Gibara es un lugar especial. Lleno de misterios y fantasmas, que nos ha regalado a grandes intelectuales: Cabrera Infante, por ejemplo. Y no puedo pensar en Gibara sin acordarme de Capó.
No recuerdo en qué momento lo conocí. Poco a poco comenzamos a coincidir en espacios y luego, con el pasar de los años, de unas cuantas me salvó.
Cuando uno conversa con él, lo primero que te viene a la mente es que estás hablando con un hombre bueno. Un tipo bondadoso y amable que parecería no tener problemas. Pero Capó sí tiene problemas —como todos— y muchos, ya que es un tipo que sueña en un momento donde la realidad es árida e irrespirable.
No sé qué hubiera sido de Capó si no hubiera salido de Gibara. No sé qué hubiera pasado con el documental cubano, no sé cuántas historias nos hubiéramos perdido, ya que, cuando él apareció, casi todo el cine nacional estaba centrado en temas de La Habana.
Con Capó, mi generación empezó a ver historias otras. Cada uno de sus cortos estaba cargado de una dureza que te hacía replantearte todo; todo lo que hasta ese momento pensabas de tu propio país.
Era tan raro, tan difícil, encontrar un realizador de las afueras con una obra tan extensa. Es como si no fuera a parar por nada. Para todo, Capó filmaba. Era su manera de vencer. De luchar contra los dolores. De ser.
Pienso y pienso en los cineastas cubanos y no me viene a la cabeza ningún otro que tenga que ver y le deba tanto al tema “viaje”. El trayecto del hombre en el mar en La Marea, la familia en Nos quedamos, todo lo que se respira en Agosto… Su propia vida.
Capó va y viene, no para de moverse y siempre regresa. No se detiene.
Hace mucho rato que no converso con él y hoy nos regala esta oportunidad.
Armando Capó.
¿Qué estás preparando ahora? Recuerdo un guion hermoso que era un coming of age de un muchacho que pintaba allá en Gibara.
Sí, estamos intentando grabar una peli que se llama El regresado. Es un poco las muchas cosas que me pasaron, reales o no, desde que me gradué de la escuela de arte y volví al pueblo, hasta que me fui de Gibara para poder estudiar cine en La Habana.
Como toda peli de ficción hay cosas muy reales y otras que son fabulación, que se deben más a las necesidades de la historia y al camino del personaje. Por ejemplo, el protagonista se llama Mandi, estudia pintura, regresa a cumplir con su servicio social, trabajando en la galería de arte, va a reuniones de cultura, pinta y juega ajedrez. Hay mucho de autobiográfico ahí. Tanto como el recuerdo de un GAMS[1] y el SUERC,[2] y aquellos ejercicios de correr a esconderse en el refugio de la escuela. Ojalá esta vez sí logremos grabar en Gibara; es un dolor que arrastro desde Agosto.
Estamos ahora mismo cerrando acuerdos de producción y ajustando lo que se puede ajustar. Ganamos el Fondo de Fomento del Cine Cubano pero la devaluación ha hecho daño a todos los proyectos. Tengo una selección de locaciones y parte del castin deseado: Arianna Delgado, Monse Duany, Luis Alberto García y Eduardo Martínez. Pero estoy en el momento en que toca dejar ir todo lo que no se podrá hacer.
Entre la devaluación de la moneda, la falta de electricidad, el éxodo obligado de mis amigos, el ciclón y las penas indiscriminadas a los que participaron el 11 de julio, que sirven también como recordatorio de los límites, a veces pienso que es un poco obsceno y egoísta grabar una película.
La peli es un poco el camino a tener conciencia como artista. Las pequeñas decisiones que uno toma y van marcando tu destino, para bien o para mal.
¿Qué te duele de Gibara?
Esa es una pregunta con trampa. Yo también tuve una infancia normal, bonita y tranquila, como casi todo el mundo. Tengo una relación que pasa por la nostalgia, por la primaria en mi pueblo en los años 80. Los amigos de ese tiempo, las enormes facilidades que daba el pueblo: casa de cultura, deportes, museos, buenos profesores. Una casa colonial y un pueblo colonial al lado del mar.
