Oscar Grandío Moráguez en Hypermedia Live.
En el mundo que se construyó después del fin de la Guerra Fría, la globalización económica, la democratización y la expansión de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación permitieron que se profundizara la interdependencia global y la universalización de ciertos valores democráticos y de derechos humanos, mientras se expandían los flujos de información hacia países y regiones con previas oscuridades informativas.
Muchos académicos han denominado este período la Edad de la Información Global, donde la imagen, la credibilidad y la reputación nacional de los Estados —democráticos o no— adquirieron una nueva dimensión en la palestra internacional. En esta etapa han cobrado protagonismo nuevos actores no estatales que han podido competir en un campo hasta entonces coto exclusivo de los Estados.[1]
Para un autor como Joseph Nye, los Estados, históricamente, han hecho todo lo posible para que sus poblaciones y actores internacionales perciban su poder como legítimo, y, de esta manera, encontrar una menor resistencia a sus designios políticos. Para él, si el gobierno de un Estado determinado logra que su cultura e ideología sean atractivas para otros, los incentivarían a adoptarlas.
Antes de la llegada de la revolución tecnológica propiciada por Internet y sus tecnologías conexas, los gobiernos tenían mayor facilidad para imponer una imagen que los favorecía en los planos doméstico e internacional. Este fomento de imagen, conocido como poder suave (soft power), se facilitaba antes de la llegada de las nuevas tecnologías de Internet por las dificultades que encontraban actores no estatales para hacer circular contradiscursos que cuestionaban la veracidad de las narrativas provenientes de los Estados. Estos últimos, en contextos no democráticos, imposibilitaban la transmisión de cualquier información diferente a la estatal al concentrar, de manera absoluta, los flujos de información que validaban dos variables cruciales del poder suave: la credibilidad y la reputación.[2]
Luego de la Guerra Fría y la llegada de una nueva revolución tecnológica, los Estados perderían la capacidad de autopromoverse sin ser cuestionados de manera más eficiente. Con el desarrollo de las nuevas tecnologías, el poder de controlar la información se democratizaría. La información se daría con mayor independencia de los Estados al ampliarse y facilitarse los canales por los cuales, tradicionalmente, había fluido. Con los cambios, ciudadanos comunes, empresas, instituciones, o cualquiera con interés, podía construir argumentos que invalidasen los discursos estatales enfocados en resaltar la credibilidad y la reputación de los Estados y los gobiernos. Según Nye, esto modificaría el modo en que los actores estatales proyectarían su poder blando, que ahora se veía retado por actores no estatales con una considerable y barata capacidad de acción, difícil de controlar por los gobiernos. Nada sería igual.
¿Cómo afectaría este fenómeno a Cuba?
¿Quiénes serían estos nuevos actores no estatales que jugarían un rol primordial en el cuestionamiento de las narrativas de credibilidad y reputación que apuntalaban el poder suave castrista?
¿Qué resultados concretos producirían estas contranarrativas?
¿Qué instrumentos producidos por la revolución tecnológica utilizarían estas contranarrativas para influir en los contextos internos y externos, permeados por la maquinaria de propaganda del gobierno de la Isla?
¿Cómo hacer que estos instrumentos perduren en el tiempo y sean exitosos en el enfrentamiento contra el totalitarismo cubano?
En el caso cubano, el gobierno totalitario de la Isla había sido pionero en combinar el “poder duro”, interventor, con el “poder suave” que fomentaba una imagen amable, con una reputación y credibilidad “inmaculada” del régimen.
La mezcla de una estrategia de construcción de una imagen nacional favorable fue prioritaria para el castrismo desde sus inicios en los años 60, cuando el gobierno de Fidel Castro edificó un complejo mecanismo de “publicidad” en los ámbitos doméstico e internacional a partir de las competencias de un sistema muy sofisticado de propaganda, totalmente controlado por el Estado, con miles de funcionarios que, desde el aparato ideológico del Partido Comunista, la diplomacia oficial, los órganos de inteligencia y los medios de difusión oficiales, se dedicaban solo a vender, de una manera muy eficiente, los imitables logros de un gobierno que, además, se autodenominó el eje de la lucha antiestadounidense o antimperialista a nivel mundial.
Los resultados fueron obvios. Para inicios de los años 90, después de la caída del socialismo real del Este europeo, el poder suave —en combinación con el duro e interventor— del régimen cubano había rendido frutos excepcionales, con una admiración ciega hacia el sistema comunista cubano por sectores mayoritarios de la izquierda occidental y que servía como referente político e ideológico para amplios sectores sociales del denominado Tercer Mundo.
