El totalitarismo y sus variaciones teóricas: el caso cubano

En el debate interminable sobre la naturaleza no democrática del régimen que ha controlado el poder en Cuba desde 1959, se ha impuesto una discusión necesaria sobre cuál ha sido el carácter definitorio del gobierno cubano en sus contextos históricos y de las ciencias sociales en general. En esta atmósfera de evaluación y discusión constante desde la academia y fuera de esta, hay un tema sobre el que han girado múltiples controversias: el concepto de totalitarismo y su aplicación para el caso cubano. Un término que ha sido rechazado, adoptado o moldeado en consonancia con la posición en relación al régimen cubano de quienes han debatido el tema de manera constante.

Para la intelectualidad favorable al modelo de Estado socialista cubano, que ha teorizado sobre la naturaleza política del sistema pos-1959, el concepto de totalitarismo, lejos de aplicarse al modelo cubano, solo se ha constituido en un término vacío, usado por los enemigos del proceso “revolucionario”, sin base alguna para definir un proceso que para algunos es “único y revolucionario”, y ha consagrado en Cuba un nuevo concepto de democracia al garantizar el acceso a la vida política activa a grandes sectores poblacionales, antes excluidos de ella. 

Se presupone, entonces, que el concepto de totalitarismo no puede aplicarse a un régimen que desarrolló una política de inclusión social con carácter universal, que en la práctica política popular había supuestamente puesto las riquezas del país en manos de los desposeídos y generado gran movilidad social, con un resultado tangible: el aumento de la participación popular.[1]

En el campo de los enfoques críticos hacia el régimen socialista cubano, el término totalitarismo ha tenido análisis más plurales y complejos, donde algunos manifiestan un cierto consenso que ha señalado que, durante el castrismo cubano clásico, representado en el período de gobierno personalista centrado en la figura de Fidel Castro, se había instaurado una suerte de régimen totalitario, marcado con diferentes etiquetas: sultánico, personalista, revolucionario, burocrático socialista, entre otras subclasificaciones. 

Serían dos sucesos los que marcarían un cambio en la casi unánime clasificación de aquellos análisis que definían al régimen cubano como de alguna manera cercano a lo totalitario: la caída del socialismo europeo de principios de los años 90 y la salida del poder de Fidel. A partir de ambos eventos algunos análisis dejarían de caracterizar al gobierno cubano como totalitario o casi totalitario, modificándose las etiquetas hacia clasificaciones variadas que lo inclinan hacia lo autoritario o postotalitario. 

La modificación hacia lo autoritario es explicada por algunos académicos con enfoques que resaltan la pérdida de la capacidad —después de los años 90— de los que detentan el poder en el Estado de consumar sus deseos de control absoluto, combinado con el aumento del margen de autonomía de los gobernados. Esto no significa que las élites en el poder hayan perdido su vocación totalitaria, solo que no puede ser ejercida de manera absoluta como en el pasado (Domínguez, 1997:7-22).

Otro ángulo de análisis, enfocado en el período pos-Fidel, señala que, a partir de su salida del poder formal, se modifica el totalitarismo cubano hacia un régimen postotalitario, donde se mezclan signos de la autocracia clásica personalista y de un autoritarismo de Partido-Estado, donde la cúpula sigue acumulando todo el poder del Estado, el Gobierno y de una sociedad civil estatizada. Esto se corresponde con la caracterización de Linz de un totalitarismo imperfecto, en el cual totalitarismos “clásicos” no claramente definidos pasan a una fase transitoria, postotalitaria, que tiende a transformarse en regímenes autoritarios (Saxonberg, 2013).

Este debate continuo que tiene como punto de partida la naturaleza totalitaria originaria del régimen social instaurado después de 1959 en Cuba —y sus diferentes clasificaciones y reclasificaciones— ha adolecido en general de una falla de origen que los hace poco funcionales: han manejado el término “totalitarismo” en su caracterización cubana como una categoría poco clara, casi natural, estática, con un significado de sentido común, sin considerar el término como un concepto cambiante, analíticamente construido, que se ha modificado una y otra vez desde que se comenzó a utilizar como una categoría clasificatoria de regímenes estatales. Es por ello que el presente texto tratará de analizar la definición de totalitarismo en algunas de sus principales variaciones conceptuales a lo largo del tiempo. Estas variaciones ofrecen diferentes aristas teóricas a un mismo fenómeno que permiten clasificaciones diversas, pero sorprendentemente consistentes, que posibilitan registrar al régimen cubano desde 1959 hasta la actualidad como totalitario a secas.

