Uno de los símbolos más prominentes impuestos por las minúsculas élites del raulismo, que gobiernan de una manera ineficaz y rapaz a Cuba, son las torres y los complejos hoteleros de lujo que se erigen a lo largo de toda la Isla. En cualquier otro país, y en cualquier otra época, un gasto en demasía en infraestructura hotelera —en el Caribe, además— pudiera parecer un acierto. No en Cuba.
En la isla comunista, las moles de cemento de los hoteles, que pululan como monumentos a lo absurdo —construidas muchas por obreros extranjeros—, contrastan con ciudades, pueblos y campiñas que encierran parques habitacionales en estado ruinoso, hospitales derruidos y sucios sin insumos ni equipos médicos, escuelas y universidades en condiciones calamitosas, calles y autopistas que semejan paisajes lunares, puentes y vías férreas al borde del colapso, campos de sembradío abandonados… Lugares todos dentro de una isla destruida donde malviven sus maltrechos habitantes en una búsqueda constante de alimentos, medicinas e insumos básicos cada vez más escasos y precarios.
Predomina aquí una racionalidad perversa en estas élites de no construir ni reparar casas, centros de saber, hospitales, industrias, infraestructura, centros de esparcimiento para los locales, granjas de producción. Solo se erigen hoteles y más hoteles, que ni siquiera son propiedad del Estado comunista, sino de una opaca corporación militar operada por el exyerno del hombre más poderoso de la Isla.
Construir hoteles financiados con dinero de las remesas enviadas por los exsúbditos que lograron escapar del infierno totalitario es la única prioridad de esta élite familiar y mafiosa. Obsesión totalitaria con hoteles que languidecen vacíos y no justifican la continuidad de un proceso inversionista que, a todas luces, no garantiza ganancias. Entonces, ¿por qué los continúan erigiendo si no generan ganancias, a expensas de un país empobrecido y con necesidades imperiosas e impostergables?, ¿qué criterios prevalecen sobre una estrategia ilógica, que tiene un potencial enorme de generar mayor inestabilidad para un régimen con cada vez menos cuotas de legitimidad?
Las respuestas se enmarcan en una lógica que escapa incluso a las necesidades políticas inmediatas de esta minúscula élite vinculada a Raúl Castro y se dibujan en la visión futura que tiene este grupo de sí mismo y su inserción en el modelo de país que desean. Una estrategia perversa soportada en ejes que ya se vislumbran, aunque aún no se articulan de una manera absoluta.
El aumento de la represión y el terror es el primero de ellos. Y, combinado con un crecimiento de niveles intolerables de pobreza y precariedad, empuja a un importante y preocupante porcentaje de la población a la emigración —de la manera que sea—. Migrantes que luego se convierten en generadores de remesas en divisas, contribuyendo al sostenimiento precario de aquellos que no pueden o no quieren emigrar. Este mecanismo convierte a la población remanente en la Isla en clientes de pago cautivos, que componen una plusvalía enorme para la claque raulista; la cual controla la distribución de bienes y servicios de manera absoluta dentro de Cuba. Así, se garantiza un financiamiento sostenido y estable de esta clase parásita en el poder que, a su vez, invierte los capitales remanentes en más activos hoteleros bajo su control.
Por otra parte, el fomento de estos procesos migratorios masivos desde lo estatal ha tenido, tiene y tendrá el claro objetivo de disminuir la presión social interna que, sin control, puede amenazar la estabilidad totalitaria de esta élite. De tal modo, los grupos más pobres, principalmente negros o rurales, de menor educación, mayor edad, o aquellos que aún apoyan el proyecto totalitario de nación, son quienes deben permanecer en el país bajo esta perversa planeación. Esta población, sin oportunidades de emigrar, dependiente de remesas y cautiva de un mercado monopolizado por las élites desde un Estado paralelo corporativo, estará también sometida a un nivel más elevado de propaganda generada desde las estructuras monopólicas de desinformación del régimen, que podría imponer mayores restricciones tecnológicas y legales al uso de Internet y telefonía celular.
Un tercer pilar estratégico totalitario se centra en un mayor cierre del espacio político y económico para la población que debe permanecer en el país. Estos, como rehenes del grupo en el poder, estarían aún más desprovistos de cualquier estructura mínima para el ejercicio de oportunidades políticas, mientras se restringirían más las económicas. Ahora, la ciudadanía tendría más que nunca una función primaria única: ser receptora de remesas que siempre terminarían en las arcas controladas por la mafia familiar.