La adopción del modelo de gobierno cubano por otros en Latinoamérica y el Caribe —Bishop en Granada o por Ortega en Nicaragua, que culminaron con el gobierno bolivariano de Chávez de Venezuela a finales del siglo xx, y de Evo Morales en Bolivia en el siglo xxi—, se constituyeron en evidencia tangible del éxito del sistema de propaganda cubana hacia el mundo exterior. La Cuba comunista había logrado monopolizar con éxito los discursos propagandísticos interior y exterior al controlar, de manera absoluta, los medios de comunicación e información tradicionales, que bombardeaban —sin contrapeso alguno— información favorable al régimen. La nacionalización total y temprana de los medios de difusión posibilitó la repetición incesante del falso discurso oficial de un país construido por y para los humildes, creído ciegamente por una población local muy desinformada y digno de imitación por un público internacional.
La prensa escrita, junto a la radio y la televisión cubanas, al servicio del régimen en su totalidad, facilitarían enormemente su tarea. El gobierno “revolucionario” cubano tendría durante años la capacidad casi absoluta de transmitir y distribuir información sobre Cuba y los cubanos. Este control se extrapoló incluso a los medios de prensa extranjeros que cubrían desde —o fuera de— Cuba noticias e información relevante sobre el país. Estos medios debían —y deben— transmitir información favorable al régimen si deseaban tener una presencia permanente en la Isla; incluso, aquellos que no la tenían, dependían de fuentes oficiales para generar contenido ante la carencia de voces distintas a las sancionadas por el Estado para ese propósito.
Este control totalitario no era absoluto. Había una variable, nada despreciable, que luchaba por romper el control monopólico de la comunicación y la información generadas por el régimen: la diáspora cubana. Esta, como un actor no estatal importante —principalmente aquella que se nucleaba en centros con poblaciones cubanas significativas como el sur de la Florida— desde inicios de los años 60 trató de romper el bloqueo informativo estatal con la creación de publicaciones y estaciones de radio con alcances muy modestos y, en la mayoría de los casos, precarios.
Diversas publicaciones operadas por exiliados comenzarían a proliferar en zonas con fuerte presencia de cubanos emigrados. Muchos periodistas y editores de impresos expropiados optaron en el exilio por abrir nuevos medios de prensa o incorporarse a aquellos ya existentes. Fueron recreadas revistas como Bohemia o Carteles, mientras que Diario de las Américas, El Nuevo Herald—ambos con redacciones en Miami—, o el ABC —en Madrid— abrirían sus puertas a intelectuales y periodistas cubanos de la diáspora, que comenzaron a cubrir el tema cubano con asiduidad.
Otros medios —más modestos y creados por entero desde el exilio— empezaron a proliferar a lo largo de regiones con fuerte presencia cubana: La Voz (New Jersey), 20 de Mayo (Los Ángeles), Mariel (New York-Miami), Linden Lane Magazine (New Jersey-Miami), entre muchos otros. Su alcance dentro de Cuba sería prácticamente nulo.
Otros medios como la radio también serían importantes. La diáspora comenzó a crear sus propias emisoras o enfocó hacia el tema Cuba aquellas que no le pertenecían, pero tenían fuerte presencia de cubanos. En Miami, Radio Mambí y La Cubanísima, o La Super KQ de New York, se convirtieron en fuentes muy importantes de información sobre la Isla y de defensa de la lucha antitotalitaria contra el régimen de La Habana desde el exilio. Sin embargo, no lograron alcanzar audiencia en Cuba. No sería hasta principios de los años 80 que se reportaría la primera emisora —en onda corta— con cierto nivel de difusión hacia el interior de la Isla: La Voz de Cuba Independiente y Democrática (La Voz del CID).
Una segunda emisora, Radio Martí, creada y financiada por el gobierno estadounidense —también en onda corta y luego en AM, con la señal parcialmente bloqueada por un repetidor cubano en la misma frecuencia—, logró en la década de 1990 establecer un canal más o menos accesible de noticias no generadas por el Estado cubano dentro del país caribeño.
En cuanto a la televisión, el impacto sería aún más modesto. Ningún canal de televisión “cubano” tendría audiencias importantes fuera del sur de la Florida. Solo dos modestas emisoras televisivas, con problemas financieros crónicos, como América TV o La Mega TV, tendrían programaciones dedicadas casi exclusivamente a un público cubano. Estas últimas, con una parrilla históricamente enfocada hacia el entretenimiento ligero, cubrirían con noticiarios y programas de análisis el tema cubano, con un fuerte contenido anticastrista. El impacto de estos canales dentro de Cuba, antes de la llegada de Internet a la Isla, sería también muy limitado, por no decir nulo. Con la creación de TV Martí —la filial televisiva de Radio Martí—, se trató, sin éxito, de romper esta dinámica.
