No sé quién es Denis Solís. No conozco al ser humano detrás de ese nombre. Sé que hay una foto de él con un tatuaje a todo pecho que dice “Cambio 19.10.20. Cuba”: las letras con los bordes enrojecidos, frescos, la tinta todavía nítida, sus ojos entrando a un callejón sin salida.
Pero tampoco sé quién es, por ejemplo, Ciro Redondo. Lo busco en Internet: es un municipio de la provincia Ciego de Ávila. Población (2004): 29,560. Creí que iba a encontrar una historia heroica. Sigo leyendo. Doy click en “named after a revolutionary”: dice que la página no se ha creado. Es decir, en inglés, es muy probable que nadie sepa quién fue ese revolucionario que murió a los 26 años y le dio nombre a una localidad del país. Me voy a Wikipedia en español, paso a Ecured y sale lo mismo: es un municipio de 591,58 km².
Finalmente encuentro a Ciro Redondo García (Artemisa, 9 de diciembre 1931-Sierra Maestra, 29 de noviembre de 1957). Parece que algunos héroes solo existen con una búsqueda detallada; por ejemplo, agregándoles un adjetivo, definiéndolos antes de que sean descritos. Leo: “fue un revolucionario cubano que participó en la toma del Cuartel Moncada en 1953 y del ejército guerrillero del Movimiento 26 de Julio. Murió en combate en 1957”.
Ahí está su foto: flaco, con su cabo de cigarro o de tabaco, un poco resignado, un poco contento (las fotos no siempre captan lo que uno está pensando). Es de esas imágenes que uno no sabe para quién o para qué se han hecho.
Sigo leyendo. Información profesional: Guerrillero.
Nuestros héroes históricos han matado, han puesto bombas, han dejado calles manchadas de sangre, resolvieron sus conflictos por las malas.
Nuestros héroes de hoy (ellos y ellas) hacen huelgas de hambre, salen a la calle con la foto de un familiar injustamente encarcelado impresa en papel de 8½ x 11, le dicen a alguien en su cara lo que piensan, ponen un post en Facebook o en Twitter denunciando abuso policial, señalando actos de racismo institucional o preguntándose por qué hay tiendas en MLC con los productos que el día antes se vendían en CUC.
No se puede comparar a los héroes históricos con nuestros héroes actuales. Con una pistola en la mano, cualquiera se cree Dios. Lo difícil es ser héroe en Cuba hoy, y serlo pacíficamente. Porque hoy también se da la vida por la patria. A veces se da la vida mientras se sigue viviendo.
Hay muchos héroes que no tenemos en cuenta. Algún día quisiera saber los nombres de los que murieron en Angola. Nombres y apellidos, no un número. Quisiera ver una escuela con alguno de esos nombres. Los quiero en los libros de Historia de Cuba: ellos también murieron por la patria. Por una patria que los envió a África como carne de cañón. El héroe no fue el comandante que se quedó en Cuba mirando un mapa, sino el que puso el cuerpo allí.
Quisiera ver un centro de trabajo con el nombre de un Héroe Nacional del Trabajo. ¿O es que esa distinción solo la inventaron para que alguien se ganara un viaje a los países socialistas o un televisor en colores? Yo quiero conocer las historias de esos héroes, quiero que me inspiren.
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Ya sé un poco más sobre Denis Solís. Me dicen que, en solo dos días y sin testigos, le hicieron un juicio sumarísimo a su tatuaje a pecho abierto. La sentencia para alguien que usa su arte como espacio de denuncia es ocho meses de cárcel.
En Cuba la justicia no es justa. Un violador de menores (identificado y confirmado por las víctimas) está en la calle, desde hace cuatro meses espera juicio. Tal parece que las causas políticas tienen prioridad sobre las causas ciudadanas. ¿El Ministerio de Justicia protege al gobierno antes que a los ciudadanos? ¿El gobierno tiene prioridad en todo el espectro legal?
Denis Solís es rapero. No he escuchado su música, no he visto ningún video suyo, no he podido buscarlo en redes sociales; me quitaron Internet porque hay un grupo de activistas, compañeros de Denis, atrincherados en una casa en San Isidro hasta que lo liberen.
Sí, aquí hay una lista de activistas a quienes les quitan Internet y les colocan patrullas para que no salgan de sus casas cuando otro activista hace alguna acción (le tienen pánico a…, bueno, a tantas cosas). Pero eso no es realmente importante, ni tampoco intimida, aunque sea incómodo.
Lo importante es que hay quienes están dispuestos a dar su vida por la vida de otro.
De eso se trataba, ¿no? ¿No era eso lo que contaban los libros de Historia de Cuba en los capítulos de antes de 1959? ¿No era esa la respuesta correcta de cuanta prueba de historia había?
Alguien me dice: pero, ¿para qué hacen eso, si nadie los conoce? Y (más allá de que no es cierto que nadie los conoce) yo me pregunto: ¿es importante que te conozcan?
No es importante conocer a Denis Solís. Lo importante no es él: puede ser cualquiera de nosotros. Lo importante es que conozcan la causa de tu acción.
Aquí usan la personalización a conveniencia. Para minimizarte: nadie te conoce. Para juzgarte: eres un ególatra.
