Apostilla al #Puchero
Las conclusiones más sustanciales relacionadas con el reciente poemario de Larry J. González han sido desplegadas en un paquete de stickers (encuéntrese abajo, al final del texto).
Sport (poeta de Los Palos, poeta de cine mudo, poeta adentrándose en la fijeza)
Me fui a sembrar tomates donde los agrestes ofrecían semillas de ophrys fusca (Colección Arco Tenso, Selvi Ediciones, Valencia, 2020)[1] seduce lo mismo que un hito del cine mudo.
Le comparto al autor mi seducción nada fortuita, y Larry J. González me increpa: “Yo escuché en los pasillos de la Facultad que los hitos del cine mudo te los mandaban a ver en Historia del Cine, en tercer año de Historia del Arte”.
Le menciono un referente rimbombante: The life and death of 9413: a Hollywood extra (1928), corto de Robert Florey. Se lo menciono porque en el minuto 2:07 se muestra una carta: “Mr. Jones would like to become a motion picture player in Hollywood”. Y porque en la página 74 de su cuaderno, Larry escribió: “Si tú supieras, agricultor. / Donde me veo es frente a las vidrieras del Ten Cents”.
Hollywood y el Ten Cents no son espejismos antípodas. El primero es lo suficientemente célebre para banalizarse “sin desteñirse”. El segundo constituye una quimera de lo decadente, lo supradecadente, lo despintado. De algún modo, ambas citas son fragmentos autosuficientes sobre esa avidez cinematográfica, fácilmente rastreable en el corpus de Larry desde La novela inconclusa de Bob Kippenberger, su Premio David de Poesía (Ediciones Unión, La Habana, 2012).
Frenazo:
sacudidos por la voz swahili de Miriam Makeba.
Libro bocabajo, sobre el seguro del cinturón.
He traído un libro a este viaje. Lo dejo reposar en el asiento de al lado y lo he abierto varias veces en el camino:
Los Recuerdos de Hollywood de Robert Florey.
(p. 29)
No se trata del cine mudo, sino de la intertextualidad y el “ordinario” posmoderno, elementos que definirían (¿eternamente?) la prosa poética del autor. Prefiero que sea un poemario de lo silente. En Me fui a sembrar tomates… no se siente el garrafal subrayado de la experimentación; se disfruta, en cambio, el paroxismo de la observación: primerísimos planos, líneas, autos que suben y bajan, ojos que miran, grandes ojos ante el pueblo que pasa, pasa, pasa, pasa…
He descrito los primeros minutos del corto de Florey y las primeras páginas de Me fui a sembrar tomates…
Pecaría de caer en la atrocidad de una “lectura unívoca”. Está dicho (palabras del editor Jesús David Curbelo) que Me fui a sembrar tomates… se organiza desde la propia “glocalidad que disecciona”. El universo cabe en Los Palos, en unos tenis Nike Air, en Corte A y Corte B.
Me aventuro a pensar en una palabra para este libro: podría ser “plétora”. Se complejizan bien los escenarios, las voces y las percepciones, porque el autor es presa de su sazón y sabe que están los poemas y después está él.
Corrijo: es inexacto decir “plétora”, porque este libro trata, sobre todo, de un ánimo persistente, uno producido por el “hastío y el errar”. La cosmovisión del “hastío y el errar” es traslúcida en un instante, el más explícito de todos: “(salíamos del cine, nos sentábamos en un murito a ver la calle real desierta)”. (p. 26).
Silencio. Laxitud. Posturas. La liga contra la ceguera. Las maticas de un vivero. ¿Qué es la calle real? ¿Está él y después estarán los poemas?
No puedo afirmar que en “Sport”, la primera parte del libro, habrá tomates. Ni siquiera puedo asegurar que en la totalidad del libro hallaremos suficientes tomates (siempre verduscos o podridos en los mercados de la capital).
En la primera parte, la voz de un extranjero (¿poeta?) redescubre un paisaje (¿desértico?, ¿natal?) La aproximación elíptica: ¿de vuelta al pueblo?, ¿la memoria que suena como la voz de Mahalia Jackson?
No hay demasiados tomates en “Los Palos (Candy Darling I)” y “Los Palos (Candy Darling II)”, sino viñetas de la fugacidad y la inmediatez, escenas que se suceden con énfasis en lo episódico.
En “Bathing Beauty”, sin embargo, hay helmintos, mística y ophrys fusca:
Mi socia Kallima habla sobre la flor de ophrys fusca y la mariposa javanesa.
Le ha dado por hablar en primera persona:
––Yo, Kallima, te voy a hablar de la flor de ophrys fusca y la mariposa javanesa.
