Redacto este contenido (he estado a punto de volver a teclear, copy-n-paste, como el contenido de mi luna anterior: “escribo esta columna”) a partir de una imagen: me veo caminando por el campus de la Universidad Autónoma de Barcelona, medio año atrás, en verano.
No había casi nadie por aquellos lares. Todo fin de curso es un fin de año adelantado.
Tomé fotos de las paredes grafiteadas. Pintadas con el spray de militancias disímiles, cóctel de colores molotov: abajo el Estado, abajo el capitalismo, Catalunya Libre, el Estado violador, el gobierno corrupto, somos las hijas de las brujas que no pudieron quemar, candela al heteropatriarcado neoliberal, etc.
Carteles con logos y lemas y mucha indignación. Convocatorias a salvar el planeta, a akompañar a los okupas, a no comernos a los animales, a detener el genocidio o los genocidios, a romper equis cadenas opresoras y a ser libres en abstracto, etc. Esa clase de cosas.
Faltaba el viejo ¡Súmate! de la UJC cubana.
Pero en una pared había una hoz y un martillo.
Todo estaba medio desolado. Quizás algunos de los pocos jóvenes que pasaban cerca de mí, con sus mochilas y absortos en sus móviles, en su momento habían formado parte de esa microrrevolución (típica de campus universitarios, imaginé) o la habían compartido en sus redes y grupos.
Luego se fueron a sus casas, o se sentaron a tomar un café con leche de soja en la cafetería que quedaba justo enfrente de la hoz y el martillo.
De camino a la estación de tren, mientras admiraba la vegetación del Vallés Occidental, me puse a pensar en la melancolía del día después.
Todo ha acabado, pero ahí quedan los grafitis sin contexto y algún volante pisoteado sobre la acera. Todo ha acabado, la gente se ha ido, los mossos d’esquadra vinieron (si es que vinieron) y con la misma se fueron, pero luego tú tienes que seguir caminando por ahí.
Por una escenografía medio zombi.
¿Cómo se sigue caminando por esas áreas? ¿Cómo se camina entre unos carteles que poco antes eran urgencia plena, vita nouva dantesca, y ahora son recuerdo y resaca, hasta que los cubran de pintura o los reemplacen por otros mensajes?
Se camina normal.
La bipedestación de los homínidos.
Como si nada hubiera pasado.
Porque nada ha pasado, en realidad.
La vegetación del Vallés está intacta, firme en sus raíces; su ritmo es el de las estaciones. Pasan las páginas de los expedientes. Los años académicos concluyen y se reinician; los estudiantes envejecen, algunos serán profesores…
¿Qué más?
Poco más.
La melancolía del día después se puede prolongar al infinito. Dudo que los participantes en las protestas universitarias (seguro fueron más de una), en su consciencia social, hayan sido muy conscientes de ello.
Algo de esa melancolía del día después tiene la lectura. La buena lectura. Especialmente la lectura de los clásicos.
En un aula de esa misma universidad, poco antes, asistía yo a una conferencia sobre ese tema, que es el tema insospechado de estas líneas. Los clásicos. Pero no se trataba de una conferencia sobre cómo (o por qué) estudiarlos o leerlos, sino cómo (y cuándo) reeditarlos y actualizarlos.
El título era: “Nuevas maneras de editar a los clásicos”.
Yo soy fan de las ediciones críticas. Soy un entusiasta de las notas al pie. De hecho, aquí mismo voy a marcar una desviación.
(Abro paréntesis.)
El primer libro que saqué de una biblioteca pública al llegar a España fue Trilce, de César Vallejo, la edición crítica de Cátedra. Quería leerme todas sus notas. Quería bebérmelas en abstinencia. Pero confieso que también quería salir de aquella biblioteca cuanto antes, aturdido por el buen surtido de libros que tenía a mi disposición a cambio de un simple carnecito.
Ante el aturdimiento crítico, mi recomendación es Trilce: ir al seguro, tomarse las cosas con calma.
El aturdimiento crónico, por otra parte, siempre me lleva a recordar mis días en la Biblioteca Nacional José Martí, trilcemente desaparecida.
