¿Son todos los editores unos imbéciles? (II)

Sigo con esta especie de cumbia de la edición. Abro La felicidad de los pececillos, de Simon Leys y me encuentro la siguiente frase de P. V. Stock: “Un editor siempre pierde dinero editando, por lo que todo su secreto consiste en editar poco, incluso en no editar en absoluto”.

No sé por qué, pero pienso en Bokeh y Almenara Press, en cómo es posible que Waldo Pérez Cino haya publicado en un año, pongamos 2017, más libros que Luis Solano (Libros del Asteroide), Luis Chitarroni (La Bestia Equilátera), los hermanos Rabasa (Sexto Piso) y Francisco Garamona (Mansalva) juntos. Yo no sabía que la literatura cubana contemporánea era tan anchurosa hasta que vi el catálogo de Bokeh.

La afición a editar debería ser suplantada por el Vicodin. Pero esa es otra historia.

“Sueño con un mundo en el que uno moriría por una coma”, decía Cioran. Bienvenidos al planeta de los editores publicitarios. Del marketing. De los aforismos de Bertrand Suchet para Audi (“Las apariencias están hechas para ser superadas”) y Christian Vince para la Volkswagen (“Con lo fácil que resulta no equivocarse”). De los epigramas de Regina Rubens (“Respire, es usted una mujer”) para Givenchy. Y de aquellos míticos slogans de France Tele com (“Vamos a conseguir que ames el año 2000”) y de Canal+ (“Mientras uno ve Canal+ por lo menos no está viendo la televisión”).

Parece fácil. Las frases publicitarias son los haikus del siglo XXI.

Matsuo Bashō podría perfectamente haber escrito: “No innoves, imita” / “El efecto que produce dentro se nota fuera” / “Lacoste. Conviértete en tus padres” / “Hyundai. Prepare to want one”. Y, sobre todo, “Just do it”, la mejor de la historia del Business. Aunque, pensándolo bien, mi preferida sigue siendo “Cocaína. Probarla es repetir”, del novelista francés Frédéric Beigbeder).

Pero volvamos al periodismo cubiche y a su estilo —tan desechable como una maquinita de afeitar Bic.

ONCE

El lirismo kamikaze: tu texto sobre la siembra de papa en Holguín no es muy imaginativo, ¿verdad? El ciclo de la papa es predecible. Bueno, tú no quieres ser otro aburrido periodista del montón. Vas a vestir la siembra de la papa con una estructura metafórica lúcida, poética y revolucionaria, todo a la vez. Porque, claro, estás escribiendo una historia sobre un hombre que siembra papas en Holguín fertilizándolas con su propia mierda, pero tu reportaje en el fondo no trata sobre él, ni sobre el logaritmo heces fecales-tubérculos, trata sobre todos nosotros. De hecho, tu reportaje trata sobre la condición humana, y quizás, aunque podría ser una inmodestia decirlo, del sentido del universo.

DOCE

Cuando el periodista no sabe diferenciar entre “peló un plátano” y “había pelado un plátano”, es decir: maneja mal los tiempos verbales. A menudo, llevado por el arrebato de la inspiración, el reportero salta de un tiempo verbal a otro sin ser consciente de ello. Como en las películas de Christopher Nolan, mientras cruza una habitación puede viajar desde el presente al pasado y volver al presente de nuevo. Un fuego que había sido provocado arde ahora. Los perros ladraban cuando han trotado detrás de su amo. El lector por lo general puede descifrar estos saltos temporales, pero pronto se encuentra con que no está haciendo otra cosa.

Más que estar en tensión cuando el policía corre hacia la escena del accidente y se encuentra a la niña de seis años viva de milagro, envuelta en un pulóver que dice “Fidel. 90 más”, se conforma con alegrarse si consigue estar seguro de que eso ya ha ocurrido.

TRECE

La atracción del forúnculo. Si Balzac se tomó X cantidad de páginas para describir las verrugas, el color de ladrillo y los brazos nervudos de Nanón en Eugenia Grandet, ¿por qué tú no puedes detenerte en la dermatitis seborreica de tu entrevistado, en “el ojo amenazante y estrábico” de un niño, en el diámetro del cuello de Marino Murillo?

Como esos nuevos ricos que atiborran los jardines de Miramar con pitufos de yeso, leones de Industriales y hasta minions, hay periodistas que no dejan pasar una carie.

