Chic(a)

Mi mamá me pregunta: “¿Existe algo más chic que la palabra alma?”.

“Desnudar el alma”, respondo. Súper chic esta frase para una revista gossip: soluciona con énfasis el deseo de una descarga a lo “poetisa”. 

Incomodísimo el tufo mediocre del término “poetisa”, tanto como la cara de “ausencia” que pone mi mamá con mi respuesta, sumada al énfasis que hace en chic.

Para evitar la palabra “alma”, decir soul y participar de una operación literal de traducción, que cobra sentido cuando se añade la noción lifetime mientras nos figuramos una vida juntas, libres, ella y yo. 

Choco con la observación corpórea de la mujer golpeada en la casa, la mujer que es violada, la mujer asesinada, sometida… Pienso en statements para el año 2020; en primerísimo lugar estaría mi posicionamiento en contra de la violencia machista

Me he acostado en el asfalto a esperar que todo pase. 

Le rompemos la patrulla Geely CK a estos abusadores violadores.

Celulitis, clítoris, calvicie y marcas por quemadura, crean una forma de escritura no alfabética sobre la memoria de un cuerpo.

¿Existe algo más chic que alardear de una cuerpa estrambótica que grafica un estado mental, aún más extravagante, de violencia presente en todas partes

¿Quién no mataría todo lo chic de los estándares, cánones, molduras y lineamientos que anidan en lxs “cuerpxs bellxs”? 

¿Quién va a escribir el manifiesto anti-chic para erigir un instrumental contra las discriminaciones e injusticias naturalizadas durante la #cuarentena?

Con la pandemia han aumentado los feminicidios. Nombres, cifras, escenas, testimonios, hechos de extrema agonía y desesperación que se transfiguran en expresiones, ojos, barbillas y memoria de la agresión. Durante su encierro, las mujeres han estado condenadas a los puñetazos del maltratador. Las mujeres hemos sentido el peso del trabajo doméstico, del cuidado, de la educación. Sabemos que la violencia machista ha cobrado más muertes que el coronavirus. 

(Admiro el activismo de la plataforma Yo sí te creo, por compartir muchas de las publicaciones que ponen el ojo sobre la violencia de género asociada a la COVID-19. Entre sus acciones está el funcionamiento de una consejería telefónica, acompañamiento, orientación psicológica y legal en Cuba. A través de la línea telefónica: +53 55818918, los correos: yositecreocuba@gmail.comyositecreoencuba@gmail.com).

¿Te parece chic el encierro padecido por muchas niñas, mujeres y cuerpas sexo-disidentes, en riesgo permanente? 

El hogar como escenario perfecto para encubrir el crimen. Imagino un cuerpo abatido en el confinamiento. Imagino ese cuerpo repitiéndose en el vacío espectral de los objetos de una casa. Escribo un cuento que titulo “Australia”, por el pueblo contiguo a Jagüey Grande, donde hubo un central, donde hay una ruina, donde está abierto el museo por la Victoria de Girón. 

La protagonista del cuento probablemente existió:

“Entra, descubre que me duele, un efecto tibio deja el dolor de lo cotidiano. La sangre corre desde mi nariz hasta mi ombligo, desde la comisura de mis labios hasta mi ingle marcada, la sangre deslizándose”. 

Imaginé un performance con mis statements, con esta historia, para descolonizar el escurridizo uso de la palabra soul, y recordé el proceso clínico para reconstruir el himen de Regina José Galindo. 

Pienso ahora en lo chic de esa operación que se le practica a niñas dedicadas a la prostitución: la labor de la clínica ilegal que la artista visitó en Guatemala, y su decisión de someterse a la violenta intervención. Lo chic de un primerísimo plano (en la video-documentación), que evoca lo siniestro, lo herido, lo padecido. 

Una de las cosas más fuertes que me han pasado fue escuchar a Regina José Galindo en el teatro Maxim Gorki, como parte del festival Herbtsalon, específicamente dentro del programa de la Young Curators Academy. La fuerza con la que Galindo lideró a un grupo de mujeres para destruir un carro de la marca BMW (“symbol of patriarcal power and capitalistic explotation”) me dejó inspirada y conmovida durante mis días (de latina) perdida en Berlín.

El performance se titulaba No aceptamos sus disculpas (27 de octubre de 2019). Pienso en la acción: 

Pico agujerea automóvil. Cincel raja puerta. Hacha quiebra ventanilla. Tubos perforan, hunden el metal, logran atravesar el metal. Se activa la bomba de aire de seguridad. Se hace añicos el mundo, se hace chatarra. Lo primero en quebrarse son las luces delanteras y traseras. Cuesta trabajo desmantelar los asientos, el techo, pero ellas no estarán más en silencio, después del gesto quedan las piezas de una revolución feminista, micropolítica.


Chic(a) - Martica Minipunto

Algún día, mi mamá y yo tendremos que destruir un Geely CK guiadas por Regina.