Todos estos medios operados por la diáspora, enfocados hacia un público cubano, y percibidos —dada la propaganda del régimen— por muchos como instrumentos de propaganda del gobierno estadounidense, tendrían una influencia nula en públicos no cubanos. Para finales de los años 80, Granma Internacional, Prensa Latina, Radio Habana Cuba y Cubavisión Internacional serían algunos de los medios estatales que, sin competencia alguna, se encargarían de transmitir una imagen exterior moldeada según los intereses del régimen.
Un cambio paradigmático vendría en los años 90 con los rápidos avances tecnológicos que se produjeron con la expansión de las tecnologías de comunicación e información. Internet posibilitaría un decrecimiento dramático de los costos de procesar y transmitir información. Este desarrollo no solo influiría en el inicio de un proceso de liberación tecnológica para las ciudadanías de Estados no democráticos como el cubano, sino también alteraría la manera en que los Estados de corte autoritario o totalitario se promoverían en contextos domésticos e internacionales.
Como diría Nye, la información nunca fluye en un vacío, sino en un espacio político que ya ha estado ocupado.[3] Con la llegada de la Edad de la Información Global, se democratizaría en Cuba este espacio político por donde había fluido la información de una manera tradicional. En el nuevo contexto, la pregunta de quién tiene la capacidad de transmitir información se convertiría en trivial —los Estados totalitarios como el cubano perderían la prerrogativa única de monopolizar la información— para enfocarse hacia quiénes tienen la capacidad de atraer la atención hacia sus transmisiones y mecanismos de distribución informativas. Esto no significó que los Estados no democráticos perdieran la capacidad de continuar controlando los medios tradicionales de difusión, lo que les permitió seguir “construyendo su imagen”; pero sí se transformó radicalmente el consumo y la producción de información por parte de agentes no estatales.
Las nuevas tecnologías fueron centrales para la emergencia de un sistema multicéntrico, donde actores no estatales, que antes tenían pocos o ningún recurso disponible para competir con el control estatal, se convirtieron en entes capaces de elaborar, comunicar y transmitir contenido con una considerable rapidez, eficiencia e incluso anonimato.
Entre estos actores no estatales, las diásporas se constituirían en ejes principales de nuevas dinámicas que romperían el aislamiento comunicacional de aquellos con un discurso diferente al promovido por los oficialismos autoritarios o totalitarios. Estos actores no estatales exiliados, ahora se redefinirían como diásporas digitales y abarcarían a aquellos inmigrantes que habían adoptado el uso de nuevas tecnologías de información y comunicación para hacerse escuchar. Con estas tecnologías, en particular las relacionadas con Internet, las diásporas digitales comenzaron a ejercer, desde un terreno virtual, un rol creciente en el rediseño de la imagen de sus países de origen: se convertirían en un elemento crucial para el inicio del desmantelamiento de discursos oficiales propagandísticos de Estados antidemocráticos, tan relevantes en la consolidación del poder suave antidemocrático.[4]
En el caso de Cuba, mediante el uso de Internet y sus tecnologías afines, la diáspora digital cubana fue capaz de desarrollar, en un corto período de tiempo, una impresionante plataforma virtual que, primeramente, antes de la llegada de una conexión accesible para los cubanos dentro de la Isla, los puso en contacto, unificándolos en una comunidad digital exiliada con un interés común —aunque dislocado y disímil—: Cuba. Esta plataforma virtual ayudaría a diseminar, compartir y debatir información al margen del Estado cubano, a la par que comenzaría a influir de manera creciente sobre la imagen proyectada por el régimen sobre su gobierno.[5]
La apertura de medios digitales de noticias y análisis, operados por esta diáspora digital cubana, marcaría un hito en el enfrentamiento contra el sistema de promoción propagandística del poder suave de la dictadura cubana.
Publicaciones digitales diaspóricas como La Nueva Cuba, CubaNet —financiada por la National Endowment for Democracy y donantes privados—, y Cubaencuentro —con fondos de una asociación cultural de la diáspora cubana en España, con financiamiento gubernamental español—, entre otras, abrieron un horizonte inimaginable para difundir información al margen, y en contradicción, con la promovida y controlada por la dictadura. Estas pioneras abrirían el camino a otras más que, con la llegada de Internet a la Isla, inauguraban —junto con otros medios digitales y plataformas de carácter no intelectual o informativo— una ventana que probaría ser vital para el empoderamiento de la ciudadanía cubana. Aunque bloqueados en su inmensa mayoría, pero disponibles por medio de VPN, lograrían cubrir temas y noticias que habían desaparecido totalmente de foros públicos cubanos desde 1960.