Además, mi construcción de la realidad pasó por los libros y el pasado. Por Julio Verne, Pipa Mediaslargas y libros de historia. Pero también en 6º grado leí Rebelión en la granja y en la secundaria, Antes que anochezca, traído por mi padre de Holguín. Cuando me fui a estudiar a la escuela de arte, se amplió aún más ese mundo y entró el cine.
Gibara es hermoso, tiene una magia natural que tiene que ver con la luz y con el tiempo. Están en la memoria los mejores momentos, o una buena parte de ellos. Los que ahora puedo idealizar. Pero si salimos del cómo yo veo las cosas, te puedo contar que fue un pueblo con un desarrollo económico increíble a finales de 1800, que además fue cultural y dejó sus huellas.
Armando Capó.
Precisamente esas huellas son las que busco con la Tierra de la ballena. ¿Qué hace un pueblo tan pequeño con tres museos? Un teatro colonial de madera. Un cine. Tantas imprentas, orquestas de música, genios de la música. Una muralla, escritores, periodistas, ballenas, espías alemanes, ataques de submarinos, ferrocarril, cuevas, pintores, una expedición para tumbar a Machado donde se usan por primera vez la aviación y la marina en conjunto contra el pueblo. Es un universo maravilloso para fabular.
Cuando terminé la escuela de arte, volví al pueblo. Mi primer pago fue de 148 pesos y estaba en adiestramiento. Trabajé en la galería un tiempo y, mientras, empecé a hacer un cineclub de apreciación.
Luego me pasaron a dirigir el cine y fui un desastre como director municipal. Había que autofinanciarse y trajimos una compañía de circo de Holguín y unos humoristas. Lo más difícil era conseguir las frazadas de piso y los bombillos. Duré tres meses. Alguien con sentido común me pasó a promotor cultural. Ya para entonces trabajaba con otro cineclub comunitario, la casa de Ada. Era muy bonito, sacaban el televisor para la calle y yo llevaba las películas.
Yo llegaba a la galería o al cine con mi tablero y salía a pintar acuarelas al natural o me marchaba a jugar ajedrez. Podía ir a la biblioteca y me dejaban solo con todos los libros de arte, para mí. Si quería, me dejaban revisar el teatro colonial.
Alguna vez soñé con la posibilidad de trabajar en La Habana y el fin de semana regresar a Gibara. Ahora eso lo veo cada vez más lejano.
Háblame de tus acuarelas, de tu pintura. ¿En qué momento empezaste a pintar?
Yo leí mucho porque me crie prácticamente con mi abuela y apenas me dejaban salir de casa. En tercer grado estaba preocupado por la lepra gracias a leer un libro antiguo que había en casa: El consejero médico del hogar. Con unas ilustraciones en colores que metían miedo de la viruela, la erisipela, la tuberculosis y la sífilis, entre otras.
Ese año me llevaron a las pruebas de aptitud en la Casa de Cultura. Desaprobé tres veces el seguir el ritmo de la clave cubana. Me tocaban el ritmo al piano y no había forma que diera con él. La mujer me miró con tristeza y me señaló otra puerta. Allí estaban haciendo las pruebas de pintura.
En Gibara había, y aún hay, una tradición de paisajes. Desde la obra de un pintor canario que fue el cronista del pueblo: León Hernández Cáceres, hasta mis primeros maestros: Pablo Ferrer y Pedro Silva. Y, por supuesto, Luis Catalá, que hace unas acuarelas de paisaje maravillosas y se paseaba por el pueblo con una cámara. Todos queríamos hacer acuarelas como él.
De la Casa de Cultura aprobé las pruebas y terminé estudiando pintura en el Alba, la Academia de las Artes de la capital de Holguín.
Armando Capó.