Al mismo tiempo, los ciudadanos más leales tendrían acceso a puestos laborales de una industria turística dominante —para ellos ya en recuperación— en medio de un desierto agrícola y productivo. El cierre total de cualquier atisbo de vida independiente al control totalitario de una ciudadanía reducida numéricamente, más brutalizada y silenciada, daría en esta construcción de futuro una estabilidad bajo violencia, con capacidad plena para garantizar el disfrute absoluto por la élite de los recursos obtenidos de una recuperada demanda turística global.
Otro de los ejes se ha estructurado hacia lo internacional, basado en la esperanza de la élite cubana de una transformación autoritaria del sistema global, donde la anomalía que ellos representan sería bienvenida o tolerada. Gobiernos afines garantizarían el mantenimiento y profundización de una integración plena hacia lo global —a pesar de la constante del conflicto con Estados Unidos—. Una Cuba totalitaria, ya integrada y aceptada globalmente, funcionaría como parque temático, diferenciado y estable, para un destino turístico obligado. Todo, combinado con el aumento de los flujos de inversión de capitales extranjeros en el sector, tanto privados como estatales. Así, estas élites raulistas —enriquecidas y toleradas— lograrían una inserción plena en los circuitos de élite internacional.
Estos fundamentos para el mantenimiento y la profundización del control totalitario se basan en la visión, por parte de esta élite, de la ciudadanía cubana como una estructura inerte que, pese a su reactivación y movilización espontánea el 11 de julio, no posee en su visión la agencia suficiente para sobreponerse al incremento del terror pos-11J y solo ve como alternativa de cambio el enfoque hacia resolver lo individual y no lo colectivo.
El miedo paraliza tanto, que lo único racional para aquellos desesperados por librarse de su control totalitario es escapar del país. Por ello insisten en el terror como única respuesta a las peticiones ciudadanas, al mismo tiempo que promueven la emigración masiva como medio para disminuir la presión social.
No hay, entonces, intención alguna de promover cambios mínimos que siquiera puedan conducir hacia un cambio ficticio. Mucho menos habría voluntad de estas élites de conducir a Cuba hacia un proceso de destotalitarización, donde un sistema más o menos democrático, de tipo autoritario, sería instaurado bajo su control, en una suerte de proceso al estilo de Albania o Egipto, donde ellos continuarían controlando el poder de una manera más sutil, pero aún hegemónica.
Los hoteles construidos, en medio de la debacle generalizada del país, son la prueba y el símbolo más fehaciente de esta falta de voluntad absoluta para cambiar. El eslogan es claro: son continuidad de un proceso de destrucción de la nación, donde los resultados finales son y serán exclusivamente beneficiosos para ellos.
Este cínico diseño de proyecto futuro de país está tan errado y divorciado de la realidad de la nación, que solo está destinado a fracasar, con un consiguiente cataclismo revolucionario que expulse a este grupo del poder. Y no puede ser de otra manera porque esta estrategia está erigida bajo el supuesto de que el país es una estructura inerte y pasiva, que puede ser conducido hacia un resultado prediseñado por ellos. Sin embargo, no es así. Factores estructurales, internos y externos, influyen en la formación de las preferencias y el poder de los actores involucrados en la construcción de una nueva realidad social cubana donde, en última instancia, son las acciones humanas las que producirán resultados que no pueden ser predeterminados.
La agencia o la capacidad de personas o entidades sociales para actuar y producir cambios es negada continuamente en el contexto cubano por los que controlan el poder. Desconocen la importancia de la agencia social en las transiciones, la cual ha ocupado durante décadas un lugar destacado en las teorías de la democratización. O sea, la agencia de los actores sociales resulta impulso central para cualquier cambio de régimen, donde élites y gobernados están en constante evolución e interacción. Esto posibilita que las transiciones sean siempre posibles, aun en escenarios donde no lo parezcan;[1] postulado que aplica a cabalidad para el caso cubano actual.
Este pensamiento de la élite castrista sobre los cubanos bajo su control como entes sin capacidad de accionar ha sido predominante durante los más de sesenta años del régimen, por lo cual nunca ha sido considerada, ni siquiera mínimamente, ninguna negociación con la población acerca del diseño de políticas. Cualquier pedido de reformas económicas y políticas siempre ha sido visto como peligroso y desestabilizador de un modelo que consideran inmutable por naturaleza. No puede sorprender entonces que dicho grupo de poder implemente o, peor aún, considere exitoso, este diseño cínico y obtuso.