CATORCE

Cuando se carga demasiado el verbo que introduce el diálogo. Cosas del tipo: “[SUSTANTIVO Y/O ADJETIVO] —exclamó el hombre alto con muchas pecas que progresivamente se había vuelto más tímido y más sobrio por culpa de las constantes críticas de su madre, maestra Makarenko”.

Otro error frecuente: “Exhaló un resoplido igual al de una hormiga que arrastra un queso sin agujeros”, esto es: cuando una imagen hace olvidar el objeto que se pretende describir. Ocurre cuando la metáfora requiere una explicación muy larga y mucho contexto para que el lector pueda recrearla en su mente sin un aneurisma.

También abundan las estructuras sin sustento epistemológico: “¡Qué fea esa ola!”, para entendernos.

QUINCE

La lista de ingredientes. La enumeración sustituye a la descripción o, peor, a la investigación. Algunos periodistas cubanos obsequian a sus lectores con minuciosos detalles de todas las posesiones del entrevistado, el apartamento donde vive y el reloj en el que mira qué hora es, el tamaño, modelo y resolución de su televisor, en fin, un trastero que nos intenta pasar como investigación.

Una variante de esta imprudencia es “la ponencia del simposio FCOM”: cuando el autor se pasa con los datos ridículos. Gracias por documentarte a fondo. Sabemos que ha sido duro, e incluso a veces aburrido. Otras veces, en cambio, fue fascinante, y, naturalmente, quieres compartir con el lector esa experiencia vasodilatadora. Pero limita los frutos de tu investigación a los pasajes en los que esos conocimientos especializados sean imprescindibles y lógicos. Aunque no queremos que tu meteorólogo mire al cielo y diga: “Ah, las nubes… Ah, las estrellas…”, tampoco queremos que nos recuerde el origen etimológico de la palabra “isobara”.

Imaginen algo como esto: “La microbióloga se sentó en un banco del Centro de Inmunología Molecular e intentó ordenar sus pensamientos. Miró el césped que brillaba a la luz del sol. Aunque para una persona común aparentemente no fuera nada, ella sabía que 1024 moléculas de CO2 se estaban convirtiendo en glucosa y oxígeno cada segundo por obra de los organismos más diminutos”.

DIECISÉIS

El síndrome de Yo-Yo Ibarra. En ciertas ocasiones el punto de vista del periodista se interpone entre el lector y la escena. Que si ve tal objeto o tal otro, que si oye todos los ruidos y siente cada sensación. En vez de “El lápiz voló por los aires, derecho hacia mi ojo” tenemos “yo vi que el lápiz volaba”.

DIECISIETE

Así como la frase más habitual de las películas es siempre “Let`s get outta here” (“Larguémonos de aquí”), la imagen más usada en el periodismo cubano para crear ambiente es “En algún lugar, a lo lejos, ladró un perro” o algo por el estilo.

Si en tu texto no hay un perro que ladra (o no) a lo lejos, todavía estás a tiempo de abultar la estadística.

DIECIOCHO

Cuando la prensa se convierte en publicidad (revolucionaria). A finales de los años ochenta del siglo pasado escritores como Stephen King y Ann Beattie desarrollaron un estilo llamado Kmart Realism (“realismo de supermercado”). Apartándose de la tendencia general en la narrativa norteamericana de considerar las marcas de los objetos como algo superficial, un detalle que no convenía especificar para asegurarse así la intemporalidad de esos textos, estos dos escritores juzgaron que indicar las marcas de ciertos objetos emblemáticos era un modo efectivo de conectar con la sociedad.

En el periodismo cubano, ya sabes que, técnicamente hablando, el lector es incapaz de sacar conclusiones por sí mismo. Por ello tu mensaje debe quedar claro, no lo expongas en términos ambiguos, ponlo en cada página. Dedica largos pasajes a explicar que tu reportaje en concreto es la prueba de que “La economía cubana creció 1,6”. De vuelta a la farmacia, la señora que vende coditos entrevistada debe decirle a su compañero de cola: “Ves, Ruperto, la Revolución también triunfó en la economía”. Porque la propaganda ideológica es al Estado cubano lo que el color azul a Pepsi.

DIECINUEVE

Dr. Jekyll and Mr. Hyde: cuando el periodista y su voz interior no coinciden. En ocasiones, en medios oficiales, hay una difracción entre lo que se piensa y lo que se escribe, sobre todo cuando entra en juego la responsabilidad estatal. Es mejor callar porque, se sabe, una relación tiene que ser muy larga para que pueda sobrevivir a una sencilla afirmación como “tienes mal aliento”.