Adiós, 2020 (yo había escrito un puchero titulado CUC Bye)

Yo había escrito un Puchero titulado CUC Bye. Pensé que dejaba en esas palabras el aliento de este año, pero solo estaba ejemplificando una suerte de azar de diciembre, resumible a pavo-picadillo-cena navideña.

Era un texto innecesario.

¿Cuándo son innecesarias las palabras?

¿Cuándo son innecesarias las despedidas, las finanzas, las memorias, las ideas, la hambruna y la frustración?

¿El agradecimiento es innecesario?

Mi hermana Mabel es la persona que más he admirado en este 2020. Ella trabaja en un laboratorio de microbiología, en un proyecto de vacuna. Se levanta temprano. Está orgullosa de todo lo que consigue. Le agradezco que se tome el trabajo de mirar los microorganismos y las proteínas en las que deposita su deseo de cambiar el mundo. Por eso le escribí: “Está ella, que no cree en virus, / pero cree en la sangre, /linfocito (dibujito, fotico, fogoncito)”.

Yo no voy a cambiar el mundo, pero este año lo ha cambiado todo.

En la charada, 20 es tibor, gato fino, orinal, orine. Para mí es orine. Voy a apostar todo lo que tengo a ese número. Fijo. Como diría mi abuelo: quiero intentar que la suerte necesaria llegue el año próximo, como han llegado el invierno y la estación desesperada, mientras una generación cambia el mundo y lo cambia realmente.

Yo celebro este 31 con ellos, por ellos.

Absolutamente inquieta, tengo vicios, tengo sueños, tengo miedos e insisto en abandonar mi ego, porque no me sirve para nada. De hecho, creo en el infortunio del ego y en la pesadumbre de mis autorreferencias, ahora que decido no darle a leer CUC Bye a Jorge Enrique Lage y, en cambio, escribir estas palabras desaforadas, orinadas, íntimas e inexactas, en las notas de mi teléfono roto.

Pulso, pego, me rayo, cristalitos, sombras fugaces en la aplicación, pantalla que falla, pantalla que estalla, pantallazo que culmina (allí donde desaparecerán muy pronto mis listas de compra, mis listas de excitantes y extraordinarios naufragios, donde quedaron la mensajería y el diario de un año que parece una emboscada).

En las notas del teléfono, con el cristal desperdigado en mi mano, sucede el más insospechado naufragio del eternal fin de año: finalizarlo para escribir(te).

¿Escribir es naufragar?

Yo naufragué este año. Primero de dolor, después de desconcierto. Ahora mismo quiero terminar el año en silencio, quiero escuchar(te). Como si por primera vez, cercana a mis treinta años, me diera cuenta de que Carlos Díaz quería demostrarme algo cuando dijo: “A ver, mi niña, mi Martica, ¿qué es lo que te hace reír que no cabe en una pantallita? Descúbrelo y escribe sobre eso en Orlando”.

Pero más que en una pantallita, o en versionar el capítulo de una novela que amo demasiado, pienso en mecanismos y en maniobras, en el brillo que sube y baja, en lo que cabe y lo que no cabe en las screenshots de un año que pasé husmeando una felicidad impropia en Instagram, en rostros como el de Timothée Chalamet o Tilda Swinton (y pienso que La encina se parece a ambos, tanto como a Georbis Martínez, y que Carlos Díaz me ha dicho, todas las veces que lo he necesitado, una sentencia grave y exacta para que yo recupere el aliento y pueda completar una frase propia).

Pienso en una revista que se llama Hypermedia Magazine, donde he sido vibrátil y feliz. Pienso en un océano en el que muchas veces, casi siempre, me siento ajena, extrañada, demasiado incapaz de enunciar o denunciar, porque las palabras han sido deshuesadas, picaditas, troceadas, metidas en un tubo y vendidas en el mercado como carne de pavo.

Quizás debo agarrarme a cualquier tufo de felicidad y tomar una bocanada de aire para naufragar una vez más.