Evoco el desnudo de mi mamá tras una convulsión. Un cuerpo esbelto de cincuenta años. Un cuerpo vivo, a pesar de la descarga epiléptica. Un cuerpo liviano, a pesar de que no lo puedo cargar en mis brazos. Un cuerpo infantil, a pesar de situarse en el limbo. Un cuerpo que debió ser descrito por Jean-Luc Nancy en sus 58 indicios sobre un cuerpo. Un cuerpo listo para enfrentarse a lo que sea.

Después de mostrarle una selección de la obra de Galindo, mi mamá tomó uno de sus poemas y lo transcribió. Dice que así comprenderá mejor lo que padecen nuestras almas: “el mundo mordió mi corazón / y me contagió su rabia”.

Cuando retiraron el comercial Spirit Cooking (1999) de Marina Abramović en el nuevo visor de mixed reality de Microsoft, en las críticas que alcancé a leer (también fueron retiradas) advertí todo el absurdo de ciertas decisiones censoras: desde satanismo hasta conservadurismo ultraderechista. ¿Existe algo menos chic que un censor? 

Pensé entonces en la periodista cubana Mónica Baró, quien escribe desde la responsabilidad ciudadana, y que recientemente, después de un interrogatorio, fue multada por 3000 pesos en nombre del Decreto-Ley 370 (“Contravenciones y sanciones asociadas a las tecnologías de la información y la comunicación y los recursos administrativos para su impugnación”, en su Capítulo I, inciso i: “difundir, a través de las redes públicas de transmisión de datos, información contraria al interés social, la moral, las buenas costumbres y la integridad de las personas”). 

Súper anti-chic atacar, bajo la pérfida justificación de “buenas costumbres”, lo publicado en una red social. Parece una broma, pero no lo es. Lo verdaderamente chic es que estamos ante una mujer cuya obra periodística es capaz de desafiar los dictámenes absurdos de un aparato censor, eminentemente machista, a través del uso de la palabra, la investigación profunda (véase “La sangre nunca fue amarilla”) y el deber cívico. 

Supongo que a Abramović le daba igual el escándalo por su video; Mónica Baró, en su decisión de no pagar la multa, ha recibido el aullido de todxs en nombre de lo justo. Wikileaks nunca va a intervenir en los casos de “ley mordaza” cubanisquein; intervendremos nosotrxs, y eso ya es lo suficientemente chic para estos tiempos en los que pesa más la solidaridad que la hipocresía. 

Quizás lo anterior sea una comparación demasiado torpe, pero sobre eso mismo meditaba yo el otro día, mientras un sol trepidante me rostizaba la cabeza y mamá seguía con su preguntadera. 

Estás en una cola, cuya estructura es la archienemiga del aislamiento físico, y habitas esa coreografía social que considera chic discutir, repellar, machacar, revender turnos, vociferar… Estás en medio de aquello y no paras de usar la palabra “alma”; no tiene sentido decir soul en El Fanguito: “¿Qué “alma” marcó delante de ti?”.

Tienes el tiempo suficiente para pensar en cien statements que se te olvidarán de inmediato. 

Tienes tiempo para conmoverte pensando en mujeres que te inspiran. 

Las analogías, en su torpeza, te regalan algo de heroicidad para resistir las ocho horas que dura la cola, la única que vas a hacer en mucho tiempo. 

Escribo en cursivas, insistentemente: chic

Lo chic cambiará en dependencia de su enunciación, porque contiene una performatividad impresionante. Hasta este punto, he usado el término en tres acepciones diferentes. 

Le exigimos a chic que se comporte como la quemadura por insolación en mi brazo izquierdo, como las piezas y los cristales de un auto BMW. Le exigimos que se apropie del catártico acto de la destrucción, de la vida privada de las mujeres durante la pandemia: la vida de una periodista independiente, la vida de una mujer trans, la vida de una adolescente violada. 

Pensé entonces en la necesidad del concepto chic(a), porque todos mis pensamientos son extremadamente apocalípticos y necesito sacarlos de la filosofía con vaho a “poetisa”. 

No recordé “La chica de los ojos café”, de Los Fabulosos Cadillacs, ni “La chica del granizado”, de Ibrahim Ferrer. Tampoco pensé en la pantalla chica, ni en mudarme a Chicago. Me sentí como una chica perdida, eso sí, quería estar con las cuerpas que se sintieran chicas también, quería nombrarlas, convocarlas, levantarlas.

Chic(a) me parece un concepto poco soberbio. Carece del peso para convertirse en un término teórico. De hecho, es su potencia antiteórica lo que me saca instantáneamente del catastrofismo y me acomoda afectivamente, sin achicarme, en el acto liberador de mandar bien lejos a los matones.

¿Existe algo más chic(a) que la palabra libertad?

Camino del brazo de mi mamá y compramos ropa reciclada en las tiendas de Centro Habana. 

Camino del brazo de mi mamá y compramos libros de uso en la librería Gertrudis Gómez de Avellaneda. 