(p. 34).
¡Sí! Kallima balbucea y cita también unos versos de Santa Teresa de Jesús. Nada más parecido al helminto que el corazón de la Santa. Pero la Santa desconoce el pueblo, como el mismo pueblo desconoce la mariposa javanesa.
En el pueblo:
Miro las Nike Air sobre la carretera de Los Mangos. Hasta La Tranca.
Corro hasta La Tranca dos veces por semana.
El aire y los ojos. Miro las zapatillas Nike Air y las vastas grietas encima del fango.
(p. 15).
Lo kinestésico se soporta, no sin cierto desdén, en la “comodidad” deportiva con la que se retorna a un paisaje familiar: aquí Los Palos; allí, en el papel amarillento: Larry J. González (Los Palos, 1976). Páginas de un “rodaje” que se moldea en la holgura del calzado deportivo, su “suela de caucho”. Compruebo que un poemario siempre se puede escribir como un performance script.
En el poema “Los Palos (Candy Darling I)”, parte V:
Carretera central Manuel Isla.
Hace dos km dejé el pueblo.
(cañaveral pasa)
(p. 19).
A continuación, “Los Palos (Candy Darling I)”, parte VI:
(cañaveral pasa)
Llego al caserío del central Manuel Isla.
(p. 20).
En “Sport” todo transcurre como en las secuencias de un guion que ha sido concebido en la agitación, y que luego se torna un reposado ensimismamiento. El cine mudo, la rutina de ejercicios, una potencia donde creo que “[…] sin más, se adentró en la fijeza” (Severo Sarduy).
Larry desfila con su vanidad móvil, fílmica y artística; corre, pero detenido en su fijeza (como una paradoja permanente). En “Sport”, percibo un principio en el “hastío y el errar”, sobre todo porque se podría explicar como la otoscopia que el sujeto le impone a su circunstancia.
No es la mirada local, contextual, de lo real: es el tímpano. Larry ya no ansía otra cosa que no reproduzca este gesto: “Ambas manos, por encima de mi cabeza, roen la pared. Son mis manos laxas, fundías en estiércol”. (p. 17).
Fitness (escuchar la puntuación, crear un semillero)
¿El universo cabe en los tenis Nike Air?
Me confundo con el caucho del calzado y con cualquier idea de infinito, esto último me aterra mucho. En el acto de reparación: “acá remedo” (p. 27), en la desesperación sostenida por las “grietas incurables sobre la nieve” (p. 32) y el saberse “a merced de la misericordia equina” (p. 36), se confirma que la única forma de autoconocimiento está en el caucho que me hace olvidar Hollywood, el Ten Cents, lo aparentemente frívolo porque sí.
Le comparto a Larry mi conclusión nada fortuita, y me responde: “Aunque riegue con suavidad para que no se muevan las semillas, para mantener la turba húmeda y no encharcada, siempre termino con las manos mugrientas” (p. 67).
En la segunda parte del poemario, “Fitness”, lo que hay es Francesca Nicole, 20 de agosto de 2010 y unas manos puercas. En los últimos poemas sí puede existir el huerto, el jardín, que no es otra cosa que la ilusión.
Pero no me ilusiona la percepción, que siempre es confusa o tramposa: aspira a ser tan confusa o tramposa como las definiciones. Presto atención al oído. Lo que más me ilusiona son los signos de puntuación.
“(Ver fotos superiores)”, (p. 66). El paréntesis funciona con la diáfana sorna que encarnan las notificaciones en una red social. Me propuse releer los libros de Larry escuchando la puntuación, escuchando esa “interrupción” que bifurca o detiene, que puede ser atributo didascálico y cinematográfico, que no pretende ser un designio sino el manifiesto extasiado sobre un animal de compañía.[2]
Un poeta del paréntesis (como de la muerte o de la cacería o de las revistas o de la Generación Cero o del arte cubano contemporáneo) se detiene con obstinación sobre lo que ha escrito (lo más erótico que existe es un cuerpo obstinado, un poema). El poeta del paréntesis no está en una definición básica (algo “incidental o suplementario”, “cuyo sentido interrumpe y no altera”); para eso existe: abre paréntesis, cierra paréntesis.
Intento ejemplificar, ser más clara. En La novela inconclusa de Bob Kippenberger: “(La cal del techo me rueda por la nuca trozos de cal desde la nuca hasta la fotografía)”. (p. 16). En Osos:“(—Siempre quise volver a hundir los dedos en la ribera prometida del Volga)”. (p. 43).
