Perdiéndole el miedo a Antonio José Ponte

Con Antonio José Ponte me pasa algo muy extraño: lo admiro mucho, pero al mismo tiempo le tengo un miedo tremendo. 

He tenido la suerte de encontrame varias veces con él. Cuando era muy joven, gracias a Magaly Espinosa y Sarah Bejerano, coincidimos en un par de fiestas. Luego en Madrid, retomamos el contacto, pero nunca nos vimos. 

La última vez fue hace como dos años, en Miami. En casa de Pedro Portal, coincidimos Jennifer Díaz Doménech, Wendy Guerra, Reina María Rodríguez, Pável Urquiza y Ponte, y luego apareció Orlando Jiménez Leal. Fue una velada especial. 

A Ponte lo siento cercano, por lo que escribe y por cómo lo hace: de una manera clara, pero sin dejar de ser complejo. De su escritura emana una sabiduría abundante

En vivo, Ponte me recuerda a un cura: siempre bien vestido, elegante pero austero. Nunca lo he visto llevar ningún color chillón. Bien pelado y afeitado. Limpio. 

Tengo la sensación de que es un hombre que anda con una causa a cuestas. La búsqueda de la verdad, o simplemente tratar de escribir lo mejor que puede.

Sin conocerlo mucho, creo que es una persona solitaria. A lo mejor por deseo propio; quizás porque lo han alejado. Puede ser que le teman, como le temo yo. O que lo odien, por algunas de sus palabras.

Solo son sensaciones. Me puedo equivocar. 

Yo no me considero un escritor ni un periodista. Hago este tipo de descargas solo para sentirme bien, en espera de volver a filmar. Me lo pensé mucho antes de mandarle estas preguntas, por el miedo a que esté pendiente de mis faltas o errores gramaticales. 

Pero bueno, es un lujo y un disfrute conversar con él. Allá va…



¿Cómo es el lugar desde donde escribes?

Tengo una mesa que me mandé a hacer, más o menos del mismo tamaño de la que tenía en La Habana, que había sido mesa de un taller de costura. Esta es de madera antigua vuelta a aprovechar, fue una puerta madrileña en el siglo XVIII. Le pusieron patas metálicas. Tiene nudos y una muesca en el borde, junto al brazo izquierdo. Está delante de una ventana que da al sur, a un árbol y una avenida. 

El árbol es un plátano. Cuando leí el Banquete de Platón por primera vez (yo era un muchacho) y leí que conversaban debajo de un plátano, creía que era una mata de plátano. El platanal de Platón, en vez del de Bartolo.

¿Cuál es tu horario? ¿Tienes alguna manía antes de sentarte a escribir?

Me duermo muy tarde, así que suelo aprovechar mejor las noches y las madrugadas, pero he escrito de mañana también. 

Escribo sin ritos invocatorios. Mariposeo un poco (Roland Barthes llamaba mariposear a ponerse a hacer cualquier cosa que postergue la escritura), pero no hay nada ritual en lo que hago, es simple dilación.

Cuando estás inmerso en la escritura larga, en una novela… ¿Eres de esos a los que la pasión no los deja parar? ¿Te sumerges del todo o lo haces por temporadas?

Las sentadas son largas, sea cuál sea el género que esté escribiendo. Un ensayo está hecho de menos sentadas que una novela, pero cada una de esas sentadas puede eternizarse. Y en ellas pierdes la noción del tiempo y dejas en pausa todos los problemas, que te están esperando como cosa buena para cuando tú termines. 

¿Qué recuerdas de Matanzas?

El centro de la ciudad, que fue donde viví, está limitado por el río San Juan y el río Yumurí, y esos eran los límites que me impusieron los mayores cuando empecé a salir solo o con mis amigos. Llegar hasta cualquiera de los puentes, pero sin pasar al otro lado. Me acuerdo de esos ríos.

Me acuerdo de los jardines de muchas casas. Conocía los patios de las casas de tres o cuatro cuadras, todas de amistades de mis abuelos paternos. Entre ellos mantenían un intercambio continuo de semillas y esquejes.

Eran como una comunidad de polinizadores, todos ancianos, solteronas muchas de ellas, y todos contrarrevolucionarios.

También me acuerdo de la tristeza de los domingos, del sol del final de la tarde en el muro altísimo del patio. De las conversaciones con mi abuela paterna, Alicia Doyhenard, y del tono con que ella recitaba de memoria a Rubén Darío.