Qué ganas tengo de que Cuba deje de ser el país de los extremos, y de lo inoperante. Qué ganas tengo de que la propaganda se sustituya por el amor al conocimiento; al conocimiento difícil, incómodo, no el que puedes escribir en el dobladillo de tu uniforme el día del examen.
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El año pasado, en INSTAR, invitamos al artista y activista holandés Jonas Staal, que lleva años trabajando el tema de la propaganda política: su libro Propaganda Art in the 21st Century (MIT Press, 2019) nos enseña a localizar y deconstruir estrategias de convencimiento colectivo a través de imágenes, eslóganes y fake news.
En su primera visita a Cuba, el paraíso de la izquierda, el último bastión del ensueño, la mirada aguda de Jonas se percata de algo… Compartimos esta observación: ninguna propaganda otorga rango de héroe a nadie cuya labor o liderazgo haya comenzado después de 1959… Parece que no existe la posibilidad de ser un héroe, a menos que seas parte del grupo originario que hizo la Revolución o que hayas muerto luchando por ella.
Empezamos a revisar cuanto cartel, imagen y texto había en la propaganda oficial, en las calles, en los periódicos, en las paredes de los centros de trabajo… Salían niños, adultos, estudiantes, trabajadores, médicos… Pero siempre como representación del concepto “masa”, “pueblo”; siempre representando un arquetipo, un rostro o una historia nunca demasiado específica. Aunque sean reconocidas, algunas incluso por su nombre, estas personas posan dejando atrás todo rastro de evento personal; son la cara de un concepto genérico de felicidad, lealtad, amor a la patria.
Los héroes tienen al menos un evento específico que los distingue de los demás, que los hace extraordinarios. A eso tampoco hay derecho en la Cuba de hoy: no hay derecho a “destacarse”. Todos vivimos una vida genérica y un poco miserable, cuidándonos de no ser demasiado brillantes, demasiado apasionados, demasiado exitosos…
La excepción dentro de lo heroico post-1959 la constituyen los “Cinco Héroes prisioneros del Imperio”. Pero los Cinco, los únicos cuya heroicidad fue reconocida oficialmente (importa destacar que eran espías, y eran más de cinco, pero la mayoría colaboró con el FBI), son héroes de exportación. Cuando regresaron a Cuba, su condición de héroes no les sirvió para cambiar nada: han pasado a ser personas simples, grises, material de memes… Héroes muertos: zombis.
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En Cuba a nadie le interesan ya los obituarios: ese texto que uno se imaginaba en los momentos difíciles de la vida, y que te ayudaba a darle un poco de enfoque a las acciones. Ante retos inalcanzables, uno decía: “al menos será una línea que otros leerán con admiración”.
Quién sabe, quizás si la gente pensara más en qué dirán de ellos cuando se mueran, serían mejores personas y un poco más valientes. Y quizás se propusieran algún que otro reto, más allá de la sobrevivencia.
Cuba es un país de viejos, pero no por la cantidad de población en la tercera edad, ni por la cantidad de jóvenes que abandonan el país, sino porque la gente no puede aspirar a hacer nada un poco extraordinario. En Cuba uno llega a la vejez entre los 25 y los 32 años, en cuanto deja de creer que puede comerse el mundo. Y esta desidia no es una conclusión a la que arribamos individualmente, sino el efecto secundario de la propaganda que nos rodea, que es vieja y chea y que no le da espacio al presente.
Los héroes históricos fueron seres normales, igual que nosotros. Los héroes no pertenecen a una época histórica: surgen en todos los tiempos.
Claro que, para el proceso de transición en el que estamos (de la dictadura a la pingocracia), esto de ser héroe se pone bien difícil. Y si tenemos en cuenta que la dictadura, la autocensura y el miedo vienen desde la República, podemos entender por qué, cuando llega el momento de defender a alguien que está haciendo algo extraordinario, los cubanos requieren tantos detalles y un nivel de coherencia imposible de sostener hasta por ellos mismos.
Hoy, en Cuba, hay que comportarse como un héroe para lograr ser mínimamente ciudadano.
Nunca fue más contemporánea la escena final de la película Clandestinos: Luis Alberto García abrazando a Isabel Santos y gritando a todo pulmón: “¡La voy a entregar viva! ¡Viva, coño!”. Hoy, los huelguistas en el Movimiento San Isidro están vivos; el gobierno tiene la responsabilidad sobre sus vidas.
Pero el gobierno no quiere dejar que nada extraordinario suceda, cuéstele lo que le cueste. El gobierno sigue actuando como los héroes históricos: por las malas.
Mientras no exista un mecanismo para canalizar las demandas de los ciudadanos, estaremos condenados a poner el cuerpo. Es la única opción que nos han dejado.
En la Cuba que yo quiero nadie tendría que ser héroe. En la Cuba que yo quiero somos ciudadanos con derechos, y quienes alzan la voz son admirados y no apedreados.
Cuando alguien hace una huelga de hambre, hace de su cuerpo un despojo. Somos nosotros, los que estamos viéndolo desde afuera, quienes tenemos la responsabilidad de poner el cuerpo donde va: en el alma de la nación.
Dos Cubas
En Cuba la ilusión dura poco. No es el calor: es la impotencia. Existen espacios que quieren resistir, espacios para que uno se imagine por un instante que está en Madrid, en Roma, en Japón, o en la Cuba del futuro. Pero esa oportunidad solo existe para una clase social muy específica.