Joker, Michael Moore y el rostro de la revolución

Joker (Todd Phillips, 2019) transcurre bajo el empaque de una buena película en la que Joaquin Phoenix (Arthur Fleck) es un saco de huesos. Cuando no tiene el rostro pintarrajeado y solo lleva puesto el pantalón, baila frente a un espejo. 

Es una coreografía sorprendente, denota destreza y sensualidad. El esqueleto casi desprovisto de carne hinca la piel, acentúa la delgadez. Ese detalle fijará en nuestra cabeza la precariedad, la enfermedad y la fragilidad de un sujeto que no es precisamente un santurrón.

Bailar en soledad o frente a un espejo, con o sin música, no es novedad en la caracterización de los personajes cinematográficos de conducta letalmente inusual. En su ADN, algunos freaks tienen trazas de Sergei Polunin y Charles Manson. 

Arthur Fleck no es exactamente el Raúl Peralta que en Tony Manero (2008), de Pablo Larraín, añora ser el calco del personaje interpretado por John Travolta en Saturday Night Fever. Peralta se emplea a fondo practicando los pasos de baile con los que Manero, en el New York de los 70, ganó un campeonato en la discoteca Odisea 2001.

En el Chile de Pinochet, Peralta se lleva por delante a quien le impida vestir y llevarse el premio como la mejor versión de Tony Manero. Se trata de un show de televisión que busca y premia “al doble de” una figura en particular.

De Joker dijo Michael Moore, tras felicitar a sus realizadores, que la película es un espejo de la sociedad norteamericana. Habló de la Constitución y de Trump. Puesto que la cita la encontré en un artículo de Rolando Pérez Betancourt en Granma, lo doy por cierto.

Es suficiente la filmografía de Michael Moore para saber el matiz de sus opiniones. Moore además dice: “por alguna razón, es una película de la que deberíamos tener miedo”.

La misma sensación deberíamos tener tras ver su documental Sicko (2007). Allí revela un sinnúmero de fallas en el sistema de salud estadounidense, la industria farmacéutica. También documenta las necesidades de muchos pacientes en los EE. UU. En Sickocompara aquel sistema de salud con el de otros países. Cuba entre ellos.     

A modo de resumen: En Joker, Arthur Fleck es un payaso con demasiada mala suerte. Un comediante de poca monta, un enfermo mental con citas periódicas al psiquiatra. En una ciudad sumida en el caos total, lleva una vida de mierda, en un apartamento de mierda, donde vive con su madre enferma.

La vida del payaso-comediante transcurre sin las conocidas peripecias de los personajes de DC Comics en la saga de Batman. Joker es un fenómeno cinematográfico acompañado de opiniones encontradas y un León de Oro en Venecia. Del rostro pintarrajeado del payaso habrían de borrarse, por más de una razón, la luminosa sombra oscura del personaje interpretado por Heath Ledger. Aquel joker que fue el verdadero caballero oscuro en The Dark Knight (2008), de Christopher Nolan.    

Arthur Fleck no está muy bien de la cabeza y sus características físicas son comparables al costillar de Christian Bale en El maquinista (2004), de Brad Anderson. Ambos comparten delgadez extrema e insania mental. 

El comediante no puede aguantar la risa cuando se estresa; el operario de una máquina industrial no consigue conciliar el sueño. El obrero y el payaso confunden la realidad con una construcción mental discordante de los eventos ocurridos en “el afuera”.

Todd Phillips dijo que Joker debe verse como algo más complejo que una mera lectura social y política. Está consignado en el artículo de Pérez Betancourt

Ira, soledad, locura e impotencia, y un revólver que aparece hacia el inicio, marcarán el devenir del comediante. El espectador asistirá a la caída y el ascenso de un homúnculo montado en una ilusión. Sus deseos y sueños se postergan por una y mil razones explicadas en el filme.

El revólver situado hacia el inicio de Joker, que cae al suelo cuando el payaso actúa frente a niños enfermos, cumple cabalmente la máxima de Chéjov: es disparado más de una vez. Aniquila y hiere a unos tipos trajeados, una o dos clases sociales por encima de la víctima convertida en victimario.

Ese espejo social no es muy diferente a otros momentos de la saga de Batman; tampoco toma distancia del Hell Kitchen en The Kitchen (2019), la película de Andrea Berloff que parte del cómic creado por Ollie Masters y Ming Doyle.

