Juan Carlos Tabío: demasiados huevos a la vida

A Juan Carlos Tabío lo han matado dos veces en la televisión nacional.

Imagínate estar sentado frente a la pantalla, tranquilo, dándote sillón, y que de repente una locutora loca ahí presente una de tus películas y acabe la frase con: “del fallecido realizador Juan Carlos Tabío”.

No es fácil, digo yo.

Le zumba el mango, diría alguno de sus amigos de su generación.

Con Juan Carlos me pasa algo raro, que no sé si tiene que ver con algo kármico o con la bobería que hay en esta isla. Con solo una de las películas que hizo en solitario es ya para que malanga se cuadre y se quite el sombrero: chapeau.

Se permuta, por ejemplo, es de esas películas que uno disfruta ver una y otra vez. Con un trabajo actoral tremendo, con una Rosita Fornés y una Isabel Santos que están, las dos, para comérselas.

Con esta película pasa una cosa que pocos realizadores logran, y es que le gusta lo mismo a un niño, que a un adolescente, que a un viejo. Le gusta a todo el mundo.

Pero bueno, por supuesto que Juan Carlos no se queda solo ahí: Plaff, o demasiado miedo a la vida es de las películas más locas y arriesgadas del cine cubano. Es de esas películas que deberían estar en todas las listas de top ten de las diez mejores.

Lo que estoy tratando de decir es que, para cualquier país, para cualquier cinematografía, es un lujo tener un director de cine como Juan Carlos Tabío. Siempre he pensado que las escuelas de cine lo debieron aprovechar más, llamarlo más, para sacarle el jugo.

Tengo la sensación, y me puedo equivocar, de que Juan Carlos ha tenido que sufrir también el mal rollismo y la “suspicacia” de unas cuantas personas e instituciones que lo han querido borrar, o que desconocen a propósito su labor en las películas que codirigió con Titón.

Fresa y chocolate y Guantanamera son películas que tienen dos directores. La cantidad de veces que he visto en carteles, anuncios, publicidades, los créditos donde omiten el nombre de Juan Carlos…

Me imagino ese momento: estás trabajando en tu película El elefante y la bicicleta y te llama Tomás Gutiérrez Alea para que le tires un cabo, porque está enfermo. Te invitan a codirigir. Hay que tener un par de cojones o ser muy buen amigo. Porque, en esa fórmula, sabes que siempre vas a salir perdiendo. Que le vas a caer mal a una pila de gente que no te va a ver como lo que eres y va a pensar que no te lo mereces, y luego tratarán de borrarte.

Da igual, lo importante es que esos dos eran buenos socios y sacaron adelante unas películas que están muy buenas. Más allá del placer personal que debe haber vivido Juan Carlos en el proceso de hacerlas.

Lista de espera es de las películas cubanas más vistas en el mundo. Yo era chico, pero estuve en el rodaje y la energía que se respiraba era tremenda. A mí la película me encanta, y soy consciente de la preocupación que tenía Tabío con el final. Es de las pocas películas cubanas que tienen dos finales: uno más optimista, otro más realista.

En estos días pienso mucho en Juan Carlos. Por la pandemia no he podido ir a verlo, y quiero aprovechar la oportunidad para recuperar en Hypermedia Magazine un viejo texto mío: “Juan Carlos Tabío y la ética para sobrevivir en este negocio”.

Es un texto de juventud, perdónenme el estilo. Se publicó originalmente en 2014. Lo que sí se mantiene es el sentimiento motivador.


Juan Carlos Tabío: demasiados huevos a la vida - Carlos Lechuga

Juan Carlos Tabío y la ética para sobrevivir en este negocio

Quiero aprovechar la oportunidad que me ha dado La Gaceta de Cuba para compartir algunos recuerdos y para decirle a Juan Carlos algunas cosas, que no sé por qué nunca se las he dicho de frente…

Esta historia, basada en hechos reales, transcurre en los alrededores del parque de H y 21. A principios de los años 90, en plena crisis del “período especial”, mi abuela y mi madre, solas, se batían por darme la mejor educación posible. Me metieron en cuanta clase o taller encontraron. Estuve en piano, dibujo, judo, lucha grecorromana, inglés, francés, y computación de MS-DOS.

De más está decir que cada clase que empezaba, a los pocos encuentros la abandonaba… Para un niño debilucho, que no leía, bastante mediocre en sus resultados escolares, y que para colmo no se le daban bien los deportes, el futuro se veía bastante oscuro. Estamos hablando de un momento en que yo tenía unos diez años y, más allá de la sequía y la necesidad real, en el barrio, que eran mis límites de conocimiento, no había nada que me motivara. Había una falta de entretenimiento y de swing tremenda.

Como sabemos, no había piratería, ni computadoras, ni videos, ni revistas digitales en memorias USB…

Mis primeros recuerdos de sentirme motivado, de intuir, sin entender mucho, que había algo más en la vida, que había algo que me podía gustar, fue en su casa. Juan Carlos, su esposa Ileana, su hijo Juan Manuel y sus padres Carlos y Quina nos abrieron los brazos a mi mamá y a mí como si fuéramos parte de la familia. Esa casa tenía una energía indescriptible que aún hoy, cuando paso por debajo, pienso: “qué bien la he pasado aquí”.