Y luego, de adolescente, me acuerdo de una balsa hecha de poliespuma con la que unos amigos íbamos de playa en playa recorriendo la bahía. 

¿En qué momentos te percatas de que puedes escribir?

Un día, pasando de una habitación a otra, en casa de mis abuelos maternos. Tuve que buscar papel y mesa para escribir un poemita. Yo era un niño de siete u ocho años, y lo de pasar a otra habitación tuvo una connotación más grande que la cotidiana. ¿A dónde iba a llevarme ese pasillo?

¿Cómo fue el proceso de mudarte a la capital?

Antes fueron las mudanzas del divorcio de mis padres. Y la beca, donde viví tres años, por los alrededores de Jagüey Grande. Y luego, a los quince, llegar a La Habana. Porque mi madre vivía allí desde hacía unos años, vuelta a casar, mientras que yo había preferido quedarme en Matanzas con mis abuelos maternos. Luego murió mi abuelo y tuvimos que irnos a La Habana. 

Fue la primera vez que usé un plano para entender una ciudad, algo que he hecho luego tantas veces. Me encantan los planos, desde antes de estudiar una ingeniería.

 ¿Quiénes eran tus amigos más cercanos en La Habana?

Primero, pocos amigos del preuniveristario, porque llegué tarde, cuando estaban hechas casi todas las alianzas, y yo venía de provincia y con la cabeza rapada por un accidente y una operación quirúrgica. Tener rapada la cabeza era entonces extraño o ridículo. Levantaba sospechas de loco o de recluta. 

Luego, en la universidad, hice amigos que me dieron a conocer todo el rock que he oído (he oído muy poco después) y a los que yo les di a leer a Borges, que era un desconocido total, por censurado. 

Y fui encontrándome con algunos escritores. Rolando Sánchez Mejías y Félix Lizárraga fueron los primeros. Luego Reina María Rodríguez, Víctor Fowler, Alessandra Molina, Sigfredo Ariel, Atilio Caballero, Soleida Ríos…

¿Cuáles son los peores recuerdos que tienes de la Isla?

El cederismo y la chivatería.

¿Y los mejores?

Descubrir La Habana, haber llegado a tiempo para ver Obispo todavía con tráfico de carros y La Habana Vieja aún sin restaurar. Haber pasado casi tres años por los alrededores del río Cauto. Haber conocido el campo y haber conocido Oriente.

Una calle o lugar de La Habana que extrañas o que visitabas mucho.

No extraño La Habana. Hacía largas caminatas, las sigo haciendo en otras ciudades. 

Me gustaba mucho la Loma del Ángel. Un lugar raro. Había existido allí un cementerio, y en las fiestas de San Rafael del siglo XIX fue sitio de encuentro de lesbianas. Hay unas casas con escaleras a la entrada, como santiagueras, frente a la iglesia. El busto de Villaverde y, en otro edificio, un piso alto con una suerte de loggia al que yo le encontraba un aire italiano. Me parecía un poco irreal aquella placita, que sé que ha cambiado. 

¿Me cuentas algo de tus padres?

Se casaron una primera vez y se casaron una segunda. Casados entre ellos, digo. Mi padre murió hace unos años y mi madre vive en Miami, con mi hermana y mi sobrino. 

Los dos, cada uno a su manera, con un particular sentido del humor que los hizo muy graciosos para sus amistades. 

Yo veía a mi padre como al hijo de mis abuelos; sigo viéndolo así. De él heredé la afición por las novelas de espías, pero no su amor por los deportes, algo que lamento. 

De los dos me llegó la alegría de bailar, y de mi madre y mi abuelo materno, el gusto por la música popular. Mi madre, muy joven, y mi abuelo, van por la Vía Blanca en un Buick nuevo, por el capricho de mi madre de ver cantar a La Lupe. Ella me cuenta esa historia, me habla de La Lupe, a la que yo no he podido oír. Hasta un día en que, viendo una película de Almódovar, en la música de los créditos oigo que canta alguien que, sin confirmarlo todavía, sospecho que es La Lupe. Lo leo en los créditos: es ella. 

Es curioso que la primera vez que oí a La Lupe y la primera vez que vi las imágenes de PM, el documental de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, haya sido en los créditos de unas películas.

Creo que sales de Cuba por el 2006 o 2007… ¿Cómo fue tu partida? ¿Te fuiste sospechando que no regresarías?

En 2006 vine a Madrid, donde había estado un par de veces y donde, desde la primera vez, tuve la impresión de que si alguna vez vivía fuera de Cuba sería aquí. 

