. El barro está al acecho.

Alberto Catalán, navarrismo ya senil, como yo, desde el estrado de un Congreso post-calentamiento, dirigiéndose a una Presidenta del Gobierno, aunque probablemente pensando que se trata de la reina, Leonor de Borbón: 

“Ojalá pase algo que te borre de pronto. / Una luz cegadora, una riada de nieve. / Ojalá por lo menos que me lleve la muerte”.

No.

Seguramente se inclinará (es un conservador) por lo más seguro y español: una vez más, con ustedes, RTVE en directo, Gustavo Adolfo Bécquer: 

“Pero mudo y absorto y de rodillas / como se adora a Dios ante su altar, / como yo te he votado, desengáñate, / ¡así no te votarán!”

Lo que intento decir, si es que intento decir algo, es que volverán las enfangadas golondrinas, pero las otras, esas no volverán.







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Las academias de música en Cuba

Por Antonio Gómez Sotolongo

Capítulo del libro ‘Historia de la música popular cubana. De las danzas habaneras a la salsa (1829-1976)’, de Antonio Gómez Sotolongo (Hypermedia, 2024).