En un entorno donde todo giraba alrededor de la bodega y solo se hablaba de “lo que había llegado”, a mí me causaba mucha curiosidad llegar a casa de Juan Carlos y escuchar por primera vez la música clásica que se emitía en radio enciclopedia, ver en la mesa unos libros inmensos, abiertos y desparramados, ver los dibujos de Rapi…

Ver la elegancia y la modestia con que los padres de Juan Carlos iban a la bodega a buscar el fricandel o hacían unas inmensas colas frente al parque de H y 21. Y cómo reinventaban lo poco que había para poder comer como seres humanos y tratar de tener algo dulce para el postre. Los batidos de Ileana, las yemitas de Quina…

Mi misión, sin saber ni entender bien por qué, fue becarme en casa de Juan Carlos. Entre juegos con Juan Manuel, yo escuchaba las conversaciones de cine y no me enteraba de nada, pero había algo ahí que me atraía…

Mi primera visita a un rodaje fue al set de El elefante y la bicicleta, en el que yo era un extra en una escuela.



En casa de Juan Carlos escuché por primera vez a Bola de Nieve, a Meme Solís, a Meneses, a Camarón… Allí se mezclaba la música clásica con algún disco viejo de Isaac Delgado. Todo era como una gran guarida que te invitaba a aprender y a ser parte.

Fue una relación establecida a partir de imágenes. Comencé acercándome a las revistas de cine español, como Cinemanía o Fotogramas;luego Juan Carlos me regalaba las revistas Academia que le llegaban. Yo me aprendía los nombres, las películas, las cifras de recaudación. Juan Carlos se dio cuenta de eso y empezó a tratar de inculcarme una lectura un poco más especializada. Me pasó libros de Buñuel, del Vaticano, del Barroco. Yo siempre le pedía libros que tuviesen bastantes figuritas, no estaba para leer mucho.

En mi mente se me iba haciendo una idea, bastante verde y equivocada, de lo que era ser un director de cine. Juan Carlos gastó mucha saliva hablándome, contándome, corrigiéndome.

Poco a poco me fue recomendando títulos imprescindibles: Ladrones de bicicletas, Ciudadano Kane… Y entonces tuve que empezar a ir a la cinemateca, para después poder contarle y comentar las películas con él. Así fue pasando el tiempo, y Juan Carlos siguió haciendo películas en las que yo trataba de colarme para ver “lo que él hacía”, y cómo lo hacía.

A mis dieciocho años, por mis notas, yo no había podido coger ninguna carrera de arte, que era lo que más me interesaba. Estaba dando clases de profesor en una secundaria básica. Estaba refundido y embarcado, porque no me gustaba para nada lo que estaba haciendo. Y por suerte salió el primer curso diurno para estudiar cine en el ISA. Enseguida corrí a casa de Juan Carlos, a hablar con él, a que me ayudara.

Juan Carlos me dio varios libros (de Doc Comparato, de Syd Field, de Titón, de Buñuel), me recomendó unas películas y me hizo una carta de recomendación para en caso de que hiciese falta. Siempre he tenido esa sensación con él: cuando la cosa se pone mala u oscura, su luz y sabiduría me salva. Y, ojo, que lo digo despojándome de toda solemnidad, porque para hablar de Juan Carlos hay que dejar atrás todo ese protocolo…

Cuando le comenté mis intenciones de estudiar cine y de tratar de convertirme en un director, él, meciéndose en un sillón en la terraza de su casa, me dijo medio en broma, pero también medio en serio, que no hiciera eso, que me quitara esa idea de la cabeza, porque era una carrera muy jodida.

Esa tarde, caminando de regreso, yo pensaba y me cuestionaba por qué Juan Carlos me había dicho eso. Tenía muchos sentimientos encontrados. Había visto lo bien que le había ido a él en su carrera; poca gente podía mostrar una filmografía como la suya, que lo había llevado alrededor del mundo, a los lugares cumbres del cine mundial, que le había dado los mejores y más variados premios, y un público que lo quería y lo seguía.

Pero también había sido testigo de los sufrimientos cotidianos, de ciertas miserias humanas y de la manera en que Juan Carlos enfrentaba las cosas malas y trataba de sacarle partido para permanecer en la luz.

En otra conversación, me había dejado claro que no importaba cuánto trabajo y sufrimiento pasaba el director de cine para hacer la película: lo importante era lo que quedaba reflejado en la pantalla.

Y, sin embargo, una de las cosas que más me llaman la atención es la ética de Juan Carlos para el día a día…

En un negocio como el cine, donde todos los clichés de tráficos de intereses palidecen ante la dura realidad, Juan Carlos Tabío es rara avis. Y por esto siento que quizás, a veces, ha sufrido tanto olvido, incomprensión y falta de reconocimiento.