Como todos saben, allí fueron derrumbadas otras dos torres gemelas, o no gemelas: dos torres paralelas a la torre de la Plaza de la Revolución que está justo al lado de la Biblioteca, en paralelo y con su mayúscula R revolucionaria, y resulta que el sitio donde estaba la BNJM es hoy un square de ruinas sin vallar, una zona cero donde no se ha edificado ningún monumento a las víctimas del desastre, que somos muchas y aún estamos en pie.
Somos notas al pie.
Somos las hijas de las ruinas que no pudieron derrumbar.
En cambio, la biblioteca donde elegí Trilce, para la relectura, entre un montón de títulos novedosos que se ofrecían a mi elección y que siempre había querido tener entre las manos, en físico, no crecía vertical sino horizontalmente. Y los libros seguían cayendo en los estantes. No planeaba por ahí cerca ningún avión del terror.
El secreto, pensé, es tal vez la falta de aspiraciones: ser una biblioteca municipal y no una Biblioteca Nacional.
Poco después, un amigo escritor me escribía por WhatsApp para saludarme. Es cubano, vive en otra provincia de España y justo en ese instante estaba en una biblioteca municipal. Y aunque yo no estaba en la mía, de algún modo nuestra comunicación era así: de biblioteca municipal a biblioteca municipal. Siempre.
Me mandó fotos.
“Mira a quién estoy leyendo”.
Estaba leyendo a William Burroughs.
Él me relaciona con la ciencia-ficción de Burroughs, por las cosas que ha leído de mí. De cuando yo era escritor de ficción.
¿En qué momento debería empezar a decirle a la gente que ya no soy escritor de ficción?
¿Cuál es el mejor momento para decir que ya no soy un escritor, a secas? ¿Que voy a dejarlo y empezaré a asistir a reuniones de Escritores Anónimos?
¿En el año nuevo?
¿Pudiera sugerir que el viejo escritor se fue con el viejo año? ¿Que 2024 se lo llevó de un soplo?
¿Me creerían?
(Cierro paréntesis.)
El escritor que impartía la conferencia titulada “Nuevas maneras de editar a los clásicos” hablaba del nuevo paradigma que se estaba imponiendo en los aparatos de notas. De la nota explicativa se pasaba a la nota recreativa. La información se desplazaba hacia el entretenimiento.
Su comentario no era a favor ni en contra: sencillamente registraba una tendencia cultural. Como el naturalista que explora la vegetación que crece sin culpas, y se obliga a ser exhaustivo.
Ejemplo:
En El Quijote, cuando aparece Dulcinea, una nota remite al lector al más reciente censo de El Toboso, Toledo, Castilla-La Mancha, en el cual, entre sus mil y pico de habitantes, ¿saben qué?, ¡hay una Dulcinea!
Su nombre es Dulcinea no sé qué, nacida en el año tal, tiene veintipico de años y estudia en Londres; sus amigos la conocen como “Dulci”.
Un reality posible detrás de cada nota.
Una nota al pie mejor es posible.
No recuerdo si el dato sobre la Dulcinea de carne y hueso y literal del Toboso está incluido en una de las recientes ediciones de El Quijote a las que el escritor hacía referencia: la de Blackie Books, que tiene una colección llamada “Clásicos Liberados”, donde también han publicado la Ilíada, la Odisea y el Génesis bíblico.
La web de la editorial presume de un Quijote con “centenares de extensiones quijotescas a obras musicales, cine, poesía, ballet y entrevistas a accesibles a través de códigos QR”.
O sea: es el Quijote-plataforma, el aparato de notas llevado a cartoné y pack completo, el clásico literario como streaming.
El QRxote.
Sus “extensiones”.
Confieso que me gusta ese término, importador de apps y cueros cabelludos. Por lo tanto, evocador de trofeos.
Pienso en los packs ideológicos que salpicaban las paredes de la UAB en mi última visita. No deja de resultarme intrigante esa denominación de origen: “clásicos liberados”.
¿Liberados de qué?