Casi toda la pintura tuya que he visto es paisajística. Unos paisajes hermosos, pero a la vez cargados de un sentimiento triste. No sé si es añoranza, un sentimiento del vacío humano…
Yo no era bueno pintando. Cuando llegué a la escuela de arte descubrí que no era un genio y que tenía que esforzarme para lograr cosas. Nunca me gustó dibujar, no tenía talento para la figura humana. Me gustaba hacer paisajes. Pero el paisaje era un arte menor para un estudiante de artes plásticas fascinado por Marcel Duchamp y Jackson Pollock. Nunca llegué a desaprender lo que me enseñaron en la escuela. Hasta que descubrí el cine.
Pinto por placer. La pintura es un arte solitario. No hace falta nadie más. Y las acuarelas que hago y me gustan, las atesoro, las cuelgo en mi casa.
Tus primeras obras: La marea, Nos quedamos, Ausencia, La inercia, tienen una fuerza tremenda. Aparecieron en un momento donde el cine rural —por decirlo de alguna manera— no tenía mucha visibilidad. Pero llegaste tú con estos documentales tan duros, de personajes y familias náufragas. ¿Por qué empiezas por el documental? ¿Tenías una cámara? ¿Cómo ves a ese joven Capó, que mira hacia ciertos lugares dónde otros no miraban?
Yo quería estudiar ficción en un principio. Pero alguien me contó que era más sencillo entrar por documental. Hice las pruebas tres veces, hasta que entré a la EICTV. La primera vez había llegado de Gibara para hacer las pruebas, la segunda vez estaba Susana Barriga y la tercera entré por insistencia y por edad. Puri Faget vio algo en mí.
Cuando entré a la Escuela no sabía nada de nada. Había leído algunos libros de cine publicados acá y visto algunas películas clásicas. Mi aprendizaje cinematográfico es en la Escuela.
Y los documentales que hice (menos La certeza) fueron en la escuela. Como parte de ejercicios de clase. Nunca tuve una cámara que valiera la pena, apenas gané dinero decentemente como para mantenerme hasta los 30. ¿Cómo tendría una cámara?
Cuando miro hacia atrás, a mis primeros cortos, veo a los personajes como actantes. Quería hacer cine por la misma razón que quería ser artista, así que ellos eran personajes que cumplían una función en una estructura.
Por ejemplo, La inercia es una mezcla de muchas cosas, de fotos, planos en reversa, estructura musical, entrevistas que no tienen nada que ver y hasta un videoclip. Muy libre, porque aún no sabía nada. Y esa libertad está ahí. Era mi lenguaje.
¿Crees que a tu público le gustan más tus documentales que Agosto? ¿Cómo te sientes con respecto a tu primer largo de ficción? A mí es una película que me gusta mucho, pero tengo la sensación de que no fue comprendida.
Agosto es la película que pude hacer. Y se parece mucho a mí. Aunque me gustaría que todos me quieran, eso no es posible. Uno lo descubre con los golpes. Creo que hay circuitos y expectativas que se cumplen o no. Por ejemplo, La inercia ni siquiera quedó en la competencia de La Habana o de la Muestra Joven; sin embargo, se estrenó en el IDFA y estuvo en más de 50 festivales.
Con Agosto he tenido críticas maravillosas y otras lapidarias. Sé que la mayor parte de la gente que no me menciona el tema es porque la película les parece una mierda y les agradezco la gentileza de no decírmelo directamente.
Cuando uno termina una película, ya no es tuya. La sueltas y el público hace lo que le da la gana con eso. Por ejemplo, en el estreno de la peli en el Acapulco, les di unas entradas a mis vecinos. Son unos vecinos que me gustan: ella tiene tres niños y grita horrores cuando se va la corriente, y él trabaja en la bodega cuando puede.
Sin embargo, fueron al cine y me esperaron en la entrada de nuestro edificio para decirme que era la película más triste que habían visto y que él había llorado por su abuela y porque tenía la misma edad del protagonista cuando el 94. A pesar de la tristeza, me alegró saber que a mis vecinos les había conmovido la película y habían encontrado un pedazo de verdad.
Esto es lo que nos devuelve el cine y es maravilloso cuando sucede. También atesoro el Yara en silencio cuando terminó la presentación en el Festival de La Habana. El público descolocado. Ese sentimiento es maravilloso.