Abre paréntesis, cierra paréntesis. Como en un hito del cine mudo donde el montaje lo es todo. En Me fui a sembrar tomates… algo tan poco notable como esos “(((((())))))” dejan entrever qué está ocurriendo mientras el poema existe, qué es la fijeza del poema y cuáles son las fisuras de las persianas, dónde podemos sentir las pisadas y lo presente.
Le comparto a Larry mi fascinación actual por los paréntesis, y me confiesa: “yo kiero más de canciones tristes. El violeta ese no me lo deja leer casi, pinga”.
Me guardo esto para mí: “()”. Esta ranura que es Larry y es un tomate flacucho.
Cuando él se decide a “revolver en mi mano semillas de tomate con semillas de flores de ophrys fusca. Las mastico” (p.53), yo sigo hojeando el libro, mirando un corto de cine mudo en YouTube. El libro pasa ratos larguísimos entre los “insectos sicalípticos” y los “añosos invernaderos”, se queda pasmado en el “labelo de la orquídea” y en aquel “caballo [que] tiene tres lóbulos”. El libro se concentra en ese deseo agolpado en las semillas: un deseo minúsculo, pocas veces frecuentado en la poesía.
La fijeza, una película en blanco y negro que empieza con: “yo escuché en los pasillos de la Facultad…”. Y quién se acuerda realmente de aquel tiempo, de aquel año o del otro. Por eso, en el poema “Tengo las manos puercas de fango sobre unas letras que me ha escrito La Muda” ya no están la arenilla y los personajes diseminados, autorreferenciales, citados; tan solo está Larry, cuando dice: “Detrás del agricultor veo las indicaciones: CÓMO CREAR UN SEMILLERO” (p. 66).
Y en esta pregunta aparece él, como sujeto filtrado por la indicación, allí donde queda el semillero que aún no se ha sembrado, donde quedan los granos sin germinar. Lo que descostra a Me fui a sembrar tomates… no es la poesía, sino la supervivencia. La supervivencia del poema en lo microscópico.
No la supervivencia tosca a la que estamos condenados los nacidos en Los Palos, Los Mangos, Puriales de Caujerí, Yaguajay, La Siguaraya; sino la supervivencia de cualquiera que escriba una carta, que coma de su huerta, que sea un “viejo cagalitroso” y viva enamorado del horizonte, porque no hay más nada.
Que la poesía en el paréntesis sea el horizonte. Como si las querencias no fueran otra cosa que el universo en el caucho, y el “()” un tomate al que meterle la lengua o los oídos.
El final no podía ser otra cosa que el surco vacío, lugar que no es metáfora ni espejismo trascendental: jardín sin génesis o retórica germinal, donde solo hay aprendices de jardinería, donde no queda rastro de Dios.
Me fui a sembrar tomates… es un objeto que deseamos cuidar, es un libro hermoso (una foto sosteniendo un ejemplar, trepada a una hamaca, más desenamorada que nunca, obsesionada con un hombre que no conozco).
Quería preguntarle a Larry sobre los himenópteros y los híbridos, preguntarle cualquier cosa (menos por el cine mudo) y hablar de Maitreya, de los paréntesis y de la poesía. Pero no había nada que responder.
Un primerísimo plano de su boca semiabierta. Una carta. Una publicidad con problemas de copyright. Sus manos.
Aquí tengo un libro vivo:
Usa bandejas de alveolos y llénalas de turba sola o mezclada con arena de río, mitad y mitad.
Coloca 2 o 3 semillas en el centro de cada celda o alveolo para más garantía y cúbrelas ligeramente.
(Ver fotos superiores)
En el recuadro se ven los dedos de una mujer. El mismo color de las uñas es el mismo color de la bandeja de alveolos. Las semillas están todavía en los dedos. Como esperando desaparecer en el alveolo próvido.
Galería
Notas:
[1] Se trata de una colección de poesía cubana contemporánea que incluye cuadernos de Jesús David Curbelo, Caridad Atencio, Dashel Hernández Guirado, Jesús Lozada Guevara, Reyna Esperanza Cruz, José Luis Serrano, Roberto Méndez, Ismael González , Roberto Manzano y Larry J. González.
[2] Véase Larry J. González: “Rudolph & Ralph”. En: Osos. Ediciones Unión, La Habana, 2013, p. 16.
Adiós, 2020 (yo había escrito un puchero titulado CUC Bye)
Para el nuevo año, quiero que la reprimenda se me cuele en cada hendidura: por no decir todo lo que tengo que decir, por no ser justa y crítica con todo lo que debo ser justa y crítica, por no amar todo cuanto debo amar. Gracias a quienes no pararon de soñar y se metieron hasta el fondo en el amoníaco duro de la independencia.