Llegué pensando que era simplemente un viaje y que volvería a mi casa en La Habana Vieja. 

Desconfié de que fuera a hacer ese viaje, porque ya antes me habían impedido salir. Pero un grupo de amigos escritores escribió una carta al ministro Abel Prieto pidiéndole que me dejaran viajar y la carta surtió efecto. 

¿Te quedaba alguien en la Isla?

Mi madre había salido rumbo a Miami unos meses antes, para el parto de mi hermana. Y en La Habana quedó únicamente mi pareja de entonces, que terminó viniendo medio año después y aquí nos reunimos. 

En Matanzas quedó mi padre, a quien no volví a ver.

Recién llegado a Madrid, ¿cómo logras instalarte y vivir de tu trabajo, de lo que te gusta?

Desde antes de venir tenía una propuesta de trabajo, aunque no estaba seguro de aceptarla. Pertenecía al consejo de redacción de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, buscaban a un director que sustituyera a Rafael Rojas, quien a su vez había sustituido a Jesús Díaz, y me ofrecieron la codirección de esa revista, junto a Manuel Díaz Martínez. 

¿Se te hace duro el exilio?

No. 

Me parece que puede ser un poco difícil eso de escribir sobre Cuba y no cortar del todo. Hay mucha gente que me dice que, desde que se fueron, cortaron con la Isla. Sin embargo, tú pareces disfrutar hablando de Cuba.

No sé si disfrutar sea el término exacto. Tal vez sí lo sea, no estoy seguro. 

Me fui tarde de Cuba, empezaba a ser un cuarentón cuando me fui, y supe que no tenía tiempo para inventarme una historia completamente nueva. Supe también que no estaba dispuesto a hacer literatura nostálgica. 

¿Cómo llegas a escribir para Diario de Cuba?

Fundándolo, con su director Pablo Díaz y un grupo de periodistas.

¿Eres una persona creyente? ¿Crees en Dios? 

Supongo que, en términos de esta época, sería una persona creyente. En términos de épocas anteriores, de las cuales leo sus grandes textos religiosos, ni por asomo.

Un poema de Wendell Berry dice que no existen sitios profanos, que solamente existen sitios sagrados y sitios profanados. De modo que, por desangelado que sea el lugar en que uno se encuentre, por profanado que parezca, alguna vez fue un espacio sagrado. Y ha de quedar algún vestigio. Creo en eso.

¿Te consideras un hombre solitario?

No me molesta pasar horas sin hablar y, a la vez, adoro la cháchara. 

Los surrealistas franceses jugaban a subirse a un tren que viajara en cualquier dirección, bajarse en el sitio menos pensado y esperar a ver qué surgía. A ver qué novela les saltaba. A mí me gusta el juego contrario, que he practicado a veces con suerte: llegar a un sitio nuevo, quedarme por un tiempo y hacer el menor número posible de relaciones. La novela vacía. 

En La Habana de hace 20 años, a principios de los 2000: ¿dónde trabajabas?, ¿de qué vivías? ¿Cómo era tu vida?

De artículos en revistas extranjeras, de los derechos de autor de varios libros, de lo poco ahorrado en una beca, del pago como visiting professor en Penn University y de honorarios como miembro del consejo de redacción de Encuentro de la Cultura Cubana. Anteriormente, de unos años de trabajo como ingeniero hidráulico. 

Hum, creo que nunca antes había intentado un resumen financiero como este. 

Para mí ha sido una sensación muy gratificante entrar a una librería en España y encontrar un libro tuyo. Siempre me imagino que andas cerca, caminando por ahí… ¿Cómo es tu relación con las grandes editoriales españolas? 

Nula. Publiqué en una de ellas mi primera novela, y no funcionó la atención que le dieron ni (en consecuencia o no) la novela. Durante un tiempo me representó la Agencia Balcells, pero terminé pidiendo que me rescindieran el contrato. 

Los libros son caros pero yo, por ejemplo, nunca me puedo concentrar en las bibliotecas: me los tengo que llevar a casa. ¿Tú vas mucho a las librerías? 

Voy mucho a las librerías, gasto demasiado en ellas, y recorro también las bibliotecas porque puedes llevarte libros en préstamo, alguno de ellos inencontrables en librerías. 

Pero déjame que te cuente las sensaciones de encontrar en venta un libro que yo haya escrito. Primero, alegría. Luego, con el paso del tiempo, una complacencia malévola en que no queden ejemplares. 