En el sentido estrecho del copyright, todos los clásicos están liberados.
¿Hay un doble sentido con esa idea, o un lato sensu?
¿Liberados de la escolástica filológica, académica?
¿Liberados de la Universidad?
¿Tiene algo que ver esa supuesta liberación con los rastros de la revuelta estudiantil en la UAB? ¿Con las pintadas de resaca en la roca que decoran los bosques-campus del Vallés?
Sí y no.
Pero más sí que no, me temo.
En cualquier caso, parece que la propia Universidad es la que te explica la liberación, empaquetada. La Universidad es, también, la melancolía del día después. Ahí sigue.
Y ahí estás tú, y estoy yo, volviendo a ella.
Después de El Quijote, Blackie Books lanzó en 2024 el Infierno de Dante, dándole un giro pop hacia el género de terror.
A la manera de un tag-line de blockbuster, la tapa dura del volumen anuncia en rojo: “El infierno está entre nosotros”.
Y no: ese infierno no está y nunca ha estado entre nosotros. De ahí la gracia de leer el poema, digo yo.
Pero Blackie Books nos dice otra cosa:
“Una de las mayores obras de la literatura universal, presentada ahora en una nueva y cuidada edición. Destrucción, horror y redención: el clásico que ilumina sobre los terrores de la vida moderna. Crisis climática, body horror, guerras, espiritualidad: el Infierno de Dante nunca ha sido más actual”.
En YouTube, esto que voy a hacer ahora se llama “reaccionar”.
YouTube es la evolución de la crítica, y es donde yo debería estar.
Vayamos por partes.
Primero: yo también he escrito textos de solapa y mierdas por encargo, y hubiera sido perfectamente capaz de bocetar algo así, con el mismo dropping enumerativo.
Pero aquí no soy un redactor ni un lector “moderno” como el que Blackie Books tiene en nómina, sino un lector inactual: un copista del siglo XIV. Me van a perdonar los achaques.
El infierno de Dante no tiene nada que ver con los terrores del presente, del mismo modo que El Bosco y H. R. Giger nada tienen que ver, por más que puedas linkearlos dentro de la vasta etiqueta del género “terror”, que te permite trasvasar una imaginería dentro de otra, homologando sus capas.
La actualidad de Dante es nula y todo intento de extraerle sangre infernal deja moretones demasiado visibles, oscuros, como los que enseña la piel de Blackie Books. Por eso mismo es un must read de manual.
¿Body horror?
El Infierno está lleno de torturas, mutilaciones y taxidermias arcanas, pero estamos hablando de otra idea de cuerpo, otra carne poética.
El lenguaje del body horror contemporáneo no es traducible a aquel horror corporal (la iteración horror-terrores-horror en apenas cien caracteres mejor ni cuestionarla), más afín al medioevo. Las imágenes pueden solaparse, pero sus gramáticas no se comunican. No por ahí.
Y, siento decirlo, pero si Dante abordó el tema de la crisis climática, es que la crisis climática no existe en lo absoluto.
A manera de faja vertical, la portada-póster del libro luce una columna como de fuego (rojo sobre negro) con varios blurbs.
El primero, por supuesto, de Stephen King: “La primera novela de terror, nunca igualada”.
Traducción: si te gusta Stephen King, te gustará el Infierno.
Lo cual puede ser cierto, sin duda. El problema es que, si te llama la atención una frase de Stephen King en portada, ya no te gustará el Infierno. Al menos no en esta edición.
Luego viene Susan Sontag, el cupo femenino: “Dante es el revolucionario creador de los niveles múltiples de lectura”.
Los niveles múltiples de lectura, en la colección Clásicos Liberados, son al parecer los QRs, las ilustraciones y los aditivos contrastantes, por no decir estupefacientes, que completan el producto. En este caso: textos de podcasters de nicho pero de lujo (Las hijas de Felipe), un divulgador científico milenial de sangre italiana (Alessandro Maccarrone; sí, es un nombre real) y un Foucault (Michel Foucault).
No estoy diciendo nada. No estoy a favor ni en contra.
