Cuando conocí a Brigitte Baptiste, en Bogotá, me miró a los ojos sin decirme nada. Allí estaban sus pupilas clavadas en mí, más fijas que unas tachuelas metidas con alevosía esotérica en un refrigerador ruso. Intuí lo que Brigitte quería decirme con sus ojos-crisálidas-tachuelas:
—La naturaleza es queer. ¿Tú eres microbióloga?
Mi cara lo dijo todo: yo no era nada. Brigitte dio media vuelta con sus botines de tacón, seductora; supuso que yo la estaría mirando.
Yo, en cambio, pensaba en mi fracaso. Mirándola, por supuesto, pensaba en el gran chiste que yo era. Pero no la veía a ella: después de su pregunta, lo que yo veía era una novela cubana: Archivo (Hypermedia, 2015, 2020), así como los files o los discos duros de los agentes de la Seguridad del Estado cubana.
A los minutos, me encontré con Adriana Urrea en una iglesia que se parecía a El Cobre. En la cabecera, una Virgen rara, una Virgen cíborg, una VirginBot. Adriana, la amante de Walter Benjamin, me decía: “Tú vas a ver cómo sale el marabú ahora”. Mi amiga estaba happy en Santiago de Cuba, tan happy como en La Habana, una ciudad marcada por los equívocos y las enredaderas, un lugar inhóspito y excitante.
Estas alucinaciones son los efectos de releer a Jorge Enrique Lage. En el sueño se mezclan cosas apasionantes y aterradoras, un recordatorio onanista del autor de El color de la sangre diluida (Letras Cubanas, 2008), Vultureffect (Unión, 2011; Bokeh, 2015), Carbono 14. Una novela de culto (Altazor, 2010; Letras Cubanas, 2012), La autopista: the movie (Caja China, 2014; Sudaquia, 2016) y Everglades (Hypermedia, 2020).
Ni Brigitte ni Adriana tenían relación con este escritor cubano, pero algunas conexiones no se basan en vínculos lógicos (literatura, biología y distopía cubana, son prueba de ello) o académicos (un universo punk en la narrativa cubana del siglo XXI). Alucino.
A Jorge Enrique Lage, el autor, no le conmoverían estos asombros autorregulados (la clave está en la escritura low profile, debo aprender a controlarme).
Archivo es la hipérbole del fracaso (sus protagonistas son fracasados agraciados y forzados a congraciarse con el poder). Todo fracaso puede convertirse en chiste, especialmente en la literatura y en los asuntos revolucionarios.
La exultante teatralidad del libro actúa en páginas hilarantes:
“¿El futuro? Te diré lo que pienso del futuro, dijo Yoan. Yo no compraría un boleto con un mes de antelación, porque no sé si para entonces voy a tener el cuerpo cosido a puñaladas, porque no sé si uno de estos días me van a vender las hormonas infladas con plutonio. Sé demasiadas cosas, pero hay algo que nunca voy a saber, y ese es precisamente el precio de saber demasiadas cosas”. (p. 21).
Saber “demasiadas cosas” en Bogotá no es lo mismo que saber “demasiadas cosas” en Villa Marista o en un cuartico de La Habana. Yoan, como La Habana, no puede prever ni creer en eso que llaman futuro.
Entre todas las cosas “futurísticas” de Archivo está el humor; humor del tipo “quemador” que, de tan situado, nos deja “a cambio” momentos durísimos:
“Para empezar, queremos que conozcas a otros agentes, dijo el Agente. Y me entregó una carpeta que decía: QUEMAR.
Queremos que escuches algunas cosas que te sonarán a ficción, y a veces a ciencia-ficción. Como te gusta a ti, dijo el Agente.
No preguntes por qué, dijo. No hay un por qué, no hay un para qué. Lo que hay es un a cambio.
(Sea lo que sea, me dije a mí mismo, no lo vayas a hacer.)” (p. 11).
En el país de la vigilancia hay un Agente y, por supuesto, donde hay un Agente existe una carpeta chantajista y quemadora. Existe una cofradía, una sociedad de agentes, en la que hasta un Meteorólogo te saca sus listas.
En la novela se describe también un carácter de vigilante new age que da para muchas guías de estudio:
“Las gossipgirls eran una plaga (una plaga más). Las gossipgirls eran chivatazzis (chivatas y paparazzis). Las gossipgirls eran ninfómanas.
Las gossipgirls andaban siempre con los ojos y los oídos abiertos como flores, listas para introducir / amplificar / modificar cualquier rumor, para captar en cada momento la imagen y el audio que en cada momento eran necesarios. Inseparables del celular, vivían a un speed dial de distancia de la Seguridad del Estado”. (p. 58).
«Un buen archivo tiene dosis inexactas de terror, diversión y discapacidad. El de Jorge Enrique Lage me hizo llamar al Rescue a las dos de la madrugada».