La certeza es uno de esos documentales a los que hay que volver a cada rato. Un planteamiento tan realista, tan directo, tan pedestre todo —por decirlo mal y rápido— para hablar de algo intangible. De una fe. De un tipo de fe. En un paisaje tan árido, que no ayuda para nada al desarrollo del ser humano y de algunas bondades. Cuéntame qué recuerdas del proceso de realización. ¿Qué cambiarías si pudieras?
Yo tenía una relación natural con este lugar y con esta gente. Mi familia va al templo de Raúl. A mí me gusta decir que el cine tiene que servir para algo.
Con La Certeza me pasa que yo tenía una idea. Empecé a investigar y a ir al lugar, y de repente me di cuenta que no había nada que entender, que si yo siento cosas o ellos sienten y estas pasan por un grado de verdad, quién soy yo para cuestionar. Lo que hay que hacer, es sentir y punto. Entonces dejé fuera del documental cualquier duda y me concentré en acompañar esta necesidad de la fe en medio de tanta aridez, polvo y sol.
El resultado es desigual porque yo venía de probar un dispositivo en La marea y pensaba que funcionaría igual. Pero no es lo mismo contar 27 minutos que 57 y las estrategias narrativas que funcionan para un corto no son suficientes para sostener un largo.
Es el documental que quería hacer. No es mejor porque no sabía cómo hacerlo mejor. También el DOCTV es un formato rígido con el tiempo. No puedes pasarte porque el estreno se hace en toda Latinoamérica con unas fechas decididas con tiempo de antelación.
Aun así, hay cosas que me gustan. Por ejemplo, cuando quiero enseñarle el documental a alguien le muestro el final, se entusiasman y lo ven completo. También en el rodaje de este documental me hice jevito de Rosa María y trabajé con Julia Yip.
Rosa es tu compañera de vida y de trabajo también. ¿Cómo llevan eso de trabajar y vivir juntos?
Trabajar con Rosa es muy sencillo, o se hace muy sencillo. Ella tiene una capacidad increíble de hacer muchas cosas a la vez. Es Leo y brilla, yo soy Acuario; así que, si nos llevamos por nuestros signos y carácter, soy exactamente todo lo contrario. En términos de pintura seríamos complementarios. A mí me gusta verlo como que soy parte de su trabajo social en la vida. Soy una de sus debilidades. Comparto con Theo (el gato), nuestra casa y su cariño.
Eres un gatero fuerte. Yo siempre fui de perros y cuando tuve una gata me quedé enamorado. Creo que ese mundo gatero tiene una magia que ayuda al estado zen con que te veo siempre.
No soy zen. Para mi familia (que son los que me tienen más cercanos y por tanto me sufren directamente), soy un malhumorado y no acepto que nadie se meta en mi espacio. Cuando me molesto, me dura mucho tiempo y me vuelvo como un veneno. Se va acumulando y pocas veces exploto. Pero hay un momento en que, tranquilamente y casi con una mueca, me planto. Y de ahí no me muevo un centímetro. Pero uno es al final como lo dejan ser.
De pequeño tuve gatos, pero de adulto no tenía casa y andaba siempre de viaje, así que tener mascotas propias no era una opción. Lo de los gatos vino con Rosa, que nunca había tenido uno sino muchos perros. Cuando nos mudamos juntos, vino con un gato debajo del brazo.
¿Qué película te gustaría hacer?
La película soñada es hacer una adaptación de Guillermo Cabrera Infante.
Que nació en Gibara también…
Sí. Algo así como La Habana para un infante difunto. Donde no importe el conflicto, sino disfrutar la nostalgia y el ambiente. El olor. Reconstruir esa ciudad que he querido ver; todo lo contrario a Memorias del subdesarrollo, más cercano al Gran Gatsby. No sé si eso tiene sentido, si alguna vez podré tener la oportunidad de hacer algo como esto. Pero es un sueño.
¿Eres un director que trabaja mucho el guion?