Malévola porque no viene de imaginar que esos ejemplares fueron vendidos y encontraron sus lectores, sino de sospechar que fueron devueltos a la distribuidora y van camino a las trituradoras. 

No me explico bien esa sensación, pero es como si me tranquilizara que no aparezca rastro en la superficie del cadáver que trataba de hundir. Como si hubiera conseguido borrar todas las pruebas del crimen.

11 autores y 11 libros. 

Michel de Montaigne, Lewis Carroll, Marcel Proust, Arquíloco, Safo, Fernando Pessoa, William Shakespeare, Isak Dinesen, Jorge Luis Borges, Wallace Stevens, Sherezada.

De los libros voy a elegir, si no te parece mal, solamente obra ensayística: 

El arte de la memoria, de Frances A. Yates. 
Apolo con el cuchillo en la mano, de Marcel Detienne. 
Las bodas de Cadmo y Harmonía, de Roberto Calasso. 
Naufragio con espectador, de Hans Blumenberg. 
La poética del espacio, de Gaston Bachelard. 
Calle de dirección única, de Walter Benjamin. 
Praga mágica, de Angelo Maria Ripellino. 
En el espacio leemos el tiempo, de Karl Schlögel. 
La cantidad hechizada, de José Lezama Lima. 
Jesús y Pilatos, de Giorgio Agamben. 
El sexo y el espanto, de Pascal Quignard.

En Internet se menciona bastante que eres guionista de cine. Háblame un poco de eso. 

Solamente remendé unos guiones. Orlando Rojas me enseñó lo que supe del oficio, porque trabajé con él en un guion que no se filmó nunca. 

La que sí se estrenó fue una comedia hecha a base de historias que su director, Enrique Colina, tenía acumuladas, y que le ayudé a organizar. 

¿Eres muy cinéfilo?

Fui cinéfilo, ya no lo soy. Lo fui en La Habana, porque no podía ver pintura de los grandes maestros. Pero hace años que he dejado de ver tanto cine como acostumbraba, y mi pasión es pasar horas en el Museo del Prado. 

11 cantantes. 

Con un par de condiciones. La primera, que ninguno sea de lengua española, porque no me alcanzaría esa casi docena. Y la segunda, que sean 11 cantantes con 11 canciones. Aquí van:

Frank Sinatra (“Where or When”). 
Billie Holiday (“April in Paris”). 
Amália Rodrigues (“Estranha forma de vida”). 
Mabel Mercer (“Isʼnt it a pity”). 
Sarah Vaughan (“Morning Star”, con The Jimmy Rowles Quintet). 
Carmen McRae (“My foolish heart”). 
Gerard Souzay (“Ich grolle nicht”). 
Susan Graham (“À Chloris”). 
Mina (“Il cielo in una stanza”). 
Carly Simon (“All the things you are”).
Barbara Cook (“Losing my mind”).


Las canciones favoritas de Antonio José Ponte (playlist):


A tres de ellos alcancé a oírlos en vivo, y asistí al sepelio de Amália Rodrigues. En el taxi que me llevó, antes de que le indicara la dirección, el taxista me dijo: “A grande Amália morreu”. Es que ponían su música por radio.

A lo mejor es una paja mental mía, pero como eres una persona curiosa, te imagino viajando por el mundo y buscando o sintiendo los lugares por donde pasaron otros grandes cubanos. A mí me pasó en NY y en Miami: me imagino en una esquina a Reinaldo Arenas, a Celia Cruz… 

Me pasa, pero no tanto con figuras cubanas. En París, abundantemente. En Lisboa, con Pessoa. En New York, un callejoncito donde vivieron frente a frente Djuna Barnes y E. E. Cummings, o el edificio en el Village donde vivió W. H. Auden. 

Tengo el recuerdo de haber dado una clase sobre la poesía de Heberto Padilla en la Universidad de Princeton y salir del aula y recorrer Linden Lane, que fue donde él vivió en sus primeros años de exilio y es la dirección que da nombre a la revista que hizo con Belkis Cuza Malé. 

Y no dejo de llevar amigos a la tarja de la casa madrileña de Martí, en la calle Desengaño. Algunos se emocionan hasta el punto de emocionarme a mí.

¿Cómo surgió la idea de escribir La fiesta vigilada? ¿Cómo fue el proceso de escritura? 

Releí Nuestro hombre en La Habana, la novela de Graham Greene, y me saltaron a la vista algunos detalles de la ciudad que estaban recuperándose de cara al turismo. Es como si La Habana intentara volver a ser la de aquella novela. 

