En tiempos de necropolítica: ¿dirigentes u operarios?

El gobierno cubano tiene un nuevo problema: se ha quedado sin su batería de repuestos administrativos. 

Mucha gente pensó que Alpidio Alonso iba a ser destituido después de que se le fuera de las manos el plantón delante de su Ministerio, el 27 de noviembre pasado. Por un momento me lo imaginé entrando a una reunión del Consejo de Ministros con la cabeza baja, sin mucha autoridad para proponer nada.

Unas semanas después de aquel evento, echó a rodar el rumor de que iban a “quitar” a Alpidio. El nombre de Abel Prieto aparecía cuando se hablaba de un sustituto; artistas e intelectuales, a modo de votación oral, comentaban los pros y los contras de que el exministro volviera a su silla. Aquel debate informal terminó cuando se regó que Abel Prieto no quería el puesto. De pronto hubo tremenda sensación de vacío.

Luego se empezó a decir que estaban pensando en Iroel Sánchez. Inmediatamente, los chats se llenaron de historias más cercanas a un potencial #MeToo cubano que a cualquier tipo de alivio administrativo. Se pasó de hablar de la incidencia en la producción de cultura cubana (con Abel) a las anécdotas y relatos personales sobre la calidad humana (con Iroel). 

Después de una votación informal y casi unánime en contra de Iroel, se empezó a mencionar a Omar Valiño. Hubo mutis y malas caras… 

Yo, espectadora pasiva de este desfile de nombres, pensaba en el concepto “crisis institucional”.

El actual ministro, Alpidio Alonso, tal vez se ha ganado a golpe de manotazo un poco más de tiempo en su puesto de trabajo. El hecho que el 27N haya puesto una petición formal para que sea destituido, si bien supone un precedente legal, también puede traer como consecuencia que lo veamos agonizar lentamente en su oficina. “Ahora sí no lo quitan”, dicen muchos. No le van a dar ese poder a los que osaron ejercer sus derechos constitucionales. No quieren ese precedente. 

Es la manera en que se gobierna este país, desde hace más de medio siglo: evitar que se produzcan precedentes. Las acciones que pueden inspirar a otros constituyen un peligro. Hay que frustrar esa inspiración. Que todos tengan la autoestima más baja posible.

Pero ahora hay otro precedente: el ministro de Cultura ya no puede decir que no sabe nada de los arrestos y de la violencia ejercida contra los artistas cubanos. No solo fue parte de esa violencia, junto a los trabajadores de su administración, sino que incluso muchos pensaron que su manotazo fue la señal que desató la licencia para golpear. Es decir: finalmente se vio claro cómo funciona la colaboración entre el MININT y el MINCULT; ese ha sido quizás el único momento de transparencia institucional de ese Ministerio.

Por mucho menos que eso han destituido ministros en otros países, pero el gobierno cubano está en una encrucijada: crear la imagen de un país en camino a la democracia (donde se escucha y se responde el reclamo popular) o continuar rumbo a la autocracia (donde la lealtad de los dirigentes es hacia sus superiores, los gobernantes). 

Quizás el problema es más sencillo: quizás el presidente del país sabe muy bien que su ministro de Cultura no está a la altura, pero no tiene a nadie para sustituirlo. No hay una versión mejor. Y sabe que los artistas no van a dejar que pongan a cualquiera. Ya no. 

El cargo de ministro de Cultura es un puesto delicado: tiene que ser un intelectual respetado por su gremio. Y un intelectual no debe tener miedo a debatir con los que piensan diferente a él; por el contrario: es un duelo que disfruta. 

Por ahí ha empezado a rodar esta idea: que el nuevo ministro de Cultura sea elegido por los artistas…

Mientras no resuelvan el problema del vacío institucional, el campo de la cultura seguirá marcado por la ironía —tanto el ministro (ingeniero eléctrico) como el viceministro (graduado de comunismo científico en la escuela del Konsomol) encajan perfectamente en la categoría de intrusismo profesional que se explica en el Decreto-Ley 349— y seguiremos sufriendo la incapacidad de los actuales dirigentes de estar a la altura de estos tiempos. Ellos entienden de avergonzar, de tergiversar, de presionar, de lanzar falsas acusaciones, pero no manejan con elegancia el uso de lo simbólico como política. Se pueden haber tirado una foto con Fidel —¿es eso un requisito para ser ministro de Cultura?, ¿ese aval habría que sustituirlo ahora por una foto junto a su tumba?—, pero no aprendieron nada de Fidel.

Un ejemplo de esta ineptitud lo vimos hace poco en la Mesa Redonda. Dijo el ministro: “Palabras a los intelectuales no es solo esa frase”. Y lo dejó ahí… En ningún momento del programa se mencionó “esa frase”, a la cual dedicaban todo tipo de comentarios. De manera casi cómica, el moderador le siguió la rima al ministro, y se mantuvo la omisión.