En una primera acepción, el uso popular del término totalitarismo tuvo su origen en el famoso texto de Mussolini donde exponía su doctrina fascista. Aquí —siguiendo la “Filosofía de la Ley” de Hegel, que definía el totalitarismo como la unidad orgánica de un pueblo—, señalaba que el liberalismo negaba al Estado en beneficio de los intereses de un solo individuo. El fascismo afirmaba al Estado como la verdadera realidad del individuo. Según Mussolini, esta era la única razón por la cual este podía considerarse seriamente, porque para el fascista todo estaba dentro del Estado y fuera de él nada legal o espiritual podía existir o poseer valor; en este sentido, el fascismo era totalitario. 

Esta definición primaria y básica de totalitarismo, de Mussolini, se enmarca perfectamente en la definición castrista del Estado cubano, donde la obligada lealtad ciudadana hacia este se ha impuesto por encima de consideraciones individuales. La frase de Fidel Castro de todo dentro de la Revolución cubana y nada fuera de ella siempre ha encarnado una esencia totalitaria fascista básica, que ha sido calcada desde modelos aplicados incluso por regímenes contemporáneos más antiguos que el propio Estado fascista de Mussolini. 

El régimen soviético de dictadura del proletariado impuesto por Lenin —que siempre renegó de cualquier comparación con el fascismo— o el Tercer Reich de Hitler —con el Estado como eje central de un sistema que suprime la individualidad—, servirían como modelos totalitarios de base fascista —según la definición mussolínica— al tipo de Estado que ha controlado la isla de Cuba durante sesenta y dos años.

Después de la definición elemental fascista, otros ampliaron la definición básica y primaria de totalitarismo para darle un contexto más orgánico. Hannah Arendt, en particular, enfatizó de una manera muy clara lo que para ella constituía la esencia de un régimen de tipo totalitario: el terror como momento definitorio en la conversión de un régimen determinado en uno totalitario, que se combinaba con un alto grado de apoyo popular (1951). Acá, el análisis histórico del terror como mecanismo de construcción de una sociedad de nuevo tipo en Cuba se ha enmarcado perfectamente dentro de este concepto de la dualidad totalitarismo/terror

El terror revolucionario de los años 60, justificado con un apoyo popular mayoritario, sembró las bases para la supervivencia y posterior consolidación de un modelo totalitario cubano de gobierno que se contraponía a un sistema democrático moderno, donde el primero suprimió en Cuba todos los derechos individuales y las libertades mediante la violencia. 

El terror como esencia del sistema no desaparecería, ni tampoco su apoyo popular; ambos solo se modificarían. Lo cierto es que el terror fue, y aún continúa siendo, esencial en la supervivencia del sistema; por tanto, según la clasificación de Arendt, Cuba sigue siendo un régimen totalitario clásico.

El totalitarismo de Arendt se ampliaría por una nueva definición que consideraba mayores variables para su clasificación. Friedrich y Brzezinski, en 1956 —en quizás la más popular definición de término—, exponían seis elementos definitorios para clasificar un régimen como totalitario: un partido de masas único, basado en una ideología única, que ejerce el monopolio absoluto del uso de la fuerza y del control de la información, con un control central de la economía y que, además, perpetúa su poder mediante el uso de una policía secreta todopoderosa

Acá, los elementos expuestos por ambos teóricos han estado siempre presentes en la construcción del sistema sociopolítico del castrismo, tanto en el período de Fidel Castro como máximo líder, como posterior a él. El Partido Comunista de Cuba (PCC) —cuyo poder se basa en una ideología comunista impuesto como oficial y hegemónica, que desde 1960 ha tenido diferentes acepciones— ha sido el único movimiento político permitido y legal en Cuba, estatus que se consagró en las Constituciones de 1976 y 2019. 