La vida te obliga a trabajar el guion. A mí me gustan los guionistas. Admiro la gentileza y el buen corazón de Abel Arcos, aunque lo intenta disfrazar todo el tiempo. La risa franca de Laura que me aleja todo mal, como un resguardo.
Uno debiera dejar crecer la historia para poder podarla y construir en cada momento la mejor película posible. Pero no se puede porque hay que planificar, convencer a jurados, cumplir el presupuesto. Cada versión del guion me gusta.
¿Al empezar una peli, lees, dibujas?
Dibujo, hago un storyboard completo. También veo otras películas.
Dame diez películas que te inspiren.
- Visitor Q.
- Repulsión.
- También los enanos nacieron pequeños.
- Sangre caníbal.
- Searching for Sugarman.
- Fresas salvajes.
- La última película.
- Los 400 golpes.
- El amateur.
- El espejo.
Diez realizadores a los que vuelves.
- Takashi Miike.
- Nicolás Guillén Landrián.
- Andrzej Żuławski.
- Pablo Larraín.
- Claire Denis.
- Werner Herzog.
- Krzysztof Kieślowski.
- Hayao Miyazaki.
- Andréi Tarkovski.
- Ingmar Bergman.
Hay una cosa que me dejó loco de ti: te puedes tomar cuatro tazas de café bien tarde en la noche y luego dormir como si nada. ¿Cómo puedes?
Me quedó de la Escuela. Yo casi no tomaba café; pero, como soy tímido y además no fumo, se convirtió en la forma perfecta de socializar. Luego me volví adicto. Si no tomo café me da dolor de cabeza y tengo mal carácter. Aunque he mejorado. Trato de no tomar café en la noche, al menos no tanto.
Hablemos de Cuba: ¿qué no cambiarías del país que es hoy?
Hace unos años creía que podía cambiar el mundo y ayudar a crear un lugar mejor. Cada vez me quedan menos cosas que no quiero cambiar de mi país. De lo que alguna vez estuve orgulloso no queda nada. Lo único que me da un poco de esperanza es la solidaridad de las personas.
¿Qué cosa es La tierra de la ballena? ¿Cómo has sentido esta vuelta al documental?
La tierra de la ballena es un autorregalo. Nos fuimos a grabar este documental a finales de 2020. En una pausa que nos dio la pandemia y apenas tuve unas semanas para inventar el proyecto, presentarlo y grabar.
Tenía unos deseos enormes de ir a Gibara y ver a mi familia. Además, me seguía persiguiendo el fantasma de hacer algo en mi pueblo. Así que, de mis recuerdos y deseos, salió esta peli. La fabulé un poco y me puse como eje la ballena que quedó varada en 1978.
Bajo la producción de Rosa María, foto de Denise y sonido directo de Pedrito, nos fuimos y grabamos. Y pasó que se parece mucho a lo que me inventé, pero también creció y se transformó.
En un principio, era un homenaje a Tony (un taxidermista), Luis (acuarelista) y Lemus (pianista e historiador), pero luego la peli me obliga a ser un personaje. Es mi regreso al pueblo bajo las circunstancias de la pandemia para ver a mis maestros y nutrirme de la tierra que me hace fuerte.
Pero es mucho más que esto. El 2021 fue un año particularmente difícil para mí y editar durante este tiempo me ha dado un respiro. La peli se fue nutriendo de estos estados de ánimo, de la ausencia y la muerte; pero también de la paciencia y el saber de Rosa María y Emmanuel.Entonces, es la película que es, la que ha llegado a ser sin apuros. Descubriéndola.
© Imagen de portada: Armando Capó / Facebook.
Notas:
[1] Golpe aéreo masivo sorpresivo.
[2] Sistema único de vigilancia de la República de Cuba.
Juan Carlos Sánchez Lezcano: nostalgia, choteo y tierra agria
“Yo nunca tuve el valor para cuestionar o enfrentar al Gobierno públicamente. Mi hija ha sido capaz de pararse frente al Ministerio de Cultura y de salir el 11 de julio. Me duele tremendamente que haya tenido que irse del país”.