Niños y actos de repudio. ¿Eso es defender la patria?

Mi amiga Jessi acaba de cumplir 35 y todavía no puede olvidarse de aquel acto de repudio que le hicieron a su padrastro, muchos años atrás, cuando ella todavía era una pequeña. 

Por supuesto que no puede olvidarlo, porque es imposible. La cosa no es que lo olvide: la cuestión es que, a cada rato, todavía tiene pesadillas. Durmiendo o despierta, le vienen como ráfagas, gritos, golpes en la ventana, y también olores. Un olor muy puntual: el de un vecino, con uniforme de mecánico, sucio, mezclado con una colonia barata.

Mi amiga Jessi quería que yo hiciera una película de esto, y me ayudó mucho contándome sus vivencias para que las usara en lo que después fue Santa y Andrés.

Hoy Jessi no vive en Cuba. Tampoco viven aquí algunos de los vecinos que se prestaron y fueron cómplices de aquella barbarie puntual. 

Hace unos años, en un acto de repudio que fue filmado, y que tuvo lugar en una cuadra de Miramar, pude ver cómo algunos alumnos de una escuela primaria eran usados por los mayores (profesores, represores, policías, da igual) para hacer “bulto”. Los ponían a “jugar”, “cantar”, y ya de paso, a gritar un montón de consignas “revolucionarias” contra la casa de un “enemigo del pueblo”, de un “gusano”, de un disidente.

Me imagino la escena de unos padres que se levantan en la mañana, le dan el desayuno a su pequeño y, sin imaginarse nada de lo que va a pasar, confiados, depositando toda la buena fe del mundo y creyendo en la responsabilidad y en la ética de los maestros, dejan al niño en la escuela sin dudar un segundo y se van a sus trabajos.

Trabajos donde, también, los pueden llamar para que participen en otros actos de repudio. 

El hijo se queda en la escuela y a media mañana llega una llamada: no va a haber clases después de las once, el turno se suspende y todos los del aula van a dar un “paseíto”. Y los niños, felices por no tener que dar clases, sin saber qué sucede, sin el raciocinio necesario para entender un hecho tan horroroso (para entender Cuba), son parte de un acto de repudio

Esto es una violación tremenda. ¿Qué organismo ampara a los padres para que sus hijos no tengan que ser partícipes de eso? ¿Qué figura estatal representa al niño?

Un niño que, desde las primeras horas del matutino, tiene que cantar el himno y gritar alguna que otra consigna. Que en sus clases y en sus libros de textos tiene que repetir como un loro una serie de consignas vacías. 

Consignas que carecen de alma conceptual, ya que la realidad, detrás de la rejita de la escuela, afuera, les va a enseñar cómo son las cosas de verdad. Poco a poco, con el paso del tiempo, se irán dando cuenta.

Recientemente, hemos sido testigos del acto de repudio que se le hizo a una madre, una de las acuarteladas de San Isidro. Una madre, con hijos pequeños, que en la pared de su casa había escrito: “Patria y Vida”. En el video se ve que la pared, a unos metros de la acera (había una reja por medio) no interfería ni dañaba el ir y venir habitual del barrio. 

En las imágenes se ve el horror que vive esta familia. Cómo la turba brinca y entra hasta la puerta del domicilio para pintar, gritar, atacar a esta señora. Los niños no solo tuvieron que vivir esto, sino que además creyeron, por un tiempo, que les habían matado a su perrito. 

No entiendo qué tipo de persona se puede prestar para este acto. Después de ver esto, no sé quien puede creer en “el hombre nuevo” o en la “compañera revolucionaria”. 

Una imagen vale más que mil palabras. Estas imágenes acaban con toda la extensa y cara propaganda estatal. 

El video me hace pensar en las grandes vallas con pancartas que hablan de cuanto nos quita el bloqueo, de la seguridad de los niños acá, de la felicidad de nuestros infantes. 

Para colmo de males, en el noticiero de la noche, apareció el ministro de Relaciones Exteriores hablando de lo mal que estaba el mundo y de las atrocidades injerencistas que planeaba el imperio.

Me cuesta conversar con algunos amigos, algunos artistas, gente sensible que no quiere ver ciertas cosas. Gente que se escuda en aquello de: “eso fue un caso puntual”, “eso en Cuba no pasa”. No sé. Pienso en los niños que tuvieron que vivir esa atrocidad. Pienso en su seguridad, pero me preocupa el estado mental, psicológico. Una cosa así no es que no se olvide, es que hace muy difícil aquel ejercicio raro de tratar de mantener la fe. Mantener la fe y creer en la bondad del ser humano. 