Ha sido el Estado cubano, con el PCC como vanguardia en lo oficial y discursivo, el que ha ejercido de manera total y sin modificación alguna el control de la violencia, la información y la economía. Esta última, totalmente centralizada, ha proscrito todo mecanismo de economía de mercado. Se ha construido sobre esta base todo un sistema de control absoluto sobre sus ciudadanos, garantizado mediante la obediencia obtenida bajo terror —aquí la yuxtaposición con el terror de Arendt— con el uso de un sistema de seguridad policial muy represivo y omnipresente. 

Ninguno de los elementos de Friedrich y Brzezinski ha sufrido modificaciones paradigmáticas en los sesenta y dos años de poder de la familia Castro, por lo que Cuba, de acuerdo a esta definición, continúa siendo un sistema totalitario clásico.

Otra línea de análisis más compleja y sistematizada que las anteriores fue expuesta por Waldemar Gurian en 1978, quien señaló cuatro elementos fundamentales para definir a los regímenes totalitarios.

La primera de sus variables definitorias se refería a las élites gobernantes totalitarias de regímenes que clasificaban como tal. Estos, para Gurian —a diferencia de aquellos grupos aristocráticos o liberales que estaban determinados por criterios hereditarios o económicos—, se conformaban de una unidad creada artificialmente bajo liderazgos reconocidos de manera voluntaria y bajo la aceptación de una plataforma política determinada. Una vez conquistado el poder, estos grupos no solo no desaparecían, sino que usarían los mecanismos administrativos y políticos existentes, además de sus instituciones, como sus instrumentos de control social que, una vez consolidado el poder de las nuevas élites, se reemplazarían por nuevos instrumentos y mecanismos creados de modo explícito para el nuevo régimen totalitario.

Este punto describe a la perfección el proceso de creación y consolidación autoritaria de las nuevas élites que se formaron en la lucha contra Batista bajo el liderazgo de Fidel y el Movimiento 26 de Julio. Estas, agrupadas bajo el liderazgo muy carismático y mesiánico de Fidel Castro, se plegarían de manera sumisa de modo casi unánime a la figura del líder indiscutible y a sus plataformas políticas no necesariamente estables en el período inmediato a la toma del poder, que pasaron muy rápido de un programa político falsamente definido como democrático popular a uno marxista de tipo leninista. Esta falsa asunción de un programa inicial de corte liberal en los inicios del proceso de formación del Estado totalitario se basó en la utilización pragmática de mecanismos, instituciones, e incluso liderazgos fuera del nuevo grupo, para consolidar el control absoluto de la sociedad por parte del nuevo Estado en solo unos pocos años. El grupo de poder encargado de este proceso mostraría un nivel de cohesión y estabilidad significativo —con recambios generacionales continuos— que se ha mantenido sin variaciones sustantivas por sesenta y dos años.

El segundo elemento definitorio para Gurian pone el foco en la unidad y la función de dominación del grupo dominante caracterizado como totalitario, que presupone una creencia absoluta en su misión. Los argumentos tradicionales que habían justificado el poder de los grupos desplazados por las nuevas élites serían reemplazados en el nuevo orden por una perspectiva política cuasi religiosa, que se materializaba en la necesidad de dominación de un partido único, que excluiría en lo social y lo político la posibilidad de circulación de grupos diferentes como detentadores del poder. 

Esta religión de tipo político se ha manifestado de variadas maneras en forma de “dogmas”; por ejemplo, el Partido Comunista cubano en el poder se ha mostrado como el instrumento necesario para la construcción de un paraíso socialista que nunca llega y que, con un enfoque muy totalitario y muy cercano al fascista, autodenomina a su grupo de líderes como la élite del pueblo, destinado a tener una posición dominante. Esta construcción de un sistema político de partido único con características de religión tendría una función para Gurian esencial: la justificación de las élites para ejercer un poder ilimitado, que en Cuba tuvo su máxima expresión en la figura mesiánica de Fidel y su adopción de una ideología marxista-leninista que se impondría como un dogma inapelable desde arriba hacia abajo.