Legna Rodríguez Iglesias
Archivo es una novela compuesta por 153 fragmentos. La fragmentación y la polifonía producen circunstancias insólitas. Entre sus personajes —Baby Zombi, Yoan, Lily Allen, Amy Winehouse, el Mendigo, y muchos más—, hay gente muy dark marcada por las noticias, la ociosidad y los eslóganes; seres asqueados de esperar un futuro que los salve del sistema. Archivo es una fiebre del oro: ese oro líquido como el amor y los misterios detectivescos, ese oro-esperma de los jóvenes haciendo el amor, rogándole a la VirginBot, convirtiendo el cinismo en un acto de rebelión.
Archivo cianómetro nocturno (he comprobado que esta novela permite medir el color de las noches más “espléndidas” de La Habana); archivo participativo, archivo latente, archivo mete-saca. No es cierto que exista un medidor para las listas negras, ríspidas, áridas; listas que ejercen violencia sobre el otro. Quizás se trata de un cianómetro Seguridad del Estado, uno que especula sobre las diferentes gradaciones de la Seguridad del Estado y su accionar.
La novela nombra esas “demasiadas cosas”, y llega a resumirlas con precisa ligereza:
“Dos posiciones: arriba y abajo. En la pared decía bien claro:
↑ PATRIA/SOCIALISMO
↓ MUERTE
La palanca estaba hacia arriba (↑).
¿Cómo llegaste aquí?, dijo el Agente a mis espaldas”. (p. 29).
Archivo por todas partes: tan performativa y lúdica como la (no) progresión a la que están sujetas la vida, la política y la sociedad en “Cuba: DepreNación”. En esa amalgama archivera entran la espiritualidad y el deseo, los santos, la inmovilidad y la rebeldía, la grotesca forma de un Baby Zombi… Entra todo aquello que Lage entresaca del enjambre habanero.
Archivo es una novela cinematográfica con personajes ideales para un cómic; en sus páginas aparece, prosaico y dulcísimo, el teatro de las representaciones nocturnas, eróticas, plantas/voces invasoras. Hay distopía, parece. Ciencia-ficción, seguramente. Chucho, en demasía.
En mi lista de obsesiones, Archivo vendría a sustituir el teatro de Miguel Collazo, que parece imposible de leer.
Archivo es pura performatividad: entre lo teatral y lo contundente, entre tener estilo juvenil y síndrome de abstinencia, entre perder el pudor y achuchar el “vigilar y castigar” estatal.
¿Cómo leer esta novela si no es con fanatismo? ¿Cómo leer esta novela si no es alucinando con la microbiología?
Cuando conocí a Jorge Enrique Lage, hace unos años, en el Vedado, él casi no me miró. Estaba haciendo una larga fila para comprar pastillas en una farmacia. Le entregué un paquetico para Legna Rodríguez Iglesias, y creo que por gentileza, o por cualquier otra de esas pavorosas condiciones de la naturaleza humana, dijo:
—Me leí Días de hormigas. Me gustó.
Las hormigas me han traído suerte, pensé. Esta frase cortante no es poca cosa. Quizás sea el recuerdo indicado: las hormigas, la entomología, las farmacéuticas, la autora cubana que más he leído, la charla de Brigitte sobre lo queer en la naturaleza, la imagen de mí misma y de mis amigos como cíborgs: nada más chistoso, pensé. Algo hormigueante y premonitorio como aquel cuento de Lage titulado “Skyline”, donde leía: “Una ciudad en la que estemos ausentes. Poner en ella algo de jerga personal, algo demasiado insoportable y pop, como si toda clase de ficciones extrañas estuvieran a punto de romper”.
¿Desde hacía cuánto tiempo él estaba escribiendo Archivo? ¿Todavía lo escribe?
Archivo fue un libro revelador en múltiples sentidos:
“Estaban enfrascados en el diseño de una bacteria que se comiera el marabú. Un agente de control biológico. El objetivo era eliminar el marabú que infestaba La Habana.
¿Cuál marabú?
No se ve a simple vista, está en otra dimensión, dijo la Microbióloga ofreciéndome unas gafas”. (p. 66).
No existe nada más performático que el marabú. En Archivo hay microbiología, peligro, distopía, contaminación y chivatonería; ello produce excitación, porque ocurre entre el humor y la tristeza, entre el lenguaje corpóreo y el informe (la mecánica y la fabricación del informe como autismo —género literario low profile—: estructura tan sentimental como tentacular, tan siniestra como patética). En Archivo persiste una idea del tiempo y del fracaso que articula el escenario de lo real, el fanatismo por un marabuzal que cae sobre los ojos, se fija, se adhiere sin herir, existe plenamente en su fantasmagoría:
“Subimos a la intemperie. Me puse las gafas. Eran oscuras. No me parecieron de ningún modo especiales.