Kathy (Melissa McCarthy), Ruby (Tiffany Haddish), y Claire (Elisabeth Moss) son las protagonistas. En la comunidad de irlandeses viven la obesa ama de casa, madre de dos hijos, la afroamericana y la sobreviviente al aborto tras las pateaduras propinadas por su marido. Las tres están casadas con delincuentes.

El peso del New York de finales de los 70 cae sobre ellas. Víctimas de la discriminación, le dan un vuelco a sus vidas en una ciudad también sumida en el caos, la corrupción, las desigualdades. Sin llevar el maquillaje del payaso, sus victimarios caerán a puro plomo.

Nada las frena en su propósito de empoderarse. Al igual que Arthur Fleck, salen del anonimato dejando una estela de muertes. Ellas devienen líderes. Como el Joker. 

En Youtube me encontré con un video sobre Joker que revela que, en la versión desechada, toda la historia acontecía en la cabeza del payaso. Fleck había sido internado en una institución para enfermos mentales. 



Da igual si es cierto o no. En la versión premiada en Venecia se explica lo que en el guion filmado no se sugiere. Panfleto y moraleja también tienen cabida en la cabeza y los parlamentos del payaso.   

La noticia del crimen múltiple en el metro se vuelve viral. El payaso se constituye en diabólico influencer. Entonces, como fondo de pantalla, acontece una revolución con guerrilleros enmascarados. El camuflaje es la careta del clown. 

La ideología de esa revolución casi es la ideología de un asesino demente. Su rostro es el rostro de la revolución, o la cara de la revuelta.

Si algunos ciudadanos han visto en el Joker los rasgos del autor de una matanza de 2012, ¿exactamente qué mueve a quienes deseaban llevar una careta de clown el día de la proyección? ¿Acaso de esto habla, por anticipación, la película? 

En la revolución de Gotham City todos son el Joker. Si todos son el Guasón, entonces nadie lo es. No son otra cosa que puro cardumen virulento a la espera de alguien que entienda y hable, o simule hablar, desde la “propia jerga” del cardumen. Allí no hay rostros, la ley que impera es la de la turba ciega, dispuesta a la aniquilación. Dispuesta incluso a liberar al asesino.

Tony Manero levantó no poca polvareda asociada a su “paisaje de fondo”. La dictadura de Pinochet asolaba Chile, pero la película se centraba en la historia de un sujeto interesado en participar en un show de la televisión. Del filme no recuerdo panfletos ni moraleja, igual puedo estar equivocado. Ese Chile también podría ser un espejo.    

Si la memoria no me falla, el Michael Moore de Sicko llega a La Habana en un yate con americanos enfermos. No nos preguntemos cuán complejo y verosímil puede ser este viaje en cuyo destino está el Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras. Los futuros pacientes quedan maravillados con la higiene, el buen trato, la disposición de los galenos…

No hubo dinero a cambio de la consulta. Ninguno de los pacientes dejó una bolsa de leche, una botella de aceite, plátanos o jabones.

Al igual que Michael Moore, puedo decir de Sicko: “por alguna razón, es una película de la que deberíamos tener miedo”. Desconozco cuál es la realidad del sistema de salud de los países visitados por Moore. Pero ¿la retratada en Sicko se ajustaba a la de Cuba?

Insertar ese pasaje de la Isla, sin contrastar con el estado de no pocos hospitales y policlínicos, es igual a caminar por el Ameijeiras con una careta de payaso.

El propio Rolando Pérez Betancourt firma el texto «“¿Se infantiliza el cine?«. Incluye citas de Scorsese, Coppola y Peter Weir a propósito de la indetenible conversión del cine en puro entretenimiento con el que se pretende extender la infancia e infantilizar a las masas. El cine de superhéroes sale muy mal parado.

A pesar de su empaque, de sus propósitos, Joker es una de las tantas fábulas de caída y ascenso que se han filmado. Es muy violenta y dark, pero no deja de ser lo que es.  

Como no quiero problemas con sus seguidores, del cine de superhéroes no diré ni fu ni fa. En caso de quejas, escríbanle a Pérez Betancourt, a Peter Weir, Scorsese, o a Coppola.




Tráiler




José Ángel Toirac, Fidel Castro y la perfidia de las imágenes

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Ahmel Echevarría

“El arte cubano es como la perra que amamanta a un gato”, escribió Néstor Díaz de Villegas en su libro De donde son los gusanos. Como consecuencia de la lectura de ese libro, tengo enquistado en mi cabeza el gusano de la locura. Cuando cruzo el umbral de cualquier galería de arte, la voz de ese gusano no para de repetirme…