Naufragar en mi sexo, en un sueño que dure siete días y siete noches, en un Orlando que es “Rex rax rayo circunvalación repicotea guajirá mangá chillá refunfullá gualicandea zafra tú sea macondale macondá fricandá lepulla lecucarachá lecucaraché pinturé algodoné remangué requetendré ñañá ripiandá rex rax rajá tornado tornando encinando enciná enciná rockopingueratecnopolicía arte namás mimética autorreferencial Orlandá qué tiene que ver to esto con la libertad casitá cachitá lavandá ripiandá solidaridá isabeliná sacúdete la mácula y escribé tu versión hazme el favó tu versioné de Orlandó”.

Están los amigos, aquellos que me escriben y a los que veces no les respondo como merecen, los amigos tristes y vencidos, los amigos locos y hacinados, los amigos cansados y los amigos que aman a Cuba donde quiera que estén. Los amigos que desde otro país se preocuparon por las ulceraciones que viven sus amigos en Cuba, y por los médicos que lograron atemperar un virus entre tanta precariedad.

Están los que viven realidades duras, muy duras, a quienes a veces no apoyo preguntándoles cómo están. Ni siquiera a aquellos que secretamente necesito e invoco con una selfie o una frase tan honesta como: “Amo la nieve y puedo sentirte a través del hielo, aún cuando la rutina bochornosa me impide decirte, confesarte: amo la nieve si la nombras tú”.

Están las muertes inexplicables, injustificables, jodidas, y estamos mi mamá y yo caminando por la calle Monte para que ella se compre unos zapatos.

Encontramos unas zapatillas que se acomodan a sus pies, como si nuestra historia tratara de una Cenicienta libérrimay cubanisquein que necesita gastar el CUC que le queda llevando felicidad a los pies de su madre. Una madre que se levanta a las cinco de la mañana para conseguir lo que sea en una larga fila hecha de kilogramos de pollo. El calzado le regala algo de comodidad a los dedos maternales.

Orinal, gato fino, tibor, orinal, tibor, orinal, orine… Un gran orinal para zambullirme en Nochevieja, para abrir y cerrar los ojos decidiendo que el año nuevo ha llegado y que van a dejar en paz a quienes disientan y que todos tendremos los mismos derechos y que disminuirán las cifras (no oficiales) de feminicidios.

Quiero que se cumpla todo eso, y si para que se cumpla debo estar en esa piscina 20-amoníaco-acidez-riñones, que así sea.

“Para el nuevo año” quiero que el meado se me cuele en cada hendidura. Bañada en la secreción amarillenta y enferma como una reprimenda: por no decir todo lo que tengo que decir, por no ser justa y crítica con todo lo que debo ser justa y crítica, por no amar todo cuanto debo amar.

¿Qué es naufragar en el 20-amoníaco-acidez-riñones?

Es escuchar la voz de Gabriela Ponce, la amiga ecuatoriana que más me abrazó este año, cuando escribió: “Le besé el dedo, pálido, flaco, pequeñito, y todos los muertos, los espacios, vinieron a mí, con ese dedo”.

Es leer en voz alta a Legna Rodríguez, la escritora que más me enseñó sobre el dolor este año, cuando dijo: “No dejan amar y partir, aunque sí dejan temer”.

Es cantarle a Jamila Medina Ríos, cuando se baja de su bicicleta y con unos ojos prendidos se lleva mis aretes triangulares, sin saber que no cuidaré los aretes cuadrados y azulísimos del intercambio: “Yo te prometo que te escribo luego, ahora estoy en una pompa de jabón”.

Es dejar que Yohayna Hernández me explique el NTV y haga de ediciones sinsentido su lugar en el mundo, un mundo de la isla 21 (majá, dinero, chaleco, libertad): “Eso tiene que salir por algún lugar del cuerpo”.