Camino del brazo de mi mamá y ella insiste en que ningún hombre va a venir a mandar bajo su techo. 

“Agárrame fuerte del brazo, que me va a dar un ataque”, dijo.

En el año 2020, mi mamá convulsiona agarrada de mi brazo.

Nos imagino, a mi mamá y a mí, caminando desnudas. Atravesamos la avenida 23 y nos compramos una revista Romances. Nos subimos a un carro que no conduce nadie y reímos, jump cuts al estilo Godard. Parecemos felices, el aire nos despeina, no hay ningún peligro, no hay moros en la costa.

“Ay, chic(a)… cálmate, buenos pensamientos, mucha tranquilidad. No hay que discutir con un policía, deja la bobería, pórtate bien, no hay que protestar por la verdad. Te va a dar un infarto…”. 

Doblamos por Industria. Veníamos caminando por el boulevard de San Rafael. Mi mamá me agarra fuerte del brazo. Yo voy del lado izquierdo, el lado del corazón. Mi hermana va del otro lado, también desnuda. La gente trata de mantener la distancia: nosotras somos la peste. 

Andar desnudas, sin nasobuco, sin guantes, es interpretado como un acto vandálico: ¿Dónde tendrán el “alma” estas delincuentes?

“Ay, Malú, todo va a pasar, me voy a curar, vamos a pasear, seremos felices”.

Nuestra peregrinación chic(a) termina en la cola para comprar pollo y detergente. A causa del estío, actúo como mi madre, que prefiere sudar toda su rabia en un baño pequeño. El baño mide un metro cuadrado y ahí está ella, aislada, derritiéndose. 

También están Mónica, Marina, Regina y mi hermana. No se han escondido en el baño ni planean hacer una obra de teatro; tampoco quieren ser las más amigas, ni las más hermanas: se juntan para una protesta chic(a), desmantelar un auto modelo Geely CK.

La libertad de protestar de madres e hijas, la posibilidad de cuidarnos unas a las otras. ¿Cómo nos cuidaremos en el aislamiento? ¿Tildarán de demasiado chic(a) esta unión? ¿Cómo escribiremos la historia chic(a)

¿Chic(a) chiquilla, pepilla, natilla, sencilla tu alma? ¿Chic(a) tu penilla, tu hebilla, tu mantilla? 

Tomamos la cuchilla y nos escribimos: PERRA. Tomamos la cuchilla y nos escribimos: VIVAS. 

Alrededor del ombligo, una línea que identifique al criminal. Que nadie venga a censurar esta escena imposible. Tenemos herramientas suficientes. 

Rompo el parabrisas, rajo la parte delantera por la mitad, destrozo el altavoz de la patrulla policial. 

La patrulla que llega al final de la tarde, cuando quedan 35 minutos para cerrar la tienda, y anuncia: “Mantengan la distancia entre las personas”. 

Rompemos la patrulla. Queda la chatarra, la evidencia de un crimen, la evidencia de una violación, el horror del mundo en materiales altamente contaminantes.

Pido por la libertad chic(a).Desde que nací sueño con una revolución chic(a), algo que parece imposible porque han creado la grandeza REVOLUCIONARIA: big show machista, eso grandísimo que adopta muchas formas terribles: la marca de un auto, los puños de un tipo, la ley mordaza, el viento agitado de la precariedad y el abuso de poder fálico, esperpéntico, barrigón, que te escupe el ojo en la cola: “Ciudadana, no pregunte más”.


Chic(a) tendida en el asfalto

Lada 1600, Moshkovich 2140Geely CK,
—a toda velocidad—

Uno de ellos me revienta.
Primero, fui herida, respiraba,
así, escachaban automáticamente, 
mi volumen disperso en el pavimento.

Ella, tendida en el asfalto,
y repercuten, materia y avenida,
y cimientan, muerte y vibración,
deshechos,
van alejándose los autos,
me la echa encima,
justo en el ombligo,
aquello que no esquivan
era un bulto de sangre.

Asisto al interrogatorio,
tengo derecho, aplomo, ojos, 
grandes ojos,
despampanantes ojos,
no me tocarían, no pueden,
no me tocarían ni un pelo,  
a las chicas no les tocarán ni un pelo,
decimos a voces,
pestañeo.

Mayor encargado de mi caso
—a toda velocidad—
—pregúntese usted mismo si esto es serio—
—firme usted mismo ese papel—
—pregúntese usted mismo si el sol no derrite el asfalto—

Video documentación Chic(a): la cámara capta las glándulas, capta el pinchazo, capta el terror, por dentro todo es más húmedo; aunque lo rompas, es más húmedo.

Meten las manos, las gomas, 
carrera de autos,
intentan descifrar, 
aquella forma de escritura no alfabética 
en la memoria de un cuerpo
que han creído suyo,
que han abandonado,
tendido en el asfalto.


Chic(a) - Martica Minipunto