El tercer elemento esencial del totalitarismo, según Gurian, se enlaza con el anterior: la existencia de un sistema político de tipo religioso conectado con la producción de un sistema de opinión pública desde las élites que controlan el poder político. Acá la opinión pública ha debido probar por aclamación la infalibilidad y el poder de la religión política de sus portadores. Este punto ha sido central en el caso cubano, que, a diferencia de otros regímenes no totalitarios, ha reconocido a los individuos y sus opiniones solo como instrumentos del Estado y no viceversa, donde los ciudadanos se deben sumergir de una manera absoluta como parte de una comunidad unitaria que actúa como la portavoz de la religión política impuesta por las élites castristas en el poder. 

Es la narrativa impuesta por el liderazgo totalitario cubano la que impone una realidad al pueblo subordinado. Por años, fueron la infalibilidad y los alegatos cuasi religiosos de Fidel Castro los que impusieron una narrativa a la opinión pública cubana; con su salida del poder y posterior muerte, y la imposibilidad de replicar su narrativa carismática, esta ha sido resucitado post mortem como una manera de dar continuidad —ahora por la fuerza bruta— al dogma político religioso. Frases como “somos continuidad” o “esta calle es de Fidel” son ejemplos fehacientes de esta variable de producción —y reproducción— de un sistema de opinión pública desde el Estado de naturaleza inmutable. 

El cuarto elemento de Gurian se enfoca en la producción y la aprobación continua del sistema político religioso, irrefutable como dogma, que, ya sea basado en una ideología fascista o comunista, presume una concentración y difusión de un poder sin precedentes históricos. Este poder ilimitado es diferente de aquel ejercido por otro tipo de regímenes estatales que históricamente han reconocido los derechos independientes de otros grupos o entidades sociales, políticas, económicas o familiares. 

En la Cuba pos-1959, y hasta la fecha, el Estado totalitario y sus corporaciones subordinadas han sido los únicos instrumentos de poder y control. Esto significa que todos los instrumentos directos y medios de poder están en manos del Estado cubano, o más exactamente, en poder de las élites que lo controlan. Un control político, social y económico tan absoluto que no puede denominarse de otra manera más que totalitario.

Si las cuatro variables de Gurian han clasificado perfectamente el régimen cubano desde 1959 hasta la fecha como uno totalitario clásico, la definición más actual de Michael Curtis (1987) sigue el mismo camino. Según Curtis, la conceptualización de qué es lo totalitario se impone como un ejercicio útil y necesario para tipificar un género particular de régimen contemporáneo en una era de democracia de masas, en la que la población ha podido ser controlada por una variedad de medios, especialmente el terror. 

Para él, las dictaduras, los Estados despóticos o los regímenes autocráticos u autoritarios se han asemejado mucho a los regímenes totalitarios a lo largo de la historia debido a varias variables que tienden a confundir los científicos sociales: sus caracteres elitistas, su uso arbitrario del poder político, la minimización de los derechos individuales privados y sus instituciones ordenadas y jerárquicas; variables que se asemejan a aquellas presentes en los regímenes totalitarios. 

Pero estos otros tipos de regímenes no totalitarios, según Curtis, no solo han dependido en un grado considerable de una variedad de fuerzas sociales como el ejército, la monarquía, la iglesia o los negocios, sino que también ha dejado áreas enteras de la vida social sin tocar por el control oficial que se ha basado en gran medida en la pasividad de la población. Los regímenes autoritarios, por ejemplo, han permitido cierta libertad de expresión, de opinión, si no se considera destructiva del régimen, y cierta libertad para ingresar al mercado económico.

Curtis aquí ha sido tajante: los sistemas totalitarios, a diferencia de los autoritarios, encarnan no solo un poder fuerte y arbitrario, sino también de insistencia en la conformidad forzosa de toda la sociedad, la movilización popular, el sometimiento de todas las clases a un grupo político dominante y el mantenimiento de acciones represivas a los “enemigos” del sistema y sus ideologías. Apoyándose en las masas y sus movimientos —más que en grupos económicos y sociales que formaban la élite en los sistemas anteriores—, los regímenes totalitarios serían de naturaleza tutelar, pretendiendo encarnar los valores verdaderos y necesarios que darían sentido a la vida de sus ciudadanos. Estos valores han de ser mantenidos por una combinación de fuerza, adoctrinamiento y propaganda. 