La imagen que tengo de él, en los rodajes, es la de un boxeador que entra al cuadrilátero, golpea, gana la pelea y luego se retira a la oscuridad a prepararse para las nuevas batallas.

A Juan Carlos nunca lo vas a ver rondando, conversando, haciendo demagogia, tratando de convencer a nadie, ni hablando con oraciones prefabricadas sacadas de cualquier discurso político.

Estamos hablando de un hombre que hizo una película como Plaff, que estuvo nominado al Oscar por Fresa y Chocolate, que batió récords en la taquilla europea con Lista de espera… Entre otras tantas cosas. Y que así y todo, más de una vez lo han tratado de borrar del mapa.

¿Cuántas veces los programadores o críticos no le han quitado el crédito de Fresa y chocolate y Guantanamera?

¿Cuántas veces en la televisión nacional han dicho: “del fallecido director Juan Carlos Tabío”?

¿Cuántas veces no lo han machacado, criticado con cizaña, reinventado?

A cada rato leo cosas sobre Juan Carlos que demuestran un desconocimiento total hacia su persona y hacia su obra. Esas son las cosas que más me molestan a mí, y Juan Carlos siempre me dice: olvídate de eso, lo que importa es lo que está en la pantalla, la imagen.

Poca gente tendría la entereza que tuvo Juan Carlos con Titón, de dejar a un lado todos sus proyectos y ayudar. Sabiendo que la sombra del maestro lo podía acompañar por mucho tiempo, sobre todo en el “dime que te diré” de la gente.

En tiempos donde todo el mundo, por cualquier bobería, necesita “expresarse” y mandar correos electrónicos colectivos, poca gente, como él, han aguantado y callado la mayoría de las veces.

Con Juan Carlos siento que, por el simple hecho de querer vivir tranquilo y poder hacer tu trabajo, tienes que pagar un precio muy alto.

Es como si tuvieras que estar mintiendo, buscando los focos, metiéndote en carreras políticas para poder raspar una pinchita, y Juan Carlos no entra en eso. Por eso me parece el hombre más elegante que conozco. Para mí él es lo que se quería que fuera una especie de “hombre nuevo”, si la Revolución hubiera funcionado.

El amor de Juan Carlos por el prójimo, la cantidad de veces que le ha salido al paso a alguien que habló con racismo o intolerancia… Las veces que lo he visto mantener el swing de los 80 y compartir una cerveza con un desconocido… A Juan Carlos le importa la gente y eso se refleja en su obra, pero también en su vida.

En estos momentos en que están tan en boga, en el cine latinoamericano, las películas que no son tan narrativas y supuestamente son más “artísticas”, para mí Juan Carlos es una vacuna de sinceridad y de mostrar una propuesta de frente.

Tanto cine de “ver crecer la yerba”, de jóvenes impetuosos que se creen que están descubriendo el agua tibia y que enseguida son subidos en grandes pedestales. Tanto joven que no respeta ni reconoce el pasado… Por eso agradezco tanto conocer al Juan Carlos ser humano, y ver su ética. Es como una clase de preparación para la defensa.

Es muy difícil estar en este negocio y sobrevivir con tantas cualidades buenas como las de Juan Carlos, que en su persona y en su obra es como ese nadador que va a la cabeza, más rápido, y hala o impulsa con su ejemplo a los que están detrás y quieren alcanzarlo…

Nosotros los jóvenes a veces vemos a la gente mayor, de cincuenta o de sesenta, y decimos que no queremos llegar a esa edad así… A veces se dice con superficialidad y a veces con preocupación real. Yo, cuando sea grande, quiero ser como Juan Carlos: tener su tranquilidad mental, su swing, su sentido del humor y su saber estar.

A mediados de los 2000 tuve la suerte de comenzar a trabajar con Juan Carlos en un guion mío llamado Guanajay, que él conocía desde hacía mucho y para el que me había aconsejado y recomendado muchas cosas. Era una historia muy verde, pero él creyó en mí y se iba a meter… En un momento del desarrollo no se encontró dinero, y a Humberto Solás le gustó la idea.

Juan Carlos tuvo la decencia de no retener el proyecto y pasárselo a Humberto, con la esperanza de que lo levantara por otras vías, o sabiendo que podía ser importante para mí vivir esa experiencia.

Poca gente tiene esos sentimientos, esa coherencia…

Juan Carlos me ha enseñado todo lo que sé de cine y lo poco que sé sobre ser un buen ser humano.

Por eso, chapeau y agradecimiento eterno.


Juan Carlos Tabío: demasiados huevos a la vida - Carlos Lechuga



Alejandro Mainegra, el librero - Carlos Lechuga

Alejandro Mainegra, el librero

Carlos Lechuga

Ubicada en el Vedado, en la calle J entre 25 y 27, la librería de Alejandro Mainegra y Yoan Rivero es un oasis. Gracias a Alejandro he podido encontrar los libros que necesito leer para lanzarme a escribir mi novela. Hoy me da la posibilidad de indagar un poco en Hypermedia Magazine sobre un espacio que es bien necesario.