Los televidentes ajenos al ámbito de la cultura, ¿qué frase habrán imaginado?

La Revolución ha llegado a una etapa misteriosa. Un ministro de Cultura tiene miedo de pronunciar la frase que, según ellos mismos, define la política cultural del país. ¿Será que, como no la puede pronunciar, tiene que ejecutarla mediante la violencia física? 

Cuando escuchó los gritos de los artistas a los que golpeaban, vejaban y metían dentro de una guagua, ¿pensó el ministro en: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”? ¿Será por eso, por miedo a recordar aquello, que no pudo pronunciar la frase? ¿Por qué se autocensura un ministro en la televisión nacional, pero no delante de una brigada del MININT?

Me resulta significativo también que los dirigentes del MINCULT no hayan tenido la capacidad semiótica para decodificar el cartel que se ha hecho por el 60 aniversario de Palabras a los intelectuales: la frase “tienes la palabra” con letras viradas al revés, un vaso medio lleno o medio vacío, y dentro del vaso, en el agua, un reflejo naranja que no se sabe de dónde viene o qué refleja… Y si nos ponemos un poco subliminales, casi podemos ver el rostro de Fidel en el reflejo del agua. Un Fidel virado al revés, y distorsionado.



Imagen: Mincult.


Un nuevo ministro de Cultura, ¿cómo asumiría el hecho de tener que llamar a artistas por teléfono para que se posicionen públicamente a favor de la Revolución? ¿Lo haría por iniciativa propia, o en el Ministerio hay alguien con memoria institucional que le explica a quiénes llamar y cómo hablarles? ¿Ejercerá la presión sutilmente, o propondrá el quid pro quo desfachatado? ¿Respirará hondo antes de autorizar que una gran parte del presupuesto del Ministerio se destine a tres o cuatro artistas que ellos comprometen con la Revolución, mientras las condiciones de trabajo de los demás artistas no son las mejores? 

¿Los 19.000 CUC que —según se dice— le dieron a Raúl Torres por hacer un videoclip, salieron del presupuesto del MINCULT, del presupuesto del MININT, o es parte de la cuenta que se usaba para los actos de la Tribuna Antiimperialista? ¿La obsesión gubernamental con el financiamiento independiente se debe a que tienen que establecer tarifas más altas para pagar a sus artistas leales?

¿Es por eso que no hay transparencia institucional en el MINCULT? ¿Porque no quieren que sepamos cuánto les cuestan los artistas leales?

“Roma paga a los traidores, pero los desprecia”, dice el proverbio. La versión cubana de hoy puede ser la siguiente: “Los artistas que le cobran a Roma la desprecian”. Y los dirigentes lo saben. De ahí su inseguridad. 

¿Qué les preocupa a los dirigentes cubanos de hoy, cuando están solos con sus conciencias? ¿A qué le temen cuando abren Facebook? ¿El temor a la cultura del meme acaso los paraliza? ¿O será que ellos tampoco creen ya en lo que hacen? 

¿Estamos ya en esa etapa de la transición en la que la crisis institucional es resultado de la falta de personal que quiera dirigir el país? 

Yo creo que en Cuba hay muchas personas con ganas de arreglar las cosas. No pienso que todos los dirigentes sean oportunistas o corruptos. Pero cada vez son más aquellos que acatan las órdenes pensando en sus barrigas y no en lo que realmente se necesita hacer.

¿La “continuidad” es más importante que la operatividad? ¿Qué pasará cuando una nueva generación de dirigentes ya no tenga un lazo emocional, de primera mano, con la “generación histórica”? ¿Cuál será la dinámica de lealtades, ahora que los cargos ya no son a perpetuidad? 

Y ante la nueva cultura de la protesta pública que ha llegado a Cuba, ¿cuál sería el papel digno de un dirigente? En tiempos de necropolítica, ¿los funcionarios públicos dirigen ministerios o son simples operarios del MININT? 

¿Se pondrán a pensar esos funcionarios en qué espera de ellos el MININT? ¿Hasta qué punto influye, en la decisión de aceptar o no determinado cargo, el hecho de imaginarse a sí mismos avalando acciones en contra de su propio pueblo, amparando un acto de repudio?

A los dirigentes cubanos, ¿ya empieza a importarles su futuro? ¿Ya están leyendo los testimonios que, desde hoy, los juzgan? ¿Empieza a importarles cómo serán vistos por las próximas generaciones? 

Tienen la palabra.




Tania Bruguera

Ser demisexual en la isla del proxenetismo político

Tania Bruguera

Desde que salimos en el NTV, varias activistas hemos recibido una avalancha de solicitudes de amistad en Facebook, mayormente masculinas. Y recuerdo que un día el agente Javier me dijo: “Si yo te hubiera cogido unos añitos atrás, te hubiera dado una buena tanda. Te tendría controladita, satisfecha, y hoy no estarías así, protestando”.