Está duro. Muy duro. Después de ver cómo rodean tu casa un montón de seres que parecen sacados de una película de zombis, que traspasan la cerca y que te van arriba.

Estos niños encerrados. Escuchando. Sintiendo. Imaginándose el horror (es bien sabido que hay cosas que no se ven y solo se escuchan y nos calan bien hondo). El horror que también vieron. No había que imaginarse mucho. Todo era muy violento.

Es inadmisible que un niño tenga que sufrir en carne propia un acto de repudio. Da igual lo que haya hecho el padre o la madre. En sesenta años de perfeccionamiento y puesta en práctica de mil cosas raras, no puede ser que el Departamento de Seguridad del Estado siga haciendo esto. Es horrible que alguna vez pasara. Pero más horrible aún es que siga pasando.

No sé qué tipo de persona se creen que es uno (el cubano de a pie, el civil), que puede ver este video por la tarde y por la noche tiene que ver cualquier mentira y bobería que sale en el noticiero de televisión. Es verdad que la gente tiene miedo, y que todavía hay quienes creen que nuestro peor enemigo está a 90 millas. Pero no sé. Aunque hay muchos zombis (culpables y crueles) que se prestan para atemorizar a un grupo de pequeños, también hay mucha gente cuerda. 

Gente cuerda que, por supuesto, no tenemos ninguna utilidad para ellos. Se sienten seguros con sus mecanismos de represión.

Siempre que se ponga en riesgo a un niño y se siga maltratando su mundo emocional, no sé, no me parece que el peor enemigo esté a 90 millas. Hay que revisarse mucho. Estos niños que sufren actos de violencia extrema, de violencia en masa, van a ser el futuro de este país. 

Después la gente se pone brava cuando alguien, en una entrevista, dice que no quiere este país para sus hijos, o que temen parir aquí. ¿Quién quiere que su hijo sea usado en estos actos barbáricos? ¿Quién quiere que a su hijo le pase algo así? Que tenga que ver una turba de gente afuera de su hogar, gritando y golpeando…

Después de un acto tan cruel, un acto que no es un acto ni tiene nada que ver con el repudio, que es más una cacería donde los actantes tienen total impunidad para hacer lo que les da la gana y son enviados y tienen el apoyo de las más altas instancias del país… Después de saber lo que hay detrás de todo eso, ¿cómo se amanece? ¿Cómo se saluda al vecino, al vendedor de la esquina? 

Hoy fueron ellos, mañana pueden ser los hijos de uno. 

A fin de cuentas, los que recibían los gritos eran cubanos, los que gritaban eran cubanos. Los de dentro de la casa eran padres e hijos de alguien, los del lado de afuera. Unos eran víctimas y otros victimarios. Ninguno parecía un millonario de Honolulu. Todos están sufriendo las mismas penas. Bueno, no todos, porque siempre hay una manera de escapar al horror de tener que dañar al otro.

No sé como durmieron esa noche los niños que sufrieron esta violencia. Lo que sí sé es que si los atacantes pudieron dormir, entonces la cosa está peor. 

¿Cómo alguien se puede prestar para asustar a un niño? 

¿Cómo alguien se puede prestar para atacar a una madre? 

¿Eso es Revolución? ¿Eso es defender la patria?

Tengo una tristeza tremenda. Una pena tan honda que solo puedo bajar la vista. Sufro por mi país. 

Después de trabajar en el daño antropológico, de reparar a un millón de seres vivos y de intentar lograr un mejor tipo de cubano, hay que trabajar en ciertos símbolos que nos representan.

Hay que darle un nuevo pensamiento a Martí, a la Virgen de la Caridad del Cobre, a la palma y al tocororo. Hoy solo son cajitas que día a día son mal usadas, se llenan de un millón de atrocidades. 

Prefiero mil veces un niño feliz antes que el concepto de “tierra soberana”. 

A mirarse en el espejo: el enemigo no está tan lejos.

Bajo la cabeza. 

Tristeza. 

Pena honda.




Rocío Aballí

Rocío Aballí: “Quiero hacer porno cubano”

Carlos Lechuga

“Trabajo en esto: erotismo y pornografía cubana, la imagen de las putas cubanas, de mujeres prosexo. Me encantaría poder hacer redes de putas. He pensado en hacer, junto con mi novia, un podcast de y para putas. Quisiera poder hacer videos posporno, porno cubano hecho por mujeres. Quiero que perdamos los miedos”.