Esta definición nos ofrece más claridad para el caso del régimen cubano actual y sus élites que, definitivamente desde su subida al poder, han impuesto un sistema de control social, económico y político absoluto, basado en una conformidad impuesta sobre la ciudadanía, usando una mezcla de represión, adoctrinamiento y propaganda

El último marco teórico a analizar aquí —no por falta de más conceptualizaciones sino por consideraciones de espacio— es el propuesto por Linz y Stepan en 1996, quienes se enfocan en un modelo de cinco tipos ideales de regímenes: democráticos, autoritarios, sultanistas, totalitarios y postotalitarios, que en su criterio reflejaban de una manera más precisa a los regímenes políticos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Linz y Stepan teorizan sobre la naturaleza de cada tipo de régimen examinando cuatro elementos definitorios: liderazgo, ideología, movilización y pluralismo. Bajo estos principios elementales pudieron establecer diferencias sustanciales entre las dos tipologías de modelos que han sido otorgados indistintamente al régimen cubano por sus críticos: autoritario o totalitario, agregando, además, una nueva tipología que rebasaba a ambos, el postotalitarismo.

En cuanto al primero, lo definieron como el poseedor de un pluralismo político limitado e irresponsable y, a menudo, social y económico bastante extenso. Consideraron, asimismo, un elemento extra: no han tenido una ideología elaborada y orientadora, y solo han ejercido la movilización política en algún momento de su desarrollo. En cuanto a las características de sus liderazgos, han ejercido el poder dentro de normas formalmente mal definidas, pero en realidad muy predecibles.

Linz y Stepan definen los regímenes totalitarios como aquellos que han mantenido una ideología exclusiva, autónoma y más o menos intelectualmente elaborada, con la que el grupo o líder gobernante, y el partido de corte único que les sirve se han identificado y han sido utilizados como la base para sus políticas o maniobras de legitimación. La ideología rectora de estos regímenes para ellos ha ido más allá de un programa particular o la definición de los límites de las acciones políticas legítimas para proporcionar una utopía en teoría alcanzable. 

Estos sistemas han alentado, exigido, recompensado y canalizado la movilización ciudadana para tareas políticas y colectivas a través de una vasta red de organizaciones obligatorias, creadas por el régimen y dirigidas por un partido, para la movilización política y colectiva que menosprecia la vida privada. Elementos todos presentes en el caso cubano.

Por último, Linz y Stepan conceptualizaron el postotalitarismo: un tipo de régimen que ha requerido la preexistencia de un Estado totalitario. Dicho postotalitarismo ha podido, bajo este análisis, surgir y evolucionar como resultado de tres procesos distintos pero interconectados. 

En primer lugar, se han creado como resultado de políticas deliberadas de los gobernantes para suavizar o reformar el sistema totalitario (detotalitarismo por elección). 

En segundo lugar, han surgido de la erosión interna de las estructuras del régimen totalitario y de la creencia ideológica de los cuadros en el sistema (detotalitarismo por decadencia). 

En tercer lugar, se han manifestado mediante la creación de espacios sociales, culturales e incluso económicos que resisten o escapan al control totalitario (detotalitarismo por conquista social). 

En estos regímenes, aunque casi no existe pluralismo político porque el partido todavía monopoliza el poder, puede existir una “segunda economía” con la abrumadora presencia del Estado. Los regímenes postotalitarios experimentan un mayor grado de pluralismo social, que es simultáneamente una fuente de vulnerabilidad del régimen y una fuente dinámica de fuerza para la creciente oposición democrática. La ideología acá existe como parte de la realidad social, pero la toma de decisiones se basa en un consenso pragmático más que en la ideología. Los regímenes postotalitarios, en contraste con los totalitarios, exhiben una disminución en el interés por la movilización, lo que conduce al aburrimiento, al retraimiento y, finalmente, a la privatización de la población.

Si se analizan con detenimiento los tipos de regímenes definidos por Linz y Stepan, la transición del régimen de un castrismo con Fidel Castro a uno si él no modificó la esencia fundamental de su definición de totalitarismo. Aún no han existido políticas deliberadas desde el poder para detotalizar al régimen, sino todo lo contrario; no se han erosionado aún sus estructuras internas —aunque se han deslegitimado—; ni se han consolidado de una manera lo suficientemente orgánica y estructurada los espacios sociales, culturales y económicos independientes al control totalitario —aunque la vía para el inicio del proceso se ha iniciado. 