Serían periodistas independientes cubanos dentro de Cuba los que —primero como corresponsales para estos medios y después con sus propios medios independientes— alimentarían ese apetito por contenido local.
Nuevas plataformas se originarían desde la diáspora digital (Diario de Cuba, CiberCuba, ADNCuba, Hypermedia Magazine, Yucabyte, Rialta, etc.); mientras se les unían medios con servidores ubicados en el extranjero, pero con redacciones localizadas dentro de la Isla (14yMedio, El Estornudo, Periodismo de Barrio, La Hora de Cuba, etc.). Todos ellos, junto a los tradicionales, que ya operaban en plataformas digitales, serían herramientas fundamentales en el proceso imparable de liberación tecnológica en Cuba.
Incluso bloqueados —pero no silenciados—, cumplirían una función indispensable en el proceso de formación, desarrollo y etapa posterior a los sucesos del 11J. En el plano internacional, todos, tanto los de la diáspora digital como los nacionales, romperían el monopolio propagandístico totalitario hacia audiencias extranjeras, con un contradiscurso que ponía en evidencia las falacias difundidas durante años por la dictadura para fomentar una imagen de credibilidad y reputación exterior. Serían, según los términos de Nye, instrumentos efectivos del poder suave ciudadano que se contraponían a la combinación exitosa totalitaria del poder duro y suave conducido por el Estado cubano.
Los medios independientes digitales se convertirían entonces en una amenaza colosal para el régimen nacional. No debe sorprender que hayan sido catalogados recientemente por la vicepresidenta de la oficialista Unión de Periodistas de Cuba (UPEC)como timbiriches digitales, que deben ser enfrentados por un gabinete de guerra. Este enfrentamiento —real y macabro, con consecuencias terribles para los periodistas e intelectuales que colaboran con ellos—, desgraciadamente, se realiza en condiciones desiguales muy brutales.
Mientras los obsoletos y anquilosados medios estatales cubanos operan con cierta holgura, con redacciones enormes —con recursos y apoyo oficial— dedicadas a repetir el discurso falso y propagandístico del régimen, los independientes digitales trabajan en condiciones muy precarias, bloqueados dentro de Cuba, con periodistas y colaboradores acosados, y con serias limitaciones financieras —cubiertas de manera parcial e insuficiente por algunos gobiernos occidentales, principalmente el de Estados Unidos, por fundaciones públicas y privadas, escasos patrocinios de la diáspora o publicidad digital—. Estas dificultades operativas y financieras, en un contexto en que sus audiencias demandan contenidos de mayor alcance y calidad, pueden resultar letales para varias de estas publicaciones independientes; de hecho, muchas han debido cerrar o limitar sus alcances después de períodos más o menos cortos de duración.[6]
¿Qué podría hacerse entonces para mantener estos medios, diaspóricos o no, que han resultado tan cruciales para Cuba y sus ciudadanos en esta Edad de la Información Global?
¿Qué solución se pudiera encontrar para mantenerlas como ejes fundamentales en la lucha contra el totalitarismo cubano?
¿Cómo potenciarlas y ampliar sus alcances en un contexto de guerra definido por una dictadura muy poderosa y represiva?
La solución pasa necesariamente por la diáspora. Esta, que consume y disfruta, junto a los cubanos en la isla, los contenidos de calidad generados por estos medios, tiene la capacidad financiera para apoyarlos. La imposibilidad de estas plataformas digitales contestatarias para generar mecanismos de cobro por suscripciones —dado que el principal público se encuentra en Cuba— hace que la filantropía y la publicidad digital sean básicas para su mantenimiento e, incluso, la posibilidad de ampliar su capacidad operativa. La subvención institucional de gobiernos y fundaciones seguirá siendo un eje fundamental; pero en un contexto mundial, donde se da una mayor demanda global para el financiamiento de medios independientes y una disminución de los fondos destinados para ellos, no se vislumbra que los medios digitales independientes cubanos puedan acceder a mayores y mejores fuentes de sufragio institucional.