La buena noticia es que esta cerrazón y pérdida de noción sobre lo real, por parte de los gobernantes cubanos, los sitúa en un precipicio del que ya no pueden escapar. Los hoteles lujosos y vacíos son una afrenta tan grande para sus gobernados carentes de todo lo básico para una vida digna, que la necesidad de cambio se vuelve impostergable.
Por tanto, la agencia hacia el cambio de los desesperados debe conducir a dos escenarios nada felices para los totalitarios: una explosión social desbocada, violenta, que los barra del poder, pero que produciría casi inevitablemente una transición incierta y descontrolada; o una gradual construcción de una agenda contestaria estratégica que unifique las voluntades de cambio —por muy diferentes que sean— hacia un proceso de resistencia civil orgánico que los barra del poder, con una transición organizada y no caótica.
La otra perspectiva no favorable hacia esta oligarquía comunista se sustenta en lo errado de los supuestos en los que han basado su permanencia actual en el poder. Primeramente, ningún poder puede sostenerse solo con terror, en un ambiente de empeoramiento intolerable de las condiciones de vida de sus gobernados. Terror con hambre y falta de oportunidades siempre producen explosiones sociales, como ya se han dado. Las perspectivas son aún más críticas por los potenciales procesos de protestas con mayor violencia y profundidad en un futuro próximo, con consecuencias muy imprevisibles.
El supuesto aligeramiento de la presión social con el fomento de la emigración masiva también es errado pues no considera factores internos y externos: el miedo a emigrar de una parte importante de la ciudadanía y la falta de recursos y condiciones para hacerlo; el cierre de fronteras a poblaciones migrantes que, en la práctica —aun con un aumento considerable de las ansias y los deseos de migrar de los cubanos, y el número que lo logra—, cierra las puertas a un proceso de migración masivo lo suficientemente amplio como para posibilitar una disminución del descontento social hacia los que gobiernan.
No resisten tampoco las lecturas que hacen estas élites del surgimiento de un mundo autoritario mayoritario que, como contrapartida al liberalismo democrático, imponga reglas y pensamientos más laxos en materia de gobernabilidad y derechos humanos. La invasión rusa a Ucrania y las respuestas coordinadas de las democracias hacia la amenaza global de los autoritarismos y totalitarismos ha puesto fin a ese sueño. La disminución de la capacidad y el accionar global de este tipo de regímenes en un futuro próximo pone fin a los sueños de élite cubana de un mundo híbrido controlado indistintamente por sociedades liberales y dictatoriales, donde actuarían con una impunidad y un beneplácito cada vez más lejanos al pedirse, en la esfera de la justicia internacional, en materia de derechos humanos, con más firmeza y regularidad, la apertura de procesos futuros que juzguen los comportamientos violatorios de derechos humanos por partes de esta.
La documentación y las denuncias constantes de instituciones internacionales de carácter gubernamental y no gubernamental dedicadas al monitoreo de violaciones de derecho internacional humanitario han creado un conjunto de pruebas y evidencias que logran un creciente rechazo hacia este grupo aristocrático dictatorial en lo internacional. Asimismo, podrá ser juzgado en un futuro por sus crímenes y violaciones de derechos humanos, muchas de lesa humanidad.
En conclusión, los escenarios son nada halagüeños para los sátrapas cubanos. Los hoteles construidos y por construir resultan importantes por lo que significan: un recordatorio de lo que debe ser extirpado, barrido. Son un símbolo que debe ser usado para generar el cambio necesario.
Paradójicamente, estos hoteles construidos con remesas —y las ruinas que los rodean— han producido un efecto diferente al esperado: no han servido para consolidar el poder de sus detentores; sino todo lo contrario, una constatación de lo brutal de un poder que tiene que ser sustituido por una población sufrida, con mucha agencia para lograr el cambio. Las categorías de ruinas, hoteles y remesas deben ser eliminadas y permutadas por progreso, oportunidades y democracia.
Nota:
[1] Guillermo O´Donnell and Philippe Schmitter: Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions about Uncertain Democracies, vol. 4, John Hopkins University Press, Baltimore, 1986.
Rusia, Cuba y el cuento del imperialismo bueno
Nada más proimperialista que esta posición cubana, que vuelve a Ucrania un país sin derecho a dictar su presente y futuro de manera independiente, sin más opción que someterse a los designios imperiales de su poderosa vecina Rusia.