Viajé a México a presentar un libro y me encontré con amigos y conocidos que me cuestionaban por qué seguía en La Habana. Y empecé a ver la decadencia arquitectónica habanera bajo la perspectiva de una disciplina que, irónicamente, llamé ruinología. 

Con todo esto y con el recuento más o menos esfuminado de lo que me estaba ocurriendo (expulsión de la Unión de Escritores, censura, prohibición de viaje al extranjero), organicé ese libro. 

Lo más difícil fue alcanzar una estructura que me complaciera, que fuera una estructura con zonas abiertas, lo mismo que una ruina. 

¿A quién le diste a leer el libro cuando lo terminaste? ¿Lo tuviste que mandar a muchas editoriales?

Tenía un agente literario que lo envió a un par de editoriales, que lo rechazaron. 

Entonces viajó a La Habana el escritor mexicano Juan Villoro, con encargo de escribir sobre apagones, y en la semana de su estancia no hubo ni un apagón siquiera. Nos vimos varias veces, conversamos en caminatas. Yo no lo conocía de antes, pero le debía mi primera lectura de los aforismos de Lichtenberg, que él tradujo del alemán, así que me parecía un viejo amigo. 

Villoro me preguntó en qué trabajaba, le contesté que esperaba por la suerte de un libro, le di a leer unos fragmentos y aseguró que Anagrama tenía que publicarlo sin falta. Pero Anagrama era una de las editoriales que habían dicho que no. 

Él le insistió al director de la editorial, Jorge Herralde, quien prometió leerse el libro y, meses después, Herralde me llamó para decirme que lo editaría.Llamaba desde una playa mexicana donde estaba de vacaciones y donde lo había terminado de leer. Así que tengo varias deudas mexicanas por su publicación. 

¿Por qué La Habana está tan presente en tu obra? 

Amor, supongo. Un amor con mala suerte. La mala suerte de haber asistido al espectáculo de una capital paralizada y decadente

También aparece en tu obra el interés por la comida. ¿Se debe a la falta de comida que padecemos? ¿Eres a foodie person?

Más exactamente, es interés por la imaginación culinaria, no por platos. 

Me encanta comer, tengo amigos muy conocedores y me arrimo a ellos para aprender, pero no soy una foodie person.

¿Sigues escribiendo sobre Nitza Villapol?¿O es un libro ya terminado?

Es un libro terminado, breve, pero fue difícil de trabajar porque buscaba una simplicidad que se me resistía. 

¿Podemos hablar de amor? Pareces una persona tan discreta… ¿Tienes pareja? ¿Dejaste algún gran amor en la isla? 

Voy a ratificar esa impresión tuya. Hay una frase de Peter Handke, creo que de su diálogo con Peter Hamm, en la que avisa que él vive de aquello que los otros no saben de él. Me acojo a esa lección. 

En cuanto a los grandes amores que quedaron en la isla: creo que hasta mis más pequeños amores ya se largaron. 

Allá, en Madrid, ¿quiénes son tus cercanos? ¿Tus confidentes?

Tengo unos pocos nuevos amigos. Para contar con más, habría tenido que venir antes. Me acuerdo de una noche de lunes o martes con un par de ellos en un bar del centro de Madrid, lloviendo afuera (la lluvia aquí no es tan común como en La Habana o en Miami), en que sentí una felicidad tremenda: la de estar en un sitio propio, de pertenencia.

¿Signo zodiacal? 

Leo. Coincidir astrológicamente con el dictador hizo que durante mucho tiempo diera explicaciones cuando confesaba mi signo. Algo ridículo, como si aspirara a joderle la vida a la misma gran cantidad de gente y tuviera que disimularlo. 

En el horóscopo chino: dragón de madera. 

¿Y en la religión yoruba?

Todas las consultas me han hecho hijo de Yemayá. 

¿En qué estás trabajando ahora?

Acumulo ímpetu para empezar de nuevo. Estoy en salmuera, como llamaba Flaubert a estos momentos de espera para el arranque.




Una tarde de rabia con Carlos Manuel Álvarez - Carlos Lechuga

Una tarde de rabia con Carlos Manuel Álvarez

Carlos Lechuga

“Yo sé que si un día me meten preso, o me detienen cuando vaya de nuevo a Cuba, son mis amigos los que me van a sacar de la cárcel o del apuro. Mis amigos y la derecha, mis amigos y Miami, mis amigos y el exilio. La izquierda me va a hundir más. De la izquierda cubana, hasta ahora, no se puede esperar más que complicidad con el represor”.