Puedo estar a favor del producto. Apruebo —como si yo tuviera que aprobar o desaprobar cosas— el anacronismo como estrategia, la actualización del software y las notas recreativas. De estas últimas, puedo comprender su algoritmo y hasta interceder por él.
Pero si alguien argumenta que, marketing y cifras aparte, esta nueva modalidad de edición crítica provocará que más lectores se acerquen a los clásicos, yo le responderé, con cierto resabio de ex escritor, que lo mejor es que ni se acerquen.
Que no los lean y ya.
No tienes que leerlos.
Si inevitablemente te diriges al Infierno, no hay que empedrarte tanto el camino con buenas intenciones.
O, como Iván Karamazov: renuncio al plan inescrutable de Dios que tiene como objetivo la salvación de la humanidad, si la salvación supone el sacrificio de niños inocentes.
(En esta analogía que acabo de escribir sin pensar, ignoro cuál sería el equivalente de los niños; capto mejor lo de la inocencia.)
El tercer blurb es de Jorge Luis Borges: “La cima absoluta de todas las literaturas”.
Tratándose de alguien que hizo comentarios brillantes sobre la Divina Comedia, esto es como limitarse a poner: “El libro es bonito y me gustó mucho”. Como copiar un comment random de Goodreads.
En el último de sus nueve ensayos dantescos, Borges le pone la cerradura (y bota la llave) al momento culminante del Paraíso, que es a donde conducen los anteriores Purgatorio e Infierno (porque la edición de clásicos es también el correlato de un poema interminable y, como tal, una labor a menudo ardua e ilegible).
El momento en que Dante se encuentra con Beatriz.
Venimos del terror pero, ya que estamos, nunca hemos salido de la llamada “autoficción”, un género también muy a la moda.
El momento en que el escritor —una hiena que versifica en los sepulcros, según Nietzsche; Borges ripostará que las hienas no versifican— se anticipa a El Aleph en tercetos toscanos y declama: “Beatriz, Beatriz Portinari, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Dante”.
Escribe Borges, citando para empezar (para no perder la costumbre) a un oscuro académico italiano:
Guido Vitali se pregunta si a Dante, al crear su Paraíso, no le movió ante todo el propósito de fundar un reino para su dama. Un famoso lugar de la Vita nuova (“Espero decir de ella lo que de mujer alguna se ha dicho”) justifica o permite esa conjetura. Yo iría más lejos. Yo sospecho que Dante edificó el mejor libro que la literatura ha alcanzado para intercalar algunos encuentros con la irrecuperable Beatriz. Mejor dicho, los círculos del castigo y el Purgatorio austral y los nueve círculos concéntricos y Francesca y la sirena y el Grifo y Bertrand de Born son intercalaciones; una sonrisa y una voz, que él sabe perdidas, son lo fundamental. En el principio de la Vita nuova se lee que alguna vez enumeró en una epístola sesenta nombres de mujer para deslizar entre ellos, secreto, el nombre de Beatriz. Pienso que en la Comedia repitió ese melancólico juego.
Y con esto vuelvo a la melancolía del día después.
Justo cuando el día después es 2025.
Hay círculos que se cierran, líneas que literalmente se nos van de las manos cuando un año se convierte en otro año.
Yo sospecho, conjeturo, que escribí la narrativa que mal o bien escribí sólo para intercalar en ella algunas citas, algunos guiños y homenajes, algunos encuentros irrecuperables con algunas —mansas o buenas— lecturas.
O quizás lo irrecuperable es el entusiasmo de ese encuentro.
Y el encuentro con la propia e inadvertida intercalación.
No sé bien.
Lo que sí estoy seguro es de que algo (como dijeron en su día las futbolistas de la selección española, las campeonas): #SeAcabó.
Feliz año nuevo.
Comprender los riesgos: De los virus a las dietas pasando por las erupciones solares
Por Vaclav Smil
Pedir una existencia libre de riesgos es pedir algo completamente imposible, mientras que la búsqueda por minimizarlos sigue siendo la principal motivación del progreso humano.