Pero vi:
El marabú creciendo en las calles, las aceras, los parques. El marabú golpeando las paredes, asomándose en las ventanas de las casas. Dimensiones superpuestas.
El marabú entre la gente: toda esa gente transitando sin saberlo entre la maraña de espinas invisibles”. (p. 66).
Como escenografía-puesta en escena, el marabú atenta contra la flora y la fauna nacional. Pero, ¿qué es aquello contra lo que verdaderamente atenta? ¿De qué ociosidad estamos hablando aquí?
Si consiguiéramos fabricar papel a partir del marabú, que sea para reeditar Archivo y compartirlo como material de lectura obligatoria en los preuniversitarios de Cuba. Si consiguiéramos, como especie, convertirnos en chivos (los únicos animales que comen marabú como si fueran gladiolos silvestres), que sea para equilibrar la falta de vitaminas con la que Baby Zombi (un personaje que ha sido tan díscolo como Baby Lores) se vio obligado a crecer.
«A través del pretexto de la ciencia ficción, la literatura cubana en general ha arribado con Lage a un punto de incontrastable originalidad».
Carlos Manuel Álvarez
Y aparece entonces la tristeza, que no viene y se va por antojos, sino por fuerza mayor: “El marabú en las esquinas, denso, compacto, en forma de pequeños domos o pequeñas mazmorras” (p. 73). Y llega el dolor, que no viene y se va por antojos, sino por fuerza mayor: “VirginBot quería atravesar el dolor” (p. 79). Lo único que se queda es la “normalidad”. Ahora, sobre todo ahora, prefiero la anormalidad:
“Caigo, pero caigo dentro de mí, dentro de mi cuerpo desplomado que duele mucho, mucho, muchísimo: el abismal tablero de ajedrez es mi cuerpo extendiéndose hasta los límites intolerables del archipiélago, del país a escala molecular. Y el hambre lo ocupa todo. No hay nada fuera del hambre. Supongo que un paso más allá está la muerte. No puede haber otra cosa. Yo, probada mi voluntad de hierro, retrocedo justo antes de llegar ahí: con los colmillos goteando sangre y saliva, me lanzo sobre la primera revista yanqui que encuentro. Entonces el dolor remite, se me va despejando la cabeza… Poco a poco vuelvo a la normalidad”. (p. 86).
Soy fan de esta novela, de su anticipada reconstrucción del presente, ese presente/sueño en el que caben, por antojo mío: Brigitte, Adriana, Walter y Lage. Sueño con que los cuatro me seduzcan y olvidarme de Cuba, del futuro.
Se supone que el amor es un acto de fe al que se le debería dedicar un mínimo de esfuerzo si no queremos convertirnos en máquinas. Hablo del performance, de San Lázaro, de La Virgen de El Cobre. Pero hay máquinas y máquinas.
¿No sueñan los bots con salvarnos? ¿No sueñan los bots con archivar tanto nuestra miseria como nuestra libido? ¿No saben los bots que cuando esto se caiga, quedarán los archivos y el marabú? ¿De verdad no saben que eso es lo que quedará?
En la farmacia, en el sueño, le doy el último chuchazo, le doy el paquetico, le doy la espalda con mis botines de tacón. Aunque olvido hablar de la naturaleza, las disidencias y lo queer, creo que Lage se me queda mirando. Estoy segura de que no me mira, porque por su cabeza pasa esta idea:
“El marabú, y lo que no es marabú… No creas que exagero si te digo que casi todo se nos va de las manos, se lamentó (en voz muy baja) la Microbióloga. No me extraña. ¿Cómo no va a ser así? Las prioridades cambian todo el tiempo. Las agendas se reordenan y se pasan en limpio. Los agentes se dispersan. Los problemas se acumulan. Las soluciones de ayer son los problemas de hoy. El batir de las alas de un insecto (y te hablo de un insecto muy pequeño, un insecto al que no se le pueden arrancar las alas) ocasiona a corto plazo tormentas políticas inabarcables. Somos muchos, muchos, y te juro que no damos abasto. ¿Ves eso?, dijo la Microbióloga señalándome una estantería repleta de cajas polvorientas. Son muestras de tejido, preparadas y listas para ser examinadas. Muestras de tejido social. Muestras del tejido de la sociedad cubana actual. Muestras que día tras día se vuelven más y más inactuales… Ahora, ¿tú ves a alguien mirando por el microscopio?”. (p. 68).
Nuestro Nowhere: encierro e histeria en ‘Everglades’
En Everglades (Hypermedia, 2020), además de reiterar el fragmento, la ciencia-ficción, y una nueva forma de producir desde las coordenadas del Caribe sin salir de la región, Jorge Enrique Lage introduce el encierro y la histeria como modus operandi de lo que él llama “Nuestro Nowhere”.