Aquellos que desde el exilio leemos, escuchamos o vemos contenidos gratuitos hechos por y para cubanos, tenemos el deber moral y ciudadano de contribuir según nuestras posibilidades económicas para que estos medios y plataformas de contenido puedan seguir operando. Estas plataformas, que enfrentan un régimen que las considera enemigos acérrimos y que deben ser aplastadas en una guerra desigual, merecen nuestra solidaridad. Sus editores, correctores, periodistas, programadores, contadores, o personal vario, que contribuyen a que cada día se desmonte el mito del poder legítimo y benévolo de la dictadura más larga y brutal del hemisferio occidental, necesitan no solo nuestra ayuda en palabras, o clicks, o lecturas, o posts en Facebook, o retweets, o declaraciones de solidaridad, también necesitan nuestro dinero.
Estamos, como diría la infame vicepresidenta de la UPEC, en una guerra donde los instrumentos para su conducción en el campo antitotalitario son pacíficas y están representados por todos estos medios independientes digitales que, junto a los tradicionales, amplifican las voces de todos aquellos que —desde dentro y fuera del país— pugnan por la instauración democrática. Por ello, hay que entender que las guerras cuestan. Campañas de recaudación de dinero se tornan asuntos de supervivencia para publicaciones y plataformas que no solo han contribuido a desmontar el mito de una Revolución justa construido por la dictadura dentro y fuera de Cuba, sino que se han erigido como instrumentos necesarios en el proceso de renacimiento de las oportunidades políticas en la Isla.
En este mundo de interdependencia global conectado por Internet, las diásporas, antes silenciadas e impotentes, se han convertido en variables fundamentales en procesos de democratización a nivel mundial. Estas diásporas, ahora digitales, han permitido la expansión de los flujos de información hacia países y regiones que habían estado excluidos de su alcance. La cubana no es la excepción y hoy, a pesar de las dificultades de toda índole que enfrenta, puede continuar desempeñando una función trascendental en la consecución de un cambio democrático en la Isla.
Por tanto, resulta no solo imprescindible que los miembros diaspóricos protesten ante embajadas o consulados cubanos, denuncien las violaciones de derechos humanos en Cuba o suban contenido crítico hacia la dictadura en plataformas de redes sociales, sino también es muy necesario que donen dinero para mantener vivo el flujo de información que contribuye a la pérdida de credibilidad del régimen y que es vital para lograr el cambio requerido.
Así, lector en el exilio, después de leer este texto, dona a tu medio independiente digital favorito. Con ellos funcionando, la dictadura cubana no puede durar mucho más.
© Imagen de portada: Mapa con los cables submarinos de Internet hacia y alrededor de Cuba.
Notas:
[1] La trilogía de libros del sociólogo Manuel Castells trata extensivamente la temática relacionada con la Edad de la Información Global (The Information Age: Economy, Society and Culture, 3 vols., Blackwell, Oxford, 1996-1998.
[2] El tema del poder suave en las nuevas condiciones propiciadas por la revolución en el campo de la información y las comunicaciones después del fin de la Guerra Fría está bien tratado por Joseph S. Nye (Soft Power: The Means of Success in World Politics, Public Affairs, New York, 2004).
[3] Robert Keohane y Joseph S. Nye: Power and Interdependence, Longman, New York, 2001, pp. 217-218.
[4] Un artículo muy completo de Sandra Ponzanesi resume el papel de las diásporas en conexión con los avances en las tecnologías de la comunicación, que condujo a la formación de las “diásporas digitales” (“Digital Diasporas: Postcoloniality, Media and Affect”, en Interventions, International Journal of Post Colonial Studies, vol. 22, no. 8, 2020, pp. 977-993).
[5] Yarimis Méndez Pupo, en un artículo de este año, trata a profundidad el tema de las diásporas digitales cubanas que interactúan en Facebook desde Miami, centrándose en la experiencia compartida por comunidades virtuales de emigrados (“Las diásporas digitales y las redes virtuales: Un acercamiento a la comunidad de emigrados cubanos en Miami, a partir de la exploración de nuevos espacios de interacción, producción de sentido y Sociabilidad”, en Revista Foro Cubano, vol. 2, no. 2, enero-junio, pp. 93-108.
[6] El cierre de Cubaencuentro fue emblemático, pues, aun cuando comandaba niveles de audiencia envidiables dentro y fuera de Cuba, tuvo que cerrar y reestructurarse con un alcance más limitado y modesto que el original. La revista digital Rialta ha publicado varios testimonios de personas que trabajaron en su plataforma digital y física, que ilustran las tremendas dificultades experimentadas por los medios independientes cubanos, tanto digitales como impresos.
Cuba: entre la liberación tecnológica y la Gran Muralla de Internet
ETECSA, en la práctica es una empresa dedicada a la vigilancia y el control ciudadano como filial no oficial del Ministerio del Interior.