Es extrañar, más que a nadie, a Rogelio Orizondo, que ya no vive aquí y no se me aparece de pronto para leer a Juana Borrero y para vengarnos del teatro porque lo único que queremos es hacer teatro, así de sencillo: “Sí, es fuerte usar las palabras más que los cuerpos. / Es fuerte como es fuerte el poder. / Pero es débil porque somos cuerpos. Y un cuerpo no es una palabra. Ni un hombre ni una mujer ni un pez”.

Es pensar en Claudia Calviño, que es madre y en un instante es más feliz que todo un mundo atestado por contagios, porque tiene esos ojos de recién nacido frente a ella, unos ojos que saben más del futuro que lo que predicen calendarios o eclipses.

Es naufragar en Joanna Montero, que no dice todo lo que piensa pero me abraza con el deseo de que yo sepa, de que definitivamente sepa que no estoy sola y que hay amor. Claro que hay amor, especialmente en los órganos vitales y en los pulmones y en las frustraciones y en los pasos sobre el fuego y en las madres enfermas.

Es naufragar mil veces en el cerebro de una madre enferma y en el de una actriz, madre, muerta.

Este año también es mi hermana y mi primo riéndose entre ellos, admirando el aleteo de la vida en la azotea y en las estrellas, en los gorriones bobos que llegan hasta la cocina y lo devoran todo, en los creyones que plasman en un papel un árbol, una semilla, el arcoíris.

Es enmudecer un poco cuando el poder articula el miedo y cuando el frenesí de ese miedo me aleja del mundo para que, horas más tarde, yo no quiera ser feliz escribiendo y mi único deseo sea naufragar otra vez en una idea innecesaria de Orlando, otro poema en blanco que describa quién soy.

Yo había escrito un Puchero titulado CUC Bye. Terminaba así:

Ah, pero tú no tienes la culpa de esta batalla ciega por la supervivencia, tú no tienes la culpa de tus manos, de malgastarlo todo en un cake, en un pintalabios rojo y en un lapicero. Tú no tienes la culpa de tener un deseo para el 2021: que tu familia esté bien y que la prosperidad llegue a Cuba.

¿Por qué ese llanto y ese merengue para un cumpleaños que nadie va a celebrar? ¿Por qué esos ojos enrojecidos y esa perorata por un año aciago, grave, convertible? ¿Para qué son esos ojos si no para llorar por el triunfo y el destriunfo?

Qué necesitas, que te lo voy a conceder. A ver, qué necesitas. ¿Que Cuba esté bien? Lo estará. ¿Una cartera tejida con billetes venezolanos? La tendrás. ¿Un salto en el tiempo? Te teletransportarás.

Ah, pero tú tienes la culpa de ser como yo: el dinero se esfumaba de mis manos y mis manos se esfumaban de mis ganas porque no había otra cosa que agarrar que no fuera el aire y el aire se esfumaba con los días y el mundo era el humo del tabaco y el tabaco se esfumaba y las pesetas se ensanchaban y los números eran corridos y el hambre era fija y el dinero era la brisa y los años son peldaños engañosos para manos que se esfumarán en tus manos y te recibirán con lo bueno de la muerte.

Lo verdaderamente bueno y querido es que te dejo mis manos y el descuido.

20 es tibor, gato fino, orinal. 21 es majá, dinero, chaleco. En todo eso veo una señal. No le pongas ni 1 CUC a ninguno. No cumplas treinta años. Déjame el cake aquí. Báñate en humo la noche del 31. Hazme el favor: huye de aquí.

Gracias a quienes no pararon de soñar y se metieron hasta el fondo en el amoníaco duro de la independencia.




Martica Minipunto

Gramática del repudio

Martica Minipunto

Una amiga me contó su diálogo con el chofer de una guagua. Él decía que había que cuidarse de los terroristas que rompían cristales de las tiendas; ella le preguntó su opinión sobre las tiendas en MLC. Cuando mi amiga se bajó en su parada, el chofer le gritó: “Si no te gusta, vete pa’ San Isidro”.