El proceso de ralentización de oportunidades políticas —inexistentes hasta hace muy poco tiempo— también ha comenzado, pero no ha alcanzado un nivel de pluralidad social significativa que se contraponga a un poder de movilización totalitario aún con la suficiente fuerza para desactivar la movilización independiente del Estado totalitario. El proceso de tránsito hacia un postotalitarismo ha comenzado, pero no se ha rebasado. Cuba parece seguir siendo un país eminentemente controlado por un régimen totalitario bajo la definición de Linz y Stepan.

¿Qué conclusiones se pueden hacer después de un análisis de las variaciones que nos ofrecen las diferentes aristas teóricas del fenómeno del totalitarismo? 

¿Nos permiten estas definiciones diversas y extendidas en el tiempo definir al régimen cubano pos-1959 como totalitario? 

¿Si ha sido totalitario, sus variables definitorias se han modificado y transformado durante los años? 

¿Ha dejado de ser totalitario para convertirse en algo más? 

¿En qué se convertiría? 

Aunque muchas de las respuestas pudiesen parecer obvias después de un análisis individualizado de algunas definiciones importantes del término, estas son aún son muy generales y deben ser estudiadas con mayor profundidad. Lo cierto es que resulta imposible debatir sobre el totalitarismo cubano sin intentar desbrozar el complejo y extenso marco teórico del término, que no ha sido otra cosa que una construcción teórica muy dinámica, pero sorprendentemente consistente en muchos de sus diversos elementos definitorios. 

Dejando a un lado las caracterizaciones risibles de aquellos que han sostenido la falacia oficial que plantea que a partir de 1959 se instauró un nuevo concepto de democracia en Cuba, respaldado en la garantía del acceso a la vida política activa a grandes sectores poblacionales antes excluidos de ella, se impone una conclusión preliminar, pero no absoluta —al no ser el concepto de totalitarismo una categoría estática—: el sistema político y social instaurado en Cuba después de 1959 presenta elementos suficientes para ser definido como totalitario si se toman en cuenta sus definiciones más emblemáticas. 

Una conclusión triste y desalentadora, que puede transformarse en el tiempo solo con el accionar de aquellos que han sufrido por sesenta y dos años los rigores y las violencias de un régimen brutal que se suscribe a esta penosa clasificación. 


Referencias bibliográficas:
Arendt, Hannah (1951): The Origins of Totalitarism, Schocken Books, New York.
Curtis, Michael (1987): Totalitarianism, Transaction Books, New BrunswickLondon.
Domínguez, Jorge I. (1997): “¿Comienza una transición hacia el autoritarismo en Cuba?”, en Revista Encuentro de la Cultura Cubana, no. 6.
Friedrich, Carl J. y Zbigniew K. Brzezinski (1956): Totalitarian Dictatorship and Autocracy, Harvard University Press, Cambridge.
Guanche Zaldívar, Julio César (2011): “La democracia en Cuba, 1959-2010”, en Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, año III, no 6.
Gurian, W. (1978): “The Totalitarian State”, en The Review of Politics40(4).
Linz, Juan J. y A. Stepan (1996): Problems of Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South America, and Post-Communist Europe, JHU Press, Baltimore.
Saxonberg, Steven (2013): Transitions and Non-Transitions from Communism: Regime Survival in China, Cuba, North Korea and Vietnam, Cambridge University Press.




Nota:
[1] Esta línea de análisis que plantea un visión edulcorada del sistema político cubano ha sido conceptualizado por J. C. Guanche en un texto para enmarcar por el nivel de construcción teórica basado en falsas premisas, donde se llega a decir sin ningún recato que: “La política revolucionaria cubana posterior a 1959 elaboró un concepto de democracia basado en dos claves: extender, en cantidad y calidad, el número de personas que pueden acceder a la política, y poner la justicia social en la base de la política democrática” (2011). Acá el régimen no solo no es totalitario, sino que ha sido eminentemente democrático.




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